‘Vida perra’: ¿y si el futuro de la comedia guarra americana es esto?
El chiste cochino atraviesa la historia de los Estados Unidos como las vías de ferrocarril y los maizales. Comedias sexuales hay en muchos otros sitios —nosotros tuvimos nuestra ración, por ejemplo, con el Landismo y el Destape—, pero las yanquis tienen un sabor especial. Puede que Vida perra, película protagonizada por chuchos malhablados que llega a las carteleras esta semana, sea el último vástago de este cachondo linaje.
Como extraño reverso ficticio del fenómeno A los gatos ni tocarlos, aquel documental de Netflix de 2019 sobre una comunidad de internautas a la caza de un maltratador de animales que resultó ser también un asesino de humanos, Vida perra plantea un relato animalista desde la venganza.
La película practica una inversión de Oliver y su pandilla —aquella versión Disney y cuadrúpeda de Oliver Twist— a partir de Reggie, un Border Terrier abandonado por su humano que aprende de una improbable cuadrilla canina la parte bella de vivir como un perro callejero. Escrita por Dan Perrault y dirigida por Josh Greenbaum, Vida perra da enseguida un segundo quiebro: pronto, los perros deciden que lo suyo es encontrar al antiguo dueño de Reggie y cobrarse una revancha arrancándole el pene a bocados.
Al intercambiar los puestos habituales de agredido y agresor, la cinta se arrima a unas potencias espeluznantes que, en realidad, nunca llegan a canjearse en términos de estilo. Las barrabasadas verbales abundan y la fusión de un mundo live action con perros que mueven los labios como humanos es perturbadora en la medida mínima, pero, más allá de los porrazos y los chistes verdes, la película es conceptualmente inofensiva.
Vida perra está emparentada con otro fenómeno cinematográfico del exceso que se agotaba en el propio tráiler, Oso vicioso, a través de sus productores, Christopher Miller y Phil Lord. La pareja, que está también detrás de las películas de LEGO, el Spiderverse y la saga de Infiltrados en clase, no forma parte del panteón oficial de la Nueva Comedia Americana, pero esta última cinta los postula de alguna manera a sucederla.
La corriente, abreviada NCA, abarca las películas creadas por Seth Rogen, Evan Goldberg, Judd Apatow y otros entre los años 2007 y 2013. A menudo eran cintas de humor eminentemente sexual, protagonizadas por adolescentes y hombres jóvenes, marcadas por la identidad friki y preocupadas de rebote por una masculinidad medio incel.
La horquilla de la Nueva Comedia Americana empalma con el continuo más longevo del gross-out —en inglés, asquear—, ese submundo del cine estadounidense capitalizado por los picores genitales de unos protagonistas con la edad en progresivo descenso, desde los universitarios de Desmadre a la americana (1978), pasando por los estudiantes de instituto de American Pie (1999) y los adolescentes de Supersalidos (2007), hasta llegar a los niños de Chicos buenos (2019). Esta última película, junto con miradas femeninas como la de Súper empollonas, del mismo año, podría componer una suerte de Nueva Nueva Comedia Americana, más progresista y sensible.
No es tan descabellado recibir Vida perra como la sucesora de esas comedias guarras catalogadas popularmente para fumados. A fin de cuentas, en la línea de la NCA, la película hace equivaler el despertar cachondo o una cierta apertura a una visión frívola de las relaciones sexoafectivas con el paso a la madurez. No es que ser adulto solo implique masturbarse, sino que las pajas eran, para estos personajes, rituales hacia la adultez, el autoconocimiento e incluso la comunión con los demás. No es que los chuchos de Vida perra hagan nada muy distinto con los sofás ajados con los que fornican en plena calle.
Otro rasgo distintivo de la NCA fue la literalidad de las referencias a los momentos clave de su propia historia: cuando se acabó su época dorada, las películas se ambientaron en la temida frontera de los cuarentones o, directamente, en el apocalipsis, como Juerga hasta el fin (2013). En plena crisis climática antropogénica y con las formas de violencia especista que sustentan la vida contemporánea puestas más en cuestión que nunca, ¿no tiene sentido que los animales ocupen ese escenario?
Vida perra no dice absolutamente nada sobre la masculinidad, ni sobre los humanos en general. Si al menos tuviera algún comentario que hacer sobre la estética especista del cine mainstream —no es el caso: es sosa y formulaica hasta las trancas—, tendríamos vía libre para elucubrar. Así como Juerga hasta el fin era una constatación increíblemente explícita del ocaso de la Nueva Comedia Americana, Vida Perra podría estar prefigurando una especie de futuro poshumano para el cine cachondo en Estados Unidos.
No es tan mala idea. La comedia gamberra de Hollywood ha puesto en estas dos décadas tantas palabrotas en boca de preadolescentes y niños que la única manera de que esas mismas barbaridades sigan teniendo gracia podría ser oírlas salir de un Boston Terrier. Aislada, Vida Perra es bastante mala, casi infumable —y se asume que todos los involucrados en esta corriente de cine cómico yanqui, creadores y audiencia, han fumado y fuman mucho y variado—. Como pieza de un todo mayor, sin embargo, clama al cielo un bautismo: “¡Larga vida a la Nueva Nueva Nueva Comedia Americana!”.