Lanthimos vuelve a sus orígenes con ‘Kinds of Kindness’, un soporífero estudio de la dependencia

Emma Stone bailando en 'Kinds of Kindness'

Si había quien podía considerar Pobres criaturas el punto más bajo de la carrera de Yorgos Lanthimos —al menos, hasta la siguiente película que ha hecho después de Pobres criaturas— no debía ser, necesariamente, porque esta adaptación de Alasdair Gray supusiera una traición para sus planteamientos creativos. Era tentador argumentar que con Pobres criaturas, en su apuesta por la ligereza y una mayor amabilidad a la hora de mirar el mundo, el cineasta griego se había domesticado y que gracias a eso, hasta que Oppenheimer se impuso, fue la gran candidata al Oscar a Mejor película. Pero la amabilidad nunca ha sido ajena al cine de Lanthimos. Él la entiende como una condición innata del ser humano, con capacidad para manifestarse en múltiples y caóticas expresiones. Por eso ahora estrena Kinds of Kindness. Tipos de amabilidad.

La amabilidad puede entenderse como una conexión según la cual una persona se reconoce en otra persona, tambaleándose los términos en los que esa persona inicial se figura una identidad propia. A Lanthimos le interesa la facilidad con que esta relación puede devenir dependencia, y justamente de dependencia hablaban Canino, Alps, Langosta o El sacrificio de un ciervo sagrado. La favorita no llegaba a distanciarse de esto pero le daba un anclaje determinante, donde circunstancias históricas y sociales tenían un peso claro sobre su expresión. Si Pobres criaturas resultaba el punto más bajo de la carrera de Lanthimos —hasta ahora— es porque ese anclaje social difuminaba los sentidos primigenios, limitando la película a comentarios intrascendentes sobre cómo la estructuración final de estas relaciones en nuestras sociedades era más o menos mejorable.

En La favorita y Pobres criaturas ocurría que Lanthimos no colaboraba con el guionista Efthimis Filippou. El escritor junto a quien, a partir de Canino, había ido estudiando metódicamente distintas formas en las que nuestra ansiedad por la conexión produce monstruosidades. Como La favorita y Pobres criaturas fueron ruidosos éxitos de público, la narrativa oficiosa pasa ahora por considerar Kinds of Kindness como un regreso de Lanthimos al redil, donde puede ser tan desagradable como solía con la complicidad de Filippou. Aunque ya hubo una recaída antes: entre La favorita y Pobres criaturas Lanthimos coescribió con Filippou un sugerente corto, Nimic, donde Matt Dillon lidiaba con un doppelgänger. Un doble como la expresión final, pesadillesca, de cómo nuestra personalidad puede ser demolida en los ojos del otro.

Un problema palmario de Kinds of Kindness es que carece de la concreción de Nimic a la hora de volver sobre las inquietudes centrales de Lanthimos. Las historias que integran esta película no son cortos, sino mediometrajes o episodios de una serie antológica, un Black Mirror kafkiano donde Lanthimos se toma todo el tiempo del mundo en pasar revista de estas angustias. El metraje de Kinds of Kindness se extiende casi a las tres horas, con una lamentable dispersión expositiva que mueve a la frustración y a que, esta vez sí, se logre violentar al público. Pero no por remover sus convicciones sociales, sino por generarle un feroz tedio.

Los títulos de las historias —de cada “tipo de amabilidad”— son La muerte de R.M.F., R.M.F. está volando y R.M.F. se come un sandwich. Junto al hecho de que los actores interpreten a personajes distintos según la historia, los títulos harían pensar en algún tipo de continuidad. Sin embargo dicha continuidad solo es enunciada con algún que otro chiste trol, y el tener a gente como Jesse Plemons o Emma Stone interpretando a tres personajes no tiene otro valor que el de la generosidad con la que se han embarcado en el proyecto. Kinds of Kindness es algo más digerible gracias al compromiso de sus intérpretes con el material, entregando otro recital de Stone a escasos meses de Pobres criaturas para permitirnos a su vez disfrutar del inexplicable carisma de Margaret Qualley, de la profesionalidad de Willem Dafoe o del milagro andante que es Jesse Plemons.

El guion de Filippou y Lanthimos saca un partido enorme del amplio rango de Plemons, hasta el punto de que el actor parezca el único responsable de las distintas metamorfosis que experimenta la película. En la primera historia conecta a Lanthimos con el tono de los hermanos Coen, en la segunda adopta un registro de policía huraño que remite a su memorable papel en Noche de juegos —siendo asimismo esta historia la más lograda de las tres—, y en la tercera cede el protagonismo a Stone para ubicarse dentro de esa impasibilidad weird en la que la dirección de actores del griego solía prodigarse. Kinds of Kindness tiene una preocupación de alcance humano, hacia las relaciones de los cuerpos y los rostros, cuya mejor baza reside propiamente en las personas.

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Más allá de las personas, hablando de guion y puesta en escena, la cosa no rinde tan bien. Abandonadas (hay quien diría afortunadamente) las florituras visuales de La favorita y Pobres criaturas, Lanthimos ha vuelto a recurrir a Robbie Ryan para un aparato más austero. Sigue siendo una fotografía sólida y estilizada, pero que no se presta a juego alguno entre las historias y enfatiza la pesadez de la propuesta, las escasas satisfacciones que quiere producir. Quizá Lanthimos esté siendo coherente aquí, probando finalmente a vaciar su cine de abalorios para pulir la esencia, pero resulta desconcertante que la esencia de un director tan aclamado se parezca tanto al streaming.

Por lo demás, su escritura y la de Filippou mantiene a grandes rasgos la gramática que inauguraran en Canino, si bien algo afectada por los recientes baños de masas a la hora de introducir a cada tanto gracietas o accesos de frivolidad gratuita —el publicitado baile de Stone— para matizar el aire intelectualoide. Kinds of Kindness no deja de ser una comedia negra, asediada por la tragedia y con un aire de fábula bizarra que nunca llega a prosperar del todo. La combinación de aridez y desmesura es finalmente letal, porque cuanto más se expanden las historias, cuanto más moroso es el ritmo, más se evidencia que las ideas de partida tampoco tienen mucho más intríngulis.

La mayoría de los esfuerzos de Lanthimos y Filippou parece haberse destinado, de hecho, a elucubrar premisas excéntricas antes que a profundizar en sus ideas. Con lo que una revelación triste se abre paso: Lanthimos no es un misántropo, nunca lo ha sido en realidad. Simplemente es un tipo que se está quedando a toda velocidad sin cosas que decir.

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