Como si de una jugada maestra de mercadotecnia cinematográfica se tratara, la llegada a los cines de La infiltrada, película sobre la desarticulación del famoso comando Donosti de ETA, coincide con una semana en la que la extinta banda terrorista ha vuelto a estar en el epicentro del debate político por el errático apoyo del PP a una norma del Gobierno que convalida las penas de presos que han cumplido condena fuera de España. Una equivocación que nos ha llevado a todos a un recrudecimiento del discurso desde esa derecha empeñada en mantener viva a ETA para utilizarla de manera interesada.
"Es una película de memoria histórica, de algo que pasó, y creo que la sociedad ya está muy preparada para hablar de ello", asegura a infoLibre la directora de La infiltrada, Arantxa Echevarría, lamentando el mantenimiento de esa sempiterna polarización con la utilización de la palabra ETA en cualquier tipo de intervención política, "cuando la sociedad ya ha pasado página". "Tú vas al País Vasco y esto es algo muy doloroso, que pasó, pero es también parte de nuestro pasado, por lo que hay que recordarlo para no repetir los errores. Lo bueno es que vivimos en democracia, ya tenemos foros donde dialogar y discutir, si bien creo que la sociedad es mucho mejor que los políticos en muchos casos", argumenta.
En La infiltrada, una agente de policía consigue lo que buscaba tras pasar varios años infiltrada en los ambientes de la izquierda abertzale como una joven simpatizante más de la banda: ETA contacta con ella. Necesitan que aloje en su piso a dos etarras que tienen el objetivo de preparar varios atentados. A partir de este momento empieza la misión más difícil de su vida: ir informando a sus superiores mientras convive con dos terroristas que, si en algún momento sospechan de ella, no dudarán en asesinarla.
"Siempre tienes mucho pudor, porque es hablar de cicatrices y heridas que están abiertas", confiesa Echevarría, al tiempo que recuerda que "la gente joven de 18 o 20 años no tiene ni idea de lo que pasó, porque no lo vivió, ni lo ha estudiado en los libros de Historia". Por eso, admite que La infiltrada "no es una película que te va a explicar todo el conflicto, pero sí puede picar tu curiosidad y quizás hacerte ahondar y documentarte para entenderlo un poquito mejor". "Yo recuerdo perfectamente ver casi en directo en televisión el atentado de Irene Villa, que me transformó emocionalmente, como la movilización por Miguel Ángel Blanco, algo que la gente con veinte años no lo vivió", apostilla.
Como el cine nunca se detiene, en 2025 llegará Un fantasma en la batalla, cinta también filmada en Guipuzkoa que nos cuenta también la historia de una topo en las filas de un comando de ETA en los años noventa. Con dirección de Agustín Díaz Yanes, esta película está inspirada en las vidas y experiencias de varios miembros de la Guardia Civil directamente involucrados en la lucha antiterrorista y cimentada en el contexto histórico, político y social del fin del siglo pasado. Concretamente, cuenta la historia de Amaia, una joven agente que permanece más de una década trabajando como agente encubierta dentro de la banda con el objetivo de localizar los zulos escondidos en el sur de Francia.
Dos títulos frescos que siguen ahondando en un conflicto repleto de preguntas al que el audiovisual español lleva décadas tratando de encontrar respuestas. Y el público responde, como quedó demostrado con el éxito de dos series de gran repercusión popular: Patria (2020), que inspirada en la novela de Fernando Aramburu cuenta la historia de dos familias que pasan duros momentos durante los asesinatos y atentados del grupo terrorista, y La línea invisible (2020), que cuenta los comienzos de ETA a partir de la historia de Txabi Etxebarrieta, el primer terrorista en matar y el primero en morir en la historia de la organización.
"Por supuesto que el cine va siempre por delante de la política", afirma a infoLibre el profesor de Estudios Cinematográficos en la Universidad Oxford Brookes, Alberto Mira, quien acto seguido profundiza: "Pero esto se debe a que el cine trabaja desde la imaginación. Una solución política sucede en el tiempo y no tiene marcha atrás. Una solución imaginativa puede ser una propuesta que nos ayude a interpretar la realidad. Por eso puede poner ahí cosas que la política no puede. Un político pensará cuántos votos gana y pierde con cada decisión, una película puede ganar espectadores creando soluciones que indignen a la gente. Porque la indignación puede conducir a la polémica y a la taquilla".
La indignación es, de hecho, una constante en una parte de la sociedad ante cada nuevo estreno relacionado con el terrorismo. Pasó con Maixabel (2021), basada en la historia real de Maixabel Lasa, viuda del socialista vasco Juan María Jáuregui, asesinado por ETA, que fue una de las primeras víctimas que accedió a entrevistarse en la cárcel con los asesinos de su marido. Un film para el que Icíar Bollaín se reunió con la verdadera Maixabel y su hija antes de rodar y que resultó pionero en mostrar al público una intención de reconciliación con todo el dolor sufrido, con una Blanca Portillo especialmente esplendorosa y premiada por ello con el Goya.
Una demostración más de que, como plantea Mira, "las obras de la imaginación son laboratorios" con un "potencial tentativo que nos invita a pensar". Porque, aún en el caso de cintas basadas en hechos reales, permiten "explorar en la ficción lo que en el mundo real sería peligroso experimentar". "En el lado negativo, el cine comercial trabaja con estereotipos y puede forzar la balanza. Pienso en La jungla de cristal y en cómo se caracterizan los terroristas del cine estadounidense después del 11 de septiembre. Por eso, el buen cine puede ser un puente, pero también puede forzar una visión maniqueísta al servicio de una ideología", explica, para luego advertir de que "el cine pone en funcionamiento corrientes de empatía emocional que pueden liberar el debate, pero también hacerlo tóxico", por lo que es importante tener, como en el caso de las obras que nos ocupan, "el corazón en su sitio".
La periodista cinematográfica Mirian San Martín pone el foco en el humor y recuerda a infoLibre la película Negociador (2014), de Borja Cobeaga, quien a su vez había sido guionista y director de la popular producción de la televisión vasca Vaya semanita (2003-2016). "La serie de la ETB fue pionera en atreverse a mirar con humor la convivencia en Euskadi y también reflejó cierto hartazgo de la sociedad vasca, por lo que sirvió para desengrasar la tensión a causa de la violencia que se vivía", argumenta, sacando a colación a su vez Ocho apellidos vascos (2014), del cineasta Emilio Martínez-Lázaro con guion de Diego San José y, sí, también, Borja Cobeaga, que no trata directamente el terrorismo, pero sí tiene una mirada cómica sobre la identidad vasca: "El director dijo hace poco que tuvo tanto éxito porque la gente estaba deseando reírse y avanzar. De alguna manera, Vaya semanita fue el oxígeno durante la existencia de ETA y Ocho apellidos vascos el alivio".
Volviendo a Negociador, protagonizada por Ramón Barea, es una tragicomedia inspirada libremente en el libro ETA, las claves de la paz: confesiones del negociador, coescrito por Jesús Eguiguren y Luis Rodríguez Aizpeolea acerca de las conversaciones mantenidas entre el Gobierno español y ETA durante la tregua de 2005. "Esta película va un poco en la misma línea de humor que Vaya semanita, pero menos evidente y alejada de la carcajada", explica San Martín, añadiendo que "no pone tanto el foco en lo que ocurría como en el contexto, en esa manera un poco torpe y humana de hacer las cosas de Jesús Eguiguren y Josu Ternera".
Tirando del hilo del humor encontramos otra obra de Cobeaga, Fe de etarras (2017), que narra la historia de un peculiar comando de ETA que espera en un piso franco a recibir una importante llamada mientras se celebra el Mundial de fútbol de Sudáfrica de 2010. "La deriva de la comedia es interesante porque todo lo que se había venido haciendo antes sobre ETA era muy drama y muy thriller, cuando desde luego el humor ayuda a avanzar", apostilla la periodista especializada de medios como Kinótico o Voz Pópuli.
Echando la vista atrás, efectivamente, se constata el tono mucho más serio en películas como Lejos del mar (2015), en la que Imanol Uribe relata la relación de un etarra (Eduard Fernández) con la hija de su víctima (Elena Anaya). Una historia de arrepentimiento y rencor, con la que el cineasta cierra la trilogía sobre terrorismo formada por La muerte de Mikel (1984) y Días contados (1994). Eso sí, aún tiene Uribe otros dos filmes relacionados, si bien desde una perspectiva más historicista: El proceso de Burgos (1979) y La fuga de Segovia (1981).
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Más películas que han abordado el terrorismo etarra desde multitud de perspectivas o tramas son Yoyes (2000), basada en la vida y asesinato de la militante etarra Dolores González Catarain, la primera mujer que ocupó puestos de responsabilidad en ETA; El Lobo (2014), que narra la historia real un agente del servicio secreto español que logra infiltarse en la banda armada entre 1973 y 1975 y que después tuvo que vivir oculto; o Todos estamos invitados (2006), en la que Manuel Gutiérrez Aragón, a través de las interpretaciones de Óscar Jaenada y José Coronado, retrata el miedo de los amenazados en una sociedad en la que la violencia está más que presente.
El género documental también ha metido el dedo en la llaga del terrorismo, provocando grandes polémicas en determinados casos. Tal es el de La pelota vasca, la piel contra la piedra (2003), en el que Julio Medem abordaba la situación del País Vasco contando la historia de ETA, los GAL, los presos de la banda y otros aspectos contando con variados testimonios, entre ellos el de Arnaldo Otegi. Dos décadas después, se repetía la controversia con Jordi Évole y el documental No me llames Ternera, que es en realidad una profunda entrevista al que fuera jefe del grupo terrorista.
"Simplemente estamos contando nuestra historia", remarca Echevarría para terminar, comparando las críticas a este tipo de películas con las que reciben las de la Guerra Civil, "cuando siempre salen los que dicen que estamos otra vez abriendo heridas". "Se pueden crear narrativas en las que el terrorista no es simplemente 'malo', tampoco tiene por qué ser 'bueno', y se explica cómo la gente se convierte en terrorista para evitar que se produzcan esas condiciones. En eso, creo que el cine puede hacer una gran labor", remata Mira para terminar.
Como si de una jugada maestra de mercadotecnia cinematográfica se tratara, la llegada a los cines de La infiltrada, película sobre la desarticulación del famoso comando Donosti de ETA, coincide con una semana en la que la extinta banda terrorista ha vuelto a estar en el epicentro del debate político por el errático apoyo del PP a una norma del Gobierno que convalida las penas de presos que han cumplido condena fuera de España. Una equivocación que nos ha llevado a todos a un recrudecimiento del discurso desde esa derecha empeñada en mantener viva a ETA para utilizarla de manera interesada.