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La ciudad soñada de Basilio Martín Patino

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¿Qué se lee en los carteles que pueblan la ciudad? ¿Qué se entrevé en los nombres de las calles o en los anuncios de los negocios? Depende de quien mire. Si lo hace el cineasta Basilio Martín Patino (Lumbrales, Salamanca, 1930-Madrid, 2017)​, la ciudad parece inusualmente locuaz. Se ve en Paseo por los letreros de Madrid, un cortometraje de 1968 en el que el director de cine señalaba, con un montaje rompedor, que en la capital ya no había cafés cantante, sino bancos; que la reina de la ciudad era Cibeles y no, por ejemplo, Teresa de Ávila; que en el barrio de Salamanca gobierna un callejero de hombres ilustres —Juan Bravo, Núñez de Balboa— mientras que en Usera, barrio humilde del sur, los obreros viven en calles con el nombre del promotor y de sus desconocidos familiares. 

Así se inicia la muestra Basilio Martín Patino. Madrid, rompeolas de todas las Españas, en el Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa hasta el 14 de enero. Pese al localismo de la propuesta —o precisamente por él—, la exposición no es solo un retrato de la ciudad que enamoró al cineasta, sino más bien la recuperación de la mirada de este sobre ocho décadas de la historia española. Y el ojo de Patino no es cualquiera. Sus documentales Canciones para después de una guerra (1971-1976), Queridísimos verdugos (1973) y Caudillo (1974) hicieron tanto por la recuperación de la memoria común como por la construcción de un nuevo lenguaje cinematográfico en España. En 1987 estrena Madrid, que mezclaba documental y ficción con la representación de una España supuestamente nueva. Seis años antes de su muerte, el pasado agosto, salió a la calle, cámara en mano una vez más, para retratar el 15-M en el que sería su último filme, Libre te quiero (2012). 

"La idea de hacer esta exposición viene de un momento en que Madrid estaba inundado de manifestaciones antitodo: anti matrimonio homosexual, antiaborto, anti proceso de paz en el País Vasco... Yo tenía la sensación de no reconocer Madrid", explica Oliva María Rubio, comisaria de la muestra. Entonces se refugió en el Madrid retratado por Patino, el de la resistencia al fascismo y a la miseria, y el que se reconstruía tras la dictadura franquista. "Desgraciadamente se ha convertido en un homenaje póstumo, pero estaba pensado hacerlo en vida de él", explica. Homenaje literal, porque durante la inauguración, el martes, sus colaboradores y amigos —José Luis García Sánchez, Luis R. Aizpeolea, Javier Rioyo, Fanny Rubio...— se reunieron para celebrar la vida y el trabajo del director. En los expositores, una buena muestra de fotografías de época —Rubio es directora de La Fábrica, empresa de gestión cultural dedicada a este medio— y recortes y correspondencia del archivo del cineasta

Un chotis doloroso

Tras estrenar con éxito dos películas de ficción —Nueve cartas a Berta (1966), Concha de Plata en San Sebastián, y Del amor y otras soledades (1968), que llega a la Mostra de Venecia—, Patino escucha, en un viaje en coche, a Carmen Martín Gaite cantar por Concha Piquer. Poco después lee la serie de reportajes Crónica sentimental de España, publicados en la revista Triunfo en 1969, en los que Manuel Vázquez Montalbán analizaba el calado de la copla y otras manifestaciones de la cultura popular en el imaginario colectivo. De ahí, y del complejo de culpa de no haber conocido la cara más dura de la posguerra, refugiado en la buena posición de su familia en Salamanca, nacerá Canciones para después de una guerra

Viendo cómo resultó la exhibición de la obra, prohibida por el régimen hasta la muerte de Franco, cuesta concebir que se permitiera siquiera su filmación. Patino rastrea el archivo del NO-DO y de la Filmoteca Nacional para tocar, a través de imágenes y música aparentemente desligadas, los recuerdos traumáticos que tantos españoles se habían obligado a sí mismos a olvidar. La sopa clara del Auxilio Social y las colas para el racionamiento, con la melodía de "La bien pagá", de Miguel de Molina —exiliado, además, en 1942—, se cargaba de una crítica ácida que jamás hubieran podido imaginar los censores. El "Ya hemos pasao" de Celia Gámez, sobre las imágenes de la entrada de los fascistas en Madrid, redobla la humillación. Resultado: el crítico del diario franquista El Alcázar pide su prohibición, Carrero Blanco la ve y el régimen la borra del mapa, hasta el punto de afirmar que tal película jamás había existido cuando algún festival internacional pregunta por ella. Ni la censura ni Franco serían eternos y se reestrena en 1976 , convirtiéndose en una de las referencias culturales de la Transición.  

Pero es quizás Caudillo la película que sustenta con mas firmeza la exposición. Patino comienza el rodaje de esta biografía sui generis —sería, digamos, un estudio de Franco a través de sus efectos políticos y sociales— de manera clandestina, rastreando los archivos extranjeros para dar con imágenes desconocidas de la Guerra Civil. "Caudillo era para mí un impulso por conocer realmente qué fue aquello de la Cruzada, dirigida y ganada por Franco, origen de tanta violencia como nos ha condicionado y me parece que nos sigue condicionando sin acabar de explicárnosla del todo", diría el cineasta. En la muestra se expone un fragmento en el que Héctor Alterio, reconocido ya en el mundo del cine, recita dos poemas de Pablo Neruda, "Madrid, 1936" y "Explico algunas cosas". "Yo vivía en un barrio / de Madrid, con campanas, / con relojes, con árboles", dice el actor mientras el cineasta muestra imágenes de calles levantadas por los bombardeos. 

El director esperó a la muerte de Franco y las primeras elecciones para solicitar los permisos de rodaje para una película que, en realidad, estaba ya terminada. Pero, incluso sin el peso de la censura, sufrió las presiones del Gobierno: en el Festival de Berlín, Uniespaña —sindicato vertical del Ministerio para las ventas internacionales— mandó retirar los carteles de la película, y el Ministerio trató de negarle la financiación que le correspondía por ley. 

"Contradictorio y combativo"

"Patino está ganado de antemano por el carácter abierto, solidario, contradictorio y combativo de Madrid", señalaba el historiador de cine Carlos F. Heredero, y recoge la muestra. Según él, en Madrid el cineasta defendía que "el pueblo de Madrid que participó masiva y colectivamente en su defensa frente a las tropas fascistas, y que resistió el asedio sin rendir un ápice de su protagonismo popular, sería el mismo Madrid que hoy [en 1987] palpita en torno a las manifestaciones antiOTAN, el entierro de Tierno Galván, el ambiente de las corralas, de las verbenas, de la Movida o de los patos en el agua limpia del Manzanares". Como él dice, esta tesis es "tan sugerente como discutible", pero sin duda continúa en Libre te quiero, el canto de Patino, al final de su vida, al 15-M, fruto de más de 25 horas de grabación en aquellos días de tiendas de campaña y aires de cambio. "Esto es solo el principio", se cantaba. 

"Las películas no investigan ni exploran la ciudad: la inventan o la sueñan." La cita del cineasta cierra la muestra en el Fernán Gómez. Su ciudad —metonimia, a menudo, del país entero—, la de la resistencia, es seguramente más sueño que cruel realidad. Sin embargo, advierte: "Aun los inventos o los sueños filtran una forma de verdad, por superficial que parezca, y toda película es una fuente de datos para la reconstrucción de su historia y de quienes y para quienes la produjeron: son la expresión de sus insatisfacciones, sus deseos y carencias". Sin Martín Patino, alguien tendrá que ir pensando en unas Canciones para después de una crisis

¿Qué se lee en los carteles que pueblan la ciudad? ¿Qué se entrevé en los nombres de las calles o en los anuncios de los negocios? Depende de quien mire. Si lo hace el cineasta Basilio Martín Patino (Lumbrales, Salamanca, 1930-Madrid, 2017)​, la ciudad parece inusualmente locuaz. Se ve en Paseo por los letreros de Madrid, un cortometraje de 1968 en el que el director de cine señalaba, con un montaje rompedor, que en la capital ya no había cafés cantante, sino bancos; que la reina de la ciudad era Cibeles y no, por ejemplo, Teresa de Ávila; que en el barrio de Salamanca gobierna un callejero de hombres ilustres —Juan Bravo, Núñez de Balboa— mientras que en Usera, barrio humilde del sur, los obreros viven en calles con el nombre del promotor y de sus desconocidos familiares. 

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