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“En el plano largo, es un personaje de una sola pieza. En el plano corto, es un rompecabezas”. Así define a Emilia Pardo Bazán (A Coruña, 1851-Madrid, 1921) la exposición que celebra el centenario de su muerte en la Biblioteca Nacional de España desde el 9 de junio. La complejidad de la escritora, autora de obras como Los pazos de Ulloa o Insolación e intelectual de enorme importancia pública en su momento, era lo que movía ya la biografía que le dedicó Isabel Burdiel en 2019. Y es lo que mueve también la muestra que ella misma comisaría. “No todos tenemos que ser de una pieza en todos los sentidos, y la falta de contradicciones no siempre es en sí misma un valor positivo, porque puede haber contradicciones muy fructíferas”, defiende Burdiel, Premio Nacional de Historia en 2011 por su trabajo sobre Isabel II. Sobre todo, dice, cuando se aborda un periodo complejo en el que España veía nacer un sujeto político nuevo, como eran las masas de trabajadores, al tiempo que perdía su potencia imperial, un momento de grandes clausuras y de grandes aperturas históricas.
La muestra, abierta hasta el 26 de septiembre, aborda esa ambivalencia a partir tanto de documentos privados, familiares, como de documentos públicos, extensamente reproducidos y leídos en su día, como los muchísimos artículos publicados por ella y sobre ella en la prensa de la época. Ambos componen un personaje dual, que llevó su militancia a su vida privada pero que a menudo también conjugó una y otra con no pocas contradicciones. “Lo que me planteó Pardo Bazán”, señala Burdiel, “es una pregunta muy inquietante que no está respondida, que es si se puede ser progresista y conservador a la vez”. Cree que la propia escritora no se dio una respuesta clara, o al menos lo hizo únicamente por la vía de los hechos, amalgamando una serie de comportamientos que hoy siguen provocando sorpresa y que en la época fueron inmensamente polémicos. Eso es también lo que otorga a sus obras, defiende, la posibilidad de ser leídas siempre de forma nueva: “Sus libros están muy abiertos, porque ella está preguntándose cosas en el momento en que escribe”. La tribuna, la primera gran novela española en tener a mujeres obreras como protagonistas, ¿es progresista por apreciar el potencial literario y político de las trabajadoras o conservadora porque el personaje principal acaba siendo castigado? No es fácil responderlo.
La exposición Emilia Pardo Bazán. El reto de la modernidad muestra, por ejemplo, el ambiente excepcional en que se crió la autora: hija única en un momento en que eso era toda una excepción, sus padres, “ricos, educados y liberales”, diputado él y gran aficionada a la pintura ella, no le dieron una educación formal, pero sí acceso casi ilimitado al dibujo y a la lectura, que practicó ávidamente desde pequeña. “Era yo de esos niños que lee cuanto cae por banda, hasta los cucuruchos de especias y los papeles de rosquillas”, escribiría ella misma en sus Apuntes autobiográficos de 1886. Sin embargo, abandonó las creencias políticas familiares para iniciarse pronto en una militancia carlista que le fascinaría —con una dedicación desigual— toda la vida. Era una devota católica que acabó desoyendo a su confesor, una defensora del matrimonio que tardó poco en separarse, una condesa preocupada —a menudo de manera paternalista— por las condiciones de las obreras, una autoproclamada feminista cuando el término estaba lejos de ser popular y, al mismo tiempo, una escéptica ante las virtudes de la democracia que defendía una sociedad elitista en el que el pueblo se dejara guiar.
Vista de la exposición Emilia Pardo Bazán. El reto de la modernidad, en la Biblioteca Nacional de España. / EFE
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“Tres acontecimientos muy importantes de mi vida se siguieron muy de cerca: me vestí de largo, me casé y estalló la Revolución de Setiembre de 1868”, escribiría la autora. Pero no tardaría en producirse otra revolución, esta vez personal: el nacimiento de sus tres hijos, entre los 25 y los 30, la separación discreta de su esposo, José Quiroga, y el ascenso meteórico de su carrera como escritora. La tribuna (1883) primero y Los pazos de Ulloa (1886) después la convertirían en una intelectual de primera fila. En el acceso a la exposición se recuerda que Pardo Bazán “declinó en femenino un término netamente moderno, el de intelectual, que desde el principio tiene una fuerte connotación masculina que es necesario cuestionar y ampliar”. A lo largo de la muestra se suceden los artículos de prensa referidos a la creadora, las caricaturas y anuncios con su efigie, las cartas que eminentes pensadores intercambiaban sobre ella y los debates que fue sembrando alegremente a su paso. La cuestión palpitante (1883), recopilación de escritos aparecidos en prensa, sería un debut comentadísimo: hoy defender el naturalismo puede parecer poco arriesgado, pero que en aquel momento un escritor —y aún más, una escritora, e incluso más, una escritora casada y conservadora— defendiera la separación necesaria entre moralidad y literatura resultó todo un escándalo.
Ahí, Pardo Bazán fue coherente: pese a ser una ferviente católica y defender el papel político de la Iglesia, no se doblegó a la moral social de la época. Hoy son conocidos sus amoríos con Lázaro Galdiano —al que regaló su poemario Jaime encuadernado en uno de sus guantes, una coquetería que muestra la Biblioteca Nacional— o con Pérez Galdós —al que trata de “chiquito mío” y amenaza tiernamente con “aplastar” cuando le eche encima “el cuerpote todo”—, y la exposición los recoge sin morbo, con un enfoque más moderno del utilizado en el pasado. Pero no fueron esas relaciones, ni su separación, muy discreta, lo que hizo de ella una mujer polémica. Fueron otras cosas. Otras que todavía hoy muchos discutirían. Un ejemplo, escrito en 1892: “Aspiro, señores, a que reconozcáis que la mujer tiene destino propio; que sus primeros deberes naturales son para consigo misma, no relativos y dependientes de la entidad moral de la familia que en su día podrá constituir o no constituir; que su felicidad y dignidad personal tienen que ser el fin esencial de su cultura”. La muestra se detiene en el debate feminista que más tinta hizo correr en su día: su candidatura a formar parte de la Real Academia Española, candidatura que fue apoyada por algunos y finalmente rechazada con gran animadversión por la mayoría. “He sido, en los treinta y pico años de mi carrera literaria, el más atacado y combatido de los escritores españoles”, escribiría con amargura en el tramo final de su vida, en 1912.
La exposición se ocupa también de su legado. “El paso de los años y del franquismo”, deja escrito la comisaria en la muestra, “la había convertido en una figura acartonada, conservadora, relegada a su papel de novelista regional gallega”. Ya no es así, asegura a este periódico: “Veo un interés enorme por ella entre los lectores. Para mí, el objetivo de esta exposición es que la gente lea a Pardo Bazán. Porque yo creo que tiene un reconocimiento muy importante en España y fuera, como una de las grandes escritoras de su generación, pero eso no se ha trasladado lo suficiente al público”. Esa sería una justa forma de restitución. Otra es más física y patrimonial: la muestra recuerda la enorme importancia que el Pazo de Meirás tuvo para la autora, que construyó allí sus Torres —así llamó a su casa familiar, nunca llamó “pazo”— y que veía en aquellos terrenos “el lugar de 'La Quimera', de lo bello y lo bueno”. Lo tenía todo preparado, explica la exposición, para ser enterrada allí, en la capilla, pero sus descendientes desoyeron sus deseos y además vendieron en 1938 los terrenos al Ayuntamiento, que había abierto una “suscripción popular” para regalarlos a Franco. “Restituir allí la memoria de Emilio Pardo Bazán”, reivindica la muestra, “puede ser la mejor manera de recuperar el espíritu con el que se construyeron aquellas torres”. Si el espíritu de Pardo Bazán está vigilante, y si tiene la misma determinación que su versión mortal, más vale que así sea.
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