La creatividad pasa página

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El poeta maldito Stéphane Mallarmé fue precursor de algunas las muchas innovaciones que llegarían con las vanguardias del siglo XX. Algunas se escaparon de su campo estricto de trabajo, la palabra, para hibridarse con el arte. Su obra experimental Una tirada de dados jamás abolirá el azar, de 1897, es el más claro ejemplo de ello. Más allá de la estética lírica, los poemas de aquel libro reflejan una especial sensibilidad para con lo visual. Los espacios en blanco dicen tanto como las letras, y las marcas de tinta sobre el papel quieren evocar formas tanto como las imágenes metafóricas de los versos.

A partir de aquella aportación del francés se abrió todo un nuevo campo para la creatividad: había nacido –aunque bien es cierto que hubo precedentes, más o menos directos- el libro de artista. A modo de homenaje al género, abierto a muy distintas aproximaciones y materializaciones, la fundación Juan March de Madrid ha organizado una pequeña pero exquisita muestra, Libros (y otras publicaciones) de artista, 1947-2013, abierta  durante el mes de agosto. El paréntesis –las otras publicaciones- alude, además de a revistas, a la práctica del arte postal, que cultivaron a lo largo del siglo XX los más diversos creadores.

'WC4 Box'83', autoría múltiple, 1983.

El inicio del recorrido de la exposición lo marcan dos donaciones hechas a la Fundación Juan March, que en general ha tirado de sus fondos para levantarla: las de las bibliotecas de Fernando Zóbel y Julio Cortázar. El primero, pintor y fundador del Museo de Arte Abstracto de Cuenca, fue además un gran bibliófilo, llegando a recopilar a lo largo de su vida más de dos millares de ejemplares raros, incunables, manuscritos o piezas de artista. Algo parecido le ocurrió al escritor argentino, que acumulaba igualmente libros, revistas y otras publicaciones, de las que se puede ver una selección de las que más se acercan a esa idea un tanto volátil de 'libro de artista'.

Los formatos de estos volúmenes, de ediciones únicas o limitadas, algunas firmadas –es decir, tratadas como obras de arte- son de lo más variado y no responden a ninguna categorización u organización temática. Hay libros-objeto, como unos discos de Octavio Paz; hay ediciones moldeadas como un acordeón; hay algunos manuscritos; otros que presentan litografías u otros grabados; otros con fotografías, con texto o sin él… Los hay que han sido realizados en colaboración entre escritores y artistas, otros obra solo de estos últimos, hay revistas colaborativas, postales y así, hasta alcanzar 118 piezas, realizadas por una cincuentena de autores.

Alexander Calder, 'Derrière le miroir Nº73(2)', 1968.

Entre estos, despliegan igualmente todo un muestrario de estilos y procedencias, con nombres reconocidísimos como Salvador Dalí, Eduardo Chillida o Antoni Tapiès y también de otros algo menos sonados. Como ejemplo paradigmático de revista de arte se exhiben varios números de Derrière le mirroir, editada por la mítica galería parisiense Maeght entre 1946 y 1982. Las más de 250 ediciones de la publicación que vieron la luz entre 1946 y 1986 incluían cuidados textos de las mejores firmas con obra gráfica de sus artistas representados, muchas veces original. Especialmente llamativo es uno de esos ejemplares con litografías del escultor estadounidense Alexander Calder, el hombre de los móviles voladores.

El poeta maldito Stéphane Mallarmé fue precursor de algunas las muchas innovaciones que llegarían con las vanguardias del siglo XX. Algunas se escaparon de su campo estricto de trabajo, la palabra, para hibridarse con el arte. Su obra experimental Una tirada de dados jamás abolirá el azar, de 1897, es el más claro ejemplo de ello. Más allá de la estética lírica, los poemas de aquel libro reflejan una especial sensibilidad para con lo visual. Los espacios en blanco dicen tanto como las letras, y las marcas de tinta sobre el papel quieren evocar formas tanto como las imágenes metafóricas de los versos.

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