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¿Cultura y desarrollo? Cultura es desarrollo

La cultura es, ya saben, ese ente inmaterial que nos conecta con el tiempo y el espacio, que nos ayuda a comprendernos a nosotros y a los demás. Ese concepto casi espiritual que mezcla conocimiento e imaginación, que los amalgama y los moldea para dar forma a nuevas realidades. Contado así, posiblemente alguna mente más pragmática que todo esto se encuentre ya pensando en abandonar la lectura. No se precipiten: vamos a hablar de los medidores objetivos del valor de la cultura, cada vez más dejada de lado por considerarse innecesaria en tiempos de necesidad; metodologías destinadas a desentrañar cómo se traduce en el mundo material esa capacidad intangible de promover el desarrollo.

Sobre estas cuestiones trató la ponencia impartida por la asesora cultural María Fernández-Sabau el pasado miércoles en La casa encendida de Madrid, una de las varias charlas que conformaron el I Foro de Cultura y buenas prácticas. La jornada, que arrancó con una presentación sobre la responsabilidad social de las instituciones culturales, terminó cerrando el círculo al final del día con una reflexión desde el punto de vista del ciudadano. Entremedias, Fernández-Sabau, consultora especializada en planificación estratégica de museos y otras instituciones culturales, puso el foco en las posibles maneras de medir cómo la cultura sirve para fomentar el avance humano como lo hacen la educación o la sanidad.

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Con unos planteamientos heredados de la metodología aplicada a los proyectos de ayuda al desarrollo, los países más avanzados han ido aplicando en los últimos años medidores para averiguar en qué se traduce la aportación de la cultura. “Cada vez se reconoce más que tiene un impacto en otros sectores, y es ahí donde se puede medir su valor: cuando crea felicidad o mejora el bienestar. La cuestión es saber explicar lo que hacemos en un lenguaje relevante para el ciudadano”, explica la experta, que señala que, tanto dentro como fuera de España, se está dando lugar a metodologías “imperfectas pero valiosas”.

Instituciones internacionales como la Unesco son, en este sentido, las que llevan la cabecera. Basado en una batería de indicadores, se valen de un método que pretende que la cultura se convierta en un eje transversal con otros sectores: la economía, la educación, el patrimonio, la comunicación, la gobernanza, la participación social y la igualdad de género. En relación con estos, es como se miden los efectos positivos de la cultura. Otras propuestas, como la del Retorno social de las inversiones (SROI, que se utiliza en otros campos más allá de la cultura) identifican grupos de interés –que podrían ser los espectadores, los trabajadores de una institución, su patronato…- para establecer cuáles son los cambios que se generan en ellos a partir de las actividades desarrolladas.

Con las pilas puestas desde el varapalo de la crisis, las instituciones culturales españolas, dice Fernández-Sabau, ya han empezado a trabajar. “Y en el futuro creo que van a ir a más por tres razones: como ciudadanos, la crisis nos ha hecho más exigentes; por la necesidad de las instituciones culturales, que ya no tienen la financiación asegurada y ahora deben aprender a ponerse en valor ante el inversor o el espónsor; y porque los posibles donantes quieren ver un retorno o impacto”. Entretanto, una de las trabas que se deberán superar en España será la falta de cohesión dentro del mundo de la cultura, en el que existen muchas asociaciones pero ninguna en común. “Esto hace que el impacto sea bastante limitado”, dice Fernández-Sabau. “Haría falta unión y alineamiento, no como ha pasado con el IVA, que parece que ha dado lugar a una especie de pelea interna en el sector cultural, cuando lo que haría falta es organizarse de manera más coherente”.

La cultura es, ya saben, ese ente inmaterial que nos conecta con el tiempo y el espacio, que nos ayuda a comprendernos a nosotros y a los demás. Ese concepto casi espiritual que mezcla conocimiento e imaginación, que los amalgama y los moldea para dar forma a nuevas realidades. Contado así, posiblemente alguna mente más pragmática que todo esto se encuentre ya pensando en abandonar la lectura. No se precipiten: vamos a hablar de los medidores objetivos del valor de la cultura, cada vez más dejada de lado por considerarse innecesaria en tiempos de necesidad; metodologías destinadas a desentrañar cómo se traduce en el mundo material esa capacidad intangible de promover el desarrollo.

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