Kafka, Bacon, Fellini o Kubrick forman el ADN estético del incansable David Lynch, cada vez más propenso a cruzar el umbral del cine para sumergirse en experiencias sensoriales diversas.
Su segundo álbum, The big dream, acaba de ver la luz en medio de las tinieblas de su tormento interior. El David Lynch músico igual de expresionista que el fílmico. Recovecos intrincados. Caminos que se entrecruzan. Obsesiones filtradas a través de su prisma poliédrico.
I'm waiting here, con la voz invitada de la sueca Lykke Li y un vídeo que recuerda a su película Carretera perdidaCarretera perdida, fue el anticipo de un disco que continúa por la senda de su primera grabación, Crazy clown time, de 2011.
A sus 66 años, Lynch centrifuga sonidos que beben de David Bowie, Trent Reznor, Nick Cave o el techno underground. El resultado es fastuoso, perturbador, inquietante, de una vigencia que le permite dar lecciones a más de un jovencito indie.indie
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The big dream llega después de que el autor de largometrajes como Cabeza borradora, El hombre elefante, Terciopelo azul o Mulholland Drive haya dirigido el último videoclip de Nine Inch Nails (como también hizo en su día con Michael Jackson o Moby).
Mientras planea congelar sus criaturas cinematográficas, convoca a la vida social parisina en su club Silencio, una aventura empresarial que corre paralela a su faceta pictórica (marcada por el expresionismo, cómo no) tras abrir sus puertas en otoño de 2011. Los mejores DJs pasan por su cabina, mientras se puede asistir a presentaciones exclusivas de libros o proyecciones de cine independiente.
David Lynch, que ya revolucionó la pequeña pantalla con la serie Twin Peaks, planea su retorno a la televisión. Hasta entonces, suenan sin cesar canciones que, por momentos, hasta se pueden bailar, caso de Good day today o Strange and unproductive thinking.
Kafka, Bacon, Fellini o Kubrick forman el ADN estético del incansable David Lynch, cada vez más propenso a cruzar el umbral del cine para sumergirse en experiencias sensoriales diversas.