1970, Juan Benet: "[Benito Pérez Galdós es] un escritor de segunda fila elevado (casi por razones de prestigio nacional) al rango de patriarca de las letras. Y no soy capaz de ver sino dos grandes razones que amparen —más que cualesquiera otras— el presente estado de cosas: la primera es la carencia de un escritor mejor; la segunda es la todavía vigente alineación de Galdós a la in illo tempore izquierda española". 2020, Javier Cercas: "De un tiempo a esta parte la novela española vive el retorno de un realismo didáctico, moralista y edificante, que yo no creo que lleve muy lejos, pero que quizá es una de las razones del fervor renovado por Galdós. (...) No le hacemos ningún favor a la literatura —ni siquiera a Galdós— cuando, llevados por el celo patriotero o por el legítimo entusiasmo, lo elevamos a la altura de Dickens o Flaubert, de Tolstói o Conrad o Dostoievski; es decir, a la de los mejores de sus contemporáneos".
La última polémica que ocupa a la cultura española no resulta precisamente nueva: el debate en torno al valor artístico del realismo y de su máximo exponente en España, el autor de Fortunata y Jacinta, tiene ya la friolera de 130 años, los que han transcurrido desde la publicación de su obra cumbre. Pero el domingo 9 de febrero, Javier Cercas respondía duramente a un artículo de pocos días antes en el que la escritora Almudena Grandes alababa el compromiso político y literario del autor canario. Antonio Muñoz Molina respondía entonces a Cercas —"Una tradición española casi escandinava también ya de tan antigua es la de mostrar la modernidad de uno mismo como novelista perdonándole la vida a Pérez Galdós", decía—, que le daba la réplica de nuevo en el que es, hasta ahora, el último episodio de la discusión, a la que se han unido desde entonces otros escritores, la mayoría en defensa del novelista decimonónico, de cuya muerte se cumplían cien años el pasado 4 de enero.
"Esto no es nuevo, siempre ha habido polémica en torno a Galdós, incluso cuando era el mejor escritor de su tiempo", dice el historiador Francisco Cánovas, autor de Benito Pérez Galdós. Vida, obra y compromiso (Alianza), última biografía del autor. Él sostiene, además, que la conversación se articula en torno a los mismos ejes que cuando vivía el autor, o que hace más de cincuenta años, cuando se reconstruía el legado del novelista desde el exilio. "¿Qué revela esto?", se pregunta. "Por una parte, que Galdós está vivo. Esta polémica es una evidencia de que el legado de Galdós sigue siento relevante. Pero también que la crítica no ha avanzado, que está reproduciendo perspectivas que tienen un siglo o, como poco, medio". Celebran también el debate la escritora Marta Sanz, comisaria junto a Germán Gullón de la exposición sobre el autor organizada por la Biblioteca Nacional —"estamos de enhorabuena", dice, "está muy bien que estos temas salgan a la palestra"—, y el editor Jesús Egido, responsable del sello Reino de Cordelia y de publicaciones como su Fortunata y Jacinta ilustrada por Toño Benavides.
El autor que "nunca fue neutral"
"Creo que estos debates siguen vigentes porque no se han llegado a resolver nunca y porque nunca se resolverán", dice Sanz. "Siempre habrá puntos de vista en lo que se refiere a si la literatura, además de reflejar la realidad, es una manera de construirla". Toca la escritora una de las principales pegas puestas por Cercas a la literatura galdosiana. Si Almudena Grandes elogiaba que el autor canario "nunca fue neutral" y se comprometió con los debates políticos de su tiempo, también en su literatura, el autor de Soldados de Salamina se lo afeaba. Y citaba, para ello, a uno de los referentes de Galdós, a Gustave Flaubert, que en 1852 escribía: "El autor debe estar en su obra como Dios en el universo: presente en todas partes, pero sin que se le vea en ninguna". Puesto que el canario dejaba ver en sus novelas su línea política, faltaba a la doctrina de Flaubert y por lo tanto fracasaba.
Marta Sanz ha escrito mucho, precisamente, sobre la figura del narrador neutral: "Son una impostura, un espejismo", defiende, "porque la literatura siempre tiene un sesgo autobiográfico, y la ideología del autor o autora siempre asoma la patita por debajo de la puerta. Yo busco otras fórmulas de firmar un pacto diferente con los lectores". Es decir: pedirle al autor que esté "presente en todas partes, pero sin que se le vea en ninguna" es inútil o, en todo caso, un ejercicio de mala lectura; el escritor no es nunca un narrador objetivo, incorpóreo, sin condicionamientos políticos; siempre habrá ideología en una obra, pero esta se hará más o menos patente en la medida en que contradiga o afirme el sentir hegemónico. "Lo que no se puede decir por principio, de una manera dogmática", lanza la escritora, "es que que el autor se vea en su obra está mal y es doctrinario, o que el autor que no se vea en su obra no está lo suficientemente comprometido".
Fue precisamente el compromiso político lo que, según Francisco Cánovas, le granjeó enemigos a Galdós: "Se le ha criticado porque se mojó mucho, porque defendió la República, el laicismo y la democracia avanzada. Los enemigos de Galdós siempre han estado entre las filas conservadoras, y se encontraban particularmente entre los jesuitas". El escritor fue diputado primero con el Partido Liberal y después, desengañado, con la Conjunción Republicano-Socialista. Criticó la influencia de la jerarquía católica y la decadencia de la aristocracia; fue muy cercano a Pablo Iglesias y un gran defensor de la Institución Libre de Enseñanza. Y trasladó esto a su escritura: su concepción de la novela la dibujaba como un instrumento para lograr la transformación social, y proyectos como los Episodios nacionales tenían un gran peso pedagógico, como vehículo de una historia desconocida para el gran público.
Eso fue, entre otras cosas, lo que le valió el rechazo del canon franquista y lo que propició su reivindicación entre los escritores republicanos, antes de la guerra o en el exilio. Dijo de sus obras Luis Cernuda: "Cuántas veces resuena en ellas el eco histórico y es en ocasiones elementos de la trama. Sin embargo, lejos en el pasado aquella época, cambiada la sociedad, sus novelas siguen siendo vivas y actuales, como si el tiempo no se hubiera movido". Y Antonio Machado, en vida del escritor: "No es solo Galdós el más fecundo de los novelistas españoles, es además el más fuerte, el más creador, el más original entre los maestros de su tiempo".
A vueltas con el realismo
Aseguraba Cercas que "de un tiempo a esta parte la novela española vive el retorno de un realismo didáctico, moralista y edificante". Si hay un debate antiguo en torno a Galdós, ese es sin duda el que concierne al realismo: el canario fue el principal defensor de esta corriente en España, junto a Emilia Pardo Bazán o Leopoldo Alas, Clarín. "Eso de que el realismo es una fotografía, algo extraliterario, ya se decía entonces", recuerda Francisco Cánovas, "y Clarín respondía que el naturalismo era artístico, que cualquier escritor, utilice la lupa que utilice, no ve igual la realidad que otro. Y que no es una fotografía sociológica sino artística". Cercas ha asegurado que él "no tiene nada que ver" con el realismo —si acaso, dice, con el "hiperrealismo"—, pero también sería difícil acomodar en la estirpe del realismo decimonónico a autoras que sí han defendido en los últimos días a Galdós, como Cristina Morales, último Premio Nacional de Narrativa, o la propia Marta Sanz.
En la crítica al realismo como corriente literaria, ve esta última "la idea de que la realidad política, lo pequeño, los garbanzos, lo obsceno, mancha el altar sagrado de la literatura, que debe estar ocupado por lo innombrable, por lo trascendente, por esa sustancia que no se puede tocar". Algo más o menos parecido decían sus críticos mientras él todavía escribía: el autor bohemio Ernesto Bark hablaba, en 1897, del "sabor prononcé de puchero caseroprononcé " de la literatura galdosiana; el crítico y periodista García Sanchís se burlaba en 1908 del "tufillo casero" de su prosa. "A mí me parecen estupendos de los libros que hablan de las zonas invisibles y de las nebulosas", continúa Sanz, "que hablan del espacio no nombrado, pero también hay novelas de tesis que me parecen estupendas. Me parece bastante empobrecedor establecer juicios de valor sobre la literatura que se ciñan a una sola manera de entenderla".
Habla Cercas, particularmente, del uso de Galdós de la Historia con mayúsculas, particularmente notorio en los Episodios nacionales pero presente en toda su obra. "Lo que ellas enseñan", decía, sobre las novelas del escritor canario, "ya lo enseñan los libros de historia, mientras que lo que enseñan las grandes novelas (el Quijote, Madame Bovary, El proceso) no puede aprenderse más que leyéndolas: no es una verdad histórica, concreta, factual, sino una verdad moral, universal, esa verdad elusiva, huidiza, paradójica, contradictoria y esencialmente irónica que sólo las novelas contienen, y que sólo cabe llamar verdad literaria". Resulta especialmente significativa la crítica, viniendo del autor de lo que ha bautizado como "novelas de no ficción", libros como Anatomía de un instante, que reconstruye el fallido golpe de Estado de 1981, de Soldados de Salamina, donde figuran personajes históricos como Rafael Sánchez Mazas, o de El monarca de las sombras, donde aborda la Guerra Civil desde su historia familiar.
Una de comparaciones
Otro de los argumentos esgrimidos por Cercas es que la obra de Galdós palidece frente a la de otros narradores europeos. "No sé por qué hay que denostar a un señor que, en todo el mundo, incluido Estados Unidos o Inglaterra, está considerado uno de los grandes escritores de su época", protesta Jesús Egido. No es difícil encontrar estudios de literatura comparada sobre el realismo europeo en los que se habla de Flaubert, Balzac, Zola o Galdós sin que el investigador se vea impelido a establecer un ranking, pero es cierto que la comparación entre los autores de una misma corriente fue habitual desde su llegada a España.
Lo hizo Clarín, por ejemplo: "Los dos únicos novelistas vivos que me gustan en absoluto son usted y Zola. ¿Qué le falta a usted? Muchas cosas que tiene Zola. ¿Y a Zola? Muchas que tiene usted". O Machado: "No iguala a Dickens en el arte de apuntar el detalle, pero lo supera en la visión sintética y creadora que se apodera del carácter". Y lo hace ahora Egido: "Dicen que Dickens es más moderno, pero Dickens tiene un fallo que Galdós no tiene: sus secundarios son maravillosos, pero sus protagonistas no se sostienen; en Fortunata y Jacinta, por ejemplo, son todos buenos, no hay ninguno que se le caiga". Y Francisco Cánovas: "¿Galdos es menos por ser costumbrista? ¿Y entonces Faulkner?".
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Aquí entra otro de los obstáculos que ha tenido que vencer la literatura de Galdós para ser considerada de prestigio, según Marta Sanz: "Hay una especie de prejuicio frente a lo local, frente a una idea de universalidad que yo no comparto, porque creo que esa idea de universalidad está condicionada por el discurso hegemónico, que es el de la sentimentalidad anglosajona". "Alabamos su capacidad para describir un ambiente social como es la España del siglo XIX, que es algo que cuenta magníficamente", apunta por su parte Jesús Egido, "¿tendría más valor si fuera la Inglaterra o la Francia del siglo XIX?". El editor señala que Galdós estuvo, además, muy conectado con las corrientes europeas, y no es "un autor aislado" o que vaya "a remolque": "Fue un hombre tremendamente moderno, leyó por supuesto a todos los realistas y naturalistas, viajó muchísimo, estuvo incluso preparando un viaje al Polo Norte, que finalmente se frustró, tradujo a Dickens...".
De su prestigio internacional hablan elocuentemente sus sucesivas candidaturas al Nobel de Literatura. En 1912, se hicieron llegar más de 700 firmas de escritores, críticos y periodistas a la Academia Sueca reclamando el galardón, y lo mismo se repitió en 1913, pero sus detractores hicieron llegar también sus quejas a la institución, frustrando el intento. En 1915, el historiador Harald Hjärne, presidente del Comité del Nobel, desarrolló un extenso informe sobre la obra de Galdós, cuya candidatura defendió todo el Comité, pero el premio acabó siendo otorgado finalmente a Romain Rolland. Al año siguiente, volvió a proponerle el propio Hjärne, pero fracasó de nuevo.
"La literatura española sigue siendo en muchos aspectos como el África del siglo XIX, con muchos territorios vírgenes que aún no conocemos", lanza Egido. En su opinión, si a Galdós "se le considera inferior" a sus pares europeos es "porque no está convenientemente estudiado". En su opinión, el retraso de décadas en el estudio académico de Galdós, que durante el franquismo "fue muy limitado, por no decir nulo", ha afectado a su prestigio, y "si no llega a ser por [Ricardo Gullón] y los hispanistas, los estudios de Galdós estarían a medias". "Ni siquiera hay", dice, "una edición canónica de Galdós, como tienen los ingleses en las de Oxford o Cambridge". Además de las reediciones y homenajes, ahora su nombre ha copado las secciones de Cultura por unos días. Algo es algo.
1970, Juan Benet: "[Benito Pérez Galdós es] un escritor de segunda fila elevado (casi por razones de prestigio nacional) al rango de patriarca de las letras. Y no soy capaz de ver sino dos grandes razones que amparen —más que cualesquiera otras— el presente estado de cosas: la primera es la carencia de un escritor mejor; la segunda es la todavía vigente alineación de Galdós a la in illo tempore izquierda española". 2020, Javier Cercas: "De un tiempo a esta parte la novela española vive el retorno de un realismo didáctico, moralista y edificante, que yo no creo que lleve muy lejos, pero que quizá es una de las razones del fervor renovado por Galdós. (...) No le hacemos ningún favor a la literatura —ni siquiera a Galdós— cuando, llevados por el celo patriotero o por el legítimo entusiasmo, lo elevamos a la altura de Dickens o Flaubert, de Tolstói o Conrad o Dostoievski; es decir, a la de los mejores de sus contemporáneos".