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Los desafíos de los primeros Oscar de la 'era Trump'

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Cientos de millones de personas en 225 países. Es la audiencia estimada de la gala de los Premios Oscar, según la propia Academia de Hollywood, que desempolva ya la alfombra roja para la celebración que tendrá lugar en la madrugada del domingo al lunes. Esto convierte el show en uno de los mayores eventos televisados del mundo, además de una demostración de fuerza de la industria cultural más potente del planeta. Es un momento de celebración del cine estadounidense, pero también una construcción del canon en vivo y en directo: los Oscar deciden qué es relevante y qué no, qué merece reconocimiento y qué queda al margen. Este año es de nuevo todo eso, pero lo es por primera vez en la era Trump. Una presidencia que ha puesto en estado de alerta a buena parte de Estados Unidos (y del mundo), y que parece demandar una respuesta de la —liberal— industria del cine. La tensa relación entre los artistas y la administración del 45º presidente parece presagiar una ceremonia incluso más política que cinematográfica. 

El discurso de la actriz Meryl Streep en la ceremonia de los Globos de Oro, donde recogía el premio Cecil B. DeMille a toda su carrera, sienta las bases del tono de la noche. Entonces, la intérprete recordó que Hollywood es "un montón de gente de otros sitios", desde Amy Adams hasta Dev Patel pasando por Natalie Portman o Ruth Negga. Y también encontró tiempo para atacar al presidente y su burla de un periodista con discapacidad: "Cuando los poderosos usan su posición para acosar a otros, todos perdemos". Por último, recordaba a sus compañeros "el privilegio y la responsabilidad" de su trabajo, que incluye los discursos de agradecimiento. El actor Lin-Manuel Miranda, creador del musical Hamilton y nominado a mejor canción por su trabajo en Vaiana, hizo su apuesta hace unos días: "Es un momento político, así que me imagino que los Oscar van a ser exactamente como nuestros muros de Twitter o Facebook. ¿Por qué deberíamos ignorar durante tres horas lo que comentamos 24 horas al día?". 

La clara oposición a Trump de la industria cinematográfica —y, en general, de la cultura: el presidente tuvo problemas para encontrar a músicos que tocaran en su ceremonia de nombramiento— ha antagonizado a parte del electorado. El empresario dijo no sentirse "sorprendido" por el discurso de Streep en enero, a quien situó entre la "gente liberal del cine" y a quien acusó de ser una actriz "sobrevalorada". Las referencias más bien displicentes que la intérprete hizo entonces al fútbol y a las artes marciales le valieron la acusación de "elitista" por parte sobre todo de los defensores de Trump. El resultado es que el 69% de los votantes de Trump muestran rechazo ante los discursos de aceptación que tocan temas políticos, el 42% de ellos considera los discursos en general como la sección que menos disfrutan de los premios y el 44% de ellos los considera "demasiado políticos", según una encuesta de The Hollywood Reporter

El encargado de lidiar con una ceremonia peliaguda es el presentador de televisión Jimmy Kimmel, que tiene su propio late-night en la cadena ABC. A preguntas de The New York Times sobre cómo afrontaba el carácter político de la gala y si consideraba que había un punto en que los discursos políticos resultan "demasiado", respondió: "Definitivamente, hay un punto en que ya son demasiado. También hay un punto en que son demasiado poco. Encontrar un equilibrio es, para mí, lo más difícil cuando se trata de televisión". También aseguró que "el 50%" de los monólogos en su programa son sobre Trump porque es "de lo que está hablando la gente". Habrá que esperar al domingo para saber si es también de lo que están hablando los creadores de Hollywood. 

Una cuestión de raza

Pero la presidencia de Trump no es el único tema manifiestamente político de la noche. El racismo, el machismo y la migración —ya sea de refugiados sirios o empleados mexicanos— son otros asuntos pendientes de Hollywood, y por tanto de su gran noche. Aunque, indudablemente, el hecho de que el presidente sea abiertamente misógino, esté apoyado por supremacistas blancos y tenga una política de inmigración xenófoba aumenta la inquietud por esos temas. 

La acusación de #OscarsSoWhite (literalmente, #OscarTanBlancos) por parte de varios artistas afroamericanos, que desde 2014 critican con fuerza la infrarrepresentación de su comunidad en los premios de la Academia, parece haber tenido respuesta en esta edición. Han sido seis los actores negros nominados —Denzel Washington y Viola Davis por Fences, Mahershala Ali y Naomie Harris por Moonlight, Ruth Negga por Lovingy Octavia Spencer por Figuras ocultas—, un récord. No es el único. 

Bradford Young ha sido, además, el primer afroamericano nominado a mejor fotografía por La llegada —el británico Remi Adefarasin fue la primera persona negra nominada, con Elizabeth en 1988—; y Joi McMillon, la primera mujer negra en optar a la categoría de mejor montaje por Moonlight —Hugh A. Robertson fue el primer hombre, en 1969, con Cowboy de medianoche—. Barry Jenkins ha pasado a formar parte de la cortísima nómina de candidatos a mejor dirección, tras Steve McQueen, Lee Daniels y John Singleton —ninguno se llevó la estatuilla—. En mejor película hay tres productores negros nominados (otro récord); y en la categoría documental hay cinco personas negras nominadas, como directoras o productoras, por cuatro largometrajes (otro más). En guion, son tres los autores negros candidatos (y otro). 

El problema es que es probable que la gran cantidad de nominaciones no redunden en las ansiadas estatuillas. La película favorita del año es el musical La La Land, en la que casi todos los personajes y los principales creadores son blancos, aunque Figuras ocultas, que ha logrado hacer más taquilla —145,4 millones de dólares, 10 más—, le sigue de cerca. Las quinielas de unos y otros medios indican que el largometraje de Damien Chazelle, que cuenta con 14 nominaciones, va con ventaja en las categorías de mejor película, dirección y actriz protagonista —aunque Emma Stone podría vérselas con Natalie Portman e Isabelle Huppert—, además de mejor banda sonora, canción y vestuario, como mínimo. Es probable que Denzel Washington tenga que ver a Casey Affleck recoger la estatuilla por la blanquísima Manchester frente al mar, aunque es más probable aún que su compañera de reparto, Viola Davis, recoja la suya por Fences. Harris, Negga y Spencer tienen pocas opciones en sus categorías, pero Mahershala Ali es el favorito en la suya. Si no, podría llevarse la estatuilla a mejor actor de reparto Dev Patel, británico de origen indio y otro rostro del Hollywood diverso. 

La Academia ha aceptado abrirse a la comunidad artística afroamericana, en parte porque las historias creadas y protagonizadas por artistas negros han parecido multiplicarse. Pero, ¿qué imagen daría si aceptara nominarlos, pero no premiarlos? Será una de las preguntas que Hollywood tendrá que responder el lunes. 

Mujeres y migrantes contra Trump

Cuando el feminismo acaba de mostrase como uno de los movimientos sociales más activo de los Estados Unidos gracias a la Marcha de las Mujeres del pasado enero, la Academia sigue teniendo una cuenta pendiente con las mujeres. Dejando de lado las categorías interpretativas —que son obligatoriamente paritarias—, las creadoras solo suponen el 20% de los nominados, dos puntos menos que el año pasado, según el estudio del Women's Media Center. Es el séptimo año consecutivo en el que no hay mujeres cineastas compitiendo por la mejor dirección —la última fue Kathryn Bigelow por En tierra hostil, que se convirtió en la primera cineasta premiada—, solo hay una mujer nominada en las categorías de guion —que es doble y por lo tanto incluye a ocho contendientes—, y la sección de fotografía sigue estando totalmente masculinizada. En sus 89 años de historia, ninguna mujer ha sido nominada. 

El discurso de Streep durante los Globos de Oro señalaba los orígenes diversos del star system que forma Hollywood. Con la crisis de los refugiados en Europa y el proceso político estadounidense, que ha versado en gran medida sobre la xenofobia del finalmente ganador, la migración se ha abierto un hueco en los premios de la Academia. La mitad de los documentales, en corto o largo formato, tratan este tema, desde la ruta recorrida por los migrantes en Fuego en el mar, de Gianfranco Rosi, hasta los cortos The white helmets y Watani: My homelandThe white helmetsWatani: My homeland, que reflejan la guerra siria tanto dentro como fuera de las fronteras del país.

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La prohibición de entrada al país a los originarios de siete países musulmanes firmada por Trump ha hecho incluso que cambien las favoritas a la mejor película. La iraní El viajante, de Asghar FarhadiEl viajante, director de Nader y Simin. Una separación, recorta distancias con la alemana Toni Erdmann. Como si se tratara de ejemplificar las consecuencias de la medida del Gobierno republicano, Farhadi no podrá acudir a la entrega de premios. Su país es uno de los siete afectados. 

Si el actor Hugh Laurie decía en los Globos de Oro que la prensa extranjera de Hollywood formaba parte de las tres categorías más odiadas por Trump —prensa, extranjeros, Hollywood—, unos Oscar tomados por discursos sobre la raza, la migración, el género y la crítica a un Gobierno risible y feroz pueden convertirse en una pesadilla para el presidente. Que así sea. 

 

Cientos de millones de personas en 225 países. Es la audiencia estimada de la gala de los Premios Oscar, según la propia Academia de Hollywood, que desempolva ya la alfombra roja para la celebración que tendrá lugar en la madrugada del domingo al lunes. Esto convierte el show en uno de los mayores eventos televisados del mundo, además de una demostración de fuerza de la industria cultural más potente del planeta. Es un momento de celebración del cine estadounidense, pero también una construcción del canon en vivo y en directo: los Oscar deciden qué es relevante y qué no, qué merece reconocimiento y qué queda al margen. Este año es de nuevo todo eso, pero lo es por primera vez en la era Trump. Una presidencia que ha puesto en estado de alerta a buena parte de Estados Unidos (y del mundo), y que parece demandar una respuesta de la —liberal— industria del cine. La tensa relación entre los artistas y la administración del 45º presidente parece presagiar una ceremonia incluso más política que cinematográfica. 

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