APAGÓN EN ESPAÑA

La radio al rescate: el día en el que el transistor volvió a ser imprescindible

Una persona escucha una radio por pilas este lunes, durante el apagón en Madrid.

No falla: un día de transistores es un día importante. Porque por más que avance la tecnología, ahí está el transistor como santo grial de la comunicación. Ese aparato tan del siglo XX, como de otra época, relegado en estos tiempos de redes sociales y conectividad instantánea, pero que siempre emerge y da un paso al frente cuando la situación se complica y vuelve la radio al rescate en plena emergencia para mantener a los ciudadanos informados.

Exactamente así ha sido este lunes en infoLibre. Sin conexión a internet, sin electricidad para poner la televisión, hemos acudido raudos a una tienda para comprar un transistor a pilas, convertido una vez más en la única puerta posible a la información. Hasta sesenta transistores en una hora ha vendido el tendero, nos ha contado. Incluso hemos visto un coche con las puertas abiertas, las puertas abiertas y la radio a todo volumen, con un nutrido grupo de desconocidos tratando de enterarse de la película. Las televisiones pueden estar emitiendo, los periodistas escribiendo en sus diarios, pero sin tener la certeza de que haya alguien al otro lado. La radio sí nos tiene.

La radio vuelve a demostrarnos que no hay otro medio más inmediato y fiable. Ni la línea telefónica funciona, estamos echando de menos llamarnos, eso que cada vez hacemos menos y ahora resultaría vital. Pero ahí está el transistor contándonos lo que pasa en el epicentro mismo de la redacción de infoLibre. Todos arremolinados a su alrededor, mirándonos con cara pasmo, chistándonos para reclamar silencio cuando parece que intuimos que alguien está diciendo algo importante.

No han sido pocos los días en los que la radio fue esencial para mantenernos unidos. Siempre es el medio al que acudimos primero cuando las cosas se ponen malas. ¿Qué ha pasado? Pon la radio, seguro que dicen algo. Ocurrió en la mañana del 11 de marzo de 2004, cuando no sabíamos que demonios había ocurrido con los trenes en Atocha y Vallecas. Los taxistas, además de llevar a heridos y familiares gratis donde hiciera falta, se convirtieron también en fuentes de información en tiempo real.

Pasó también con la reciente dana de Valencia, con la radio actualizando constantemente todo lo que estaba pasando (aunque Mazón no se enterara). Si no es en una emisora es en otra, pero la radio siempre tiene las respuestas antes que nadie y se sobrepone a cualquier contrariedad. Si hay una emergencia, enciende la radio para mantener informado. Si hay una catástrofe, enciende la radio para sentirte a salvo. Si no lo cuenta la radio es que no ha pasado.

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Claro que, qué mejor ejemplo que la noche del 23F, con la intentona de golpe de Estado comandada por Tejero. Una auténtica noche de transistores, con toda España manteniendo la respiración para hacer el menor ruido posible. Para cuando llegó la televisión ya lo habían contado todo estos transistores en torno a los que se arremolinaban los reclutas en los cuarteles, las familias en sus hogares. La voz llega antes que la imagen, es una cuestión de facilidad de transmisión. Otro trágico día seguido minuto a minuto colgados de la radio: el asesinato de Miguel Ángel Blanco.

Yendo más atrás en el tiempo, qué decir del relato en vivo y en directo de la guerra civil con la radio prácticamente días por delante de la prensa escrita. También como transmisor del miedo, con aquellos tristemente recordados discursos airados de Queipo de Llano amenazando con la llegada del ejercito nacional a través de las ondas. Igual con el golpe franquista, narrado en el medio que entonces parecía llegado del futuro, que muchos han dado por muerto por el advenimiento de este mundo hipertecnológico, pero que sigue reclamando su papel necesario.

Incontables son los casos en los que la radio nos hizo sentir que teníamos alguien al lado en mitad de la zozobra. En cualquier guerra es determinante para poner algo de luz en la oscuridad. En un plano menos trágico, qué recuerdos de aquellas tardes de domingo con los transistores a todo volumen para conocer el desenlace de los campeonatos de fútbol (una auténtica emergencia de nivel máximo para los aficionados). Cuando el apocalipsis termine por llegar, el mundo estallará y lo único que quedará será un transistor sonando. Aunque no haya nadie que lo pueda escuchar, así estará, prestando su impagable servicio hasta el final.

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