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'Días sin final': por los senderos de la guerra y del amor

Claude Grimal (Mediapart)

Sebastian Barry (Dublín, Irlanda, 1955) es a la vez poeta, dramaturgo y novelista. Como otros escritores irlandeses de su generación —Colm Tóibín, Roddy Doyle, Anne Enright—, ha puesto en cuestión las versiones dadas de la historia irlandesa, situando en el centro de su obra a los individuos que aquella marginalizó o condenó. 

Así, desde 1982, pone en escena a las familias Dunne y McNulty y gracias a ellas aborda los sucesos más relevantes de la historia irlandesa de los siglos XIX y XX. Su última novela, Días sin final (publicada en España por Alianza) continúa con esta empresa, aunque abandonando un asunto puramente irlandés por un tema, digamos, diaspórico, ya que el héroe del libro emigra siendo muy joven a los Estados Unidos y se convierte en un actor de la historia americana de mediados del XIX

La tarea que el autor se ha dado ha sido a menudo la de contar la existencia de irlandeses a contracorriente de los grandes movimientos o de los relatos históricos de la nación, y mostrar sus efectos sobre ellos. El tema es interesante, pero la simpatía del autor por las vidas marcadas por las malas decisiones (reinventadas a partir de las de miembros de su propia familia) ha podido resultar desconcertante. 

En efecto, en sus obras tanto como en sus mejores novelas (Un largo camino, Los paraderos de Eneas McNulty), su desconfianza hacia la incorporación de lo político roza a veces el revisionismo histórico, llevándole casi a una caricatura de la lucha republicana o incluso a cierta complacencia con los lealistas y los poco amables Black and Tans (entidad militar creada en los años veinte por el Gobierno británico para luchar contra los independentistas). 

 

A los ojos de Barry, campeón de la neutralidad, la fuerza de las circunstancias y el peso del destino son los factores que determinan la vida humana. Y, por tanto, el autor se afana por salvar a cualquiera de los personajes del veredicto de la historia y por no tomar partido, en el caso irlandés, ni por los que luchaban por la independencia ni por los que se oponían a ella. Estos son los milagros que alcanza a realizar con una pluma a menudo resplandeciente. 

En Días sin final, su tarea no es enteramente esta, ya que el libro, como decíamos, no se interesa por los conflictos de la historia irlandesa sino por las atrocidades del siglo XIX americano: la masacre de los nativoamericanos y la guerra de Secesión. Las intenciones de Barry no son, sin embargo, completamente distintas, porque, creando una vez más un héroe arrastrado por la suerte pero de una seductora humanidad, reafirma lo ineludible de la historia ("La verdad se afronta. Así funciona el mundo") y sugiere como fundación del yo una apertura al amor y a la belleza de la naturaleza. 

El héroe narrador de Días sin final es un tal Thomas McNulty, natural de Sligo, del que Barry no se distancia y al que otorga una elocuencia verbal por encima de la que podría ser razonablemente la suya (elección literaria perfectamente defendible y buena estrategia de captatio benevolentiae). Este, con 13 años, y después de la muerte de su familia, diezmada por la Gran Hambruna de 1845-1849, debe embarcarse hacia las Américas. En el Nuevo Mundo, es tratado en todas parte de miserable "alimaña irlandesa", pero al dirigirse hacia Missouri se encuentra con un joven americano, John Cole, tan famélico como él y que se convierte en su "compañero de por vida", dándole por primera vez en toda su existencia "la impresión de ser un ser humano". Se convertirán a lo largo de la novela en una tierna pareja y luego, a medio camino, en los padres adoptivos de una joven nativoamericana, Winona, superviviente de una masacre en la que ellos mismos han participado. 

Previamente, habrán ejercido el oficio de bailarines —o más bien de bailarinas— en una ciudad minera, hasta que, demasiado crecidos para ofrecer una aceptable ilusión de feminidad sobre la pista, tendrán que encontrar otros medios de subsistencia. La armada, ávida de soldados, se los proporcionará. Así que acaban participando en la guerra contra los nativos y contra el Sur, conociendo mil y una aventuras y rozando la muerte antes de encontrar finalmente, parece, una felicidad doméstica para tres (John, Thomas, Winona) en una granja de Tennessee. 

Los años pasados por los dos jóvenes bajo los estandartes, que componen la parte central del libro, permiten a la novela un despliegue de descripciones de paisajes y de escenas de acción: marchas por las Grandes Llanuras, caza del bisonte, batallas, matanzas. Cada episodio es tratado con una mezcla de imaginación ligera e iridiscente y de brutalidad esquemática o extraña que hacen de Barry un maestro de la poesía. 

Escribe "como un ángel", según la fórmula de uno de sus colegas escritores, Frank McGuiness, que podría ser muy banal si la comparación no llamara la atención —por omisión— sobre el hecho de que el angelismo de Barry se entiende bien con lo abominable, o incluso que su opulencia imaginativa parece desarrollarse sobre todo en el contraste entre la riqueza de la forma y la crueldad del fondo. Es, ciertamente, una tradición irlandesa vista ya en la obra de Synge, Joyce o Casey, pero es también el rechazo hacia un realismo demasiado exigente en cuanto a las consideraciones históricas, psicológicas o factuales.

La atmósfera es, por tanto, la de un cuento a veces horrible y a veces encantador en el que Thomas McNulty, testigo y perpetrador de abominaciones (siempre mantenidas a cierta distancia por el propio texto), sigue siendo el más amable de los chicos, insumiso ante los prejuicios de género y de raza, tan capaz de "desenvainar su espada somo un médico extrae una espina" para cortar en dos al adversario como de vivir en harmonía e incluso en faldas junto a John. 

Así, asesino recalcitrante o amante y madre ingenuo, Thomas prosigue su camino de soldado, de amigo de la humanidad y de la naturaleza. Todo esto mientras que "el tiempo se lava las manos" y continúa "avanzando con paso firme hasta el siguiente golpe". El lector acompañará con gusto a Thomas, John y Winona sobre la reluciente pista trazada por la pluma de este "ángel" de la escritura que es Sebastian Barry.  ___________

Traducción: Clara Morales

Leer el texto en francés: 

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