No sólo las chicas: también las editoriales son guerreras. Batallan contra un sistema que no les gusta, que quieren cambiar.
Las hay pequeñas que hacen de esa lucha su razón de ser. Y que compiten con conglomerados editoriales que publican lo que (parece que) no deberían para atender a un abanico lector cuanto mayor, mejor.
Aquellas muestran sus motivaciones, se comprometen, en cada título; estas aspiran a cubrir todo el espectro para satisfacer a una amplia mayoría entre la que hay, por supuesto, lectores de izquierdas. En un mercado menguante, la crisis ha brindado a los editores comprometidos ideológicamente, también a los comprometidos con su público, incluso a los comprometidos sólo con sus números, una oportunidad. Veamos cómo la aprovechan.
Editar para cambiar la realidad vigente
No hablamos, porque ya lo hicimos, de proyectos editoriales con un plus, tipo Traficantes de sueños, Virus, Txalaparta, etc. que publican textos de intervención pero también crean unas estructuras políticas, haciendo que sean cooperativas, solidarias, horizontales. Hablamos de editores que confían en los textos que eligen para mover conciencias.
“¿Qué comparto con esos proyectos? —pregunta Daniel Moreno, de Capitán Swing—. Pues cierto ánimo romántico a la hora de pensar que los libros a veces pueden servir como una especie de herramienta que permiten reflexionar sobre nuestro pasado, presente y futuro común. Es decir, nos interesan básicamente los procesos colectivos o aquellos procesos individuales en donde lo colectivo tiene peso. Creo que todos sabemos que los libros no cambian la historia, eso sería una especie de infantilismo, pero que sí pueden ayudar a que la acción política-pública sea más razonada y meditada.”
Moreno se acoge al magisterio de Constantino Bértolo, editor de Caballo de Troya, sobre vender EN el mercado y no solamente PARA el mercado. Para ello, “es necesario que haya una ciudadanía cuantitativamente relevante interesada en la publicación de textos políticamente más arriesgados, menos predecibles.”
Demanda cultural, y no sólo demanda impuesta por el marketing editorial y sus aliados. Una demanda que existe, y que justifica el nacimiento de editoriales como Carpe Noctem, cuyos promotores prefieren expresarse como colectivo. “Vivimos en una sociedad mercantilizada que ha convertido todo —hasta el amor o la amistad— en objeto de consumo. Pero de un consumo que, además, ha de ser rápido. De modo que todo, incluyendo a nuestros queridos libros, se ha vuelto un producto de usar y tirar. De ahí que, por ejemplo, no tenga ningún valor leer el best-seller de turno cinco años después de su éxito y cuando ya nadie se acuerda de él: porque el valor no está en el producto, sino en el consumo del producto y en la experiencia social de compartir su consumo: comentándolo, participando del evento social, etc.”
Dicen que esa digestión acelerada es exactamente lo opuesto al mecanismo que, hasta hace bien poco, permitía la creación de una cultura, un mecanismo de sedimentación, de digestión lenta: “Hay que volver a convertir la lectura en un acto de celebración personal.”
Para tener posibilidades de lograrlo, es importante que (siempre que ello sea posible) los autores se mojen. De ahí que editoriales como Los libros de la catarata –que para promocionar sus títulos no hace campañas publicitarias ni de marketing (aunque sí intenta colocarlos en los medios– hacen “que los autores se impliquen en la promoción presentando el libro en los lugares más remotos. Se trata de mover mucho el libro”.
¿Sirve de algo el esfuerzo?, le preguntamos a nuestra interlocutora, Mercè Rivas. “Sirve para mucho. Dar elementos al lector para que pueda tener herramientas para reflexionar es importante.”
Editar para reflejar la realidad vigente
Algunos se sorprenden al comprobar que también los conglomerados editoriales se han adentrado en este terreno.
“La publicación de El libro rojo de Mongolia no es ideológica—explica Mónica Carmona, directora literaria de Mondadori—, más bien responde al criterio de una línea editorial que pretende dar cabida a títulos que llevan a la crítica y en general, a la reflexión en torno a muchas de las cuestiones cercanas a tanta gente. En ese sentido, la publicación de los libros de El Roto, Miguel Brieva o Juanjo Sáez creo que cumplen la misma función. Es cierto que todos ellos tienen en común una mirada peleona y a ratos humorística, pero es importante no olvidar que su trasfondo es ciertamente serio. En todo caso, no me guiaría por cuestiones ideológicas, sino por el talento que aprecio en los autores citados.”
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Le preguntamos por la aparente contradicción que supone que una multinacional acoja este tipo de textos. “Las multinacionales cargan, en muchas ocasiones, con una imagen algo siniestra; terribles monstruos amigos de la censura y poco afines a la creatividad. Puedo hablar por mi experiencia y afirmar que hace catorce años que trabajo en Random House Mondadori y jamás se ha cuestionado que opte por publicar autores afines a un pensamiento u otro, la libertad a la hora de seleccionar títulos es absoluta. Curiosamente conozco algunos casos de amigos editores que han trabajado en las llamadas editoriales independientes que no han tenido la misma suerte.”
Desde el Grupo Planeta, que en los últimos años ha publicado, por ejemplo, ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, en su sello Destino y que, bajo la dirección del fallecido Manuel Fernández Cuesta, hizo de Península un sello muy combativo, nos dicen algo muy similar. Una fuente que prefiere no ser identificada nos recuerda que con el sello Planeta han salido algunas crónicas esenciales del franquismo y la transición, y no siempre ajustadas al discurso canónico. “El catálogo canta, y canta positivamente.”
Se trata, dice, de reflejar una realidad plural y de dar satisfacción a lectores muy diversos, con inquietudes muy amplias. “Prima el interés de llegar a grandes públicos, pero no por cuestiones meramente crematísticas, sino porque, ¿para qué trabajamos, si no es para que nos lean? El libro es un producto para masas, sino ¿qué? No hay que cerrarse a ningún sector.”
No sólo las chicas: también las editoriales son guerreras. Batallan contra un sistema que no les gusta, que quieren cambiar.