Encender la memoria de Francisca Aguirre

"Francisca Aguirre, acompáñate". Esta orden es en realidad un verso, una exhortación que la poeta Francisca Aguirre (Alicante, 1930) se hacía a sí misma en Ítaca, que recibió el premio Leopoldo Panero en 1971 y llegó a las librerías en 1972. Parecía casi una advertencia, y quiso formularla en su primer libro. Hasta entonces, y aunque escribía desde los 15 años, Aguirre no era poeta, sino "ama de casa y trabajadora incansable", en sus propias palabras. Y un día esto dejó de ser suficiente. Que hasta entonces nadie hubiera reparado en su escritura, siendo como era esposa de Félix Grande —él sí poeta oficial, miembro de la Generación del 50, flamencólogo—, resultaba comprensible. Que 47 años después sus versos resulten aún desconocidos para muchos, lo es mucho menos.

Y eso que no le ha faltado siquiera el reconocimiento oficial: en 2011 ganó el Premio Nacional de Literatura por Historia de una anatomía. Sin embargo, en 2017, la asociación Genialogías y la editorial Tigre de Papel tuvieron que rescatar aquel primer poemario porque había desaparecido de las librerías. En esa extraña tarea que consiste en reconstruir la memoria de alguien que todavía no ha desaparecido toma ahora el relevo la Companyia Hongaresa de Teatre, histórica troupe teatral valenciana que homenajea a la escritora con Encendidas, en el Teatro Español de Madrid del 25 al 29 de abril. Y, dentro de ella, la actriz, dramaturga y directora Lola López, que desde años trabaja en el proyecto junto a la poeta. (No son las únicas que se afanan por mantener el recuerdo: la editorial Calambur publicará en los próximos meses su obra completa.)

"Lo bonito del proyecto es que se ha ido armando él solo, como estas cosas que hacemos las mujeres, muy pacientemente, muy sin prisas", cuenta en un descanso del montaje en la sala madrileña. Las creadoras traban amistad desde hace ya 12 años, cuando Francisca (Paca para sus amigos y no tan amigos) le lanzó la idea de elaborar una obra a partir de "la inútil sabiduría de las mujeres". Aquello derivó en María la JabalinaMaría la Jabalina, sobre una miliciana anarquista anónima fusilada por el franquismo en 1942. Pero también en largas conversaciones y paseos, en una lectura minuciosa de la obra de Aguirre. Tras aquella pieza de "teatro documento" sobre la luchadora republicana, fue naciendo esta otra biografía, construida a partir de los recuerdos de la poeta y de sus versos. Un monólogo en el que Lola López se acompaña de grabaciones con la voz de Aguirre, un montaje audiovisual, la guitarra de José María Gallardo y el cante de Paco del Pozo

Hubo un momento en que se creyó que el proyecto naufragaría. "No conseguíamos la producción que Paca merecía", recuerda la actriz. En 2016, dos años después de la muerte de Félix Grande, consiguió al fin que el Ayuntamiento de Sagunt, donde reside la compañía, les cediera el teatro romano de la localidad para representar la obra, aún en proceso. Eso sirvió también de excusa para que, durante dos veranos, las creadoras se encontraran en el municipio valenciano, acompañadas por la memoria prodigiosa de Susy, hermana de Aguirre y "una cronista que guarda los detalles de absolutamente todo". Luego llegó Carme Portaceli, directora del Teatro Español, feminista y comprometida con ofrecer una programación paritaria. "Y finalmente le pudimos dar a Paca lo que merece. Una poeta con el Miguel Hernández, con el Nacional... e ignorada. No puede ser", protesta López. 

 

Lola López en la obra Encendidas, sobre la poeta Francisca Aguirre.

En Encendidas brillan, sobre todo, las memorias de infancia. Las de una niñez que se quiebra a los seis años, en 1936, cuando empieza el sonido de las bombas sobre Madrid, el repiqueteo de las metralletas en un frente no muy lejano. Cuando Paquita ve correr a un hombre sin cabeza por la calle. Siguiendo al padre, el pintor Lorenzo Aguirre, funcionario de la República, se trasladan a Valencia, y de allí a Barcelona siguiendo al Gobierno. Y de allí a París, a El Havre, desde donde esperan tomar un barco a Sudamérica. Pero los misiles alemanes llegan antes que el buque, y la familia retrocede hasta la frontera española. "Veo a mi padre en la cárcel", declama López con las palabras de Aguirre. "Entre él y nosotras, Margara, Susy, mamá y yo, un pasillo con tela metálica a ambos lados. Susy le enseña a papá un dibujo que ha hecho. Veo la cara de mi padre, sonriente y confiada. 'Cuando yo salga de aquí, Jesusita, tú y yo vamos a ser los mejores pintores del mundo". Lorenzo Aguirre fue ajusticiado con garrote vil en 1942. 

La poeta Francisca Aguirre, Premio Nacional de las Letras

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Pero también está la resistencia de una mujer que, en el amor, habló por todas las Penélopes en aquel Ítaca fundacional. Y que años después cantaría, en Pavana del desasosiego (1999): "Ay amor, ay amor, dulce alimaña,/ doméstico caimán que nos devora/ sin dejar de llorar desconsolado, ay amor,/ que te fuiste tan pronto, tan sin causa,/ cuando dolías tanto que pensábamos/ que ibas a ser eterno". Y el hartazgo de quien exclamó "¡Que planche Rosa Luxemburgo!", sublevándose ante la tiranía de las camisas y las ollas: "Qué asco, ni siquiera soy capaz de fumarme un cigarrillo tranquila. Tengo alma de sierva. No, no, lo que tengo son costumbres, vicios de pobre. Y los pobres no pueden perder el tiempo, y menos si somos amas de casa". Detrás de todo eso estaba el oficio "precario" que era realmente el suyo, el de la poesía: "Palabras nada más, ayes, quejidos./ Qué oficio hermanos míos, qué tarea./ Qué oficio tan humilde y ambicioso,/ qué meta inalcanzable,/ qué hermoso oficio/ para dejarse en él la vida entera". 

"La lucha tanto de Paca como mía", dice la actriz, "es por demostrar que al dolor siempre hay que ponerlo a trabajar. Así no se hace cainita, ni vengativo, ni asesino". La obra de Francisca Aguirre está atravesada por el miedo, por la desaparición del padre y el hambre de la posguerra, que la llevarían a ella y a sus hermanas a un internado para hijas de presos políticos. "Nada ha logrado hacerme olvidar aquellos ojos,/ salvo algunas horas de amor/ en que Félix y yo éramos dos huérfanos,/ y el rostro milagroso de mi hija", escribió. Algo se perdió con aquel padre que "no volvió nunca": "Solo quedan sus cuadros,/ Sus paisajes, sus barcas,/ La luz mediterránea que había en sus pinceles/ Y una niña que espera en un muelle lejano/ Y una mujer que sabe que los muertos no mueren". Con todo, Lola López la describe como "es el ser más generoso y más sociable que existe": "Fue la niña más feliz del mundo, crecida en la República. Se nutrió de tanta felicidad que luego nada pudo con ella".

Nada pudo y nada puede, porque la actriz asegura que Paca Aguirre "no va a ser nunca vieja, cada día está más joven". Durante el montaje, la poeta, que es vecina del barrio madrileño de Chamberí, se ha ido pasando por los ensayos. López la describe parándose ante la estatua de Federico García Lorca que mira al teatro. El granadino era amigo de Luis Rosales, poeta falangista que trató de protegerle y con el que Aguirre trabaría amistad más tarde. Ambas creadoras tienen claro, dice Lola López, que reivindicar la memoria de esta poeta es hacerlo con la de todos los represaliados por el régimen: "Que el franquismo matara a Lorca, que llevara a la cárcel a Hernández, que tirara a  Machado, que llevara al exilio a tantos como llevó... ¿Es un país de locos o es que le tiene miedo a la poesía?". La también dramaturga y directora se responde a sí misma: "Si uno olvida, es que tiene una enfermedad, tiene alzhéimer. Y con un país pasa lo mismo. Este país está enfermo". 

"Francisca Aguirre, acompáñate". Esta orden es en realidad un verso, una exhortación que la poeta Francisca Aguirre (Alicante, 1930) se hacía a sí misma en Ítaca, que recibió el premio Leopoldo Panero en 1971 y llegó a las librerías en 1972. Parecía casi una advertencia, y quiso formularla en su primer libro. Hasta entonces, y aunque escribía desde los 15 años, Aguirre no era poeta, sino "ama de casa y trabajadora incansable", en sus propias palabras. Y un día esto dejó de ser suficiente. Que hasta entonces nadie hubiera reparado en su escritura, siendo como era esposa de Félix Grande —él sí poeta oficial, miembro de la Generación del 50, flamencólogo—, resultaba comprensible. Que 47 años después sus versos resulten aún desconocidos para muchos, lo es mucho menos.

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