Últimamente circula un chiste que dice que, de seguir avanzando la tecnología, el siguiente paso que tomará el cine en 3D, cada vez más realista, consistirá en convertirse en teatro. Hace también poco tiempo, hablábamos en este periódico con el filósofo Javier Gomá, que nos contaba sus recientes iluminaciones con respecto a este arte: "Imagínate tres escenas, cada una de 20 minutos, que pueden combinar el monólogo, el diálogo o incluso tres personajes, en las que se reflexiona sobre la soledad, la amistad, el amor, el dolor, la vocación... tantas cosas", explicaba el pensador bilbaíno sobre un potencial proyecto: trasladar sus ensayos a la escena. "Esa nueva aproximación, esa especie de promiscuidad de cuerpos que se produce en la escena, es algo que va a tener especial vigencia, y creo que la filosofía puede decir algo en ello".
La saturación de pantallas, en efecto, bien podría ser acicate para un renacimiento del teatro como la forma de expresión cultural de lo real, lo tangible. Porque aunque nunca haya muerto desde sus albores en la Grecia clásica, el arte dramático acerca, vuelve a propiciar el contacto frente a esa barrera virtual que levantan con respecto al mundo el ordenador o la televisión. Sangre, sudor y lágrimas de los reales, de los que mojan y huelen y encogen el alma. El Teatro del oprimido, una tendencia inventada por el dramaturgo y político brasileño Augusto Boal en los años sesenta, inspirada a su vez en experiencias previas como el Teatro épico de Bertolt Brecht, se erige en exponente fundamental de esta cualidad. Porque involucra directamente. Aunque ya lleva décadas funcionando, continúa tan fresca y de actualidad como el primer día. Más aún, si cabe, en estos tiempos de oprimidos y opresores.
Todos somos 'espect-actores'
Un grupo. Y un escenario. Sobre él se levantan dos personas que, por un momento, han dejado de ser ellas para transmutarse en un jefe y su empleado. El empleado tiene un contrato de cuatro horas. El jefe le exige hacer ocho por el mismo precio. El empleado tiene unas necesidades, en este caso trabajar para poder comer. El jefe lo sabe, y se aprovecha de esas circunstancias. Tenemos, a la vista está, un conflicto entre manos. Y acaba perdiendo el empleado, que no es capaz de resolverlo y baja de las tablas. Le remplaza alguien del grupo de espectadores, que pasan a ser espect-actores: ahora les toca a ellos proponer las salidas.
'Què creiem que no creiem?', obra de Teatro foro sobre el racismo en el Forn de teatre Pa'tothom.
“El objetivo es acabar con estructuras sociales que incentivan la injusticia, ya sea luchando contra ello activamente o denunciando”, explica Jordi Forcadas, director del Forn de Teatre Pa'tothom, en Barcelona, una iniciativa de Teatro del oprimido que ya lleva trabajando 14 años, desde el 2000. “Es decir, que el objetivo político es realmente señalar y denunciar a los responsables de una relación de opresión que se pueda generar y que el colectivo agredido se movilice para acabar con ella. El objetivo social es tratar de acompañar a colectivos que ven vulnerados sus derechos”.
De ahí que este tipo de actividades estén abiertas a todo el mundo, algo que en Pa'tothom llevan por bandera en su nombre: para todos. “Lo que pasa es que no basta gente de buena voluntad”, matiza Forcadas, “también se requieren personas con el deseo de cambiar las cosas, y no con un apaño, sino con propuestas de cambio: gente activa socialmente y con inquietud, que no aceptan el discurso institucional, no aceptan verse reducidos a votar, no aceptan la injusticia…”. Lo decía el propio Boal, fallecido en 2009, a quien ha remplazado en su misión su hijo Julian: “Actores somos todos nosotros, el ciudadano no es aquel que vive en sociedad, ¡es aquel que la transforma!”.
Teatro es sinónimo de política
No son pocas las líneas que se han escrito en estos años de crisis en relación a la politización del teatro: hojear una revista especializada bastaría para percatarse de que existen un buen número de obras en cartel que cubren temáticamente cuestiones como la deriva neoliberal de la economía, los desahucios o la corrupción. Por ejemplo. Menos se hablado de que el teatro es en sí mismo política, incluso aunque no se refiera a ella explícitamente, aunque no lleve un mensaje. Porque el teatro es interacción, es diálogo. Una imitación de la vida condensada en una sala cuando se abre el telón, pero también en un café, en el metro, en la calle.
El Teatro del oprimido, tal como lo concibió Boal, proporciona herramientas que diversifican el trabajo. Engloba así ramas como el Teatro periodístico, que dramatiza las noticias desde un punto de vista crítico; el Teatro imagen, que transforma las palabras en gestos; el Teatro invisible, el que se hace en lugares públicos sin avisar nunca de que se trata de una representación; o el Teatro foro, en el que la obra la imaginan y desarrollan los oprimidos. Aunque su abanico es más amplio y da cabida a otro tipo de actividades, esta última tendencia es moneda habitual en el Nuevo Teatro Fronterizo (NTF), radicado en el barrio madrileño de Lavapiés e impulsado por el dramaturgo José Sanchís Sinisterra.
Del barrio al mundo
Ya en los setenta, el autor de ¡Ay, Carmela! creó el colectivo experimental Teatro Fronterizo, que dio lugar a espectáculos como Ñaque y desembocó en la apertura de la sala barcelonesa Beckett. Como no podía ni quería estar quieto, después de trasladarse de la capital catalana a Madrid dio forma a la versión 2.0 de aquel proyecto de hace casi cuatro décadas. Cuatro como las patas sobre las que se sustenta la propuesta, en la que la frontera se entiende como “espacio de permeabilidad”. La primera línea de trabajo alude así a la interteatralidad, a la innovación: la segunda, tiene que ver con la inclusión de ideas foráneas; la tercera busca la interdisciplinariedad y la cuarta, la que nos trae al caso, utiliza el teatro como mecanismo de cohesión y transferencia social, a partir de procesos de Teatro comunitario y Teatro foro.
“Quienes participan son gente de Lavapiés o con algún vínculo con Lavapiés”, explica Ana Belén Santiago, gestora de NTF. “Es muy importante el impacto directo”. Conocido por ser un barrio multicultural y multilingüe, estas cualidades no siempre implican mezcla, sino a veces colisión. De ahí que el teatro, entendido como "crisol de expresiones”, ofrezca una palanca muy valiosa para propulsar la interconexión entre las personas. Diálogo. De manera ilustrada: durante seis meses, los propios vecinos -muchos inmigrantes- construyen una historia sobre los extranjeros del barrio. Cuando se suben a las tablas, cambian la situación 'desde dentro', porque todos, sean quienes sean, ven y viven la postura del inmigrante y la de aquel que de algún modo le pone trabas.
El ejemplo no es imaginado, sino una realidad: Barrios Nómadas. De aquel proyecto surgieron bifurcaciones: desde entonces, un grupo de africanos que participaron en aquella experiencia continúan trabajando con NTF. Los lunes y viernes se reúnen para dar forma a un espectáculo a partir de los relatos y leyendas de sus países. Y eso, más allá de la acción política que emprenden, les ayuda a mejorar cuestiones como su dicción y expresión. “La gente del barrio también viene al local a tomar café o simplemente a charlar”, agrega la gestora. “Y eso le da al proyecto de NTF otra dimensión de convivencia, le da sentido”.
La asociación ImpactaT, en Barcelona, nació en un distrito de cualidades muy similares: el Raval. Lo hizo justo en el momento en que la inmigración se convertía en cuestión de primer orden, a principios de los años 2000. “Empezamos a sentir la necesidad de trabajar con la gente del barrio, donde no parábamos de ver conflictos”, dice Anna Caubet, una de las dos socias fundadoras, ambas actrices, y que en aquella época participaba en Pa'tothom. “Justo coincidió con una visita de Augusto Boal a Barcelona: hicimos un taller con él en el Institut del Teatre y vimos la luz”. Desde el bullying a la violencia de génerobullying, por nombrar solo dos instancias de las temáticas que pueden abordar desde sus piezas teatrales, llevan desde entonces organizando procesos de Teatro del oprimido. “Y además, no paramos de dar talleres de formación”.
Los formadores formados
Formar en el teatro del oprimido es, en efecto, una actividad fundamental, y no solo para ImpactaT. No parece haber asociación o profesional que no lo haga. En T.R.E.S Social, con sede en Madrid, la diferencia radica en que sus responsables y colaboradores no son actores, sino educadores sociales, pedagogos o, en general, profesionales de la educación. En ambos casos, los destinatarios de la formación son normalmente los mismos: bien actores o personas relacionadas con el teatro, o bien educadores.
Y la cadena se va estirando: de esos formados van saliendo nuevos formadores y trabajadores, y así progresivamente. No obstante, no basta con un simple taller para aprender y poner en práctica de manera profesional el Teatro del oprimido. “Es necesario formarse en una escuela especializada”, opina Emma Luque, coordinadora de T.R.E.S Social. “Hay que hacerlo por coherencia y responsabilidad, porque el teatro moviliza a nivel espiritual y emocional”
Los talleres sirven, sobre todo, para aportar recursos para que, por ejemplo, un educador social pueda realizar una actividad puntual con un colectivo. No para hacerlo de manera continuada y expansiva. En este caso, hace falta invertir todos los esfuerzos y todo el tiempo posible. Como dice Luque, “son 24 horas a full”full. Cuando abordan un nuevo proyecto de intervención, normalmente siguen los siguientes pasos: en una primera fase, investigan las causas estructurales del conflicto a través de entrevistas y, a partir de ahí, se imbuyen en el desarrollo teatral, en el que desde la improvisación se va construyendo el texto para finalmente subirlo a escena. “Es un proceso de transformación brutal: ellos se empoderan y te empoderan a ti”.
La política, que ya decíamos conforma la columna vertebral del arte dramático, impregna el Teatro del oprimido a todos los niveles. También en la parte de organización que no se ve: la financiación. En el caso de T.R.E.S Social, una de sus máximas es no depender de nadie, y menos de aquellos a los que consideran culpables de las injusticias, como la banca. Así que apuestan por la autogestión. "El dinero viene de quien nos llama: ONGs, ayuntamientos, instituciones...", explica Luque. También de sus propios usuarios: se aceptan donaciones y, como novedad, van a probar con el crowdfunding para una próxima actividad.
El trabajo compartido con otras organizaciones afines ayuda, en ese sentido, a aunar fuerzas y posibles. Aquellas asociaciones que siguen a rajatabla los preceptos del Teatro del oprimido están incluidas en la red internacional Theatre of the Oppressed, en la que destacan por nivel de implantación países como Brasil y la India. Otras, simplemente, van tejiendo alianzas sobre la marcha. "Esto es una apuesta de vida", resume Luque, que aporta la razón por la que cree que su esfuerzo merece la pena: "Yo me transformo cada vez que hacemos algo. Te puedo decir el nombre de 50 chavales que no voy a volver a ver, lo que significa que me importan: hay amor, hay vínculo, y eso es lo que te da garantía".
Últimamente circula un chiste que dice que, de seguir avanzando la tecnología, el siguiente paso que tomará el cine en 3D, cada vez más realista, consistirá en convertirse en teatro. Hace también poco tiempo, hablábamos en este periódico con el filósofo Javier Gomá, que nos contaba sus recientes iluminaciones con respecto a este arte: "Imagínate tres escenas, cada una de 20 minutos, que pueden combinar el monólogo, el diálogo o incluso tres personajes, en las que se reflexiona sobre la soledad, la amistad, el amor, el dolor, la vocación... tantas cosas", explicaba el pensador bilbaíno sobre un potencial proyecto: trasladar sus ensayos a la escena. "Esa nueva aproximación, esa especie de promiscuidad de cuerpos que se produce en la escena, es algo que va a tener especial vigencia, y creo que la filosofía puede decir algo en ello".