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Euskadi a través de la mirada de Imanol

"Es un catalizador perfecto para contar la historia de los últimos 40 años". El escritor Harkaitz Cano (San Sebastián, 1975) habla del cantautor Imanol Larzabal (San Sebastián, 1947-Orihuela, 2004). No se refiere a él como a un desconocido, como a una figura histórica o cultural, sino como a alguien que hubiera frecuentado durante un tiempo. O algo más íntimo aún: como a un personaje. Porque sobre él se construye La voz del Faquir, su última novela, publicada al fin al castellano por Seix Barral (con traducción de Jon Muñoz) después de su salida en euskera el pasado año. Hay otro motivo, más allá del puramente literario, que hizo que Cano , Premio Euskadi de Literatura por Twist (2013), se fijara en él: el "adolescente atormentado" que una vez fue encontró en sus canciones, heredadas de sus padres y sus tías, una puerta de acceso a la poesía. 

Si la historia de Imanol explica la historia de Euskadi, lo hace desde una perspectiva muy concreta: el cantautor militó en ETA durante sus primeras fases, bajo la dictadura, y luego se fue alejando paulatinamente de ella hasta acabar amenazado de muerte por los terroristas. "Es fascinante", enumera Cano, "milita primero en el frente cultural", uno de los cuatro frentes establecidos en la V Asamblea en 1966, "luego se desvincula de una organización, luego de otra", sorteando las distintas escisiones del movimiento, "pasa por la cárcel, se exilia en París"... Y si solo fuera eso. El escritor recuerda que el músico sería "protagonista voluntario o involuntario de dos hechos clave de la historia del País Vasco": primero, la fuga de Joseba Sarrionandia e Iñaki Pikabea de la cárcel de Martutene, escondidos en dos bafles usados por Imanol durante un concierto en la prisión; luego, el asesinato de Dolores González, YoyesYoyes, exdirigente de ETA ajusticiada por "traidora" a manos de sus antiguos compañeros, al que se opuso públicamente en un concierto en su memoria

 

Hay en el libro una cierta voluntad de restaurar una figura incómoda para la sociedad vasca. Su condena pública del asesinato de Yoyes le hizo ser señalado por sus antiguos compañeros: en las paredes aparecen dianas con su nombre escrito en ellas, su público le da la espalda, cada vez es más difícil organizar recitales. En el año 2000 abandona Euskadi y se instala finalmente en Torrevieja. En 2004 muere en Orihuela. "Creo que algo compartido en la sociedad vasca es que se le dejó solo, y que al morir tan joven, a los 56 años, no ha conocido los 14 últimos años de reconciliación", reflexiona Cano. "Si Imanol viviese y hubiese seguido cantando, hubiera recuperado a su audiencia, que habría reconocido su valentía. Más que pedir perdón, en el caso de este cantante, hubiese sido importante que la gente que le dio la espalda volviese a ir a sus conciertos". No ocurrió. 

Pero eso no significa que La voz del Faquir sea una hagiografía. Para empezar, Harkaitz Cano se aleja voluntariamente de la biografía modificando el apellido de Imanol, que pasa a ser Lurgain: "Me parecía que era una tontería ocultar que era él cambiándole el nombre, pero a la vez es una novela y quería que quedara claro que es ficción... Opté por una solución salomónica que hoy en día no sé si tiene sentido o no". Como el suyo, el nombre del resto de personajes aparecen modificados, y el escritor aclara que algunos de ellos son incluso la unión de varias personas reales. Imanol es retratado como un valiente que no dudó en poner el cuerpo para condenar lo que creía condenable, pero también como un hombre problemático, pagado de sí mismo, con una difícil relación con el alcohol, a veces muy duro con su entorno más cercano. 

A partir de entrevistas a quienes le conocieron —Cano llegó a hacerlo, pero no le trató—, el novelista se esfuerza primero en componer el entorno militante en el que comenzó forjándose Imanol. Reuniones clandestinas, citas que se expandían con el boca-oreja, recitales en susurros, colectas para los presos, consignas revolucionarias y listas claras de los libros que era absolutamente necesarios leer —y cuáles eran fruslerías de pequeñoburgueses—. Algo, en realidad, no muy distinto de lo que sucedía en otros rincones del Estado. "Los últimos años de ETA están muy presentes, pero parece que ETA surge por generación espontánea", dice el escritor sobre esta etapa, dentro del contexto de las violencias revolucionarias en Europa. "John Lennon escribió Imagine, pero también apoyó al IRA. Luego juzgarlo no me atañe a mí, pero cosas que me sorprendió saber en su día, hay que contarlas. No se puede comparar la ETA del año 68 o 69, cuando se limitaba a actos de sabotaje en catenarias de trenes o de tirar pintura en embajadas, con lo que fue después". En 1968 se produciría el primer asesinato de ETA, el del guardia civil José Pardines

En aquel entorno, había dos debates en los que Imanol estuvo particularmente interesado. Primero, el del obrerismo, que abogaba por la unión de distintas fuerzas de izquierdas del Estado, frente al nacionalismo: "Imanol estaba más en la parte obrerista, como Paco Ibáñez y tantos otros. Creo que esto no se ha explicado lo suficientemente bien, o no se recuerda". Después, el papel de la cultura en todo aquello. "¿No creerás tú que solo con vuestras guitarras llegaremos muy lejos?', le preguntan. Es algo que no tiene respuesta pero que de todas formas te exige posicionarte, y él desde luego lo hizo". De hecho, uno de los factores que hacen de Imanol una figura relevante, defiende el autor, es justamente que fuera cantante. "Lo más importante de quien canta es su voz", explica. "Cuando Imanol se pronuncia contra el asesinato de Yoyes, utiliza también su voz civil, de ciudadano. Me interesaba que una persona cuyo trabajo es la voz —una gran voz, por cierto— utilice también esa voz para pronunciarse en contra de algo cuando no mucha gente lo hacía".

Conforme avanza La voz del Faquir, las disquisiciones internas de la banda terrorista y el movimiento político anexo se van quedando atrás. Lo hace a medida que el propio Imanol se distancia de la organización. De la épica de asuntos como la fuga de Martutene —inmortalizada por Kortatu en Sarri, Sarri—, Cano reivindica la "mítica doméstica". La de la soledad entre buena parte de los músicos vascos, la de quien ve cómo los periódicos no se interesan por su música, sino por sus opiniones políticas, la de un Madrid que se llena la boca de alabanzas a su valentía pero que tampoco se muestra dispuesto a recibirle, la de una sociedad que le arrincona —¿es él, o en la panadería le han dado una barra de hace tres días?—, la de una carrera que se deshace en alcohol, la de un entorno incapaz de lidiar con sus impulsos autodestructivos. 

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Y sin embargo todo es un poco más complejo de lo que parece. Nada lo es cuando se trabaja con la realidad: cuando Harkaitz Cano ha encontrado una versión unívoca de tal o cual anécdota, ha mantenido esa; cuando ha encontrado varias, ha optado por la más adecuada a la narrativa. Y luego están los matices: "Lo de que murió solo en el exilio… Vivió en Torrevieja, y no fue allí porque estuviera solo".  Cano dibuja, de hecho, una última historia de amor. "Las historias oficiales se simplifican y se cuentan de una forma, pero el novelista tiene que matizar un poco". No se trata de "desmitificar ni mitificar", dice, "sino más bien humanizar". Y con Imanol, en este sentido, tenía material para rato. 

Si el perdón es la emoción que se filtra en algunas de las novelas escritas en torno al conflicto vasco, aquí predomina la reflexión en torno a la vergüenza. La vergüenza de no saberse unas consignas, la vergüenza de haberlas sabido; la vergüenza de haber estado, la vergüenza de no estar. "Me interesan mucho más la vergüenza, la vanidad, la envidia y los celos", dice, "que explican mucho más de lo que creemos, que sentimientos aparentemente más nobles o elevados que quizás obedecen más a la racionalización de nuestra historia que a lo que realmente sentimos y pensamos". Por eso el novelista apreciaría más una confesión enrojecida que una disculpa: "Echo de menos gente que pase vergüenza. No he oído a mucha gente decir: 'Después de lo que hice, después de lo que pasó, después de pensar aquello pasé vergüenza". Imanol quizás sintiera vergüenza en algún momento. Otros quizás la sientan leyendo la novela. 

 

"Es un catalizador perfecto para contar la historia de los últimos 40 años". El escritor Harkaitz Cano (San Sebastián, 1975) habla del cantautor Imanol Larzabal (San Sebastián, 1947-Orihuela, 2004). No se refiere a él como a un desconocido, como a una figura histórica o cultural, sino como a alguien que hubiera frecuentado durante un tiempo. O algo más íntimo aún: como a un personaje. Porque sobre él se construye La voz del Faquir, su última novela, publicada al fin al castellano por Seix Barral (con traducción de Jon Muñoz) después de su salida en euskera el pasado año. Hay otro motivo, más allá del puramente literario, que hizo que Cano , Premio Euskadi de Literatura por Twist (2013), se fijara en él: el "adolescente atormentado" que una vez fue encontró en sus canciones, heredadas de sus padres y sus tías, una puerta de acceso a la poesía. 

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