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Un festival de Almagro histórico planta cara a la crisis sanitaria

Este martes, el Festival de Almagro enciende los focos. Desde el pasado marzo, cuando estalló en España la crisis sanitaria generada por el coronavirus, ese momento parecía sencillamente imposible. ¿Un festival de teatro, con las salas por entonces cerradas, el sector congelado, los hoteles y bares a la espera y la movilidad geográfica limitada? "Hubo momentos en los que parecía muy difícil, y yo sentí en algunos días del mes de abril y de mayo que si la situación no mejoraba no podríamos seguir", cuenta Ignacio García, director del certamen. Esta es su tercera edición, una que se ha ganado ya el puesto de la más memorable, la más amarga y también la más luminosa. "Vamos a ser los primeros en levantar el telón", dice, un día antes de que arranque el festival. "Son 26 compañías que van a actuar aquí después de varios meses sin hacerlo. Sabemos que si todo va bien en Almagro, este va a ser un espaldarazo para el sector, para salir del dique seco". 

El de Castilla-La Mancha, que celebra en este extraño 2020 su edición número 43, es el primer festival dedicado exclusivamente a las artes escénicas en ponerse en marcha. Ya ha comenzado el Grec, en Barcelona, donde el cine y la música tienen también un peso en la programación. Y el 22 de julio arranca el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, que se extiende hasta el 23 de agosto. Como todos comparten contexto sanitario, todos comparten medidas similares: Almagro ha reducido sus fechas, pasando de un mes a dos semanas (hasta el 26 de julio), y también su aforo. Si en 2019 tuvieron 55.000 espectadores, 40.000 de ellos en pases de obras teatrales, el máximo de este año serán uno 9.000 (de ese límite, ya se han vendido el 70% de los tiques). Esto iguala, en entradas, a la población del municipio, cuando normalmente se ponen a la venta cinco veces más. Ignacio García suele huir de medir el éxito del certamen en cifras de asistencia, y este año más: "No se trata de cantidad, se trata de que la gente pueda venir de manera ordenada y segura".

De hecho, aunque las normas de la comunidad autónoma permiten llegar al 75% del aforo, una cifra que ha adoptado Mérida, por ejemplo, ellos han preferido mantener el límite al 50%, por indicación del patronato, integrado por las distintas administraciones públicas, desde el Ministerio de Cultura hasta el Ayuntamiento. Es una cifra muy lejana del 87% de ocupación del pasado año, pero García no parece excesivamente preocupado por cómo afectará esta edición a la salud económica del festival: "Evidentemente, afecta, porque una parte de los ingresos vienen de taquilla. Este año hay un presupuesto más reducido tanto en ingreso como en gasto". Si en la edición anterior se contaba con 70 compañías, en este caso serán menos de la mitad: no solo ha disminuido el aforo y la duración, sino también el número de espectáculos por día. "Este es un año de supervivencia y versión reducida", apunta el director, más con orgullo que con resignación. El hecho de que se trate de un festival público, añade, hace posible diseñar una programación cuya principal preocupación no sea la venta de entradas. 

Después de varios años construyendo un festival de Almagro internacional, con una mirada al teatro barroco europeo y mucha atención puesta en las creaciones latinoamericana, este año las circunstancias han propiciado que toda la programación sea nacional. Las 26 compañías, que provienen de siete comunidades autónomas distintas, incluyen a grupos como la Compañía Nacional de Teatro Clásico (con dos estrenos y dos coproducciones) o Ron Lalá, y la colaboración de instituciones como Radio Nacional de España y sus ficciones sonoras o el Institut Valencià de Cultura. El martes, dará el pistoletazo de salida Ana Belén, que recoge el premio Corral de Comedias. El galardón, que reconoce toda la trayectoria artística de la ganadora, no se entregará este año en el espacio que le da nombre, un lugar emblemático pero angosto, con menos de 300 butacas en condiciones normales, sino en el Palacio de los Oviedo, más abierto y despejado, con casi 400. Ese mismo día tiene lugar uno de los estrenos del festival, En otro reino extraño, obra de la Joven Compañía de la Compañía National de Teatro Clásico (CNTC) a partir de los versos de Lope de Vega. La pieza nació durante el confinamiento, a priori para ser estrenada online, pero con la confirmación de que Almagro seguía adelante, encontró su sitio físico sobre escena. 

Se estrena también Alma y palabra, de San Juan de la Cruz, en versión de José Carlos Plaza con dirección de Lluís Homar (nuevo director de la CNTC), que también interpreta, junto a Adriana Ozores y el pianista Emili Brugalla. La Compañía, dependiente del Ministerio de Cultura, está también presente en dos coproducciones ya estrenadas, como son Tirant, adaptación de la obra de Joanot Martorell por Paula Llorens, con dirección de Eva Zapico, o Andanzas y entremeses de Juan Rana, uno de los éxitos de Ron Lalá. Este año han primado asimismo los espectáculos unipersonales o con un elenco reducido, para cumplir más fácilmente las medidas de seguridad, como es El Lazarillo de Tormes y poemas, de Rafael Álvarez, El BrujoEl Brujo, o Polvo enamorado, de Alberto San Juan junto al músico Fernando Egozcue, a partir de versos de distintos autores. Conscientes de que muchos espectadores no podrán acercarse este año al pueblo, la organización del festival ha incluido también programación online, como la sección Barroco Infantil para los más pequeños, o la ficción sonora de RNE Magallanes, el viaje infinito, protagonizada por Roberto Álamo. 

Pese al esfuerzo que se ha puesto en componer una programación variada, con todas las limitaciones del momento, Ignacio García siente que este año hay algo por encima de eso. La palabra de los clásicos, dice, que vienen a prestarnos consuelo o a abrirnos la puerta a otros universos. Pero también el funcionar como locomotora del sector. Y demostrarle al público que la cultura, cumpliendo con todas las medidas, no es más arriesgada que otras actividades cotidianas. "No estamos preocupados, estamos concentrados en aplicar el protocolo y muy ilusionados con volver a hacer teatro", dice. Él mismo ha estado en el Festival de Almada, en Portugal, para aprender de las medidas puestas en marcha allí, igual que acudió el Museo del Prado y al Thyssen en los primeros días tras la apertura. En estas circunstancias, defiende, no solo da ejemplo la organización, sino también el público. Fue muy reconfortante, dice, ver que en Almada los espectadores "disfrutaban mucho, con ganas". Y confía en los habituales de Almagro, "un público muy cívico, al que le gusta disfrutar de la cultura de forma festiva pero profunda". Ahí estarán. Un año más que no es simplemente un año más. 

Este martes, el Festival de Almagro enciende los focos. Desde el pasado marzo, cuando estalló en España la crisis sanitaria generada por el coronavirus, ese momento parecía sencillamente imposible. ¿Un festival de teatro, con las salas por entonces cerradas, el sector congelado, los hoteles y bares a la espera y la movilidad geográfica limitada? "Hubo momentos en los que parecía muy difícil, y yo sentí en algunos días del mes de abril y de mayo que si la situación no mejoraba no podríamos seguir", cuenta Ignacio García, director del certamen. Esta es su tercera edición, una que se ha ganado ya el puesto de la más memorable, la más amarga y también la más luminosa. "Vamos a ser los primeros en levantar el telón", dice, un día antes de que arranque el festival. "Son 26 compañías que van a actuar aquí después de varios meses sin hacerlo. Sabemos que si todo va bien en Almagro, este va a ser un espaldarazo para el sector, para salir del dique seco". 

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