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Florilegio de madrastras

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Podemos empezar admitiendo que las madrastras ya no son lo que eran, el cambio del modelo familiar y la proliferación de segundas madres ha traído una modificación sustancial de aquel modelo grabado a sangre y letra por miles de relatos a lo largo de la historia.

En esos textos, y a diferencia de la madre tempranamente muerta o desaparecida en extrañas circunstancias a la que se le atribuían todas las bondades físicas y morales (bien porque las tenía, bien porque se la idealizaba), la madrastra era el epítome de la perversidad. La mujer cruel que roba a los niños el cariño de su padre y atormenta a esos hijos que no son suyos, ora por deporte, ora para beneficiar a los que ella misma aporta a la familia.

En la vida real, las madrastras han de trabajar para construir una relación con hijos de otra mujer que sigue ahí, por lo que ese vínculo ha de ser necesariamente distinto al que los pequeños (o no tan pequeños) mantienen con su madre biológica.

Cierto, las madrastras no son las únicas malas de la historia de la literatura, en cuyas páginas también encontramos a madres que abandonan a sus hijos en casa, o en medio de un bosque preñado de peligros. Pero, por regla general, ellas quedan definidas como seres angelicales y desgraciados, que o sufren o mueren o las dos cosas de manera consecutiva. Su bondad infinita es empalagosa, y poco útil en términos de supervivencia para los lectores: pobre del que llegue a creerse que el amor de una madre le protegerá de los problemas.

Las madrastras, por el contrario, constituyen un formidable instrumento educativo: nos ayudan a entender que no todo el mundo es güeno, al enseñarnos el lado oscuro de las personas nos hacen desconfiados, nos disponen a combatir los muchos peligros que tendremos que afrontar.

En el día de hoy, dedicado a las madres (de cuya suerte literaria ya nos ocupamos), hablemos de madrastras. Mejor aún: leámoslas.

Malas malosas

La que atesoran las madrastras es una mala fama secular, bien cimentada en mitos, folclore y leyendas que coinciden en vilipendiar a esa intrusa a la que acusan no sólo de ocupar un sitio que no es el suyo, sino también de ser una arpía e incluso bruja experta en pócimas venenosas.

Viene de lejos. Como se explica aquí con mayor detalle, de Ino, Fedra y Medea dejaron ya bien establecida esa condición maligna. Ovidio utiliza para la madrastra los términos criminal, dura, terrible, y Virgilio (que la define como injusta y cruel) no olvida mencionar unas frutas que sirven de antídoto para el veneno que esas madres postizas usan.

No parece arriesgado colegir que los habitantes del mundo occidental, cuyo imaginario colectivo se forjó en esos mitos, venimos con la antipatía hacia las madrastras de serie. Y que mejoramos sus prestaciones con los relatos de nuestra infancia.

Fue Carl Gustav Jung quien dijo que las representaciones maternas de los cuentos infantiles son "una llave de oro que un hada buena nos puso en la cuna", que nos abre las puertas de "lo inconsciente colectivo". La llave de oro. Madres y madrastras en los cuentos infantiles se titula precisamente el libro en el que Sibylle Birkhäuser-Oeri, discípula de Jung, explica que "todas las figuras de los cuentos pertenecen a los niveles más profundos de nuestra psique; son representaciones arquetípicas. Influyen en nosotros las conozcamos o no, pues se trata de realidades psíquicas".

¿Qué realidades son ésas? La psicóloga del desarrollo Charlotte Bühler señaló que, en esos relatos, brujas y madrastras, sin excepción, muestran mal carácter y son fuente de desdichas sin fin: quieren deshacerse de los niños, o atraerlos, bien para devorárselos o para hacerles daño. Así lo recuerda Ofelia Huamanchumo de la Cuba en un artículo donde cita además una enciclopedia alemana de cuentos de magia, Lexikon der Zaubermärchen, que "registra una lista de motivos psicológicos en diferentes cuentos, muchos de los cuales tienen que ver con una figura mágica femenina". Sólo en las obras recopiladas por los hermanos Grimm, bajo el rubro "madrastra (cruel)" aparecen La Cenicienta, Hermanito y hermanita, La pastora de ocas, La doncella Maleen, El corderillo y el pececillo, Blancanieves, La mesa, el asno y el bastón maravilloso

Las madrastras, concluye, son siempre presentadas "como criaturas despiadadas, con atributos negativos: envidiosas, orgullosas, temerarias, celosas. A diferencia de las brujas, ellas son mujeres integradas en la sociedad, pero que se pueden dar el lujo de ejercitar la práctica de la magia". Si acaso, encontramos consuelo en el hecho de que los Grimm deparan a madrastras (y brujas) un destino horrible, un castigo sin piedad, mientras que sus víctimas, tras sufrir enormemente, pueden vivir felices y comer perdices.

Madres y madrastras

"Tuvo mi juventud por padre al vicio,/ Y mi vida madrastra en la fortuna", leemos en Guzmán de Alfarache. Pues vaya suerte la suya.

La madrastra sólo trae desgracias, y ésa es una convicción que también han exhibido escritores que han denunciado a España por ser no madre (patria), sino madrastra de sus hijos.

Ya Lope de Vega (quien, posteriormente novelaría en El castigo sin venganza los fatídicos amores de Federico y su madrastra Casandra) recurrió a finales del XVI a esa imagen dual en La Arcadia:

¡Ay, dulce y cara España,

Madrastra de tus hijos verdaderos,

Y con piedad extraña,

Piadosa madre y huésped de extranjeros!

Más cerca de nuestro tiempo, Antonio Machado dejó A orillas del Duero (Campos de Castilla, 1907-1917) una reflexión similar:

La madre es en otro tiempo fecunda en capitanes,

madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.

Luis Cernuda denunció la doblez de España en Las nubes (1937-1940):

Háblame, madre

Y al llamarte así, digo

Que ninguna mujer lo fue de nadie

Como tú lo eres mía.

Y de otra, madrastra:

Y nuestra gran madrastra, mírala hoy deshecha,

Miserable y aún bella entre las tumbas grises.

Y Blas de Otero (Por venir. Que trata de España, 1964) también recurrió a esa perturbadora imagen:

Madre y madrastra mía,

España miserable

y hermosa. Si repaso

con los ojos tu ayer, salta la sangre

fratricida, el desdén

idiota ante la ciencia,

el progreso.

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Por lo demás, y aunque madrastras hay en infinidad de libros (recuerdo ahora que aparece una en La muerte y la primavera, una espléndida novela de Mercè Rodoreda recientemente recuperada; y que asoma otra en el Corazón de napalm de Clara Usón), a buen seguro la que todos mencionarían al ser animados a recordar una es la que mereció el elogio de Mario Vargas Llosa.

Elogio de la madrastra es la primera novela erótica del Nobel, y tuvo su spin off en Los cuadernos de don Rigoberto. La madrastra es Lucrecia, "una hermosa gata de Angora", casada con el tal Rigoberto, un viudo con cuyo hijo Fonchito, "bello como un arcángel", la madre putativa entablará una relación nada maternal. Y hasta aquí puedo leer.

En fin. Añadan ustedes las madrastras que quieran. Incluso buenas. Incluso reales. Y no dejen de felicitarlas en este día que ellas celebran de manera vicaria, o en el que ante la presencia avasalladora de las madres pata negra, sólo aspiran a mantener el tipo.

Podemos empezar admitiendo que las madrastras ya no son lo que eran, el cambio del modelo familiar y la proliferación de segundas madres ha traído una modificación sustancial de aquel modelo grabado a sangre y letra por miles de relatos a lo largo de la historia.

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