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'La forma del agua': amor por el Otro

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La forma del agua, la última película de Guillermo del Toro (en cines el 16 de febrero) es una mezcla entre La Bella y la Bestia, Splash y La mujer y el monstruo. O así la describía, con algo más que condescendencia, Dennis Rice, uno de los grandes nombres de Hollywood y ex de compañías como Disney y Miramax. El diario The Atlanticacusaba al filme —junto a otros contendientes en el festival de Toronto— de tener "la sutileza de un mazo". El carácter de cuento de hadas del trabajo se subraya de un modo un tanto grueso desde la primera secuencia, con una voz en off que nos habla de una "princesa sin voz". Y sin embargo ahí está: se hizo con el León de Oro en el Festival de Venecia, ha triunfado en los premios del sindicato de directores y del de productores, se llevó el Globo de Oro a mejor dirección y acumula 12 nominaciones a los BAFTA y 13 a los Oscar.

Porque nada de esto parece jugar en su contra, sino a su favor. El argumento, aceptémoslo, es de serie B: una mujer se enamora de un hombre-pez amazónico encarcelado y torturado por un equipo de villanos que combina a científicos locos, militares y espías rusos. Y bebe, sin ocultarlo, de La mujer y el monstruo (Creature from the Black Lagoon en el original), un clásico de terror de los cincuenta venerada solo por los locos del género. Porque eso es lo que es Del Toro (Guadalajara, Jalisco, 1964), como recuerda A. O. Scott, crítico de The New York Times que no duda en calificar a la película de "maravillosa". Un director que ha construido su filmografía sobre extraños cuentos de hadas ambientados en la Guerra Civil (El espinazo del diablo, El laberinto del faunoEl espinazo del diabloEl laberinto del fauno) y grandes filmes de acción (Pacific Rim, Hellboy). 

La forma del agua es una película de género. Pero, ¿de cuál? De terror, habitada como está por un monstruo acuático y antropomórfico capaz de desmembrar al incauto de un solo bocado. De espías, con su acento ruso, su carrera espacial y su ambientación en 1962. De aventuras, con una pandilla de amigos que se organiza para salvar a un sorprendentemente inteligente anfibio (¿alguien ha dicho Liberad a Willy?). Incluso el musical, con su número de baile. Y, por encima de todo, el romántico: un chica conoce a chico (pez) de manual. La evidencia de este corta y pega (Del Toro no es sutil pero tampoco lo intenta) no ha impedido que el filme alcance la excepcional nota de un 92% de críticas positivas en la web Rotten Tomatoes y tampoco que sea considerado como una radiografía de los Estados Unidos de Trump

Es una verdad asumida por la crítica: la obsesión de las películas de la Guerra Fría por los monstruos venidos de otra dimensión tenían tanto que ver con el terror ante una amenaza aún mayor que Godzilla  —la bomba atómica— como con la existencia de un Otro tan lejano y extraño como las criaturas de Vinieron del espacio (It came from outer space) —el habitante del otro lado del telón de acero—. No es casualidad que, cuando el presidente de los Estados Unidos ha prometido construir un muro en la frontera con México, un cineasta mexicano se identifique con un monstruo. El Otro definitivo, interpretado aquí por Doug Jones, enfundado en un complejo disfraz. Una criatura amazónica —Del Toro respeta aquí la premisa de La mujer y el monstruo— que el Gobierno de Washington considera poco más que un animal, cuyo valor ni siquiera intuye y que pretende usar como un "recurso" para sus propios fines. La metáfora es obvia. 

(La política se une aquí con una obsesión personal. Guillermo del Toro pasó su infancia dibujando insistentemente a la criatura de La mujer y el monstruo, clara inspiración de su sireno; su carrera está jalonada de bestias de distinto pelaje y sus cimientos creativos se asientan sobre los hombros del pobre infeliz al que dio vida Frankenstein: "Era una especia de mártir, un hermoso mesías. Me emocionaba. Cuando era niño, veía esa a esa criatura y pensaba: soy yo".)

Y no acaba ahí. La protagonista, Sally Hawkins, es una mujer sin voz. Literalmente. No solo es limpiadora, un trabajo tan obrero como feminizado. Un misterioso accidente que los guionistas (Del Toro y Vanessa Taylor) dejan convenientemente en el aire le dañó para siempre las cuerdas vocales. Pero Elisa toma la película, dirige la acción, se hace oír en una elocuente lengua de signos. Junto a ella, una panda de inadaptados, tan desterrados a la otredad como el monstruo: una mujer afroamericana (Octavia Spencer), un artista homosexual (Richard Jenkins) y un comunista encubierto desencantado con la Unión Soviética (Michael Stuhlbarg). La toma de partido política de Del Toro es también creativa: se puede hacer una película protagonizada por un personaje con diversidad funcional y un puñado de integrantes de distintas minorías y dirigirse, sin embargo, al gran público. El filme ha recaudado ya cerca de 70 millones de euros en todo el mundo. 

Luego está el villano (Michael Shannon), un recto funcionario tan violento como metódico, padre de familia y empleado ejemplar, que se sabe en la cúspide de la pirámide social y desprecia a todos los que están por debajo. "No ve a nadie porque su arrogancia es tan grande...", dijo de él Del Toro en el Festival de Toronto. En un momento dado, el personaje sufre la misma podredumbre (literal) que el sistema al que representa, que para el cineasta "es como un cáncer. Sufrimos un tumor. Esto no significa que el cáncer empezara con él. Se estaba gestando desde hace tiempo". Sí, el malo es un hombre heterosexual estadounidense y el cineasta tiene sus razones: "Si eras blanco, anglosajón y protestante, [los sesenta] era un buen momento para estar vivo. Si no lo eras, si eras cualquier otra cosa, no lo era en absoluto". 

Por encima de todas las referencias políticas, de todas las batallas, está el romance. El amor. Sencillo como en un cuento de hadas, inmediato, construido contra el mundo. Un relato de salvación mutua y no de dolorosa transformación. "Se reconocen el uno al otro", contaba Hawkins al Los Angeles Times, "Oh, al fin. Alguien como yo. ¿Dónde has estado toda mi vida?". ¿No es lo que quiere cualquier monstruo? Que alguien vea más allá de las escamas, de sus capacidades, de su raza o de su orientación sexual, ese "alguien como yo". Dejar de ser el Otro.

 

La forma del agua, la última película de Guillermo del Toro (en cines el 16 de febrero) es una mezcla entre La Bella y la Bestia, Splash y La mujer y el monstruo. O así la describía, con algo más que condescendencia, Dennis Rice, uno de los grandes nombres de Hollywood y ex de compañías como Disney y Miramax. El diario The Atlanticacusaba al filme —junto a otros contendientes en el festival de Toronto— de tener "la sutileza de un mazo". El carácter de cuento de hadas del trabajo se subraya de un modo un tanto grueso desde la primera secuencia, con una voz en off que nos habla de una "princesa sin voz". Y sin embargo ahí está: se hizo con el León de Oro en el Festival de Venecia, ha triunfado en los premios del sindicato de directores y del de productores, se llevó el Globo de Oro a mejor dirección y acumula 12 nominaciones a los BAFTA y 13 a los Oscar.

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