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'Gracias a Dios': el poder de la palabra contra la pederastia en la Iglesia

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El rodaje de la película Gracias a Dios (en cines el 18 de abril) no fue un rodaje normal. Se hizo, cuenta el cineasta François Ozon, "un poco en secreto": aunque la trama sucede en Lyon, el equipo se desplazó hasta Bélgica y Luxemburgo, el título real se ocultó tras el título falso de Alexandre, y se alteró la sinopsis. Se decía que la película contaría el reencuentro de un grupo de hombres de en torno a los 40 años, que se reúnen para hablar de la infancia y del devenir de sus vidas. Solo era verdad a medias: Ozon quería abordar el proceso por el cual salieron a la luz los abusos sexuales del padre Bernard Preynat, sacerdote de la diócesis de Lyon, y la labor de silenciamiento realizada por la cúpula eclesiástica de la ciudad, uno de los grandes escándalos de pederastia en el seno de la Iglesia católica. Estaba claro, dice Ozon entre risas, que el arzobispo de Lyon, Philippe Barbarin difícilmente les habría permitido filmar en sus templos. 

En la presentación del filme en España, el director cuenta que el Gracias a Dios del título en España puede parecer una simple expresión, sinónimo de afortunadamente. Pero en Francia, y todavía más en Lyon, la fórmula tiene una connotación clara desde marzo de 2016. Entonces, el cardenal Barbarin celebraba una rueda de prensa, en Lourdes, para defenderse de quienes le acusaban de haber hecho caso omiso a las denuncias que le llegaron y de haber protegido al abusador, que ya por entonces había confesado. "La mayoría de los hechos, gracias a Dios, han prescrito", dijo el religioso. Cuando un periodista le señaló la "violencia" de la expresión, él se excusó: se trataba de "un error de lenguaje". A principios del pasado marzo, Philippe Barbarin, uno de los religiosos más poderosos de Francia, fue condenado a seis meses de cárcel por encubrimiento de los abusos sexuales cometidos por Preynat,cuyo juicio aún está en marcha. 

Pero volvamos al principio. "Nunca he querido hacer una película sobre la actualidad", explica Ozon, "quería hacer una película sobre la fragilidad masculina". Y encontró su historia en los periódicos, en la lucha de François, Alexandre y Emmanuel, que, décadas después de los abusos que sufrieron de niños, rompen el silencio al que han sido condenados a lo largo de toda su vida para denunciar a Preynat y la protección que ha recibido de sus superiores a lo largo de toda su carrera. En este sentido, Ozon se aleja de la narrativa de Spotlight, el filme de Thomas McCarthy sobre un caso similar ocurrido en Boston, que se hizo con el Oscar a mejor película. Si allí la trama giraba en torno a los periodistas que sacaron el caso a la luz, aquí se centra en las víctimas, en los efectos que tienen los crímenes sobre su bienestar emocional y sobre sus vínculos familiares, y en la relación de hermandad que logran establecer entre sí. 

Porque François, Alexandre y Emmanuel son personas reales, aunque les interpreten Denis Ménochet (Custodia compartida), Mervil Poupaud y Swann Arlaud, respectivamente. Ozon les cambia los apellidos en el filme, aunque es fácil encontrar su identidad en Internet: su labor ha consistido, precisamente, en no ocultarse, en hablar a cara descubierta de lo que tuvieron que sufrir. En el filme, el cineasta retrata el proceso por el que llegan a ponerse en contacto los unos con los otros, por el que deciden denunciar ante la justicia, por el que acuerdan organizarse en una asociación llamada La palabra liberada, para dar más fuerza a sus demandas. Ozon reproduce literalmente su relato de los acontecimiento según lo contaban ellos mismos en su página web y describe el alcance de ese terremoto emocional en sus relaciones de pareja o en el diálogo con sus hijos. El director de cine sí ha mantenido el nombre real de Bernard Preynat, del cardenal Barbarin y de Régine Maire, psicóloga voluntaria de la diócesis de Lyon encargada de mediar ante las víctimas. 

Hasta ese momento, esos niños que jamás se habían visto solo tenían una cosa en común: la mala suerte, compartida con otras decenas de menores, de apuntarse a los scouts en el grupo Saint Lucscouts , en Sainte-Foy-lès-Lyon, donde Preynat ejercía como capellán, entre principios de los ochenta y principios de los noventa. En ese momento, los padres de una de las víctimas se pone en contacto con el entonces arzobispo de Lyon, el cardenal Decourtray, y el sacerdote es trasladado. Preynat seguiría estando en contacto con niños, y se seguirían recibiendo quejas de su comportamiento, hasta 2015, cuando se le aparta de la actividad pastoral como consecuencia de las denuncias de La palabra liberada. Nadie en la Iglesia llevó el caso hasta la justicia. "Durante mucho tiempo", apunta Ozon, "la Iglesia ha considerado la pederastia como un pecado al mismo nivel que la homosexualidad o el aborto. En Francia, parece que la Iglesia ha comenzado ya a verlo como un crimen". 

Pero la cosa no está tan clara: aunque Barbarin fue condenado el 7 de marzo por encubrir abusos sexuales a menores de los que tuvo conocimiento entre 2014 y 2015, diez días después el papa Francisco rechazó su dimisión. El Vaticano apelaba a la "presunción de inocencia" del cardenal, alegando que este había recurrido la sentencia, y que por tanto esta no era firme. Barbarin mantiene el título de arzobispo de Lyon, aunque decidió retirarse "pos cierto tiempo", dejando al frente de la diócesis al vicario general Yves Baumgarten. "Todos esperábamos que aceptara la dimisión", cuenta Ozon, "pero las palabras del papa parecen más fuertes que sus actos". Según el cineasta, Bergoglio y Barbarin son "muy cercanos", y el primero se valió del apoyo del segundo para acceder a la jefatura de Estado. 

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Si el rodaje de Gracias a Dios no fue fácil, tampoco lo fue su estreno, pese a su triunfo en la Berlinale, donde se hizo con el Gran Premio del Jurado. La defensa de Preynat solicitó que la salida del filme se retrasara hasta el final del juicio, mientras que Régine Maire solicitaba que su nombre se suprimiera del metraje. Pero la justicia francesa consideró que el filme respetaba la presunción de inocencia, y que retrasar el estreno hasta el fin del proceso judicial, con todos los recursos posibles, equivalía a censurarlo, por lo que la película pudo llegar a las salas francesas el 20 de febrero. Desde entonces la han visto más de 900.000 personas. "El éxito de la película", reclama Ozon, "ha tenido que ver con que muchos creyentes han ido al cine. Los católicos están hartos".

El día antes de su presentación en España, el cineasta participaba en un debate en Lyon entre las víctimas y Baumgarten, el sustituto de Barbarin. Era la primera vez que se producía un encuentro público entre los miembros de la asociación La palabra liberada y los responsables de la diócesis. "Cuando vemos los profundos errores de nuestra Iglesia que han conducido a tales dramas", admitía el sacerdote, "nos duele. (...) Quizás es nuestro turno de sufrir lo que otros han sufrido". Pese a esta aparente Concordia, Ozon se dice "escéptico": "Si se produce una revolución en el seno de la Iglesia, tiene que hacerse desde los fieles, no desde la cabeza". 

 

El rodaje de la película Gracias a Dios (en cines el 18 de abril) no fue un rodaje normal. Se hizo, cuenta el cineasta François Ozon, "un poco en secreto": aunque la trama sucede en Lyon, el equipo se desplazó hasta Bélgica y Luxemburgo, el título real se ocultó tras el título falso de Alexandre, y se alteró la sinopsis. Se decía que la película contaría el reencuentro de un grupo de hombres de en torno a los 40 años, que se reúnen para hablar de la infancia y del devenir de sus vidas. Solo era verdad a medias: Ozon quería abordar el proceso por el cual salieron a la luz los abusos sexuales del padre Bernard Preynat, sacerdote de la diócesis de Lyon, y la labor de silenciamiento realizada por la cúpula eclesiástica de la ciudad, uno de los grandes escándalos de pederastia en el seno de la Iglesia católica. Estaba claro, dice Ozon entre risas, que el arzobispo de Lyon, Philippe Barbarin difícilmente les habría permitido filmar en sus templos. 

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