Gregorio Morán: "¿Dónde están las voces críticas? En Cataluña están en sus casas"

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No es ningún secreto que cuando el periodista Gregorio Morán (Oviedo, 1947) escribe un libro, no es para hacer amigos. En El cura y los mandarines analizaba la figura del intelectual Jesús Aguirre, diseccionando de paso a la intelectualidad española con tanta dureza que el Grupo Planeta acabó renunciando a su publicación. Finalmente el libro saldría en Akal, cuyo sello Foca acoge ahora Memoria personal de Cataluña. Aquí narra Morán la intrahistoria de su entrada y polémica salida de La VanguardiaLa Vanguardia, despedido, denuncia, por hablar en su columna de "los medios (de comunicación) del Movimiento Nacional", algo que según él habría generado la ira de la dirección del periódico, para el autor "el portavoz más autorizado de la Generalitat en el momento en que empezaba a escorarse hacia el soberanismo militante". Ese primer capítulo sirve de entrada a otros dos, en los que el periodista se aleja de su historia personal para hacer un repaso nada neutral del desarrollo del movimiento independentista. Ahí tampoco hace amigos. 

Y esto no es nuevo. En sus "Sabatinas intempestivas" publicadas semanalmente por La Vanguardia, Morán no dudaba en azotar al independentismo, siendo las suyas algunas de las críticas más feroces publicadas por la prensa catalana. En el artículo nunca publicado, que recoge el libro, hablaba de los dirigentes de la CUP, "más ignorantes que jóvenes", del "delincuente 'legal" Joaquim Forn y, en suma, de un movimiento que busca "provocar un conflicto no solo cívico sino violento". "Te crujen por una disidencia", decía, "por una opinión que no sea la de las instituciones corruptas de la Generalitat". No era este artículo, en realidad, tan diferente a otros, pero debió de serlo, porque ahí se acabó la cosa tras tres décadas de colaboración. 

 

Acepta que este libro es quizás una "reacción" a aquel despido —el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña consideró probado que Morán era un falso autónomo y que su salida del periódico había sido un despido improcedente—, pero asegura que de no haberse producido habría escrito el libro "igual", salvando la narración del conflicto. La proposición a partir de la cual parte el breve ensayo es la siguiente: Cataluña está muy lejos del espacio de libertad que recibió a Morán en los setenta cuando este huía de un Madrid gris. Ahora, en el Círculo de Bellas Artes de la capital, el periodista mira a Cataluña. ¿De verdad esa Cataluña abierta ha muerto? "Es difícil que alguien la vea como un espacio de libertad, a menos que sea un cerrado independentista que considere que la pelea es una forma de libertad", lanza. Y compara por primera vez a lo largo de la conversación (lo hará varias veces) el clima en torno al procés con el franquismo: "Entonces era una cosa que se decía siempre para atacarnos a los antifranquistas: aquí se vive un clima de libertad, puedes decir lo que quieras. Hombre, pero en voz bajita. Libertad es poder escuchar a los que piensan diferente que tú, y en el caso nuestro, poder escribirla. Esto no se da".

Como en El cura y los mandarines, mira con especial preocupación y acidez a los intelectuales que considera al servicio de la maquinaria independentista, y no nombra a pocos: allí están desde el historiador Josep Fontana, a quien afea lo que juzga como un acercamiento final al nacionalismo, hasta la filósofa Marina Garcés, no tan clara sobre sus posiciones en torno al independentismo, pero sí votante del 1-O y muy beligerante contra lo que denuncia como "represión" policial. Frente a este pensamiento, que considera finalmente cercano al poder soberanista, se lamenta de la ausencia de un "pensamiento disidente": "No tenemos medios. Yo no puedo escribir en ningún medio". Tras su despido del periódico, el escritor pasó a colaborar con el periódico online Crónica Global, aliado de El Español de Pedro J. Ramírez, pero también de allí acabó siendo expulsado después de que la dirección decidiera no publicar un texto en el que narraba su proceso judicial con La VanguardiaLa Vanguardia. Actualmente, Morán publica sus "Sabatinas" en Vozpópuli, cuya redacción está en Madrid. 

"¿Dónde están las voces críticas? En Cataluña están en sus casas", se queja el autor, que se debate entre la comprensión hacia quienes deciden no pronunciarse sobre el asunto —"Me imagino lo que pueden pensar Juan Marsé o Eduardo Mendoza, pero ya tenemos una edad en la cual no vas a salir con una pancarta a la calle"— y cierto resquemor contra "quienes dicen que no están con unos ni con otros": "En Cataluña, como en toda situación de conflicto civil, el unos y otros está por encima de tu voluntad, y el hecho de callarte significa que o favoreces a unos o favoreces a otros. Cada uno debe asumir sus silencios". Morán asegura, "haciendo un exceso en la metáfora", que, "igual que cuando entran los aliados en Alemania en el 45 no había ningún alemán que no hubiera guardado un judío en su casa", tras la caída del independentismo "todo el mundo se considerará un intelectual independiente que tomó posiciones equidistantes y equilibradas".

Morán habla de "antiindependentistas" y "constitucionalistas", situándose por oposición en los segundos, aunque eso haga que el antiguo militante comunista acabe en el mismo bando que dirigentes de Ciudadanos o el Partido Popular. "No tengo nada que ver con ellos", aclara, cuando se le pregunta su opinión por de la manifestación por la unidad de España convocada por Societat Civil Catalana en octubre de 2017, con la participación del premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa: "Pero a mí Vargas Llosa no me limita mi libertad, pero el señor Torra sí. Uno gobierna y el otro no, que es una diferencia capital". 

'Yo, charnego'

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Para el periodista, el independentismo ha impuesto el "eje catalanista" por encima de la "lucha de clases", convertida en un "tabú intocable". "La lucha de clases", lanza, "significa en términos prácticos que un tipo como Rufián, que es un lumpen en la categoría de Marx, que ingresa en ERC en el grupo de independentistas que no hablan catalán, se convierta en charnego agradecido". Y ese "tabú", continúa, hace que sea "un anatema" que el PSC haya "abandonado la banlieu, donde Podemos, Vox y otros partidos tienen sus feudos" para convertirse en "un partido barcelonés de gente asentada" que pasa por el "control de aduanas del catalanismo". Eso explica también en su opinión que el antiguo secretario general de Podemos Cataluña, Albano Dante Fachín, fuera "un argentino nacionalista catalán". "Es inhabitual en Cataluña", critica, "decir que Convergència era un partido de derecha conservadora. No de centro derecha, sino derecha-derecha. Se le llama derecha catalanista". "¿Cómo es posible que Esquerra pase de la masonería a la derecha católica?", se pregunta, negándole la izquierda de su nombre. 

Morán lleva más de dos horas de sucesivas entrevistas con el procés en la boca y parece genuinamente agotado. "Para participar en política en Cataluña se necesita un manual de instrucciones", dice con resignación. ¿Y el final de todo esto? "Esto va para largo. Yo ya no lo veré". 

 

No es ningún secreto que cuando el periodista Gregorio Morán (Oviedo, 1947) escribe un libro, no es para hacer amigos. En El cura y los mandarines analizaba la figura del intelectual Jesús Aguirre, diseccionando de paso a la intelectualidad española con tanta dureza que el Grupo Planeta acabó renunciando a su publicación. Finalmente el libro saldría en Akal, cuyo sello Foca acoge ahora Memoria personal de Cataluña. Aquí narra Morán la intrahistoria de su entrada y polémica salida de La VanguardiaLa Vanguardia, despedido, denuncia, por hablar en su columna de "los medios (de comunicación) del Movimiento Nacional", algo que según él habría generado la ira de la dirección del periódico, para el autor "el portavoz más autorizado de la Generalitat en el momento en que empezaba a escorarse hacia el soberanismo militante". Ese primer capítulo sirve de entrada a otros dos, en los que el periodista se aleja de su historia personal para hacer un repaso nada neutral del desarrollo del movimiento independentista. Ahí tampoco hace amigos. 

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