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Begoña Gómez cambia de estrategia en un caso con mil frentes abiertos que se van desinflando

De gritar contra la ley de peligrosidad a la multitudinaria marcha del Orgullo: así hemos cambiado desde 1977

“Volver a lo esencial”. Así habla Mané Fernández, vicepresidente de la FELGTB, la federación de asociaciones del colectivo, de la manifestación estatal del Orgullo LGTBI que se celebra en Madrid este sábado 3 de julio. Después de un año sin marcha, la organización vuelve a la calle pero prescindiendo, por el covid-19, de las carrozas y los escenarios. La de 2021 será una manifestación más parecida a las de hace dos décadas, cuando aún no se habían popularizado los camiones y autobuses que en los últimos años cerraban la marcha. “La manifestación es reivindicación”, explica, “y luego viene la parte lúdica, que tiene que ver con las carrozas. Por eso prescindimos de las carrozas este año y no podemos prescindir de la reivindicación”. Este alto en el camino, en mitad de un debate incesante dentro del colectivo sobre una posible cooptación de la protesta por las empresas, permite mirar atrás. Preguntarse qué significa eso de “lo esencial” y qué dice la manifestación (las manifestaciones) del Orgullo sobre el camino recorrido por las personas que ese día celebran ser quienes son.

Desde luego, nadie de quienes participaron en la primera manifestación por los derechos LGTBI del Estado, la de 1977 en Barcelona, podía imaginarse que 40 años después más de un millón de personas iba a hacer lo mismo en todo el país, y que empresas y partidos políticos se pelearían por salir en la foto. Y no es que aquella primera marcha fracasara: 4.000 personas gritaron contra la ley de peligrosidad, que preveía internamientos en “establecimientos de reeducación” de entre cuatro meses y tres años, y ondearon estandartes con lemas como “Nosaltres no tenim por, nosaltres som”... antes de que los grises dispersaran a palos a los congregados. Reproducían el modelo estadounidense, que en 1970 se había manifestado por primera vez para recordar la revuelta del 28 de junio que había estallado un año antes en el bar Stonewall, en Nueva York, contra una redada policial homófoba y tránsfoba. A partir de 1975, se habían ido formando en España grupos clandestinos como el Front d'Alliberament Gai de Catalunya, el Frente de Liberación Homosexual de Castilla (Madrid formaría parte de Castilla La Nueva hasta 1982) o el Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria en Andalucía, y el empuje barcelonés acabó llevando a la fundación de la Coordinadora de Frentes de Liberación Homosexual del Estado Español (COFLHEE), precursora de la FELGTB. Era 1978. Y ese año el Orgullo se extendió por todo el país.

La primera manifestación del Orgullo LGTBI en España, en Barcelona en 1977. | COLITA (EXPOSICIÓN SUBVERSIVAS)

La primera manifestación en Madrid, en 1978, reunió a 7.000 personas, según las crónicas de la época, e incluyó un homenaje a Esmeralda La Francesa, mujer trans fallecida tras precipitarse desde la tercera planta de la cárcel de Carabanchel, conocida como el Palomar, donde solían cumplir condena homosexuales y mujeres trans. En Barcelona, la marcha reunió a 2.000 personas, mientras que en Bilbao fueron unas 600 y en Sevilla, “varios centenares” o “más de mil”, según las fuentes. En la ciudad andaluza, la protesta organizada por el Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria arrancó con un mitin en un local de Comisiones Obreras, apoyado por el PCE y el PSOE: la protesta contra la ley de peligrosidad se unía en esos años a la petición de amnistía o la defensa del sistema autonómico, alternándose a menudo los cánticos sobre una y otra, y partidos y sindicatos estuvieron presentes en las primeras marchas. Luego, apenas un centenar de personas organizaron una manifestación improvisada hasta los juzgados, encargados de aplicar la temida ley de peligrosidad. “Peligrosos son los que evaden capitales y provocan el paro”, reclamaba una jovencísima Mar Cambrollé. Al inicio del mitin, y durante solo unos minutos, una pancarta rosa de 25 metros decoró la Giralda. En ella se leía: “Libertad Sexual. MHAR”.

Sin peligrosidad, pero con escándalo

Se puede decir que el éxito del movimiento fue fulgurante: en diciembre del 78 el Gobierno de Adolfo Suárez excluía la homosexualidad de los supuestos de peligrosidad social, una modificación de la ley que entraba en vigor en las primeras semanas de 1979. La homosexualidad quedaba despenalizada en España. A lo largo de los primeros años ochenta se irían legalizando, además, organizaciones hasta entonces clandestinas como el Front d'Alliberament Gai de Catalunya. Las cosas cambiaban a la velocidad de la luz: si en 1979 se le denegaba la inscripción en el registro de asociaciones, al año siguiente, tras una década de existencia, se convertía en la primera organización de personas homosexuales en ser legalizada. Se acababa la etapa “de clandestinidad”, decían entonces sus organizadores, y empezaba la de “permisividad”. ¿Y cómo afectó esta transformación a las manifestaciones del 28 de junio? Paradójicamente, de manera negativa. “Después de conseguir el principal objetivo político, empieza a haber un disfrute comercial, de ocio, y se empieza a vivir la sexualidad de otra manera, sobre todo por parte de aquellos que se habían estado organizando mas ampliamente hasta entonces, que eran los hombres homosexuales”, cuenta Alberto Berzosa, doctor en Historia y Teoría del Arte y parte de Cruising the seventies, proyecto de investigación en torno a la historia y la cultura LGTBI europea a partir de los setenta. La intensidad de la protesta amainó.

En 1981 desaparece el Frente de Liberación Homosexual de Castilla. Las manifestaciones se mantienen en distintas ciudades, pero con una asistencia mucho menor (en Madrid, cae en dos años de 1.000 personas a 300). “Hay que tener en cuenta que en esos años era realmente muy difícil estar fuera del armario”, recuerda Gracia Trujillo, socióloga especializada en el movimiento feminista y LGTBI, y parte también de Cruising the seventies. “Quienes iban a las manifestaciones eran las personas activistas, quienes estaban muy concienciados con la necesidad de salir a la calle y ser visibles, porque el estigma era muy grande. Se cuenta que en los años ochenta la gente iba a las manifestaciones con gafas de sol, con miedo a salir en las fotos, a que les grabaran...”. La amenaza de discriminación seguía siendo social, pero también legal: aunque se hubiera logrado la derogación de la ley de peligrosidad, las personas homosexuales, bisexuales y trans seguían siendo detenidas enbase al delito de “escándalo público” recogido en el Código Penal, que castigaba a quien “ofendiere el pudor o las buenas costumbres con hechos de grave escándalo o trascendencia”. Este artículo no fue reformado hasta 1988.

De hecho, en 1986 fueron detenidas en Madrid Arantxa Serrano y Esther Olassolo, ambas en la veintena, por besarse delante de la que es hoy la sede de la Comunidad de Madrid, en la Puerta del Sol. Los policías las arrestaron por escándalo público, aunque luego la acusación derivaría en insultos hacia la policía. Al año siguiente, tras la manifestación del Orgullo LGTBI, el Colectivo de Feministas Lesbianas convocaría una besada (una concentración en la que parejas del mismo género se besan como forma de protesta) en la Puerta del Sol, en recordatorio de la detención. Desde entonces, las besadas se convierten en el acto final de la marcha en la capital. Berzosa y Trujillo señalan que, ante el paso atrás de los primeros colectivos del Estado, integrados en su gran mayoría por hombres homosexuales, las lesbianas dan un paso adelante: en los ochenta comienzan a crearse asociaciones en todo el país, asociadas el movimiento feminista, que estarán muy presente en la organización de las marchas del Orgullo en esos años. Formarán también parte esencial de los comités antisida que comienzan a constituirse también en esa década y de cuya experiencia nace, en gran medida, el renacer de las marchas del 28 de junio en los noventa.

Muchos funerales y una boda que no llega

“La crisis del sida evidencia que las personas no heterosexuales no teníamos ningún tipo de derecho ni para visitar a nuestra pareja en un hospital, ni en relación a la filiación de hijos e hijas, ni para las herencias, ni pensiones de viudedad, nada de nada”, señala Trujillo. El primer caso de un paciente con VIH se registró en España en 1981, pero el peor año de la enfermedad fue 1995, con 5.857 muertes relacionadas con el virus. El colectivo estaba sufriendo una pesadilla: se organiza para velar con sus propios medios por los enfermos de sida, desatendidos por las administraciones sanitarias, y veía con impotencia cómo los hospitales y, a menudo, las familias de los enfermos les alejaban de sus amigos y parejas, que después de años de amor y cuidados no tenían ningún derecho reconocido, ni siquiera para decidir qué hacer con el cuerpo de sus seres queridos. “Es entonces cuando se empieza a hablar de las uniones civiles, de las parejas de hecho... Y es la asociación XEGA, en Asturias, la que primero habla de matrimonio”, apunta Mané Fernández. Con ese objetivo, el del reconocimiento legal de las parejas de personas del mismo género, cambió la estrategia de la manifestación del Orgullo.

Gracia Trujillo recuerda lo que le contaba la librera Mili Hernández, militante clave en esos años: “Nos decían que éramos cuatro gatos, y eso teníamos que cambiarlo”. Si se quería modificar la ley, había que presionar a los partidos sacando a la gente a la calle, siguiendo el lema que había llevado la movilización en Estados Unidos ya en los setenta: out of the closets and into the streets, es decir, fuera del amario y a la calle. “Los colectivos hacen una labor muy importante de concienciar a la gente de que tiene que salir, que la organización colectiva es muy importante y que si queremos derechos hay que pelearlos”, celebra Trujillo. Esto se traduce también en una renovación de las asociaciones que defendían al colectivo: COGAM se había fundado en Madrid en 1986, y la Federación Estatal de Gais y Lesbianas, primer nombre de la actual FELGTB, nace en 1992. Lo cuenta Mané Fernández: “Se vio la necesidad de agrupar todo lo que estaba pasando en las diferentes comunidades autónomas, con Casal Lambda en Cataluña, Lambda en Valencia, Gehitu en el País Vasco... Nosotros siempre supimos que nuestra mayor herramienta política era la calle, la manifestación y el día del Orgullo”.

Paralelamente, se crean otros colectivos de corte más radical, menos interesados en la relación con la institución, como eran La Radical Gai y el grupo lésbico LSD, ambos en Madrid. En la capital cambia el recorrido de la manifestación, tomando ahora la calle Alcalá para buscar una mayor visibilidad. Y cambian incluso los símbolos: de la misma forma que ocurría internacionalmente, la bandera arcoíris fue sustituyendo progresivamente a los triángulos rosas —los que lucían los homosexuales en los campos de concentración— o a la letra lambda. Berzosa lo ve como el signo de un cambio político: “El triángulo rosa tiene una connotación de lucha antifascista, y el arcoíris es más celebrativo, ligado a la historia de Stonewall”. En 1995, los colectivos conseguían reunir en Madrid a 2.000 personas; mientras, en Londres, las cifras rondaban las 50.000. Al año siguiente, se produce el inicio de otra gran transformación: la revista Shangay monta la primera carroza,Shangay un camión con un trono desde el que saluda la cantante y actriz Alaska. En 1998, la asistencia en la capital había aumentado hasta las 10.000 personas. En 1999, ya eran 30.000.

Las carrozas del Desfile del Orgullo LGTBI 2017, a su paso por la plaza de Cibeles.

Empieza el (pen)último tramo de la manifestación del Orgullo LGTBI en España: la consolidación definitiva. Las asociaciones dedican los últimos años de los noventa explorar distintas opciones para lo que acabaría siendo el matrimonio igualitario: uniones civiles, parejas de hecho, uniones análogas al matrimonio, se llamasen como se llamasen. Para los primeros años del 2000, y consciente de que las palabras importaban, el movimiento iba ya a por el matrimonio. Y sigue cobrando fuerza en la calle: en la manifestación de 2001 salen a la calle por el 28 de junio 150.000 personas en Madrid. Pedro Zerolo, presidente por entonces de la FELGTB, pasará en esos años al PSOE y al equipo de Zapatero, promoviendo en los despachos la lucha por el matrimonio igualitario. Paralelamente, Barcelona vive su propio proceso organizativo, y en 2002 se consolida la Comissió Unitària 28 de Juny, que convocará la principal manifestación. Para 2005, la marcha ya reúne allí a 50.000 personas. Ese año será clave en la historia del colectivo en España: el 2 de julio, día de la manifestación estatal, se legaliza el matrimonio entre personas del mismo género. Más de 250.000 personas lo celebran en las calles de la capital. Al año siguiente superarán el millón.

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“El despegue final de la manifestación tiene que ver con el Europride”, dice Fernández. España se había convertido en el tercer país en aprobar el matrimonio igualitario, y el Orgullo europeo decidió celebrar allí su edición de 2007. La ciudad se prepara para acoger a 2 millones de viajeros y la manifestación reúne a 1,5 millones de personas. En la marcha hay ya 45 carrozas. El modelo se extiende al resto de España: en 2008, Barcelona estrena su Pride, un desfile festivo organizado por los empresarios; en 2009, Sevilla celebra el “Orgullo del Sur”, con carrozas por primera vez. Y es en este momento cuando parte de los militantes LGTBI comienzan a sentir que ese Orgullo, en el que a su juicio la fiesta corre el riesgo de ocultar la protesta, y en el que va teniendo más peso el capital privado, ya no es el Orgullo que querrían celebrar. En 2006, nace en Madrid el Bloque Alternativo bajo el lema “Orgullo es protesta”, integrado por distintas asociaciones alarmadas ante lo que percibían como una mercantilización del 28 de junio. A partir de 2008 empiezan a convocar una manifestación ese mismo día —y no en el fin de semana posterior, como suele hacer la FELGTB—, y en 2010 pasan a denominarse Orgullo Crítico. Los Orgullos Críticos van teniendo su réplica en distintas ciudades españolas. Si el Europride provocó la creación de bloques discordantes con las posturas oficialistas, el World Pride de 2017, que señalaba a Madrid como destino mundial, multiplicará la asistencia al Orgullo Crítico en Madrid, pasando de cientos a miles de personas.

Manifestación el Orgullo Crítico de 2018.

Antes estas acusaciones de mercantilismo, Mané Fernández defiende la importancia de que la FELGTB trabaje con empresas “verdaderamente comprometidas con la diversidad”: “Verificamos si están trabajando desde los parámetros que nosotros tenemos, y vemos si realmente te mereces salir en el Orgullo. No vamos a sacar en una carroza a alguien que no ha hecho un trabajo previo”. Igualmente, recuerda que hay que “separar lo lúdico de lo reivindicativo”: “En lo reivindicativo no hay empresas, o hay empresas que están trabajando por la diversidad de manera muy específica”. Alberto Berzosa cree que esa dicotomía entre celebración y protesta es, de alguna manera, intrínseca al movimiento: “Las revueltas de Stonewall tienen su origen en un bar, que puede una metáfora un poco simple, pero ahí está. Creo que no son términos incompatibles. Personalmente, prefiero un posicionamiento menos festivo, pero la revolución tiene que tener algo de juego, de exploración, de experimentación. No hay que ponerse moralistas”. Gracia Trujillo, parte del Orgullo Crítico, tiene claro que “con el capitalismo no se pueden hacer las paces”, ve con temor cómo “el sistema capitalista fagocita todo lo que pueda suponer un posible beneficio” y cree que “la manifestación del Orgullo no puede quedar diluida en un desfile sin más”. El debate no es nuevo. De qué manera marcará el futuro del 28 de junio está todavía por ver.

“Volver a lo esencial”. Así habla Mané Fernández, vicepresidente de la FELGTB, la federación de asociaciones del colectivo, de la manifestación estatal del Orgullo LGTBI que se celebra en Madrid este sábado 3 de julio. Después de un año sin marcha, la organización vuelve a la calle pero prescindiendo, por el covid-19, de las carrozas y los escenarios. La de 2021 será una manifestación más parecida a las de hace dos décadas, cuando aún no se habían popularizado los camiones y autobuses que en los últimos años cerraban la marcha. “La manifestación es reivindicación”, explica, “y luego viene la parte lúdica, que tiene que ver con las carrozas. Por eso prescindimos de las carrozas este año y no podemos prescindir de la reivindicación”. Este alto en el camino, en mitad de un debate incesante dentro del colectivo sobre una posible cooptación de la protesta por las empresas, permite mirar atrás. Preguntarse qué significa eso de “lo esencial” y qué dice la manifestación (las manifestaciones) del Orgullo sobre el camino recorrido por las personas que ese día celebran ser quienes son.

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