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La herencia que nos lega Francisco Rico (1942-2024)

Cubierta del número de marzo de la revista Ínsula, con el retrato que hizo Eduardo Arroyo a Francisco Rico.

Fernando Valls

Para quienes amamos la literatura, la filología y la historia literaria, Francisco Rico ha sido una figura capital, quizá junto a Menéndez Pidal y Martín de Riquer, los mayores estudiosos de la literatura española durante el siglo xx y, en el caso de Rico, también del XXI. La obra que nos deja será difícil que alguien pueda igualarla, si barajamos calidad y cantidad. Fue, además de sabio, un trabajador infatigable (a veces, te llamaba a las tres de la madrugada para hacerte algún comentario o solventar una duda), que incitó a trabajar a sus colaboradores hasta donde estos pudieran alcanzar y se prestaran, aunque no todos aceptaran el envite.

Su primera publicación data de 1961, una reseña (tenía entonces 20 años); en 1962, apareció el primer artículo, mientras que su primer libro, La novela picaresca y el punto de vista (1970, con numerosas reediciones y ampliaciones), pronto se convertiría en un estudio clásico e imprescindible. De Petrarca y Cervantes, dos autores capitales en su trayectoria como investigador, empezó a escribir en 1963 y 1964. Y este mismo año en curso, la editorial Arpa ha publicado un nuevo trabajo suyo, titulado Petrarca. Poeta, pensador, personaje, al cuidado de Isabel Bono, su fiel colaboradora en los últimos tiempos. En suma, estamos ante más de sesenta años fijando textos, haciéndolos más legibles, desentrañándolos.

Rico vivió casi toda su vida en Sant Cugat, pero había nacido en Barcelona, en la calle Balmes, aunque le gustaba decir que se sentía castellano, de Valladolid. Era un hombre paradójico, que negaba haber fumado nunca, cuando en verdad era un carretero empedernido y erudito, que podía ser generoso, amable e incluso cariñoso, aunque también a veces se mostraba maleducado, impertinente y antipático hasta decir basta.

Sus trabajos se centraron en el estudio de la Edad Media y del Siglo de Oro, pero le gustaba presumir –con razón– de romanista y de conocedor del humanismo, como discípulo que fue de Martín de Riquer y de José Manuel Blecua. Sus estudios no llegaron solo a los especialistas, pues escribió también en la prensa, con cierta frecuencia, en español sobre el significado y valor del Quijote, que junto con el Lazarillo, La Celestina y El caballero de Olmedo, que asimismo editó, fueron sus clásicos españoles preferidos, a los que habría que sumar el Libro de buen amor

Durante toda su vida, fue profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde en los años dorados, ahora parecen míticos, compartió departamento con Alberto y José Manuel Blecua, los hijos de su maestro, Sergio Beser, José-Carlos Mainer, Claudio Guillén, Carme Riera y Manuel Aznar Soler, con quien lo unía la devoción por Carlos Blanco Aguinaga, por solo citar a los seniors. Y dejó tras de sí un buen número de alumnos –directos e indirectos– que hoy son académicos, ocupan cátedras, nos han dado notables trabajos o han destacado en el mundo de la edición y de la gestión cultural.

Los que hemos sido alumnos suyos, y luego colaboradores, aprendimos con él, la exigencia y el rigor, la escritura cuidada, el amor al trabajo gustoso, bien hecho, paciente. Junto a sus libros, esa es la mejor herencia que nos ha legado. Y de ella, también forman parte las grandes empresas que desarrolló, como la Biblioteca Clásica, de Crítica a la RAE, cuyas versiones de los textos más representativos de la historia literaria española están prologados y anotados por los mejores especialistas, o la Historia y Crítica de la Literatura Española, que publicó Crítica, quizá la mayor antología de estudios literarios de que disponen los amantes de las letras españolas, o las colecciones de textos y ensayos que dirigió para Labor, Ariel, Cátedra, Círculo de Lectores, Acantilado o la ya citada Crítica. Pero quizás, entre sus libros más populares, se encuentren dos recopilaciones de textos: Mil años de poesía española. Antología comentada (1996) y Todos los cuentos. Antología universal del relato breve (2002), para las que contó –como hacía a menudo– con escogidos colaboradores, muchos de ellos alumnos suyos en Bellaterra.

Su interés por la literatura contemporánea, no siendo su especialidad estricta, también fue constante. No en vano, mantuvo estrecha amistad con Juan Benet, Javier Marías y Eduardo Mendoza, pero también con Lluís Pascual, Félix de Azúa o Paloma Díaz Mas. Y me consta que apreciaba mucho a Ana María Matute, Jaime Gil de Biedma y Carlos Pujol, por solo aducir unos pocos nombres.

Fue monárquico, juanista, socialista democrático durante la Transición y se mostró en contra del procès con lúcidos argumentos, como puede observarse en Paradojas del independentismo (2018). Quizá por ello las instituciones catalanas no le concedieron ningún reconocimiento, tal como ocurrió también con Juan Marsé y Ana María Matute, y por semejantes razones.    

En estas horas tristes, quiero imaginarlo acomodado en el más allá, sea éste el que sea y donde quiera que esté, liberado del peso de la edad y de los achaques del cuerpo, tramando nuevas empresas, con un whisky en la mano y un cigarrillo en la otra, razonablemente feliz, en diálogo con sus autores más queridos: Cervantes, Petrarca, Juan Ruiz, Fernando de Rojas, el autor del Lazarillo, cualquiera que sea, acompañado de sus maestros Riquer y Blecua, sus amigos más queridos, don Juan (Benet, por supuesto) y el joven Marías. Una animada tertulia en la que tampoco pueden faltar los compañeros de profesión que más apreciaba: Claudio Guillén, Domingo Ynduráin y Alberto Blecua, con quien quedaron pendientes épicas discusiones sobre ecdótica. Una tertulia posible en la que lucirá el ingenio, los juegos de palabras, el despliegue de sabiduría erudita que tan bien lo caracterizaba, el recuerdo de aquel pasaje memorable del Persiles (“Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos…”), o bien aquellos versos célebres de Tirso de Molina (“el remedio era olvidar,/ y olvidóseme el remedio”).

Muere el filólogo y académico Francisco Rico, especialista en 'El Quijote'

Muere el filólogo y académico Francisco Rico, especialista en 'El Quijote'

Francisco Rico fue muchas cosas, dandy irónico, presumido y extravagante ciudadano, pero también el más célebre y sabio de nuestros filólogos, el único a quien se le ha dedicado una Biblioteca, en la editorial Destino, que recoge sus libros. Genio y figura, fue moderno entre los clásicos y el más clásico de nuestros contemporáneos.

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 Fernando Valls es profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.  

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