Toru Arakawa, un jubilado japonés, se encontraba tranquilamente en su casa hojeando el periódico. Era un día cualquiera de 1996. A través de lo que leyó tuvo noticia de las fosas, pozos y cunetas que aún hoy esconden cuerpos de la Guerra Civil y del franquismo. Y se le ocurrió que, ya que no tenía que trabajar, podía venir hasta aquí y echar una mano para desenterrarlos. Todos los conflictos –debió pensar- implican el mismo sufrimiento, no importa la nacionalidad, la ideología o el bando.
Así que dicho y hecho, o casi: una década y decenas de miles de kilómetros después, recaló en Ponferrada, en León. Con su español rudimentario, aprendido primero a base de Manolito Gafotas y después de lecturas de Lorca, comenzó a preguntar por uno de los nombres que aparecían en el artículo que había capturado su atención. Para su suerte, la trabajadora del Ayuntamiento que le atendió era su prima. Y ahí comenzó su aventura, que le llevó a exhumar varios cadáveres y que solo acabó con su propio fallecimiento, en 2010.
La historia de Arakawa es solo una de entre los muchos voluntarios que han participado en las labores de recuperación de la Memoria Histórica en España. Junto a ella, otro centenar de relatos se compendian en Valientes, un libro escrito por la periodista de El País Natalia Junquera y prologado por el juez Baltasar Garzón, imputado por un presunto delito de prevaricación por el proceso que inició por la desaparición de personas durante la guerra y la época franquista.
Aunque fue absuelto por esta causa, el magistrado fue condenado hace 15 meses a 11 años de inhabilitación por su papel en las escuchas de la trama Gürtel. Entre las páginas, Garzón deja caer sus reproches -nunca antes emitidos en público-, al Tribunal Supremo. “Habla de los tópicos falsos alrededor de la Memoria Histórica, que lo que busca es cerrar las heridas”, explica Junquera. “También cuenta cómo vivió su proceso, y critica al Tribunal Supremo y al Estado por no responsabilizarse directamente del tema”.
Fruto de un encargo de la editorial Aguilar, Valientes, que se presentó ayer en Madrid, quiere ser, más allá de la política, un alegato por la dignidad de las personas. “Siempre lo he visto como un tema humanitario, por encima de ideologías”, asegura Junquera, quien cree que, ante la actual coyuntura, en la que la crisis se usa como "excusa" para la inacción, "la última esperanza de la Memoria Histórica de España está en Argentina, porque aquí las víctimas lo tienen bastante difícil".
Organizadas en cuatro capítulos, las historias que se abordan el libro –que son fruto de las investigaciones periodísticas de Junquera- quieren abarcar los diferentes estados de la cuestión: desde las exhumaciones y enterramientos ya realizados, a las fosas que siguen sin hallarse, las vidas de presos y, por último, las de los voluntarios que, como Arakawa, han apoyado la causa.
“El origen del libro se remonta a 2006”, explica Junquera. “Entonces me desplacé a Lerma, en Burgos, para cubrir una exhumación. Allí me encontré con una mujer que le preguntaba al forense cuál de aquellos cuerpos era su padre, sin afán de venganza ni de ganar la Guerra Civil. Fue entonces cuando me atrapó la dimensión humana del problema, y empecé a recopilar historias de exhumaciones y homenajes”.
“Otra vez fui a una exhumación del otro lado, en la que las víctimas eran sacerdotes, y había una señora que era familiar de una de las víctimas, que me dijo que estaba en contra de reabrir las heridas", añade. "Yo le dije que lo que las otras personas querían, simplemente, era sacar a sus familiares de las cunetas y darles un enterramiento cristiano, lo mismo que ella. Siempre me ha sorprendido la incomprensión con respecto a un tema tan sencillo como este: enterrar a tus muertos”.
Toru Arakawa, un jubilado japonés, se encontraba tranquilamente en su casa hojeando el periódico. Era un día cualquiera de 1996. A través de lo que leyó tuvo noticia de las fosas, pozos y cunetas que aún hoy esconden cuerpos de la Guerra Civil y del franquismo. Y se le ocurrió que, ya que no tenía que trabajar, podía venir hasta aquí y echar una mano para desenterrarlos. Todos los conflictos –debió pensar- implican el mismo sufrimiento, no importa la nacionalidad, la ideología o el bando.