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Ignacio Sánchez-Cuenca: "La superioridad moral de la izquierda es una condena"

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Clara Morales

"La superioridad moral de la izquierda" se ha convertido en una especie de refrán sin segunda parte muy usado, precisamente, por la derecha. Cuando se usa, suele ser para hacer mofa de lo que se ve como un cierto halo de santidad, y también para señalar otras carencias. Un día, Ignacio Sánchez-Cuenca (Valencia, 1966), profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid, se topó con ella, por enésima vez, en el periódico ABC. ¿Por qué se usaba la "superioridad moral" para atacar a una ideología? ¿Y por qué esa incomodidad de la izquierda ante el extraño chascarrillo? Además, el ensayista venía pensándolo desde hacía tiempo: las ideas de la izquierda son moralmente superiores a las de la derecha. 

Y se atreve a defenderlo en su último libro, La superioridad moral de la izquierda, editado por la Colección Contextos, un proyecto del medio Ctxt y de Lengua de Trapo. El semanario publicó ocho artículos del politólogo sobre este tema y ahora edita el título en colaboración con la editorial de Jorge Lago, miembro del Consejo Ciudadano de Podemos y próximo a Íñigo Errejón, que prologa el ensayo. Así que además de establecer un lazo entre filosofía y política para argumentar por qué las ideas de izquierdas son más elevadas éticamente, el volumen es también un análisis pegado a la realidad sobre por qué esta supuesta evidencia no parece dar réditos electorales (y, como tal, una interpelación a que PSOE y Unidos Podemos tomen nota).

Sánchez-Cuenca, colaborador de infoLibre, asegura entre risas que sus amigos de derechas todavía no le han dejado de hablar. Pero cabría esperar cierto debate, viendo la recepción que tuvo su anterior libro, La desfachatez intelectual, que provocó las quejas airadas de Fernando Savater y Javier Cercas (entre otros), cuyos artículos de opinón criticaba. Sánchez-Cuenca empieza por explicarse. 

P. En el ensayo apunta que, aunque las ideas de izquierdas sean moralmente superiores, no lo son ni las personas de izquierdas ni sus políticas. ¿Cómo es esto?

R. Las ideas las podemos comparar, podemos determinar cuáles son mejores. Pero una persona, por el hecho de defender unas ciertas ideas, no es mejor. Una persona puede tener ideas muy bellas, o muy bienintencionadas, y luego comportarse de acuerdo con principios que no tienen nada que ver con ellas. En ese sentido, quiero dejar muy claro que esto no es una crítica a las personas de derechas, sino una comparación entre ideas políticas.

P. ¿Es cuestión de coherencia, entonces?

R. Y no solo. En nombre de unas ideas, uno puede hacer barbaridades o no calibrar bien los medios para conseguirlas.

P. Defiende que las personas de izquierdas tienen mayor sensibilidad hacia la injusticia, mayor empatía con los oprimidos. El gulag no parecía una cuestión de empatía.gulag

R. La paradoja que me fascina en la izquierda es esta: que incluso cuando se cometen los mayores crímenes, cuando se ha hecho en la Unión Soviética o en China, ha sido en nombre del género humano y para que la gente viviera en una sociedad nueva, distinta, igualitaria, en la que todo el mundo tenga la posibilidad de desarrollarse como quiera. Incluso en los momentos más siniestros de la violencia de izquierdas, incluso ahí es posible detectar una motivación moral muy elevada. Esto puede sonar muy paradójico, pero yo creo que esa es la principal diferencia entre la violencia de izquierdas y la de derechas. Eso no supone que la de izquierdas sea más disculpable: la violencia y el asesinato es el mismo desde cualquier punto de vista. Pero incluso ahí se detecta un fin moral último, haces un gran sacrificio de vidas humanas con el propósito de conseguir un orden social más justo. Y solo con este planteamiento se puede entender lo que ha sucedido en el siglo XX con las ideologías de izquierda.

P. Si la izquierda busca la justicia social, ¿qué busca la derecha? ¿Qué explica su violencia?

R. Es una buena pregunta, porque es un asunto que no trato en el libro. Me limito a caracterizar la ideología de la derecha como la gestión o la conservación del orden existente. Que si uno considera que lo que hay es una degradación o una decadencia del orden, puede ser un reformista de derechas: los liberales son unos reformistas, porque creen que nuestras sociedades están infectadas de colectivismo y estatismo. Pero lo que hace la derecha es, fundamentalmente, respetar la estabilidad y el orden natural de la sociedad. Si en ese orden hay desigualdad, toca desigualdad. No toda la derecha ha sido violenta, igual que no toda la izquierda lo ha sido, pero cuando ha habido violencia de derechas ha sido sobre todo contra aquellos que amenazaban el statu quo.

P. Si se trata de comparar ideas y establecer la superioridad moral de unas sobre otras, ¿qué ocurre con esa máxima de que “todas las ideas son igualmente respetables”, que se presenta como el máximo argumento democrático?

R. No lo contradigo, porque creo también en el principio de tolerancia. Entiendo que haya gente que no comparta mis ideas, y de hecho en el libro hago una pequeña exploración de por qué la gente tiene ideas distintas sobre la política, que depende del carácter personal y de sus valores morales. Creo que en la sociedad todo el mundo tiene derecho a pensar lo que le dé la gana. Lo que pasa es que dentro de esa libertad, también cabe la posibilidad de argumentar que hay unas ideas que son mejores que otras. Y yo confío en convencer a alguien de que las ideas de izquierdas pueden valer la pena. La tesis de la superioridad moral de la izquierda no supone que haya que suprimir el resto de ideologías, ni mucho menos, hay que convivir con ellas. Pero la tolerancia no implica necesariamente el relativismo. El relativismo significa que todas son iguales, sin distinciones. Y en eso no creo.

P. Asegura que la ideología de cada uno no tiene que ver ni con los genes ni con la posición económica, sino con el carácter moral. ¿Y el materialismo?

R. Es indudable que a lo largo de la historia ha habido una asociación fuerte entre la gente que menos recursos tenía, que tenía una posición más baja en la escala social, y la izquierda. Pero eso con el paso del tiempo se ha ido disolviendo. Y hay sociedades como la española en la que es muy difícil distinguir si alguien es de izquierdas o de derechas por sus ingresos. De hecho, esto no explica prácticamente nada. Lo que planteo es que por debajo de las determinaciones económicas hay unas motivaciones más profundas, que son de origen moral, y que tienen que ver con aquello que nosotros valoramos en la sociedad. La gente de derechas valora más la estabilidad, el orden y la autoridad, y la libertad también. Y la de izquierdas valora la libertad, pero también la justicia y evitar el sufrimiento ajeno.

P. Parte de la izquierda ve a los obreros de derechas como algo antinatural o considera que están alienados. Si esto no es así, ¿hay que asumir que tienen menos sensibilidad moral?

R. [Risas.] Es una buena pregunta. Es un error pensar que un obrero de derechas es alguien con falsa conciencia, alguien alienado. Es un planteamiento equivocado. No hay ninguna necesidad científica de que alguien, por ser un trabajador manual, tenga que ser de izquierdas. De hecho, los trabajadores manuales a lo largo de la Revolución industrial se hacen de izquierdas porque hay unas organizaciones políticas que les hacen verse a sí mismos en unos ciertos términos. Eso es una construcción política, no es algo natural. Lo que sucede es que en unas sociedades como las nuestras, muy plurales, con clases medias fuertes, posibilidades de movilidad social, puede haber gente que valore otras cosas aparte de la justicia social. Yo tengo la impresión de que mucha gente que son trabajadores manuales y que no votan a la izquierda lo hacen no tanto porque estén en desacuerdo con las ideas de izquierda, sino porque consideran que los partidos de izquierda son malos gestores. O no comprenden sus problemas. Es curioso que nos sorprenda tanto la figura del obrero de derechas y no nos sorprenda la figura del progre con dinero. En España, cuando estaban PP, PSOE e IU como tercer partido, los votantes de mayor renta eran los de IU. Hoy por hoy, los votantes de Podemos tienen una renta por encima de los del PSOE. Esto se da también en otros lugares del mundo y no es nada sorprendente ni incomprensible.

P. Se suele decir que izquierda y derecha se distinguen porque la primera prima la justicia por encima de la libertad y la segunda lo hace al contrario. Usted defiende que esto no es exactamente así, que ambas valoran de igual modo la libertad.

R. Sí, lo que pasa es que la izquierda considera que no hay verdadera libertad si la sociedad no es justa, porque aquellas personas que sufren la opresión, aunque formalmente tengan libertad, no pueden ejercerla en la práctica. La derecha considera que alguien es libre simplemente cuando nadie interviene explícitamente en sus decisiones. Pero las dos, a su manera, comparten una alta valoración por la libertad.

P. Lo verdaderamente irreconciliable entre las dos posturas, ¿se encuentra entonces en su idea de la justicia?

R. Sí. La izquierda tiene una concepción más elaborada y exigente de lo que es la justicia social. La derecha tiende a pensar que las cosas vienen dadas así y que, en la medida en que las partes hayan consentido, a través de una relación laboral o a través de cualquier acto, la situación en la que se encuentran, eso ya es suficiente y no se puede plantear que sea una situación de injusticia. No toda la derecha, porque hay derechas más compasivas, como la democracia cristiana, por sus raíces religiosas, pero la derecha liberal o la derecha conservadora clásica, tiende a pensar que la gente es responsable de su situación. Y que por lo tanto no es un asunto que deba movilizar a la sociedad, sino que si a alguien le va mal depende solo de esa persona. Es una diferencia crucial que es muy difícil superar.

P. Llegamos al núcleo del problema: ¿por qué la idea de justicia social de la izquierda sería moralmente superior a la de la derecha?

R. Es complicado resumirlo en unas líneas, pero lo que vengo a decir es que si uno examina la historia de las ideas morales de los últimos siglos, aquellos filósofos que han llegado más lejos en lo que supone la acción moral, consideran que somos agentes morales plenos cuando no oprimimos ni abusamos de los contrarios. Si eso lo proyectas del plano moral al político, significa una sociedad libre de opresión, de dominación y de padecimientos, y en la práctica eso se corresponde con la idea del viejo socialismo de la izquierda: "De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades". A veces hago aquí saltos un poco atrevidos. Y digo que aquella cosa del imperativo kantiano de que no trates a los demás como medios para conseguir un fin, lo que significa políticamente, aunque Kant jamás lo pensara en esos términos, es una sociedad sin explotación. Porque la explotación es justamente tratar a los demás como medios para conseguir un fin económico. El imperativo categórico, trasladado a lo político, podría traducirse por un "No explotes a los demás", porque esto no es deseable para todo el género humano. Mucha gente no estará de acuerdo, pero lanzo el argumento, a ver si esto genera algún tipo de debate.

P. ¿Pero alguien de derechas admitirá abiertamente estar de acuerdo con la explotación, con la pobreza y el sufrimiento?

R. Por supuesto, no dirán que lo promueven, pero sí dirán que no va con ellos, porque es el orden natural de las cosas. Creo que eso hace la derecha. No estoy diciendo que sea inhumana o que carezca de valor compasivo, sino que no considera que eso sea un asunto políticamente relevante. Y probablemente la justificación última de la compasión sea instrumental, que esto contribuye a la estabilidad social. Es un razonamiento que en la izquierda nunca se haría, la izquierda diría que esto es justo en sí mismo, que esas personas no merecen la suerte que les ha tocado.

P. Asumiendo que las ideas de izquierdas son moralmente superiores, debería resultar sencillo, casi natural, que la gente se adhiriera a ellas. ¿Por qué no lo es?

R. Aquí puede ser útil una analogía. En Economía se habla mucho de la maldición de los recursos naturales. Esto significa que hay países que a pesar de tener unos recursos naturales inmensos, no consiguen despegar económicamente. Y de hecho no lo consiguen porque tienen tantos recursos que no se preocupan por gestionar eficazmente su economía, porque tienen una fuente de ingresos garantizada. Yo creo que la superioridad moral de la izquierda es como estos recursos naturales: no es ninguna bendición, al revés, es una condena. Si estás convencido de que tienes la razón moral de tu parte, te desentiendes del desarrollo práctico de la política, porque ya tienes la convicción moral de estar en una posición correcta. Esto explica algunas características de la izquierda que hace que algunos terminen no apoyándola.

P. ¿Cómo cuáles?

R. Por ejemplo, sus constantes divisiones internas. Hay muchas más divisiones entre las fuerzas de izquierdas que entre las de derecha, y si hay divisiones en la derecha no suele ser por cuestiones ideológicas sino de ambición política. Además, si estás convencido de que tienes la razón moral, puedes caer en imponer tu punto de vista a los demás, que es lo que ha hecho la izquierda en muchas ocasiones. Una vez que estás cargado de razón, empiezas a cometer toda clase de errores porque no te detienes a pensar cuáles son las consecuencias de tus acciones, sino que lo que estás haciendo es bueno para la justicia universal, y que cualquier obstáculo que se interponga en esa búsqueda debe ser superado. Incluso si eso significa suprimir al enemigo de clase o al disidente.

P. En las divisiones de la izquierda, apunta, juegan un papel las discusiones sobre la eficacia política, además de las diferencias ideológicas. ¿Cómo se relacionan ambos temas?

R. La izquierda se divide claramente en dos familias: la revolucionaria y la reformista. Para los revolucionarios, los reformistas son unos traidores; para los reformistas, los revolucionarios son unos ilusos. Cada uno tiene una visión contrapuesta de lo que significa llevar a la práctica sus ideas. Los revolucionarios son incapaces de gestionar el mundo real porque tienen la vista puesta en lo que va a venir después. Y los reformistas, una vez que se meten dentro del sistema, se enfrentan a una serie de resistencias y muchas veces las reformas quedan lejos de lo que uno había soñado. En ambos casos se producen frustraciones importantes. Esta dificultad no la tiene la derecha, que solo quiere gestionar lo que ya hay.

P. La crítica que hace la familia reformista a la revolucionaria, ese “ilusos”, puede asemejarse al reproche que hace la derecha a la izquierda.

R. Efectivamente. La derecha, como tiene que gestionar el statu quo y lleva haciéndolo siglos, ha desarrollado un conocimiento más exacto sobre cómo funcionan las instituciones. La izquierda, como estaba pensando en el más allá, en el mundo socialista del futuro, todo esto no lo ha tenido en cuenta. La derecha dice: "Vosotros tendréis proyectos moralmente más atractivos, pero sois unos inútiles. Mientras que nosotros quizás no tengamos ideales tan elevados, pero hemos demostrado que sabemos gestionar la sociedad y organizar el poder". Ahí se produce una contraposición moral curiosa entre la superioridad moral de la izquierda y la superioridad intelectual de la derecha. Lo que intento argumentar en el libro es que el reformismo genuino de izquierdas, el reformismo de la época dorada de la socialdemocracia, supone un equilibrio entre las ilusiones del revolucionario y las pocas ambiciones del derechista, y que es una síntesis de lo mejor de cada familia: una ideología que se propone cambiar las cosas dentro de los márgenes del sistema, lo cual supone reconocer que hay límites pero que el cambio es necesario.

P. Usted señala, justamente, que ese equilibrio se ha perdido en los últimos años porque la socialdemocracia da menos importancia a la justicia. ¿Por qué ha sucedido esto?

R. Esta es una historia complicada que tiene que ver con la crisis que estamos observando en todo el mundo desarrollado. ¿Por qué a raíz de la crisis económica se acelera tanto la caída del apoyo popular a la socialdemocracia? Aquí se han dado muchos argumentos, y yo apunto uno que no es excluyente con otros, y que tiene que ver con que el reformismo socialdemócrata ha renunciado en exceso al vocabulario moral que antes empleaba para atraer el apoyo de la ciudadanía, de las clases medias y de las trabajadoras. Y ha sustituido ese vocabulario que hablaba explícitamente de justicia social y de las obligaciones que tenemos como ciudadanos por un lenguaje economicista, tecnocrático, que justifica el Estado del bienestar por las buenas consecuencias que tiene para el crecimiento económico y la productividad. Que es verdad, pero no creo que políticamente sea lo más relevante para un partido socialdemócrata, que tiene que defender sus políticas de redistribución por motivos morales de solidaridad. De hecho, es curioso porque a medida que la socialdemocracia ha ido vaciándose de ese lenguaje moral, han ido surgiendo opciones alternativas, los populismos de derechas o de izquierdas, que tienen éxito porque recuperan, cada uno a su manera, ese lenguaje de comunidad solidaria que tiene que proteger a sus miembros.

P. De hecho, Podemos llegó a definirse como socialdemócrata.

R. Sí, de la escuela antigua, socialdemócrata de antes de los tiempos del neoliberalismo.

P. ¿Es una cuestión de lenguaje o también de políticas?

R. No, es un problema de políticas. La pregunta es por qué estos nuevos partidos de izquierda iban a conseguir hacer unas propuestas socialdemócratas que los propios partidos socialdemócratas ya no son capaces de hacer cuando llegan al gobierno. Ahí hay una duda legítima sobre de dónde van a sacar los recursos políticos para hacer eso que los socialdemócratas ya no realizan.

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R. Precisamente porque Podemos es un partido más de izquierda que la socialdemocracia del PSOE, pincha en asuntos de gestión pública. Por falta de experiencia, de conocimiento o porque no tienen las ideas claras al respecto.

P. Entre esos dos polos, preocupación por la justicia social y capacidad de llevar a cabo ciertas políticas, ¿hacia dónde hay que moverse?

R. Ah, ya quisiera yo saber eso. Eso es lo que nadie sabe en estos momentos. Cómo podría rearmarse moralmente la socialdemocracia para generar un discurso que movilizara a la gente y a la vez fuera realista. Eso no se sabe, porque vivimos en una época en la que los valores y las políticas neoliberales se consideran el orden natural de las cosas, y por lo tanto es muy difícil imaginar cómo podría hacerse de otra manera. Probablemente haga falta algún tipo de shock externo, algún tipo de transformación profunda para que surjan alternativas. En los debates de la izquierda se habla de establecer la renta básica universal, de relanzar las economías con una intervención muy fuerte del Estado en las energías renovables y toda la revolución energética… Algo que suponga un cambio fuerte de paradigma, porque en lo que tenemos ahora es muy difícil imaginar reformas profundas.

"La superioridad moral de la izquierda" se ha convertido en una especie de refrán sin segunda parte muy usado, precisamente, por la derecha. Cuando se usa, suele ser para hacer mofa de lo que se ve como un cierto halo de santidad, y también para señalar otras carencias. Un día, Ignacio Sánchez-Cuenca (Valencia, 1966), profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid, se topó con ella, por enésima vez, en el periódico ABC. ¿Por qué se usaba la "superioridad moral" para atacar a una ideología? ¿Y por qué esa incomodidad de la izquierda ante el extraño chascarrillo? Además, el ensayista venía pensándolo desde hacía tiempo: las ideas de la izquierda son moralmente superiores a las de la derecha. 

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