Joaquín Estefanía: "Mayo del 68 fue mucho más que una revolución divertida"

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Cuando estalló la primavera de 1968, un mes de mayo que acabaría siendo escrito con mayúscula, Joaquín Estefanía (Madrid, 1951) acababa de cumplir 17 años. No imaginaba entonces, como no lo imaginaban muchos de aquellos jóvenes de izquierdas soixantehuitards, que el mismo sistema que soñaba con tumbar le encumbraría hasta la dirección de un gran medio de comunicación, el periódico El País al que no le quedaba tanto para nacer. Es, dice, una de las contradicciones de las más célebre de las revoluciones de la segunda mitad del siglo XX: los rebeldes sesentayochistas no subvirtieron aquel régimen, sino que lo apuntalaron o reformaron (o ambas cosas a la vez). 

Marcado como tantos de su generación —también en España, aunque el 68 fuera aquí asfixiado por el gris franquismo— por aquella playa que debía encontrarse bajo los adoquines, el también economista ajusta cuentas en Revoluciones. Cincuenta años de rebeldía (1968-2018), recién publicado por Galaxia Gutenberg. Estefanía se aleja esta vez de la última crisis económica, abordada en sus recientes ensayos Los Tyrakis(junto con Ana R. Cañil) o Estos años bárbaros. Ahora le toca al pasado. A Mayo del 68 y sus consecuencias. Pero también a las revoluciones que, para el periodista, beben de aquella: el movimiento antiglobalización de finales de los noventa y el 15M. Tras los avances conseguidos por unas y otras, los movimientos reaccionarios neoliberales, más eficaces que cualquier rebelión. 

Pregunta. ¿Cómo se escribe desde esta perspectiva sobre un hecho histórico con el que imagino que se tiene también una relación emocional?

Respuesta. Muy emocional. La idea del libro surge cuando veo una película que se llama La mejor juventud [de Marco Tullio Giordana, 2004]. Es la historia de una familia cuyos hijos maduran en el 68 y se jubilan con Berlusconi. Pensé que tendría que hacer una cosa así desde el punto de vista del ensayo. Claro, he tenido que aplicar un método brechtiano para establecer distancia, porque la mayor parte de estos acontecimientos o los he vivido en primera persona o de una manera muy cercana, tanto lo que llamo revoluciones como las contrarrevoluciones. Sí que hay anécdotas personales, pero he intentado evitar el libro de memorias.

P. Al hilar las tres revoluciones de las que habla, ¿al final resulta un libro sobre fracasos?

R. No, no lo es. Esto he tenido que argumentármelo a mí mismo al terminarlo. Los cambios no han sido ni tan profundos ni tan rápidos como creíamos que iban a ser, pero muchas cosas se han conseguido. La paradoja es que no se han logrado a través de revoluciones, sino de reformas. Pero si uno ve el catálogo de reclamaciones del 68 (el ecologismo, el feminismo, la lucha por los derechos civiles, una educación que no discriminara en razón de sexo, la igualdad de oportunidades…), muchas de esas cosas se han logrado. Algunas no. Y el problema que tenemos en estos momentos es que estamos en un período de involución muy fuerte. Probablemente, si este libro hubiera sido escrito hace 10 años el resultado hubiera sido más optimista. Sin embargo, hoy no puedo serlo: viendo que prácticamente nada funciona, y no hablo solamente de nuestro país, la sensación que tengo es de frustración. En cualquier caso, no hablaría de fracasos, sino de contradicciones.

 

P. El año pasado, sobre la Revolución rusa, Constantino Bértolo advertía de una revisión conservadora de la historia aprovechando el centenario. ¿Qué relato se hace de mayo del 68 a partir del aniversario?Radvertía de una revisión conservadora

. Lo que veo es mucha banalización y mucha domesticación. Se está planteando Mayo del 68 como una revolución divertida. Mayo del 68 no fue solamente París. Fue Praga y fue México y fue Estados Unidos. Mayo del 68 empezó (dentro de tres días, el 22 de marzo) por algo, sí, muy banal: que hubiese libertad de circulación en los cuartos de los colegios mayores entre hombres y mujeres. Pero, una vez que eso estalla, Mayo del 68 es la mayor huelga general que ha tenido Francia en toda su historia. Y luego tiene unas consecuencias brutales en todo el mundo, como los Años de plomo. Por eso me molesta esa imagen de domesticación. No es una revolución violenta como la soviética o la francesa, pero fue mucho más que una revolución divertida.

P. ¿Por qué se ha convertido esa imagen superficial del mayo de París en la bandera de todo el 68?

R. Porque la memoria es lucha. Es mucho más sencillo mirar con simpatía o de una manera blanda a lo que sucedió en ese momento que mirar sus consecuencias reales. Es mucho más sencillo hablar de unos jóvenes estudiantes burgueses que se manifestaron, con los cuales toda la gente de mi generación puede sentirse a gusto, y no ver lo que sucedió en otros sitios y a continuación. Va a haber durante los próximos meses, en los libros y en los artículos de prensa, una tensión entre dos vectores: unos que hacen una descripción y un análisis comprometido del 68 y otros que se van a quedar en la banalización. Todo esto tiene que ver con que muchos de los protagonistas del 68, no solo en Francia, sino también aquí, hemos sido ministros, directores de medios de comunicación, catedráticos… Fíjate, y aquello era una rebelión contra la autoridad.

P. Mayo del 68, según defiende, sí que alcanza la hegemonía cultural. Entonces se blandían lemas como el “Ne travaillez jamais” (“No trabajéis nunca”), ¿cómo casan con la cultura neoliberal del esfuerzo dominante hoy en día?RNe travaillez jamais

. Como decía, no son fracasos, son contradicciones. Denominar “culturales” a todas las cuestiones en las que sí triunfó el 68 es arrinconarlas, cuando precisamente es mejor para el mundo que todos esos logros se hayan introducido en nuestras vidas que que se tomara el poder en un sitio determinado. Porque esto sí que hubiera sido un logro muy corto en el tiempo.

P. Subraya el rechazo al capitalismo de Mayo del 68, desde unas posiciones marxistas fuertes e inequívocas. El movimiento antiglobalización se opone también de manera radical al sistema económico. ¿Eso se ve también en 2011?R

. Sí. En 2011 se da una coyuntura muy concreta. Estamos en plena crisis y ningún mercado es eficiente. El más ineficiente de todos es el mercado de trabajo, que genera paro y precariedad. En segundo lugar, el sistema político, la democracia, no está corrigiendo los fallos del mercado, que es lo que la legitima, y por consiguiente se produce una gran desafección con respecto al capitalismo y con respecto a la democracia. Eso no se producía con esa fuerza ni en el 68 ni en el movimiento antiglobalización. En Mayo del 68, todavía el mundo vivía en la abundancia que se había generado tras la Segunda Guerra Mundial, aunque ya se empezaban a notar ciertos desajustes. En el movimiento antiglobalización de cambio de siglo, no hay problema económico: el problema es fundamentalmente político y tiene que ver con la aparición del terrorismo yihadista y los atentados de Nueva York y Washington. Lo que indican los sondeos y los estudios es que la desafección, como la de 2011, cambia si cambian los contextos materiales y emocionales en los que vivimos. Una buena parte del movimiento de los indignados se generó en países del primer mundo, y la gente que participaba en ellos, en relación con otros, podíamos decir que tenía su vida más o menos asegurada. El problema era que habían aspirado a muchas más cosas de las que creían que podían conseguir, y se estrellan contra la realidad.

P. César Rendueles, entre otros, señalaba que las reclamaciones del 15-M, el acceso a la vivienda o al trabajo digno, se hubieran considerado conservadoras diez años atrás.R

. Efectivamente. Ayer, en un debate en el que participaba, discutíamos sobre el hecho de que actualmente cualquier persona que esté dentro del sistema, aunque sea de manera precaria, y porque la oleada reaccionaria es tan fuerte, lo que quiere es conservar lo que tiene. Aunque sea poco. Y una buena parte de la izquierda es conservadora. Es lo que vemos en los Parlamentos, con la eliminación de la prisión permanente revisable o los movimientos de las pensiones. Los sindicatos o los partidos, lo que dicen es: “Conservemos lo que tenemos” o “Volvamos a lo que había”. En el movimiento de las mujeres no ocurre esto. Y eso es muy interesante: si hubiese segunda edición del libro, tengo que meter algo sobre eso. Es tan importante lo que ha pasado, tan importante. De todos estos movimientos, es el único que no es conservador, que lo que ha hecho es levantar el velo de la desigualdad y decir que, aunque hemos conseguido muchas cosas, tenemos que conseguir más. 

P. Si el movimiento feminista que se plasmó el 8M no tiene ese origen conservador que tenía el 15M, ¿significa que puede tener consecuencias distintas?R

. Lo que veo a mi alrededor es que se ha producido una democratización, en el sentido de que está participando en él gente que jamás se hubiera interesado por esto. Lo que me resulta apasionante es que en esto no sabemos cuál es el sujeto del cambio. Eso ocurrió en Mayo del 68. Hasta entonces, en el siglo XIX y buena parte del XX, el sujeto del cambio habían sido las clases obreras. En Mayo del 68, movimiento antiglobalización e indignados, fueron los jóvenes, que es un segmento transversal presente en todas las clases sociales. Y de repente aparecen las mujeres como sujeto redentor. Los hombres vamos detrás de ellas, que son las que han sabido movilizar al pueblo, cosa que no hemos sabido hacer desde la Guerra del Golfo. ¿Quién va a ser la vanguardia de todo esto para llevar a cabo las transformaciones progresistas (o reaccionarias) que vaya a haber? No lo sabemos.

P. Inés Arrimadas dijo que no apoyaba la huelga feminista porque ella no era comunista. Parte del movimiento feminista carga contra un sistema económico que considera insostenible. ¿Puede un movimiento social ser hegemónico siendo a la vez anticapitalista?

R. No. Pero este es un debate muy importante, porque nos remite a las anteriores revoluciones: ¿son posibles los cambios dentro del sistema? En estas revoluciones de las que hablamos, todas las transformaciones se han producido dentro del mismo sistema. Se ha cambiado de formas muy relevantes, pero no se ha roto el sistema. Ahora hay un concepto, el del postcapitalismo (que no servirá, porque se nota que es muy apresurado), que está discutiendo este tipo de cosas: a ver si, sin darnos cuenta, estamos trascendiendo los ejes del capitalismo tradicional, a ver si no se está produciendo una ruptura que no estamos viendo. Esto tiene que ver con la revolución tecnológica o la propiedad intelectual. Y esto se produce en un contexto en el que está Trump, está el Brexit y está la involución autoritaria de tipo fascista que vemos en Europa del Este. Estos elementos marcan una época de incertidumbre que no sabemos teorizar.

La primera batalla en la que todo el mundo tiene que estar es en la igualdad de oportunidades. Hoy, la gente encuentra trabajo o se educa dependiendo fundamentalmente de la capacidad de renta y riqueza de sus padres. Nunca ha habido una igualdad de oportunidades total, pero hay un retroceso manifiesto. Esto es común al feminismo, los pensionistas o los precarios. Y esa es otra: entiendo que los movimientos, los partidos y los sindicatos estén luchando por los pensionistas, porque son muchos. Pero el problema fundamental de este país no somos los pensionistas, sino los jóvenes. ¿Qué ha pasado con todos los planes de choque que anunciaron los partidos en 2015 y 2016? No se habla de eso. Entre otras cosas, porque los jóvenes también han desaparecido de la calle.

P. En junio de 2011, las encuestas aseguraban que en torno al 80% de los ciudadanos estaba de acuerdo con las reivindicaciones del 15M. ¿Qué diferencia hay entre eso y la democratización de las ideas feministas de las que hablaba?

R. La plasmación política del movimiento de los indignados fue, en buena medida, Podemos, la nueva política o como queramos llamarlo. Y eso no está saliendo bien. La diferencia entre Mayo del 68 y los indignados es que estos se dan cuenta de que no pueden estar permanentemente en la calle y que para transformar las cosas tienen que entrar en las instituciones. Pero el lazo entre calle e instituciones todavía no les ha salido bien. Ahí ya podemos decir que hay un cierto elemento de frustración. Hace unos meses, cuando estaba trabajando en todo esto, fui a ver una exposición maravillosa sobre Basilio Martín Patino, y proyectaban su último documental, Libre te quiero. ¡Aquello era una explosión de alegría tan parecida al 8 de marzo! Era todo maravilloso. El problema es ver cómo ahora el feminismo es capaz de desarrollar lo que sucedió la semana pasada. El movimiento de los indignados ya tiene sus contradicciones, sus peleas, se ha ensuciado, de alguna manera. Mientras que el movimiento feminista, en esta cuarta ola, permanece virgen.

P. ¿Es posible que no se ensucie?R

. No, no es posible. Pero si logra penetrar en la cotidianidad, y volvemos a Mayo del 68, esa igualdad subirá un escalón. Se lograrán cosas. Si logra introducir en la vida cotidiana todos los conceptos del feminismo, en las casas de cada uno, conseguirá cosas. Pero vamos a ver cómo se instrumenta.

P. Esta medida de lo cotidiano que ve en Mayo del 68 y en el 8M, ¿la ve también en 2011 y en el movimiento antiglobalización?R

. Mucho menos, no estaba en el frontispicio de las manifestaciones ni de los movimientos. El movimiento de la antiglobalización —que en cierta manera es un movimiento frustrado, porque en el momento en que consiguen su mayor victoria, que es Seattle, se disuelve y penetra en el movimiento de los indignados— va más en búsqueda de derechos económicos. Y en el caso de los indignados hay una mezcla.

P. ¿Por qué el movimiento antiglobalización, el eslabón que presenta entre el 68 y 2011, suscita menos interés que este último?R

. Porque se ha integrado en él. El movimiento antiglobalización resucitará. Y no es un movimiento antiglobalización, sino a favor de otro tipo de globalización. Volver a la autarquía no lo defienden más que los residuos más ortodoxos de ese movimiento. Ahora nos hemos olvidado de que hace unos meses había una lucha contra el TTIP o el CETA… ¿Con qué formulaciones volverá? No tengo ni idea, pero tendrá que ver con el movimiento de los indignados. Y me parece interesante, que acompañando al sujeto político del 8M, están todos. Están los restos del naufragio de tantas cosas... Y estos movimientos no son identitarios, tienen que ver con la redistribución. 

P. A lo largo del libro habla del conflicto surgido en el 68 entre los estudiantes o los jóvenes y los obreros como dos agentes de la lucha social. Pero no son los grupos dominantes ni del movimiento en torno a las pensiones ni del feminismo y el 8M.

R. Esto se parece al 68 en el sentido de que todo el mundo está buscando el sujeto protagonista. Mira las manifestaciones del fin de semana. Por la mañana, está convocada por los sindicatos, que van con la lengua fuera. Por la tarde, por los movimientos que se han generado ahora. Eso significa que distintos vectores están luchando por ver quién dirige esto.

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P. Frente a las revoluciones, habla también de las contrarrevoluciones neoliberales. ¿Han acabado siendo estas más exitosas?R

. Sí, porque son mucho más fuertes. Las revoluciones progresistas son movimientos sociales a los cuales se responde con todo el poder del Estado. A Mayo del 68 le suceden Thatcher y Reagan, al movimiento antiglobalización le suceden los neocons de Bush, y al movimiento de los indignados le sucede Trump y todo lo que está ocurriendo. Y el poder del Estado reacciona siempre buscando el statu quo anterior, porque no creen en la ingeniería social ni que haya que cambiar, a través de ella, el orden natural de las cosas. Que es siempre la desigualdad. 

 

Cuando estalló la primavera de 1968, un mes de mayo que acabaría siendo escrito con mayúscula, Joaquín Estefanía (Madrid, 1951) acababa de cumplir 17 años. No imaginaba entonces, como no lo imaginaban muchos de aquellos jóvenes de izquierdas soixantehuitards, que el mismo sistema que soñaba con tumbar le encumbraría hasta la dirección de un gran medio de comunicación, el periódico El País al que no le quedaba tanto para nacer. Es, dice, una de las contradicciones de las más célebre de las revoluciones de la segunda mitad del siglo XX: los rebeldes sesentayochistas no subvirtieron aquel régimen, sino que lo apuntalaron o reformaron (o ambas cosas a la vez). 

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