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Kase O: “La música ha quedado en segundo plano, ahora manda la imagen”

“Mi nombre es Javier, soy un mito inimitable, mi superioridad en el micro no es cuestionable”, cantaba a principios de los 2000 un chaval del barrio maño de La Jota. Con apenas 22 años ya había cosechado un importante reconocimiento en el rap español (y fuera de él) de la mano de del que fuera su grupo, Violadores del Verso. Pero le quedaba toda una carrera de reventar los estándares del género, como conseguir un disco de oro –más de 120.000 copias vendidas— con Vivir para contarlo (2006), algo impensable por aquel entonces.

A principios de década Javier Ibarra (su nombre real) mantenía la clásica estética de joven con chándal, cigarro y litro; ahora, bien entrado en la treintena, su actitud ha madurado sin dejar de ser fiel a su estilo. Acaba de publicar El Círculo, álbum en el que se reencuentra a sí mismo y que sorprende por su eclecticismo, tanto a nivel musical como lírico, donde parece que aún no ha tocado techo.

Kase O recibe a infoLibre en las oficinas de su sello discográfico y promotora en Madrid. Es día de entrevistas promocionales, pero no parece cansado: “Estoy contento, la gente que ha venido lo ha escuchado y ha gustado”. Hablar del maño probablemente sea hablar del rapero más relevante e influyente de habla castellana, algo que se constata en las letras de su nuevo trabajo, en las que derrocha ego y flow a partes iguales.

“No quería que se parecieran unas canciones a otras, es por lo que he luchado estos años, por conseguir estéticas distintas. Me gusta todo y no solo en el rap, en la música en general”, reivindica el cantante. “Esa diversidad mía se tenía que plasmar en el disco también. Tenía claro que la línea argumental era que no había línea: buscando que acabe una canción, empiece otra y te lleve a otro lado”. Algo que justifica así: “Me aburro si hago siempre lo mismo, y no es cuestión de aburrirse, sino de divertirse y crear cosas nuevas”.

En El Círculo —“que es la manera en que se ordenan mejor las cosas”, dice Kase O— se puede apreciar un viaje del zaragozano a distintos lugares, tanto físicos como mentales. “Forma parte de mi evolución de la búsqueda de cosas nuevas, de otros vehículos para expresarme”, se sincera Ibarra. “Mi intención era humanizar a Kase O, y que se parecieran las letras lo más posible a la persona, que cuando me vean en un bar sepan que soy una rata igual que todo el mundo: que sufro, que lloro, que meto la pata”.

Uno de los temas más chocantes en este sentido es Mazas y catapultas, donde Kase O se lanza a cantar entonando con curioso estilo flamenco, acompañado por un grupo de coristas. “Es sincera, no la he hecho para que le guste a la gente ni para demostrar lo bien que canto ni mucho menos”, explica el rapero, que subraya: “Me vino entera hecha con letra y melodía, casi no tuve ni que escribirla, es como que ya estaba hecha en algún rincón del universo y solo tuve que poner la antena”. Entre risas, explica las caras raras que vio en el estudio cuando se empeñó en sacar adelante este tema: “Esto viene del universo y lo voy a hacer físico, cabrones”.

Kase O durante la entrevista. / Diego Rodríguez Veiga

Sobre esta nueva forma de cantar, admite que “es algo raro” para él, ya que “no hay que entonar mucho en el rap, es todo sílabas”: “Puse una melodía que iba con el sentimiento que quería expresar. Fue una maravilla, un descubrimiento para mí. También es divertido, una sorpresa que no te puedes imaginar: es una cosa rara, y a mí lo raro me atrae más que lo normal”. Asimismo, aprovecha para admitir las limitaciones del rap: “El género no da posibilidades de innovar mucho, pero me gusta asumir riesgos, romper prejuicios y barreras, arriesgar y ver qué pasa”.

Cuando le preguntan por influencias raras, esboza una sonrisa y cita desde Enya y Vangelis —“me flipa la música new age”, cuenta— a cantos gregorianos, pasando por la música que conoció en Colombia, donde marchó a vivir una temporada de retiro espiritual. “Aparte de reguetón –sonríe de nuevo—, que en Medellín manda, mucha salsa. La salsa me sale ya por las orejas, de no escuchar en mi vida a estar dos años escuchando salsa todo el día. Habría mucho que escarbar ahí, incluso samplers”, advierte.

“Todo es frío, postureo e imagen”

Ya en el track de introducción a El Círculo, Kase O deja claro qué le parecen los nuevos artistas: “La música de ahora es la peor de la historia, fácil para mí brillar entre la escoria”. “Es una frase rotunda y un poco bruta, pero es lo que siento. Igual soy un carca, pero no podemos comparar a Led Zeppelin con cualquier grupo de rock actual”, admite el rapero. Así, asegura que “la música de ahora es fría, porque se hace con instrumentos fríos, digitales, todo está dentro de un ordenador, ya no es una bobina que le da calidez al sonido”.

“Todo es frío, postureo e imagen. La letra, la música, han quedado en segundo plano porque ahora manda la imagen”, continúa Ibarra, que razona: “Si no tienes un vídeo no te escuchan, si no te ven la cara no eres nadie. Todo eso me parecen parches a las carencias musicales. Buenos vídeos, buena estética y una canción que no me dura ni una semana, no la oigo ni dos veces”.

¿Pueden caer en el paternalismo estas actitudes del tipo “lo de antes era lo bueno”? “Pienso que soy actual, y no tengo tanta nostalgia realmente. No es un trauma para mí esta brecha de lo digital y lo analógico, lo nuevo y lo viejo, aunque haga esa afirmación en el inicio del disco. Es una frase sincera, y mucha gente lo piensa”. No obstante, admite humildemente: “Igual es que nos viene grande todo lo nuevo, y que tú estás enamorado de la música de tu adolescencia, que es la que te ha marcado. Yo escucho lo nuevo, intento que me guste, pero me voy a poner siempre un disco de Public Enemy antes que uno de Kendrick Lamar”.

En cuanto a los raperos actuales que le gustan destaca a artistas norteamericanos como Ka, Roc Marciano, The Alchemist o Wetside Gunn. Sobre el primero, bromea: “Eso me voló la cabeza, y me dieron muchas ganas de copiar su música y estética, porque me flipa. Pero hay que ser uno mismo, si no te pones un disfraz que no puedes defender. Lo más fácil es imitar, co [mítica muletilla aragonesa y de Kase O], es lo que haría cualquiera”. Por ello, el maño explica: “Como tengo mucho bagaje y personalidad, intento hacer cosas que son mías, con mis influencias, que no he invitado nada en absoluto. Pero con esta peña dan ganas de hacer música igual que ellos, luego te pones y no llegas ni a la mitad, entonces hay que mejorar lo tuyo, sea bueno o malo, pero que sea tuyo, porque es gente inimitable”.

Ibarra reivindica la originalidad como fuente de creación, apuntando que “no se puede decir que el disco se parece a otro”. “Son canciones de Kase O, y eso está guay, es un logro. Tengo mis influencias y mis copiadas, pero lo que hay en El Círculo solo lo puedes encontrar ahí. Estoy más fuerte que nunca, con los riesgos que he corrido en el disco y lo mal que lo he pasado, me veo capaz de hacer cualquier frikada”. Y ya advierte a quienes se hayan sorprendido de sus nuevas dotes musicales: “Me gustaría hacer un álbum de new age, de chill out, de música sanadora, pero también reggae o rock duro. O hacer música instrumental, me cuesta mucho hacer las letras, es más divertido hacer la música y no implicarte tanto en el mensaje”. Aportes musicales que, admite, obtuvo de su experiencia Jazz Magnetism, un proyecto en el que recopiló letras de todas sus etapas para cantarlas mientras tocaba una banda de jazz. “Me hicieron avanzar en un paso de gigante a romper prejuicios y llenar de musicalidad el rap”, añade.

En su nuevo disco también hay espacio para los recuerdos de otros tiempos. En el tema “Guapo tarde” retrata cómo fue su adolescencia en los noventa. Así, explica que quería ponerla en comparativa con la actualidad: “Ser estéticamente guapo, ir a la moda, bien afeitado, estar cachas, depilado... Eso en mis tiempos no existía. Surge de decir: os queréis mucho, cabrones, y no es la realidad. La realidad es que hay mucho lerdo, mucho gafota, mucho gordo, mucha gente con granos y no se pilla tanto cacho como parece”. Una vivencia que se parece demasiado a la de otros adolescentes de la época: “Cuando la terminé dije: esto me parece que le ha pasado a otros también [risas]”.

“Al principio iba a ser una canción cómica, riéndome de eso, pero luego pillé los pianos estos tristones y quise hacer un drama”, continúa, “a mí me hace gracia ponerle una letra triste a una música feliz, como hice en 'Cantando'. Si le pones unos pianos tristes es una letra dramática, de un tío que se quiere morir y todo lo hace cantando. Pero en este caso me contuve”.

Nuevas tendencias: rap político, trap y Latinoamérica

Desde que Violadores del Verso tomara un descanso, las letras políticas y fuertemente ideologizadas se han hecho un hueco creciente en el rap español. “Me parece que ese hueco había que llenarlo, el rap social estaba vacío. Me da inmensa alegría que les metan palos a los políticos”, reconoce Ibarra, que enfatiza: “Igual no simpatizas en todo, en las ideas o en las maneras, pero es alegría. Que pase eso es bueno, si no sería un desastre. Si no existieran Los Chikos del Maíz, ¿de qué estaríamos hablando en este país? Estaríamos callados, sin decir nada, co”. “Me da alegría de vivir que le metan caña a todo lo que se menea”, sonríe para subrayar la autenticidad del grupo valenciano: “Ellos están metidos en esa movida, no lo hacen por otra cosa, llevan desde los 13 años en manifestaciones, casas okupas, movimientos sociales… Eso es leal, legítimo y genuino. Luego tú puedes decir 'con esto no estoy de acuerdo', o 'te has pasado', pero prefiero que exista eso por exceso que por defecto”.

Ibarra no considera que exista una tendencia en el rap a olvidar el nosotros en pro del yo: “No creo que haya menos conciencia crítica, sino incluso más de lo que viví en los noventa, que decíamos que fuera el mensaje, solo ego trip y nada de telediarios. Ahora tienes a Los Chikos del Maíz, Foyone, Ayax y Prok, esa gente tiene sus frivolidades, pero están en la calle, hablando de lo que pasa en su barrio”. En cualquier caso, admite que “ahora también hay más frivolidad y postureo, pero eso no resta que haya gente con conciencia crítica y social. Tampoco es que esté en el panorama escuchando a todos los chavales, pero lo que me llega veo que no dicen tonterías”. “Hay impostores, mentirosos, que no tienen tan mala vida como quieren hacer ver. Todo lo hacen para aparentar tener calle, como si los demás viviéramos en urbanizaciones”, lamenta Ibarra, que apunta: “A mí lo que me interesa es el arte: si rimas bien, me da igual que estés rimando sobre flores o sobre drogas. Si eres un paquete, me da igual que seas del gueto o que hayas estado en la cárcel. Pero todo el mundo rapea y es difícil generalizar”.

De algún modo u otro, el 15-M ha servido de impulso a que se abriera la brecha del rap político, un movimiento del que apenas quedan resquicios activistas, pero del que Ibarra tiene buenos recuerdos. “Lo viví con mucha emoción en las acampada de Barcelona y Zaragoza. Me emocioné de ver a la gente que había tomado esa decisión de ir con su saco de dormir a una plaza y conquistarla, decir 'de ahí no me muevo”. Así, apunta que veía de positivo que “no era un movimiento político, sino social, de sentido común, muy espontáneo”, aunque admite que no militó mucho, sí recuerda que se “echaba unos raps por la plaza”. “Me gustaría que volviera a pasar, porque realmente la cosa sigue igual o peor”, dice endureciendo el tono: “Los partidos políticos nuevos han canalizado esa rabia de los jóvenes para darles una oportunidad democrática. Pero no sé si ha sido la solución. No sé por qué se paró: de repente hay un partido político y no salimos a la calle… No sé si representan tanto al final al 15-M”.

Kase O durante la entrevista. / Diego Rodríguez Veiga

Otro género derivado del rap que ha entrado en boga en los últimos años es el trap, criticado duramente en la escena hip hop, sobre todo por los más puristas. En cambio, Ibarra prefiere marcar distancia con estas actitudes: “No hay conflicto con eso. No lo veo tan distinto del rap. Los que hemos escuchado rap de toda la vida, sabemos que eso se lleva haciendo en Houston o Miami desde los ochenta. Que un chaval que sale del barrio se haga su dinero, sus conciertos, su tal, bienvenido sea y que le vaya muy bien. No voy a ser yo el que haga una cruzada contra el traptrap”.

“Lo bonito de la vida es que puedes escoger de todo, y lo que no te guste no lo tienes porqué destruir, sino dejarlo estar. La gente se empeña en militar en algunas causas absurdas… Y al final es música, no te va la vida en ello”, razona el autor de El Círculo, que bromea diciendo que “hay cosas que están guapas, y cosas que son muy traperas, como dice el propio nombre”. Ahora endurece el tono para decir: “Lo que falta es el respeto, la conciencia y el conocimiento. Cuando conoces la cultura hip hop, no puedes hablar mal del trap, porque es hip hop. Nuestro enemigo no es el trap. Tiene que haber enemigos reales y que se merezcan el odio”.

En ese sentido, admite que, aunque “pensaba que era al revés”, ahora ve cómo “los viejos son los que más odian lo nuevo”: “Los chavales van a su rollo y sí, quieren cortar cabezas de dinosaurios, que es lo normal. Cuando tenía 15 años era igual, al que estaba arriba le daba palos y decía: lo nuevo es lo que lo peta. Los viejos son los que tienen que tolerar más y no destruir, ni tener miedo a lo nuevo”.

Kase O, tanto en solitario como con Violadores del Verso, ha viajado en numerosas ocasiones a Sudamérica para dar potentes giras, algo que consiguen cada vez más raperos españoles. Pero, ¿por qué no se da la situación contraria, con grupos latinoamericanos arrasando en España? “Se debe un poco al egocentrismo patrio, de que la gente cree que rap hecho en España es mejor, y otro poco a que a veces los grupos latinos usan un lenguaje que no entendemos aquí a la primera”, lamenta Ibarra, que tiene claro que “lo que viene de Venezuela, Puerto Rico o Cuba al final va a arrasar porque muchos son mejores que los de aquí, están diciendo cosas más interesantes, con más pasión y más esencia”. “Lo de los venezolanos o dominicano es muy fuerte, no rima mal ni uno, tienen un garbo y una gracia que es envidiable. Todos tienen flow, co”, dice, con admiración, “Allí pueden hablar mucho de calle: eso le da miedo a los españoletes, que les ganen en calle y en cosas verdaderas que decir. Es cuestión de tiempo”. Aunque pone en contexto la situación: allí el rap es muy joven, los discos profesionales han empezado esta década.

El esperado regreso de Violadores del Verso

En cuanto a la imagen de marginalidad del rap para una buena parte del público generalista, Ibarra cree que se han dado grandes pasos para la normalización. “Si lo comparamos con el 95 cuando empecé yo, ahí sí que el rap era marginal, te señalaban, se te reían en tu familia y en tu círculo. Eras el rapero señalado. Ahora todos los chavales escuchan rap, absolutamente todos”, pero también “pijos, rockeros…”. “Se ha abierto bastante la mentalidad, otra cosa son los medios”, protesta, “Aún son un poco retrógrados, viven aún en los sesenta y tienen miedo a según qué mensajes y a que nos comamos el pastel del pop”. Como ejemplo, pone la vestimenta: “¿Quién no se pone una gorra a día de hoy? Todos son raperos ahora por la calle”, dice riéndose. “He vivido la época de que no nos hicieran ni puto caso y no se respetara al rap, ni cuando ibas a actuar. Todo eso nos lo hemos ganado Violadores del Verso llamando a puertas, llegando a la sala, llenándola, haciendo un concierto que se oía increíble y chapando muchas bocas. Poco a poco hemos ido abriendo conciencias, pero en lo profesional era peor que los punkis en sus inicios”.

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El caso de Violadores del Verso es, además, uno de los más peculiares que se han dado en la música española en los últimos años. Un grupo de veinteañeros que hacían rap a finales de los noventa, género denostado y criminalizado donde los hubiera, y que no contaba con ningún tipo de apoyo promocional, pero que acabó llenando pabellones, festivales y arrasando en las listas de ventas. Su mayor éxito fue llevar el rap al gran público, gustando a seguidores que escuchaban otros tipos de música. Sobre esta cuestión, Ibarra explica: “La razón principal es que está bien hecho, las rimas son guapas, los ritmos se sostienen y tiene bastante esencia. Y luego dosis de realidad y sinceridad que a la gente le gusta e igual no encuentran en otras músicas, un mensaje tan directo. Es música dura, que tiene personalidad, y eso se transmite”.

La banda tomó un respiro que dura ya un lustro. Respiro que aprovecharían sus componentes para lanzar álbumes en solitario, tras los cuales se produciría el esperado regreso. Han pasado ya diez años desde la publicación de su última referencia discográfica, y sus componentes ya han sacado los discos prometidos. La pregunta es, pues, obligada. ¿Para cuándo el regreso de violadores del Verso?

Kase O sonríe: “Se tienen que conjurar los astros. Ojalá, porque echo de menos trabajar en equipo. Pero he dejado un legado a mis 36 años, un testigo que soy yo mismo. Violadores está muy vivo, no habría ni que sacar disco para hacer una gira, habría gente que no nos ha visto que iría a llenar las salas. Individualmente nunca vas a llegar a ser más que Violadores. Puedes tener tu éxito, pero Violadores es Metallica, es un ente”.

“Mi nombre es Javier, soy un mito inimitable, mi superioridad en el micro no es cuestionable”, cantaba a principios de los 2000 un chaval del barrio maño de La Jota. Con apenas 22 años ya había cosechado un importante reconocimiento en el rap español (y fuera de él) de la mano de del que fuera su grupo, Violadores del Verso. Pero le quedaba toda una carrera de reventar los estándares del género, como conseguir un disco de oro –más de 120.000 copias vendidas— con Vivir para contarlo (2006), algo impensable por aquel entonces.

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