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Katharine Graham: de una “vida de mujer felpudo” a azote de Nixon

Katharine Graham (Nueva York, 1917-2001) había sido educada de una manera exquisita: con institutriz, veranos en Europa, casa de lujo en la Quinta Avenida y colegios de élite. Su destino era convertirse en un ama de casa distinguida, culta y sacrificada, pero acabó metida hasta el fango para denunciar los abusos del poder. El abrupto suicidio de su marido hizo que tuviese que dejar la cocina para ponerse al frente de los negocios de la familia, un conglomerado de empresas de comunicación que incluía al por entonces maltrecho The Washington Post. Bajo su mandato, entre 1963 y 1991, Graham pulió el diamante en bruto que era el diario capitalino hasta convertirlo en un referente del periodismo mundial. Gracias a su impulso, salieron a la luz los papeles del Pentágono y se llevaría a cabo la investigación del caso Watergate.

A principios de los noventa —cuando la dirección del Post ya estaba en manos de su hijo Donald Graham— Katharine decidió que era el momento de recapitular y poner negro sobre blanco cómo fue aquella transición de “vida de mujer felpudo” a una de las mujeres más poderosas de su tiempo. Así, concibió sus memorias como un exhaustivo reportaje de investigación: hizo 250 entrevistas, repasó cientos de cartas, papeles de prensa y documentos oficiales. El resultado fue una autobiografía contundente narrada con una extraordinaria sinceridad. Con el sobrio título de Una historia personal, Graham conseguía el premio Pulitzer en 1998, en la categoría de biografía, y convertía su vida en un éxito de ventas.

La editorial Libros del K.O., que dedica su catálogo a obras de periodismo narrativo, acaba de publicar una reedición del libro, que sólo había sido publicado en español por el sello Alianza Editorial hace 18 años. Ya descatalogado, Alberto Sáez, editor de Libros del K.O., explica que llevaban tiempo detrás de esta pieza esencial de la trastienda del periodismo, pero que hasta ahora no habían podido cerrar todos los flecos con los propietarios de los derechos de autor de la traducción y los propios traductores de la primera versión (la misma que han utilizado en esta publicación).  

Sáez pone el valor de las memorias de Graham en las múltiples lecturas que se pueden extraer de sus más de 500 páginas. “Puedes verlo como una historia del periodismo norteamericano, porque ella vivió en primera persona todo el trasfondo político de la guerra de Vietnam, el Watergate, etc. Pero también lo puedes mirar desde el punto de vista del papel de la mujer en la sociedad y su lucha por ser respetada en un mundo fundamentalmente machista. Luego, también está la historia entre bambalinas, ya que cuenta cómo era la gestión económica y empresarial de un medio como el Washington PostWashington Post. Y, por último, tenemos la lectura puramente humana de esta mujer que es muy honesta consigo misma a la hora de tratar temas muy, muy íntimos, como fueron la enfermedad y suicidio de su marido o la relación con su madre”, explica por teléfono desde la Feria del Libro.

Katharine Graham tenía 46 años cuando pasó de su mansión en el barrio de Georgetown al despacho de dirección del Post. Su padre Eugene Meyer, un acaudalado hombre de negocios, lo había adquirido a precio de saldo en una subasta celebrada en 1933 y, tras sanear las cuentas del que era el quinto rotativo de la capital estadounidense, dejó la presidencia del grupo en manos de su yerno y marido de Katharine, Philip Graham. Apenas se conocían, pero Meyer pensaba que su hija no era la persona adecuada para tal responsabilidad y se decantó por su marido. Sin embargo, el tiempo le quitó la razón: Philip padecía una depresión neurótica y su inestable comportamiento degeneró durante sus últimos años de vida. Finalmente, se suicidaría en 1963 y Katharine, sumida en un mar de dudas e inseguridades, tomaría al fin las riendas del periódico.

El tiempo también acabó con sus reticencias y llegaron los casos más sonados: la publicación de los papeles del Pentágono (1971), en los que se revelaba la participación secreta de fuerzas militares estadounidenses en Vietnam durante más de 20 años; y el caso Watergate (1972), la operación de espionaje impulsada por el entorno del presidente Richard Nixon contra el Partido Demócrata. Nixon acabaría dimitiendo por la suma de escándalosen el único caso de impeachment (moción de censura) de la historia política estadounidense. En una entrevista concedida a El País en 1994 Katherine decía sobre este asunto: “(…) Lo que deshizo al presidente fue el procedimiento constitucional, los tribunales, el gran jurado y los comités del Congreso. Nosotros cumplimos el papel de la prensa, pero ningún periódico debe derrocar a un presidente; ni puede ni debe”.

La respuesta de Graham resume su filosofía periodística: siempre intentó mantener alejada su ideología (conservadora) del periódico, que concebía como un servicio público. “Mi padre quería que el Post fuera independiente, y yo quiero que sea independiente. Esa es la tradición. El periódico, en realidad, es centrista. Nosotros, por ejemplo, no pedimos el voto para nadie en las elecciones entre [George H. W.] Bush y [Michael] Dukakis, porque no nos gustaba ninguno de los candidatos. Yo voté por Bush [padre], para ser honesta. Pero muchas otras veces he votado demócrata”, prosigue en la entrevista para El País.

Cuando su padre compró el periódico promulgó un decálogo en el que establecía, entre otras cosas, que en sus páginas tenían que decir la verdad “en la medida en la que esta pueda comprobarse”; o que “el periódico tiene un deber para con sus lectores y el público en general, no [con] los intereses privados de sus propietarios”. “Ella intentó ser fiel a esos principios fundacionales y los tenía presentes a la hora de separar su ideología del trabajo en el periódico”, subraya Alberto Sáez, “se metió en muchos charcos sin importarle el control político o todas las presiones que tuvo desde la Casa Blanca”.

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No obstante, de puertas (del Post) hacia dentro, Katharine era una jefa un tanto adusta. En la necrológica de su propio periódico destacaban que “insultaba como un marinero” y algunos de sus empleados señalaron sus modales despiadados a la hora de tratar las cuestiones laborales de los trabajadores. Durante la huelga de 1975, uno de los momentos más difíciles de su gestión, contrató a un grupo de personas no afiliadas a sindicatos para que pusieran en marcha las rotativas. La huelga duró 140 días y el Post sólo dejó de imprimirse durante una jornada.

La versión de la biografía editada por Libros del K.O. tiene como subtítulo: “Sobre cómo alcancé la cima del periodismo en un mundo de hombres”. Es la lectura que han querido resaltar desde el sello: la de una mujer que tiene que hacerse valer constantemente (como la icónica fotografía en la que Graham sale rodeada de un puñado de hombres encorbatados de la Associated Press). Ella consiguió romper el techo de cristal de la prensa a principios de los años sesenta y elevar la penetración del Post en el mercado al 55% entre semana y el 70% los domingos. A esto último ayudó también la decisión de contratar al célebre Ben Bradlee como director del diarioBen Bradlee. Sin embargo, su historia es, como bien señala el título, personal, una excepción dentro de las estadísticas.

En España, ninguno de los 20 periódicos impresos más leídos está dirigido por una mujer, según el Informe Anual de la Profesión Periodística del año 2015, elaborado por la Asociación de la Prensa de Madrid. Pese a la lucha constante de Graham por demostrar su valía profesional, “ella tenía una gran ventaja sobre el redactor al uso: era la propietaria”, concluye Sáez.

Katharine Graham (Nueva York, 1917-2001) había sido educada de una manera exquisita: con institutriz, veranos en Europa, casa de lujo en la Quinta Avenida y colegios de élite. Su destino era convertirse en un ama de casa distinguida, culta y sacrificada, pero acabó metida hasta el fango para denunciar los abusos del poder. El abrupto suicidio de su marido hizo que tuviese que dejar la cocina para ponerse al frente de los negocios de la familia, un conglomerado de empresas de comunicación que incluía al por entonces maltrecho The Washington Post. Bajo su mandato, entre 1963 y 1991, Graham pulió el diamante en bruto que era el diario capitalino hasta convertirlo en un referente del periodismo mundial. Gracias a su impulso, salieron a la luz los papeles del Pentágono y se llevaría a cabo la investigación del caso Watergate.

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