La niña que era Laura Restrepo (Bogotá, 1950) se quedaba fascinada ante cualquier reproducción de El jardín de las delicias. Esas figuritas extrañas, ese amasijo de brazos y piernas, esas inquietantes (y alegres, extrañamente alegres) escenas que recibían un castigo por sus juegos. Un castigo que parecía ser análogo a las travesuras: las mismas figuritas, la misma locura, solo algo más de oscuridad. "¿Qué pecado cometen estas figuritas que pone ahí El Bosco? Comer fruta no parece demasiado perverso, ¿qué es lo que realmente están haciendo?", se preguntaba y se pregunta aún la escritora colombiana. "Pecado", su nuevo libro de relatosPecado editado por Alfaguara, explica, "es el desarrollo de eso".
El interés por el mal de la escritora colombiana está causado por esa misma sustancia pegajosa que hace que la mirada se detenga en el cuadro de El Bosco, que el cine de terror sea uno de los géneros más populares, que los crímenes violentos sean seguidos con fervor. Pero también viene de una certeza: "La acechanza del mal es una de las marcas del mundo contemporáneo". Ese mal incierto quizás no se materialice en forma de posesiones infernales o castigos divinos, pero, asegura la autora, existe. Y lo ha explorado en sus anteriores obras: Historia de un entusiasmo, sobre el proceso de paz en Colombia; Leopardo al sol, de nuevo sobre la violencia en el país; Olor a rosas invisibles, una historia de adulterio que recupera en Pecado; Demasiados héroes, situada en la dictadura argentina...
"Uno puede no creer en el diablo, pero que seamos tan indiferentes con respecto al género humano… Eso tiene cachos y tiene cola. El desastre de la naturaleza, la crueldad con los animales. Son elementos que constituyen como un malestar, una contaminación del mal para el que no tenemos nombre. Porque ha caído en desuso", defiende. Y habla de la muerte de Dios, esa que nos ha dejado huérfanos de sentido y de moral desde el siglo XIX. Y, para Restrepo, seguimos sin respuesta: "Desplomada una ética religiosa, tampoco se construyó una ética civil que dé pautas mínimas de convivencia. De alguna manera, toda esta crisis de los refugiados tiene que ver con eso. No sabemos qué hacer con el prójimo". El concepto de pecado, argumenta, quizás ya no sirva, pero indica una necesidad: "Esa cosa arcaica que es el pecado, desde su sombra lanza una luz diciendo 'yo me retiré del escenario, pero ahí hay algo por resolver".
En eso andan los personajes de los siete relatos de PecadoPecado, quepodrían ser los seres desnudos que picotean fruta en el panel central de El Bosco. Cada uno carga con su culpa, y algunos con su condena. Pero los cuentos no siguen las siete categorías establecidas por el catecismo. "La palabra me gustaba por anacrónica, porque parece que queda para los misales o para los boleros", bromea la escritora, "Pero también porque es de contenido muy ambiguo: ¿cuál es el pecado? Lo han utilizado las distintas jerarquías contra la humanidad de manera bien tiránica. Pero sigue teniendo su resonancia y su misterio". Así, explora y cuestiona la validez de ciertos argumentos. Algunos bastante superados —aunque todavía con un peso moral— como el pecado de la lujuria, o el mandamiento "no desearás a la mujer del prójimo". Pero también otros más radicales: el asesinato, por ejemplo, encarnados en la piel de un verdugo a sueldo y la de una mujer maltratada.
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Restrepo andaba barruntando sus historias desde hace años. Algunos de los protagonistas han salido de su trabajo como periodista; otros, de extraños o conocidos. Pero varios de los relatos le han sido sugeridos en confidencias. La de la descuartizadora Emma, con la que se entrevistó en la cárcel, que asesinó a su pareja para defenderse de los golpes y desmembró su cadáver por meras cuestiones prácticas. La del hombre que, oculto en la deshumanización de un aeropuerto, le contó su infidelidad. La de la mujer adulta, la amiga, que narró su relación incestuosa con una "sangre fría" que todavía sorprende a la autora. "Los pecados tienden a salir", apunta, "Para algunos, pecar significa hacer limpieza. El adúltero parece que está más preparado para afrontar su nueva etapa de madurez tras cometer su pecado. Y Emma, ¿es mejor o peor después de cometer su pecado?".
De la misma manera que la escritora plantea la absolución para algunos personajes —"Me propuse no juzgarles, dejar que ellos configuraran su propio patrón ético interno"—, apunta nuevos pecados especialmente infecciosos en la actualidad. Los de soberbia o avaricia sí están en la lista de faltas establecida desde los inicios del cristianismo, pero a Restrepo le parecen especialmente graves por haber perdido su carga negativa: "La fascinación por el dinero, la juventud, la belleza, el glamourglamour… Todo eso se justifica desde diversas instancias. Esta es la cultura en la que vivimos". Ella señala, como pecado supremo, el de indiferencia. En ese sentido, el cuento "Las Susanas en su Paraíso", primero del volumen tras la introducción, funciona como marco moral de todo el libro. Lo que parece ser un relato de perdición a través de la lujuria de un romance prohibido, acaba siendo una denuncia de la voluntaria "inconsciencia de los veraneantes blancos de lo que está viviendo la comunidad negra".
Curiosamente, Laura Restrepo no ha recibido ninguna educación católica, más allá de haber crecido en una cultura judeo-cristiana. Precisamente por eso puede llenar su casa de pintura colonial, y precisamente por eso puede tener una revelación en la Semana Santa sevillana, ciudad en la que ha impartido seminarios durante cinco años: "Allí fue donde dije: 'el pecado está vivo". La iconografía religiosa le pareció entonces un vehículo potente para abordar la idea del mal, y un bar llamado Pecata Mundi hizo el resto. "Iba a titularlo así, pero en la editorial no parecían muy convencidos con el latinajo", admite. En su universo hay arcángeles, profecías, culpas, absoluciones, apariciones divinas, santos... Símbolos que trascienden el catolicismo y que son reconocibles por cualquier lector. En este sentido, funcionan como "cartas del tarot", indica, imágenes que parecen tener un sentido oculto que nunca terminan de liberar. "La descuartizadora, El adúltero, El asesino, Las hermanas, El santón...", enumera la escritora. Arcanos que "funcionan como puertas". "¿Hacia dónde? No se sabe", como diría uno de sus personajes.
La niña que era Laura Restrepo (Bogotá, 1950) se quedaba fascinada ante cualquier reproducción de El jardín de las delicias. Esas figuritas extrañas, ese amasijo de brazos y piernas, esas inquietantes (y alegres, extrañamente alegres) escenas que recibían un castigo por sus juegos. Un castigo que parecía ser análogo a las travesuras: las mismas figuritas, la misma locura, solo algo más de oscuridad. "¿Qué pecado cometen estas figuritas que pone ahí El Bosco? Comer fruta no parece demasiado perverso, ¿qué es lo que realmente están haciendo?", se preguntaba y se pregunta aún la escritora colombiana. "Pecado", su nuevo libro de relatosPecado editado por Alfaguara, explica, "es el desarrollo de eso".