Las librerías están de vuelta

2

Permítanme que empiece con un recuerdo personal que –no se me asusten– viene muy al caso. Corría el año 1997, yo me desempeñaba como corresponsal en París, y la Rive Gauche estaba que trinaba: artistas e intelectuales se habían movilizado para impedir que grandes firmas de moda y lujo desterraran a locales míticos de la capital francesa . Entre ellos, había cafés (Flore, Les Deux Magots), brasseries brasseries(Lipp, Procope) y librerías. En aquel entonces acababa de cerrar Le Divan y La Hune estaba tocada; esta misma semana hemos sabido que, tras múltiples peripecias (cambio de dueños y mudanza incluida) ha entrado por fin en la categoría de "hundida" .

Lo sucedido marcaba el tono de los años pre-crisis: las tiendas de libros, que por naturaleza son negocios con un nicho de ventas estrecho y ganancias reducidas, sucumbían ante el empuje de negocios mucho más rentables. Y las librerías que por historia y tradición ocupaban codiciados y cada vez más caros locales en el centro histórico de las ciudades se las veían y se las deseaban para afrontar gastos y salir adelante.

A ese frente primero se vino a sumar un segundo, el catacrac económicocatacrac. Y la situación pasó de difícil a insostenible.

Un paseo por la hemeroteca nos recuerda que, en 2011, el presentido cierre de The Travel Bookshop, la librería que aparecía en la película Nothing Hill (1999)Nothing Hill, protagonizada por Julia Roberts y Hugh Grant, movilizó a escritores y artistas... sin éxito.

Casi simultáneamente, María Dueñas y Javier Sierra encabezaron un movimiento cuyo objetivo era salvar a librería Escarabajal , la segunda más antigua de España... que no obstante cerró en 2013 .

Lo paradójico es que, para entonces, en España había crecido el número de librerías: teníamos 4.336, 14% más que en 1999, según cifras de un censo realizado por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros . El problema estaba en que eran más, pero vendían menos, la caída acumulada desde 2011 era del 26%.

También en el Reino Unido la situación era mala pero por razones distintas, y tras constatar que en los últimos diez años habían cerrado casi un tercio de las librerías a un ritmo de una por semana, la Asociación de Libreros lanzó la campaña Books are my bagque contó con el apoyo de escritores y políticos.

No basta con quejarse

A lo largo de esta travesía del desierto, el sector ha venido contando sus bajas. Hemos lamentado el cierre de Catalònia, Áncora y Delfín, Robafaves (Barcelona); Rumor, La biblioqueta o Paradox (Madrid); Renacimiento (Sevila), Rayuela (Valladolid); Villar (Bilbao); Gali y González (Santiago de Compostela)... Cada defunción venía acompañada de una avalancha de lamentos, entre los que se podían escuchar voces que denunciaban: "Si todos los que se quejan hubieran comprado, otro gallo cantaría".

Seguramente, los cierres requieren análisis pormenorizados, no todos obedecen estrictamente a las mismas circunstancias. Pero ni siquiera el ensordecedor ras de las persianas impedía escuchar buenas nuevas sobre aquellos que, dentro de nuestras fronteras o fuera de ellas, conseguían afianzarse, y sobre esos otros que, contra viento, marea y el consejo de los agoreros, se decidían a abrir.

En 2009, Gottfried Honnefelder, representante de la Unión de Libreros Alemanes, se refirió en la Feria del Libro de Francfort a las librerías del grupo 5plus, cinco librerías de Hamburgo, Colonia, Berlín, Múnich y Friburgo que se habían confederado para luchar juntas contra el control de los líderes del mercado alemán (las cadenas de librerías Thalia, Weltbild y Hugendubel). La filosofía del proyecto común era simple: Amazon y las grandes cadenas ven los libros exclusivamente como productos en venta, sin interesarse por su valor cultural.

Un artículo de la época lo contaba así: "Las grandes cadenas han seguido abriendo filiales durante la última década, siempre en grandes extensiones y con una distribución de ejemplares exuberante. No obstante, a causa del creciente mercado online y del aumento del precio de los alquileres de los edificios, estas filiales solo han provocado deudas en las empresas. Muchas de estas filiales abiertas con grandes expectativas tuvieron que cerrar".

Ese cambio de tornas que algunos presintieron se produjo también en Estados Unidos, el país donde todo comenzó. A finales de 2014 Zachary Karabell se preguntó en Slate: Why Indie Bookstores Are on the Rise Again? , ¿por qué las librerías independientes están de nuevo al alza?

Su respuesta empezaba recordando que durante algún tiempo, los analistas habían pronosticado que el crecimiento de las cadenas de tiendas y de Amazon supondría el fin de las librerías independientes, y constatando el fracaso de esas predicciones: los perdedores del cambio no son los más pequeños, sino las librerías "encadenadas".

En apoyo de su tesis citaba datos de la American Booksellers Association (ABA), cuyo número de miembros tras la gran recesión (1.000 independientes cerraron entre el 2000 y el 2007) había aumentado más de un 20%. Y mientras eso sucedía, Borders se declaraba en bancarrota (2011) y Barnes & Noble pasaba grandes apuros. Intentaron medirse con Amazon (B&N incluso lanzó un artilugio, Nook, para competir con el Kindle) y fracasaron.

Mientras tanto, proseguía Karabell, las librerías independientes entendieron, hablando con sus clientes, que su supervivencia pasaba por otros derroteros. En palabras de Oren Teicher, presidente de la ABA: “la amalgama de conocimiento, innovación, pasión y sofisticación de negocios de las librerías independientes ha creado una experiencia de compras única”. Dicho de otra manera: las independientes no pueden competir con el inventario de Amazon, pero Amazon no puede suplantar la experiencia social y de compras de las independientes.

Es lo mismo que, más recientemente, reivindica con orgullo la Libreria All'Arco, en Reggio Emilia (Italia), que ha lanzado al mar de las redes una etiqueta combativa, #altrocheamazon, para reivindicar los valores de la librería física (ésa en la que puedes tocar los libros, hablar con los libreros, pedirles recomendación, incluso participar en encuentros con los autores) frente a la virtual. Una librería, dicen, es más que un algoritmo.

¿Entonces?

Hay que acudir al refranero: renovarse o morir.

Algunos recurren a la solidaridad de sus lectores. En San Francisco, el pasado mes de enero Borderlans anunció una iniciativa para sobrevivir. Lo anunciaron en la web de la librería:

"A partir de ahora vamos a estar ofreciendo patrocinios pagados de la tienda. Cada patrocinio tendrá un costo de 100 $ anuales, y tendrá que ser renovado cada año. Si conseguimos 300 patrocinadores antes de 31 de marzo, permaneceremos abiertos lo que queda de 2015. (...) A principios del próximo año volveremos a solicitar patrocinadores. Si el año que viene volvemos a alcanzar nuestra meta para el 31 de marzo, permaneceremos abiertos a lo largo de 2016. Este proceso continuará cada año hasta que cerremos, ya sea debido a la falta de patrocinio o por otras razones" 

Fue un éxito, obtuvieron la cantidad necesaria en apenas dos días.

Difícil saber si en nuestro país funcionaría una iniciativa de esas características, si bien las solicitudes de micromecenazgo en algunos proyectos culturales permiten soñar con que nada es imposible, menos aún cuando –como ocurrió en el caso Borderlands– entre los paganos hay nombres relevantes, con tirón, como Margaret Atwood.

Lo que sí funciona bien entre nosotros son las "librerías mixtas", o la puesta en marcha de ideas que enriquecen el trabajo de la tienda. Un ejemplo: la barcelonesa Nollegiu (psicología inversa: significa no leáis) instauró en noviembre la figura del "librero residente": un editor hace de librero, vendiendo sus libros, por supuesto, pero también todos esos que considera recomendables.

"Las librerías tradicionales son aquellas donde el librero se convierte en el epicentro de la información, un recopilador de los gustos de sus lectores", nos dice Xavier Vidal, un experiodista que en su perfil de Twitter se declara "feliz de poder compartir cultura".

Librerías secretas y refugiados del papel

Ver más

Él también cree que "lo que puede estar muriendo son las tiendas/grandes almacenes de libros que están vendiendo otras cosas aparte de libros".

¿Qué tiene que hacer el librero para garantizar la supervivencia de la librería?, le pregunto. "Sería muy pretencioso decir qué tiene que hacer un librero. Cada librería es un mundo. A mí me parece que las librerías deben tener identidad y batallar por conservarla y extenderla. A Nollegiu le gusta que la librería sea más un centro de agitación cultural relacionado con la lectura. Un espacio tranquilo donde el libro es el instrumento, no la finalidad, para practicar una actividad sana como la lectura."

Con lo cual viene a coincidir con lo que dijo Jorge Carrión, autor de Librerías (Anagrama): "Yo, a las librerías, les veo mucho futuro. Me cuesta verlas como algo crepuscular, porque están muy vivas. Lo que es cierto es que tienen que mutar y adaptarse. (...) Hay que crear razones emocionales y físicas para que la gente venga a la librería. Porque si se trata de ir, coger el libro y volver a casa, ya te lo envía Amazon, no tienes que moverte. Con un plus emocional, sentimental, sensorial, que te da placer, vas a venir".

Permítanme que empiece con un recuerdo personal que –no se me asusten– viene muy al caso. Corría el año 1997, yo me desempeñaba como corresponsal en París, y la Rive Gauche estaba que trinaba: artistas e intelectuales se habían movilizado para impedir que grandes firmas de moda y lujo desterraran a locales míticos de la capital francesa . Entre ellos, había cafés (Flore, Les Deux Magots), brasseries brasseries(Lipp, Procope) y librerías. En aquel entonces acababa de cerrar Le Divan y La Hune estaba tocada; esta misma semana hemos sabido que, tras múltiples peripecias (cambio de dueños y mudanza incluida) ha entrado por fin en la categoría de "hundida" .

Más sobre este tema
>