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Literatura y filosofía para derrotar a la tiranía

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Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) quería escribir una novela sobre un mundo distópico, pero el libro que le ha salido al final no difiere mucho de una visión hiperbólica de la realidad en la que vivimos actualmente. En El Sistema (Seix Barral), con el que ha ganado el premio Biblioteca Breve, el escritor habla de una época en la que conviven, aislados unos de otros en islas, dos tipos de habitantes: los Propios (súbditos de El Sistema); y los Ajenos, enemigos de la ideología dominante que han sido desterrados tras diferentes disputas de índole económica o de pensamiento. “El hecho de haber escogido las islas como modelo territorial no es en absoluto baladí”, explica Menéndez Salmón por teléfono desde su casa de Gijón, “caminamos hacia un mundo en el que se acentúa la sensación de insularidad. Occidente se articuló, sobre todo tras las experiencias terribles del siglo XX, en torno a un discurso por inclusión, una manera de definirnos por acumulación, por lo que somos, por empatía. Pero, en realidad, cuando uno mira alrededor, en nuestro primer mundo hay una tentación enorme de recluirnos y de tender a identificarnos por exclusión”.

El protagonista de la novela, el Narrador, comienza a darse cuenta de que los otros no son tan diferentes de sí mismo y sus compatriotas, pese a que lleva inoculado el odio a todo aquel que no viva de acuerdo a los preceptos de El Sistema. Cuando escribió la obra, entre junio de 2013 y febrero de 2015, aún no habían comenzado a llegar a nuestras fronteras refugiados sirios de manera masiva; pero la crisis griega resuena en toda la obra. El proyecto europeo ya empezaba entonces a hacer aguas y amenazaba con dejar fuera de su isla a cualquiera que no comulgara con sus mandatos económicos.

Sin embargo, la tendencia que plantea Menéndez Salmón como utopía se hace cada vez más palpable. Y lo argumenta a través del comportamiento que está teniendo la UE frente a la inmigración: “Estamos respondiendo de una manera excluyente, subcontratando a Turquía para que se convierta en el poli malo que mantiene a estos bárbaros fuera de nuestras fronteras. Y estamos concediendo al Reino Unido unas condiciones de trato en el territorio que van en contra de todos esos principios que han articulado esa Europa plural”.

Menéndez Salmón, licenciado en Filosofía y con una extensa obra literaria, además de haber recibido recientemente el V Premio Las Américas en el Festival de la Palabra de Puerto Rico, trufa la novela de reflexiones filosóficas con un aséptico estilo narrativo. No hay lenguaje con artificios para describir cómo el Narrador cuestiona el hermético mundo en el que vive y lo hace, precisamente, a través de la escritura. El autor de la novela define al lenguaje como “un demiurgo” del pensamiento crítico. “La escritura es un lugar de elucidación, de iluminación, de constatación. Por eso la palabra se vuelve en una herramienta interpretativa, en una forma de conocimiento”, defiende Menéndez Salmón que ya había abordado este tema en sus anteriores publicaciones. “Escribir transparenta la forma de pensar, quien piensa mal, escribe mal”.

Este planteamiento emparenta su obra con otras del mismo género, que otorgan un papel clave a la literatura, situándola como la mecha de la rebelión o la obsesión del represor. “Esto ya lo contó como nadie Orwell en 1984. Las élites habían inventado hasta una lengua cuya principal característica era que cada vez tenía menos palabras, en lugar de más”, recuerda Menéndez Salmón. En Farenheit 451, el protagonista es el encargado de quemar todos los libros por mandato del Gobierno. Y hasta en otros universos futuros mucho más amables, como la película Her, el argumento central gira alrededor del poder de la palabra. El protagonista, encarnado por Joaquín Phoenix se dedica a escribir cartas para los demás y acaba enamorado de Samantha, la voz femenina de un sistema operativo con la que habla a todas horas.

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El secuestro de los saberes humanistas

Articulado en tres partes, el autor gijonés escribió la mayoría de la novela en Alemania, a donde llegó becado por el Gobierno de Baviera. Su precario dominio de la lengua hizo que Menéndez Salmón se sintiera especialmente aislado durante la etapa que pasó allí, algo que se refleja en el universo de El Sistema. “Había escrito la primera parte en Gijón. De hecho, quien conozca Gijón podrá identificar el ambiente y el clima: esta idea de un hombre en una atalaya frente al mar, y el mar como el horizonte perpetuo. En Alemania escribí las otras partes”, explica. El manuscrito de la obra fue uno de los 763 presentados al premio Biblioteca Breve, que concede la editorial Seix Barral, y que está dotado con 30.000 euros.

La otra pata sobre la que se levanta la novela es la reivindicación de la filosofía (pero también la memoria) como un elemento clave de cohesión social. Menéndez Salmón denuncia que ha habido un secuestro por parte del “discurso científico, tecnológico, positivista” de los saberes humanísticos. “Hay un discurso de progreso, fundado en la base de la ciencia y en la tecnología, que defiende que todos los problemas del ser humano se pueden solucionar apelando al desarrollo en estos ámbitos”, argumenta el escritor, “mi idea es que esto no es así: el ser humano es más complejo que todo esto, es un animal que tiene pasiones extrañas, que necesita un entorno político determinado y necesita dotarse de unas reglas morales, y en este sentido, no basta sólo con este tipo de respuestas”. A pesar del elaborado razonamiento, el motivo por el que defender el conocimiento humanístico (y en especial la escritura como ese demiurgo que desafía a El Sistema) es para el escritor mucho más sencilla: “Hay que defenderlos porque sí, no necesitan otra razón”.

Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) quería escribir una novela sobre un mundo distópico, pero el libro que le ha salido al final no difiere mucho de una visión hiperbólica de la realidad en la que vivimos actualmente. En El Sistema (Seix Barral), con el que ha ganado el premio Biblioteca Breve, el escritor habla de una época en la que conviven, aislados unos de otros en islas, dos tipos de habitantes: los Propios (súbditos de El Sistema); y los Ajenos, enemigos de la ideología dominante que han sido desterrados tras diferentes disputas de índole económica o de pensamiento. “El hecho de haber escogido las islas como modelo territorial no es en absoluto baladí”, explica Menéndez Salmón por teléfono desde su casa de Gijón, “caminamos hacia un mundo en el que se acentúa la sensación de insularidad. Occidente se articuló, sobre todo tras las experiencias terribles del siglo XX, en torno a un discurso por inclusión, una manera de definirnos por acumulación, por lo que somos, por empatía. Pero, en realidad, cuando uno mira alrededor, en nuestro primer mundo hay una tentación enorme de recluirnos y de tender a identificarnos por exclusión”.

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