Llucia Ramis (Palma de Mallorca, 1977) tenía 30 años en 2007. Estaba escribiendo su primera novela, Coses que et passen a Barcelona quan tens trenta anys (Cosas que te pasan en Barcelona cuando tienes 30 años), que publicaría en 2008, una crónica sobre una generación que parecía resistirse a crecer. Tot allò que una tarda morí amb les bicicletes (Todo lo que una tarde murió con las bicicletas, 2013) estaba protagonizada por una treintañera que tras unos inicios profesionales prometedores se encontraba inesperadamente en el paro. Con Les possessions (Las posesiones), la también periodista ha ganado en este 2018 el Premi Llibres Anagrama, concedido a novelas en catalán. ¿Y a dónde, o más bien a cuándo, regresa la autora? A 2007. Aquel año fundacional en el que todo empezaba a acabarse.
"Es el año que trato en mis novelas —y no lo he hecho a propósito, me doy cuenta después— porque es representativo de mi generación", cuenta por teléfono desde Barcelona. Repite una imagen que ya aparece en la novela. Pertenece a la película La haine: un hombre cae y cae desde un edificio de cincuenta pisos. Mientras cae, el hombre se repite una vez y otra: "Hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien". "Es el año de las pistas: no es que no lo viéramos, es que no queríamos verlo", retoma. Recuerda los alquileres "tan caros como ahora", los contratos de prácticas que no acababan de cuajar, una sensación de incertidumbre que hacía que la idea de formar una familia resultara lejana... "Había una negación de lo que era evidente. Estaban las grúas, las construcciones… Pero aquel fue el año de la inquietud".
La narradora de Las posesiones comparte más de un dato biográfico con aquella que era la autora hace 10 años: mallorquina, periodista, escritora novel... El 2007 será para ella un año agitado: en la novela se trenzan los recuerdos de un antiguo amor, la muerte de una relación de pareja y una crisis familiar debido a la enfermedad mental que parece sufrir su padre. Sobre todo aquello flota el fantasma de una sombra en la historia de la familia, la del parricidio y posterior suicidio cometido por el socio de su abuelo. "Es evidente que se basa en hechos reales", admite la escritora. Tanto el crimen como el derrumbe emocional del padre sucedieron. "Lo que pasa es que yo como periodista tengo que ser fiel a la realidad y como novelista tengo que intentar ser honesta con esa realidad", explica, "y eso no quiere decir que sea fiel a los hechos, sino a una interpretación que me sirva para hacer una reflexión mucho más amplia. La narradora no es la autora". O no del todo.
Esto, resume, es una crónica. Un relato —"Los relatos siempre van a ser interesados", advierte— de una vivencia familiar y personal que quizás sirva para explicar otras muchas. En la novela, el socio del abuelo, un empresario adinerado, se suicida acosado por los problemas económicos después de haber hecho un préstamo en negro a otro pez gordo que se niega a devolvérselo. En la novela, el padre cae en una depresión a partir de que su vecino decida construir, ilegalmente, un gran muro que le tapa las vistas desde la casa e invade un camino público. Aquello parece una maniobra urbanística, pero nadie le escucha, ni en el ayuntamiento ni en los medios, y quien al principio es visto por los amigos como un justiciero, acaba siendo tomado por loco. Entre ambos, el lazo de la corrupción. No necesariamente el de esa corrupción política que copa los telediarios, sino el de una corrupción más pedestre, sorprendentemente cercana: "Nunca nos fijamos de qué manera la corrupción salpica a todo el mundo, incluso a quienes menos nos lo esperamos".
"Yo sabía que quería hablar de aquel crimen, pero no quería hacerlo mientras mi abuelo viviera", cuenta Ramis. Porque sí, el socio de su abuelo efectivamente asesinó a su mujer y a su hijo y luego se sucidió. Ella era solo una adolescente. "Se puede encontrar fácilmente", continúa, "pero yo no lo quiero mencionar... Básicamente porque lo he ficcionado: efectivamente el crimen sucedió en 1993 y era el socio de mi abuelo, pero ni se llamaba así ni yo conocí personalmente a su hijo". Busquemos. El País, 5 de mayo de 1993: "El asesor financiero Baltasar Egea García, de 47 años, se suicidó ayer de un disparo en la cabeza en su casa de la urbanización de lujo de El Soto de la Moraleja, en Alcobendas, después de matar a tiros a su esposa, Adela Llana Vida, de 40 años y a su único hijo, Raúl, de 17". "A mí lo que me interesaba era la parte que nos había tocado a nosotros", apunta la novelista. "El hecho de que suceda algo tan gordo que salga en la prensa durante meses y luego en casa no se hable de ello. O el hecho de que entonces se hablara del 'fin de la era del pelotazo'. ¡En el año 1993!".
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El pasado no es, en Las posesiones, un lugar plácido al que regresar. La casa de infancia se vende, los abuelos y los padres guardan secretos, los fantasmas de los crímenes de otros regresan para quitar el sueño a los supervivientes, y ni siquiera el amor de juventud es un refugio en el que se pueda soñar con una vida mejor. Pero la discusión generacional que establece Ramis no es solo con el pasado. En aquella pérdida de la inocencia cayó también el futuro: "A nosotros todo se nos corta de repente en aquel momento. Los que vienen después se tienen que adaptar a la situación, pero nosotros… Hemos viajado, hemos estudiado, sabemos idiomas, nos han hecho una serie de promesas, estamos yendo por el buen camino, y cuando se supone que tienes que empezar a tener un buen sueldo o cargos de responsabilidad, ese momento en que estás como en tu madurez, fuera". Las posesiones habla, claro, de desposesión.
El pelotazo siguió. Sin embargo, apunta la novelista, los suicidios de empresarios corruptos, comunes en la crónica negra española, dejaron de ser tan frecuentes. "Sucede que a medida que se acepta la corrupción, la gente ya no se suicida por esto. Es como que entendemos que todos meten la mano en el cajón y no pasa nada", diagnostica la autora. Diez años después, el futuro sigue enturbiado. Llucia Ramis se enciende: "Ahora mismo, la situación democrática es dramática. Nunca pensé que llegaría un punto en el que personas pudieran estar condenadas por sus ideas políticas o por sus canciones. Y me da igual lo que diga la gente: está ocurriendo. Esto está ocurriendo". Tiene un último recado, para su generación pero no únicamente: "Y si pasa es porque hemos permitido esta degradación de la democracia. Hemos estado pendientes de los privilegios individuales y hemos olvidado los derechos colectivos". Quizás en algún momento regrese, literariamente, a 2017. Y quizás entonces también hable de desposesiones.
Llucia Ramis (Palma de Mallorca, 1977) tenía 30 años en 2007. Estaba escribiendo su primera novela, Coses que et passen a Barcelona quan tens trenta anys (Cosas que te pasan en Barcelona cuando tienes 30 años), que publicaría en 2008, una crónica sobre una generación que parecía resistirse a crecer. Tot allò que una tarda morí amb les bicicletes (Todo lo que una tarde murió con las bicicletas, 2013) estaba protagonizada por una treintañera que tras unos inicios profesionales prometedores se encontraba inesperadamente en el paro. Con Les possessions (Las posesiones), la también periodista ha ganado en este 2018 el Premi Llibres Anagrama, concedido a novelas en catalán. ¿Y a dónde, o más bien a cuándo, regresa la autora? A 2007. Aquel año fundacional en el que todo empezaba a acabarse.