Lorenzo Silva: “Toda escritura es política, porque plantea una actitud sobre la realidad”

Antes del nacimiento del brigada Bevilacqua y el sargento Chamorro, hubo vida. Y mucha. Incluso antes de que el bolchevique diera muestras de flaqueza, o de que noviembre se presentara sin violetas. Quince años en los que, a pesar de que el acto de escribir no se prolongaba extramuros del universo personal y familiar de Lorenzo Silva, este tenía valor por sí solo. De aquellos días gozosos en los que imaginar personajes y vivencias era una vocación que arrastraba a todas las demás, surgieron historias como las de un chaval que, frente a la acción, decide decantarse por la pasividad. Por dejar de hacer para así conquistar. Aquel chaval, dormido largo tiempo en un cajón, se ha abierto camino en Historia de una piltrafa y otros cuentos crueles (Turpial), un compendio de una novela corta y dos relatos que el escritor madrileño (1966) creó a los 20 años, y que hasta ahora nunca habían sido publicados.

A falta de una semana para presentar su octavo título de la saga de novelas negras protagonizadas por Bevilacqua y Chamorro, Los cuerpos extraños (Destino), cuya trama está inspirada en el asesinato del alcalde Polop, el premio Planeta de 2012 se encontró con su público en una céntrica librería de la capital para explicar el porqué de este rescate tardío de aquellos textos pergeñados hace 28 años. La instigadora fue la editorial Turpial, que acaba de sacar una colección dedicada a las obras inéditas de autores reconocidos o emergentes, Ópera Prima, de la que el título de Silva es la segunda propuesta tras La muerte del 9, de Paz Castelló. "Cuando releía el libro me acordaba de La flaqueza del bolchvique", contó el autor, que antes de la presentación charló con infoLibre. Elegir estos tres relatos de entre los muchos que ya había inventado por entonces se debió, según explicó, a que "las tres tienen la forma necesaria. Lo primero es el asunto, y la forma viene después. Pero aunque esta sea subsidiaria, es determinante", apuntó el narrador, que aunque lo es, y felizmente, confesó que su primer sueño literario fue el de ser poeta.

Entonces, ¿estos son los primeros primerísimos relatos? ¿Qué queda de aquel chaval de 20 años que los escribió?

No son los primeros, pero sí son los primeros que he publicado, y veo difícil publicar los anteriores. Esto lo escribí con 20 años, llevaba como seis años escribiendo, tenía en aquella época ya dos novelas escritas, pero son muy malas, no las puedo publicar. No sé si algún día buscando en los cajones aparecerá algo que sea digno de ser publicado, pero creo que es difícil. Esto es de lo más antiguo que yo ahora publicaría, como lo estoy haciendo. Advierto que no soy yo ahora, soy yo hace 30 años, dios mío, pero no he corregido prácticamente nada, algún retoque de algo de estilo, pero el texto no cambia nada.

De aquel escritor queda todo: mis temas, mi mirada, mi forma de entender la literatura, todo eso lo tenía ya. No tenía la experiencia, ni los recursos, ni la capacidad de afrontar algunos de los retos que me proponía entonces. Al mismo tiempo estaba escribiendo una novela, y cuando la escribía lo que me faltaba en ese momento no eran las ideas, tampoco la mirada, o la intuición, llámalo como quieras, sino la capacidad de ordenar y de estructurar y de hacer que se tuviera en pie una ficción de 300 páginas. Pero aquí me puse un reto que estaba, creo, a la altura de mis capacidades, entonces lo pude hacer. Pero yo no veo tanta diferencia. Quizá el que lo lea ahora verá que son textos muy corrosivos, muy gamberros en algún aspecto, y tienen un punto de misantropía que yo no tengo, ni siquiera lo tenía entonces, era como una especie de pose juvenil para la ficción. O sea que, aunque pueda parecer muy diferente, si lo publico es porque 30 años atrás, con otras circunstancias y menos experiencia, veo ya la mirada con la que yo me enfrento a la realidad como escritor.

¿A qué se dedicaba aquel Lorenzo Silva?

Era feliz indocumentado, estudiaba derecho, así que me pasaba la vida escribiendo. Estudiando derecho muy poco, yendo a la facultad lo imprescindible.

Después de tantas horas invertidas, tanto tiempo en la sombra, ¿ha merecido la pena?

Merecía la pena entonces. Yo era muy feliz escribiendo, me lo pasé muy bien escribiendo, aunque no lo leyó nadie, aparte de mi familia. Cuando escribes literatura tienes un afán de comunicar una historia, pero que me faltara eso no me llevaba a pensar que escribir era una acto fallido. De hecho ahí está, 28 años después he podido agarrar el texto tal cual estaba y llevarlo a la imprenta, no faltaba nada, realmente yo podía hacerlo todo, todo lo que a mí me interesaba, entonces no tengo la sensación de que lo me ha pasado después me haya reparado la desgracia de esos 15 años en los que nadie me hizo caso, porque para mí no fueron desgraciados, yo me lo pasé muy bien. En la facultad, si quieres, era menos trascendental, porque bueno, yo estudiaba, no tenía grandes responsabilidades, muchas horas para mí, pero cuando empecé a trabajar y tenía muchas menos horas para mí y tenía que trabajar para alguien que hacía negocio con mi trabajo, las horas que yo salvaba para escribir eran las verdaderas horas de mi vida, no eran horas perdidas ni invertidas, eran horas ganadas.

Pero ahora parece que tiene más horas en el día que nadie, lo digo por lo prolífico. 

A veces pienso por qué me consideran prolífico, porque lo más que he llegado a hacer es tres libros en un año.

Pero también tiene otras muchas dedicaciones (es columnista, director del Festival Getafe Negro...).

Sí, pero bueno, lo que sí aprendí en aquellos tiempos duros, no estos de los 20 años, que eran muy dulces, sino aquellos días de mis 25, mis 26, 27, cuando tenía un trabajo que me quitaba muchísimas horas y me dejaba muy poquito tiempo para escribir, lo que aprendí fue a escribir sin papel y sin bolígrafo. Cuando tenía un rato, ya fuera un atasco, en un autobús, en el metro, en un tren... a ingeniar, a tener las historias en la cabeza. Y lo que sí he notado, porque he vivido las dos experiencias, es que cuando un escritor va buscando la historia en el papel, tarda mucho en encontrarla, Cuando un escritor llega al papel y ya tiene la historia, entonces se tarda muy poco en escribirla. Se tarda más en corregirla que en escribirla, curiosamente, pero digamos que yo me tuve que acostumbrar a llevar varias historias en la cabeza y escribirlas cuando pudiera, y esa capacidad la conservo: llevo varias historias a la vez y cuando tengo dos días, las saco y me cunde.

Antes comentaba que durante mucho tiempo la escritura fue un acto personal, para sí mismo. Ahora, ¿de qué les sirve a los otros, a los lectores?

Pues les doy todo lo que sé, que es bastante poco, como sucede con cualquier persona. Todo lo que he visto, todo lo que intuyo, todo lo que incluso a veces ni siquiera ves ni intuyes, sino simplemente atisbas, o casi ves como si fuera una ensoñación. La literatura tienes que nutrirla con todo lo que tienes, no te puedes guardar nada, si te guardas algo la literatura no funciona. La pregunta que me hago muchas veces es para qué les puede servir eso a los demás, y creo que al final lo que les sirve a los demás y lo que a ti te sirve de escribir para los demás es ese espacio común de impresiones, emociones, sensaciones, que decía Proust. Que nos gusta reconocer cuando alguien acierta expresarlas tal como las hemos sentido, a lo mejor las hemos sentido sin darnos cuenta. Creo que el espíritu tiene que estar buscando permanentemente el terreno común de sensaciones con el lector que permita al lector reconocerse en la historia que le estás contando. Un escritor no puede dar al lector una lección, lo que puede hacer es ayudarle a ser consciente de lo que todos vivimos en el fondo.

Por lo volcado que está en el género negro, ¿son esas impresiones truculentas?

En realidad no estoy tan volcado en el género negro, lo que pasa es que sí tengo la convicción a estas alturas de que en el espacio del que habla la novela negra suceden muchas cosas importantes, es decir, buena parte de lo que ocurre no se decide a la luz del día, bajo los focos, se decide en un callejón de noche, por gente que no es clara, y que además no lo puede ser, y me parece que esa es la gran baza de la novela negra. Además que de esto antes no éramos tan conscientes, no había tanta información, pero ahora somos muy conscientes de que el crimen decide muchas cosas en nuestra sociedad, el crimen en su versión más amplia no es solo una forma de resolver problemas para personas marginales, sino que también hace funcionar buena parte de los engranajes de esta sociedad. Y yo creo que eso, la única manera de contarlo, o si no la única, sí la más eficiente, es la novela negra.

Es decir, que puede ser también una manera de hacer política, o de hablar de política.

Toda escritura es política, porque toda escritura plantea una mirada sobre la realidad, plantea una actitud sobre la realidad, y eso ya supone una toma de posición. Luego hay escritores que pasan a dar un programa, pero yo me detengo ahí, no creo que la literatura deba dar un programa, creo que debe proporcionar elementos para tener una conciencia de la que algún día salga un programa. Pero a mí ya me parece bastante llegar hasta ahí, creo que no es asunto preferente del escritor dar ese programa porque cuando te pones a dar ese programa deterioras la narración, estás dejando de ser un narrador para ser otra cosa. Creo que es perfectamente lícito que un escritor dé un programa sobre cuál es su visión de cómo debe ser una sociedad, pero creo que lo debe hacer fuera de su literatura, si lo haces dentro estás, creo, en parte invalidando tu literatura, y probablemente también invalidando el programa, porque no es el sitio.

¿Y ese espacio pueden ser las columnas en los medios?

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En mis novelas aparecen muchos temas y sobre esos temas hay muchas opiniones, y muchas veces intentan buscarme las opiniones de los personajes, pero cuando alguien me hace ese tipo de ejercicio digo, no, no te compliques tanto, si los temas de los que yo hablo en una novela a través de un personaje los hablo directamente con mi cara y con mi nombre y con mi forma. Puedes saber perfectamente lo que pienso sobre casi todo, y no necesito que mis personajes se conviertan en portavoces míos, incluso hay veces que los personajes emiten opiniones que no son las mías, lo que pasa es que están en otras circunstancias o que opinan desde otro lugar. Yo creo que si uno quiere formular opiniones, ahora mismo tiene muchos… si escribes para un medio pues escribes para un medio, y si no, entras en Blogger, te abres un blog y puedes soltar ahí lo que quieras, además de que me parece que es muy sano hacerlo así. Intentar meter de contrabando las opiniones en el relato para jugar de una manera ventajista con las emociones que el relato está causando al lector… no, no, lo que tengas que decir, dilo directamente.

Entonces, una pregunta personal: ¿cómo se ha quedado con los resultados de estas elecciones?

Pues yo la verdad creo que es un resultado positivo. Me parece que hasta ahora, a los gestores actuales del régimen constitucional español, salido de la Constitución del 78 y constituido realmente con la praxis de estos 30 años, no les había enviado nadie un mensaje claro de 'no vais bien'. Siempre tenían una coartada, siempre podías decir 'bueno, pero… tengo diez millones de votos'. Pero lo de ayer está muy claro, en este país, siete de cada ocho españoles que pueden votar, no le han votado. Es decir, ahora mismo solo tiene el voto de uno de cada ocho españoles que pueden votar. Ese es un mensaje que yo creo que los gobernantes de este país tenían que recibir.

Antes del nacimiento del brigada Bevilacqua y el sargento Chamorro, hubo vida. Y mucha. Incluso antes de que el bolchevique diera muestras de flaqueza, o de que noviembre se presentara sin violetas. Quince años en los que, a pesar de que el acto de escribir no se prolongaba extramuros del universo personal y familiar de Lorenzo Silva, este tenía valor por sí solo. De aquellos días gozosos en los que imaginar personajes y vivencias era una vocación que arrastraba a todas las demás, surgieron historias como las de un chaval que, frente a la acción, decide decantarse por la pasividad. Por dejar de hacer para así conquistar. Aquel chaval, dormido largo tiempo en un cajón, se ha abierto camino en Historia de una piltrafa y otros cuentos crueles (Turpial), un compendio de una novela corta y dos relatos que el escritor madrileño (1966) creó a los 20 años, y que hasta ahora nunca habían sido publicados.

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