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Los diablos azules

Álvaro Colomer: "Calla quien tiene algo que ocultar"

El periodista y escritor Álvaro Colomer.

Xavier Vidal

La última novela de Álvaro Colomer, Aunque caminen por el valle de la muerte (Literatura Random House, 2017) no ha gustado en el ejército español. El escritor y periodista no solo se centra en la batalla de Nayaf  que en abril de 2004 dejó un centenar muertos en esta localidad iraquí cuando un grupo de milicianos atacó la base española Al-Ándalus. Para hacerlo, ha entrevistado a militares estadounidenses, salvadoreños y españoles que formaron parte de aquel suceso. Y los militares nacionales no quedan muy bien parados. Aquí habla de la dificultad de retratar la guerra, de lis límites entre literatura y periodismo... y de las implicaciones políticas de su libro, que señala directamente al Gobierno del Partido Popular, a punto de dejar su puesto. 

Pregunta. Creo que la última novela bélica en español que leí me remite a Arturo Barea y la forja de un rebelde.

Respuesta. Yo estoy alucinado también que no haya tradición de literatura bélica. Sí que es verdad que hay toda la guerra civil y que llegamos al punto de Isaac Rosa...

P. Otra maldita novela sobre la Guerra Civil.

P. Claro, y creo que ya es suficiente. Ahora Cercas vuelve al asunto, Pisón que rescató las guerras de Marruecos o Pérez-Reverte con su gran conocimiento de las armas históricas. Pero, ¿y las  guerras que están fuera de foco? Sobre todo las del siglo XXI...

P. ¿Tenía intención de situarla en Irak?

R. ¡Qué va! Yo con todo esto me puse de casualidad. No iba por este tema, yo. Pero entonces leí una frase de Unamuno que decía que el día que desapareciera el servicio militar, desaparecería el patriotismo, igual que el día que apareció la Inquisición desapareció el catolicismo en España. Y yo creo que, más que el patriotismo, en la frase de Unamuno subyace una verdad enorme: la desaparición del servicio militar ha afectado muchísimo a la literatura, porque los escritores ya no conocen la guerra, y no sólo no la conocen: no la comprenden.

P. ¿Hizo usted la mili?

R. No, yo tampoco, por eso lo digo. Como escritor debo esforzarme mucho más para entender de qué estaba hablando. Con la eliminación de la mili (¡Ojo! bien está que desapareciera) pero el aumento de conflictos armados, el periodismo bélico se multiplica. Los corresponsales de guerra, el mismo John Lee Anderson en La caída de Bagdad, explica que cuando estalló la invasión todos los periodistas internacionales huyeron de Bagdad a la espera de que se terminara la invasión. Sólo se quedaron la práctica totalidad de periodistas españoles, y sus compatriotas alucinaban con la calidad de las crónicas.

P. ¿Pero una cosa es el periodismo y la otra la literatura? Trabaja para ambos campos y se nota. Pero el periodismo está en la fase de preproducción y la literatura es el resultado mucho más reposado que la crónica urgente, incluso el reportaje pausado.

R. La literatura bélica desaparece porque la guerra queda en manos de los periodistas que son los que pisan el terreno. Los escritores no entienden la guerra: la ven como espectadores en los medios de comunicación pero no se atreven a investigar. Básicamente porque son investigaciones muy caras y peligrosas.

P. ¿Pero estar sobre el terreno cuando aún está sucediendo no es excesivamente urgente? ¿No se necesita un reposo?

R. 10 años me parece un periodo de tiempo suficiente para escribir un libro literario. Es un tema que ya está maduro. Para explicar el mundo militar sólo tenemos a Lorenzo Silva, formado en ese mundo y por tanto conocedor de lo que sucede en él. Javier Marías publicó una novela, Invasor, y Basilio Baltasar escribió Pastoral iraquí. Creo ellos mismos reconocerían que, dentro de su obra, son obras menores y que hablaban de la guerra de una forma que se notaba que no la comprendían.

P. Pérez-Reverte sí que comprende las guerras.

R. Pérez Reverte escribe sobre guerras de otras épocas. Es de los únicos, junto con Lorenzo, que puede comprender las guerras del siglo XXI, porque vivió y sufrió Bosnia y otros conflictos internacionales de primer orden. Salvajes todos ellos. Pero decidió ocupar su faceta literaria, principalmente, en el Siglo de Oro. Y es muy interesante esa época pero perdemos a un posible gran narrador de las guerras del XXI. Quedamos Lorenzo Silva y yo. Y yo sé que mi caso es puntual, que yo no seguiré por esta vía.

P. Vayamos al libro porque esto se nos irá de madre. ¿Cómo trabajó la investigación?

R. Al principio es sencillo. Sólo tienes que ir a un cuartel militar y preguntar a los soldados españoles que trabajan allí: "Oye, cuéntame cosas que te pasaron en Irak o en Afganistán". Es un regalo para los escritores, las historias son brutales.

R. Yo tuve la suerte de ir a Bosnia, como periodista y por libre, en el año 2000. Cinco años después de los acuerdos de Dayton. Estuve en un cuartel militar durante dos días y los acompañé. Tuve la sensación de que más que acompañar militares, estaba acompañando a una ONG: estaban haciendo funciones de traslado de cisternas de agua a la gente, etc. Una cosa es el ejército que yo conocí, el que gestiona la paz y el rencor, y el otro es el que usted ha conocido.

 

R. No te creas. El ejército que yo he conocido también estaba en este tipo de misión. Los españoles estaban allí en misión de paz y reconstrucción, pero debían defenderse de los que sí estaban en guerra. Cuando llegamos ya se había producido la invasión y sí que había todavía paz, y sí que había habido ataques contra los americanos pero no contra el resto de países: japoneses, salvadoreños... Iban en misión de reconstrucción. El problema es que estalló la guerra civil mientras estábamos en esta situación como si no quisiéramos ser conscientes de ello. Y los americanos ya nos lo advertían: "Habéis venido a repartir caramelos y aquí ahora mismo no les van los dulces".

P. ¿Y los militares no se lo dijeron a quien correspondía?

R. Un alto mando español ya le dijo al ministro Trillo que no podíamos ir en misión de paz a unas ciudades que eran auténticos polvorines.

P. La realidad era diferente de la planificada en el despacho

R. Si quieres ver el ejército español en acción de verdad tienes que ir a Afganistán. Aquello sí que era una guerra porque era la guerra apoyada por todo el planeta, todo el mundo estaba de acuerdo.

P. Fuimos en misión de paz en territorio en guerra.

R. No solo eso. Fuimos a Nayaf sin tener en cuenta que esa ciudad es como el Vaticano para los chiíes, y resulta ofensivo para ellos que fuera ocupada por tropas invasoras e infieles. El mando español advirtió a Trillo que no eligiera Nayaf. Formábamos parte de la coalición internacional y pudimos elegir. Un alto mando dijo: "Nayaf no. En cualquier momento explotará. Que se lo queden los americanos". Y le respondieron que eso eran tonterías. Y fueron a Nayaf y lo primero que hicieron fue montar una base militar que bautizaron como Al-Ándalus. ¿Es que somos idiotas? Era muy ofensivo. Y claro, acabó estallando la batalla. No tanto por eso, que es un detalle, aunque  muy significativo del nivel de comprensión del territorio donde vas a instalarte.

P. ¿La elección de Nayaf es una decisión militar o política?

R. Nayaf es una decisión política. Todo son decisiones políticas.

P. ¿Y el nombre de Al-Ándalus?

R. La verdad es que no conseguí saber quién lo puso. Yo sé quién encontró la base, quien le dijo al ejército donde debía instalarse. Un individuo que acabó encarcelado en Abu Ghraib acusado de haber participado en el asesinato de siete agentes del CNI. Sobre quién fue el lumbreras que decidió que llamaran a la base Al-Ándalus no tengo ni idea. En Diwaniya se llamaba Base España. Lo normal. De hecho, un alto mando se quejó: hay un informe muy famoso, el del general Enrique López de Ayala explicando al ministro Trillo la imposibilidad de continuar trabajando en Nayaf. Cuando estalló la batalla, los políticos explicaron que no sabían que Nayaf era tan peligroso. El alto mando español respondió que sí lo sabían porque fueron advertidos de viva voz y por escrito. No les hicieron caso.

P. La política hace caso omiso de los que están en el terreno. Eso es imposible, hombre.

R. Hay un libro muy famoso de un general norteamericano que se llama Wesley K. Clark, ¿Qué ha fallado en Irak?, donde cuenta que uno de los grandes problemas de esa guerra es que la quisieron hacer los políticos. Los estadounidenses —y los demás, también, contagiados por este comportamiento— decidieron: "Vamos a invadir Irak". En EEUU los militares dijeron a Dick Cheney, secretario de defensa, que de acuerdo pero que la guerra la hacían ellos. Y Cheney respondió que no, que "esto de invadir Irak está tirado y ya lo hacemos nosotros". En ese libro se explican las dificultades de los militares americanos para hacer entender a sus políticos que la guerra tenían que planificarla y ejecutarla ellos, que ellos eran los militares y ellos sabían cómo hacer la guerra, mientras los políticos tenían un poco la actitud de "he visto muchas películas, ya lo haré yo".

P. Y en España pasó lo mismo, pues.

R. Yo creo que en España los políticos quisieron imponer su opinión sobre los militares. No es que los militares estuvieran en contra o no de Irak. Pero Trillo y su equipo sí decían: "Mira, esto son cuatro moros, nosotros aquí lo hacemos todo".

P. Todo esto, contradice la frase que reza: "No puedes dejar la guerra en manos de los militares: siempre decidirán que haya guerra puesto que es su profesión y la necesitan".

R. No, no puedes dejarla para que no se sobrepasen. Pero obviamente, si alguien tiene que organizar una guerra deben ser los militares. ¿Alguien cree que Federico Trillo sabe de guerras? ¿O Cospedal? ¿O Chacón? No tienen ni puta idea.

P. Leyendo Aunque caminen por el valle de la muerte, cuando se explica la ubicación de la base, tenemos la tentación de esbozar una sonrisa… si no fuera tan dramático. Cuando el joven está en la ventana del hospital, observa y piensa, "estos tíos son gilipollas" porque han puesto la base junto a un edificio de no sé cuántas plantas desde las que los francotiradores pueden dedicarse a disparar contra cualquier persona que se mueva.Aunque caminen por el valle de la muerte

R. Es que en principio nadie tenía que disparar desde allí. El planteamiento político era: si estamos junto a un hospital mejor que así queda protegido. Pero el de los militares era que la base había sido mal ubicada.  De los iraquíes ni te cuento, tú dirás. Sólo para hacernos una idea: los iraquíes, en Nayaf, tenían una orden: el primer objetivo eran los americanos, el segundo los salvadoreños y el tercero, los españoles, porque consideraban que eran los más flojos.

P. Hombre, no digas eso, flojos no. Tal vez con menos experiencia.

R. A eso me refiero. Somos un país que no vamos a guerras. Para bien o para mal. Nosotros no hacemos guerras. Ahora mismo nos han enviado —lo leía ayer— no sé cuántos guardias civiles para adiestrar soldados en Irak. Es un país que lleva 20 años en guerra, que ahora está luchando contra Estado Islámico, ¿y nosotros les tenemos que enviar militares para que les enseñen cómo se hace la guerra? ¿Estamos de coña? Reconstruir escuelas u hospitales me parece que tiene más sentido.

P. ¿Y los americanos cómo veían a los españoles?

R. Los americanos no entendían que los españoles se hicieran amigos de los insurgentes, de los tíos que después nos atacaron. Los españoles defendían que su estrategia de tender puentes servía para calmar situaciones conflictivas a través de la amistad, porque estaban allí en misión de paz. Los americanos defendían la típica estrategia de toda la vida: al enemigo, ni agua. Pero eso ya son pautas de comportamiento. Y en medio, los salvadoreños también te decían que los españoles iban allí a hacerse amigos de la gente y desde un punto de vista militar no era lógico. Desde un punto de vista político quizás sí, pero desde el militar, nosotros estamos allí defendiendo una base y un territorio, sabemos que hay tíos cabreados con nosotros por todas partes... Pues no puedes hacerte amigo. Debes imponerte. Americanos y salvadoreños flipaban.

P. En la guerra no hay posibilidad de confraternización según esa teoría.

R. Los militares americanos sostienen que los iraquíes quieren lo que quiere todo el mundo: tierra, tranquilidad. Y en esa situación, mientras haya alguien fuerte, con autoridad, todo irá bien. Si demuestras debilidad pierdes autoridad. Los españoles, con su intento de ser comprensivos lo que hacían era dificultarlo todo. Que para el buen rollo ya estaban los médicos, las ONG… pero un soldado tenía que ir de soldado, porque aquello era una invasión.

P. La batalla de Nayaf se produce justamente en el mes de transición en el que Zapatero ha dicho que abandonarán Irak y Afganistán; con un Gobierno en funciones que no se esperaba perder aquellas elecciones —las estadísticas habían dicho que tenían que ganarlas con mayoría absoluta—. Todo esto está explicado desde la óptica de algunos militares que están allí...

R. Allí y con las pies en el suelo. Tocando la realidad.

P. Entonces, el protagonista de esta novela es en realidad un protagonista ausente. Aquel que no decide ni hace nada provoca efectos colaterales que son la consecuencia de la indecisión del protagonista: el político como responsable.

R. Esta es una novela cien por cien política por más que los protagonistas de las páginas sean los militares. Porque he dedicido contarlo desde la perspectiva de los soldados que vivieron las consecuencias de estas indecisiones o malas decisiones políticas. Una mala lectura de la novela puede dar la sensación de que yo estoy criticando el ejército español o americano. Por eso escribí el prólogo, para situar al lector español, y le debo recordar exactamente donde estamos: en un momento político tremendo. Porque aunque el PP aún esté en el gobierno, está en un estado de desidia: han perdido las elecciones, todo el mundo los odia... El problema no fue el 11M, fue la reacción del PP frente del 11M. El 11M habría podido reforzar la idea de que la derecha es más belicista que la izquierda, por ejemplo, pero en vez de eso la manera de gestionar y mentir hizo que se perdiera.

P. Esa indecisión provoca situaciones realmente patéticas.

R. Nadie lo dice directamente pero era muy difícil llamar a Madrid. "Oye, que tenemos que ir a hacer una misión que seguramente sea arriesgada", y desde Madrid respondían que no les agobiasen que ellos estaban de retirada ya que interpretaban como una consecuencia del resultado electoral. Y es justo en ese contexto que estalla la batalla.

P. Un domingo de ramos.

R. Imagínate. Lo primero que hace el alto mando en Nayaf es llamar a Madrid. Evidentemente, en el Ministerio de Defensa siempre hay gente, porque estamos en guerra, pero... Paul Bremer en sus memorias Mi año en Irak cuenta que la batalla empieza a las nueve de la mañana y que él, a la una del mediodía llama al embajador español en Irak y le explica que desde Nayaf el destacamento americano no está actuando. El embajador español, a la una del mediodía, le responde que no sabe de qué batalla le está hablando.

P. De tan surrealista no puede ser verdad. 

R. Paul Bremer lo cuenta así. Indignado, llama a Ana Palacio, ministra de Exteriores, y le dice lo mismo: "Nos están atacando". Y Palacio le responde lo mismo: que no sabe de qué batalla le está hablando. La batalla hacía cinco horas que se había iniciado, y era la más importante del ejército español en los últimos 50 años. Yo creo que Paul Bremer exagera un poco porque decir que en España nadie sabía nada sería muy salvaje. Pero ese hombre acabó muy cabreado con el ejército español.

P. Pero Estados Unidos y Bush estaban muy contentos con la posición española.

R. Por eso no deja de ser significativo que un militar norteamericano que ha visto cómo el presidente español salía en la foto de las Azores escriba unas memorias durísimas en las que dice que los españoles son un atajo de cobardes y que los políticos de nuestro país son unos irresponsables.

P. Usted no has hecho la mili, por tanto su interés por la guerra, o por esta guerra, es como mínimo sorprendente.

P. Sinceramente, mi interés era cero. De hecho, yo después de Los bosques de Upsala, que es una novela muy claustrofóbica, muy cerrada, muy triste... yo quería una novela a cielo abierto. Hace nueve años, quería escribir una novela sobre un mercenario del siglo XXI que volvía a Barcelona porque su hermano había muerto víctima de un asunto de drogas. Él volvía para vengarlo. Una novela algo hollywoodiense. pero me apetecía explorarlo. Como los métodos de trabajo son los que son y yo soy periodista, quería que todo fuera coherente y creíble. Busqué mercenarios. Es difícil, y más aún que accedan a hablar contigo.

P. Sí, no contestan anuncios habitualmente.

R. Están en empresas especializadas en "gestión de la seguridad", como Blackwater. La única manera de acceder a ellos era entrevistarme antes con gente que los ha conocido. Y después pude llegar a alguno. Y fue entonces cuando uno de ellos me dijo: "¿Por qué quieres escribir una ficción si tienes una historia real en la que intervienen mercenarios y españoles?". Y me contó la batalla de Nayaf.

P. Ahí es donde se activa su curiosidad.

R. Empiezo a preguntar algo a familiares de militares y a algún soldado que estuvo en Irak. Nadie quiere contar nada. Llamo al Ministerio para entrevistar a alguien, me dijeron que esta historia no interesaba a nadie y me preguntaban por qué estaba interesado.

P. Lo típico: el director de comunicación que te dice que tu historia no interesa pero mejor no hurgues en ella. Es como ponerte un caramelo envuelto y decirte que no lo desenvuelvas. 

R. Abandoné mi proyecto inicial y me puse a investigar. Yo creo que el Ministerio de Defensa ha evitado explicar muchas cosas que pasaron, pero también creo que la población española no ha tenido interés en saberlo.

P. Bueno, más que interés ha tenido desconocimiento. Estamos hablando de algo que sucede después del 11M y que sucede el mismo día que los hechos de Leganés.

R. De acuerdo. Ese día todo estaba centrado en Leganés. Pero la batalla de Nayaf salió en la prensa. Existió.

P. Ya, pero que yo recuerde no salió nunca como "la gran batalla de Nayaf". Fue un episodio más de los de la guerra de Afganistán o Irak, un ataque terrorista, un encontronazo.

R. Gervasio Sánchez estaba en la batalla, estuvo desde las nueve de la mañana, quiso informar…

P. Cuando Bremer llamaba a España...

R. Sí, porque quería entrar en la radio y enviar las fotos, y como no lo podía hacer desde allí, volvió a Bagdad. Y entró en directo en la Cadena Ser, cortaron la programación para que él lo pudiera explicar. Y si escuchas esta grabación —yo no la escuché en su momento, sino después— te das cuenta que él, que es uno de los mejores periodistas de guerra, trató de transmitir la importancia de lo que estaba contando. Nadie preguntó más. Y los españoles tampoco reclamaron explicaciones. Yo he hablado con soldados para esta investigación y lo que te dicen es que cuando llegaron no se encontraron con aplausos ni rechazo, sino indiferencia.

P. Ocurre en todas las guerras.

R. No. A la gente, cuando regresaban de Vietnam, la rechazaban. Pero tú rechazas algo cuando tienes una idea de lo que han hecho –esté o no manipulada— y no te ha gustado. Si tú sales a la calle y preguntas a veinte personas si tenemos soldados en Afganistán, quince no te lo sabrán decir.

P. ¿Y por qué crees que se produce este fenómeno?

R. Yo creo que precisamente se produce porque el Ministerio de Defensa no quiere hablar de estos temas y corta los comunicados. En Francia, el Ministerio de Defensa envía comunicados para que expliquen lo que está pasando en los países donde Francia está implicada en una guerra. Francia no tiene miedo de decir: "Mira, estamos en Siria, y con la última bomba que hemos lanzado hemos matado 200 militantes de Estado Islámico". No tiene miedo porque asume que la población es adulta y comprende que si hemos ido a un sitio de estos pasarán estas cosas, guste o no a la población.

P. ¿La diferencia está en la experiencia?

R. Yo creo que el Ministerio de Defensa —no hablo de ningún color ni de ningún ministro en concreto— tiene en su ADN una idea que viene ya de la época franquista, y es que la gente no quiere saber y no comprende estas cosas: tiene una idea muy infantil de la población. Y como al mismo tiempo los escritores españoles ya no tienen conocimientos bélicos en la cabeza nadie quiere saber nada. Los únicos conocimientos que nos llegan son los de los corresponsales de guerra, y estos han desaparecido aniquilados por la crisis del periodismo. Quedan muy pocos como Mikel Ayestaran. ¿Y que nos queda? El Ministerio de Defensa, que como Ministerio que es, falsifica la información, porque que un ministerio de defensa es eso, aquí y en Gabón.

P. Pero ahora estamos hablando de periodismo, no de literatura.

R. Es que es mucho peor. Los  escritores no comprenden lo que pasa, no tienen apoyo económico para poder hacer estas investigaciones, y no tienen apoyo por parte del Gobierno para explicar lo que pasa... A mí alguien del Ministerio de Defensa me llegó a decir —y creo que era una bravuconada— que publicar un libro como éste se podía considerar traición a la patria. Y pregunté: "¿Pero qué traición y qué patria? Yo soy un civil, a mí eso no me afecta". Y me respondieron que de acuerdo que no me afectaba en nada, pero que cosas así quedan.

P. Hombre, ahora que con la Ley Mordaza te ponen en prisión por una canción...

R. Es que yo creo que tenían más temor a una ficción que a un ensayo. Fíjate que cuando en Defensa en Madrid me dijeron que no, exploré entonces por otra parte. Escribí a El Salvador y allí su Ministerio de Defensa no me puso ningún impedimento. Estaban orgullosos de poder explicar su participación en la batalla. Todo fueron facilidades. En Estados Unidos es verdad que durante los primeros días me pusieron una persona al lado que iba a todas partes conmigo, y escuchaba todas las entrevistas. Hubo un punto en que me dijo que se iba porque ya veía que lo que a mí me interesaba no suponía ningún peligro para la seguridad nacional, y me dejó solo y con los soldados. Porque yo sólo quería saber sobre aquella batalla, y para ellos esto era un asunto transparente del que estaban orgullosos. En cambio, el Ministerio de España te juro que parecía que estuviera pidiendo el código para enviar armas nucleares.

P. La diferencia entonces, está en explicar aquello de lo que estás orgulloso. Si el papel de las tropas españolas hubiera sido como el de Salvador... ¿Quieres decir que el Ministerio de Defensa no habría informado? Los Ministerios de defensa aquí, en Estados Unidos, El Salvador y en Gabón informan de todo lo que se puedan colgar una medalla —y la medalla es el máximo exponente de la tarea de un soldado—.

R. Se calla no sólo quien no está orgulloso de lo que ha hecho, sino quien tiene algo que ocultar. Es un dogma periodístico.

P. Pero terminó hablando con militares españoles.

R. Yo soy un tipo muy educado, y siempre que me invitan a un lugar me presento con un regalo. Entonces, para entrar bien en el Ministerio de Defensa organicé Libros para las tropas, que no lo recordarás pero es algo que hice allá por el 2008. Contacté con muchas editoriales y les pedí libros en stock, que con el Ministerio de Defensa haríamos paquetes y los enviaríamos a las bases militares españolas que no tenían bibliotecas y así tendrían los chicos cosas para leer. Carmen Chacón me invitó a Afganistán a inaugurar una de estas bibliotecas. Una vez ya tenía hecho esto, y ya tenía un poco abiertas algunas puertas del Ministerio, les dije "quiero escribir sobre ello", y todas las puertas se cerraron de golpe.

P. ¡Ah, amigo! Estos viajes sirven para conocer gente de carne y hueso.

R. Cuando volví de los viajes, volví al Ministerio y les dije que ya había hablado con los otros dos Ministerios y que el español quedaba muy mal. Yo iba a escribir la novela de todos modos y si no me daban su versión quedarían muy mal. Yo no tenía, ni he tenido, la intención de dejar mal el ejército español, a mí ni fu ni fa. Más fa que fu, tal vez, porque es mi ejército, y antes de dejarlo mal, pues quería tratar de buscar justificaciones. Fue entonces cuando vieron que yo iba en serio, y me dieron algunas entrevistas, muy controladas, en los cuarteles desde donde salieron los soldados; y cuando digo que estaban muy controladas quiero decir que iba con una persona, un tío, y hablaba casi todo el tiempo él. Hubo un momento que le dije: "¿Usted no está aquí para controlar? Pues deje hablar a los soldados y controle lo que dicen".

P. ¿Y con eso hubo suficiente?

R. Fue como un dominó. Con estos encuentros y con un par de soldados que contacté por otras vías se iban reenviando los e-mails y me iban pasando contactos de otros soldados, y yo contactaba, siempre bajo mano. Su identidad no está amenazada porque esto es una novela, no hay nombres propios, y me contaron la versión española de abajo, no la de arriba. También es verdad que conseguí entrevistar a algunos altos mandos del ejército español, que me dieron su versión y no coincidía mucho con la de los demás, pero sí me dan algunos datos que son importantes a la hora de comprenderlo todo. Y con esto ya compuse toda la historia.

P. ¿Cuál ha sido la reacción de la gente con la que te vas entrevistó después de leer la novela? Primero: los americanos.

R. Aún no lo han leído porque mi principal contacto está convencido de que la han de traducir al inglés para que él la pueda leer. Hoy por hoy ha pedido una copia en inglés que aún no le ha llegado.

P. El Salvador.

R. La tienen, está enviada, pero aún no he recibido una respuesta. No sé si es que el correo aún no les ha llegado —hace quince días de todo eso—, o si es que la han leído y no quieren reaccionar...

P. ¿Y el Ministerio de Defensa español?

R. Sé de tres políticos que han llamado a la editorial pidiendo que les envíen la novela, no se la han comprado. Y eso me ha dejado helado.

P. ¿Está insinuando que los políticos no leen?

R. Estoy insinuando que no compran los libros, los cabrones. ¡Y esto es peor! A mí que se la lean o no me da igual, pero que llamen a la editorial y digan: "Soy un ministro, envíame el libro, que me lo merezco". Sé que el Departamento de Comunicación del Ministerio de Defensa está totalmente al día de todo, y sé que se fastidiaron —y lo encuentro normal— por el tratamiento que hicieron los medios de comunicación sobre el enfoque de la novela. Lo que me he encontrado en los medios es que la opinión que tiene el periodista sobre el ejército o sobre España me la coloca a mí, y comprendo que en Defensa se hayan cabreado por algunas cosas. Insisto en todas partes en que esta novela tiene intencionalidad política, no militar. Que los responsables del desastre del despliegue militar y su gestión militar son los políticos. Y que las víctimas fueron los soldados y la imagen del ejército.

P. ¿Los mandos militares han dicho algo?

R. Los mandos no han reaccionado.

P. ¿Y los soldados?

R. Recibí un montón de correos diciendo que era un "hijo de puta", un "catalán de mierda" y que "el ejército español también es el mío ". Yo les he respondido a todos: "Lean el libro y después volvemos a hablar", y ninguno me ha vuelto a decir nada.

*Xavier Vidal es el responsable de la librería Nollegiu de Barcelona. Xavier Vidallibrería Nollegiu

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