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Alzheimer, covid y cintas de vídeo en 'Todos los viernes del mundo', la novela del último videoclub de Teruel

"Sí. Lo he decidido. Sí. Escribiré. Voy a escribir hasta que ya no sepa hacerlo. Hasta que no recuerde por qué quería hacerlo. Hasta que el brazo solo cuelgue igual que la baba. Escribiré. Y ni el comienzo ni el final tendrán sentido; el comienzo porque en mi cabeza nunca habrá pasado, y el final porque ya no importará. Sí. Elijo, elegir. Sí. Elijo tener la última palabra".

Esa es la determinación de Rodolfo, argentino desde hace lustros en España que, por rebotes del destino, acabó regentando el (seguramente) último videoclub del mundo y, en los últimos años de su vida, enfermo de alzheimer, batalla contra el olvido de su negocio y de su propia memoria rodeado por miles de cintas de vídeo que ya nadie alquila. Un establecimiento pasto del desdén del paso del tiempo que en esta historia está ubicado en ninguna parte, en La Ciudad, pero que en el mundo de los vivos estuvo realmente en Alcañiz: por eso es el último videoclub de la provincia de Teruel. Y sí, el último videoclub del mundo, seguramente. 

Un videoclub donde, hace no tanto (quizás un poco ya), los viernes se despachaban películas a granel en grandes bolsas de plástico, para llenar de historias las casas de los vecinos en tiempos en los que la oferta no estaba a un click de distancia en el teléfono, ni a un botón de mando a distancia. Cuando acercarse hasta la tienda de turno era ya en sí mismo un acto cargado de significado y la oferta no abrumaba a la demanda. Porque si los viernes son el día más feliz de la semana, hubo un tiempo en el que en los videoclubs se aglutinaban Todos los viernes del mundo, que es precisamente el titulo de esta novela de José Antonio Gargallo (Calanda, Teruel, 1974), editada por MilMadres.

"A mí me apasiona el cine y he tenido una relación fantástica de más de veinte años con esta pareja, Rodolfo y su mujer, Elena, en la localidad de Alcañiz. Entablé una gran amistad con ellos y yo alquilaba películas durante los fines de semana y muchas más historias", explica a infoLibre el autor, quien recuerda cómo ellos "pasaron de un negocio fantástico y maravilloso" al declive que llegó después con el "comienzo de la era digital y el pirateo, que se fue cargando este tipo de negocios". Para cerrar ese ciclo con aún más pesadumbre y melancolía, a él le diagnosticaron un alzheimer que padeció durante los últimos tres o cuatro años de su vida.

El germen de esta narración surge cuando, en un momento dado, debido a su buena relación, Gargallo, que también es fotógrafo (y agricultor) le propuso a la pareja hacer fotos de "todo eso que se iba apagando". "Ellos aceptaron y estuve esos tres o cuatro años haciéndoles fotos. Ese es el núcleo de arranque, que no tiene nada que ver con cómo terminó siendo la novela que fui escribiendo al mismo tiempo", explica el calandino, quien comparte como colofón a la novela algunas de estas imágenes, que también se convirtieron en parte de una exposición independiente llamada La justa melancolía, que invita a la reflexión sobre lo que fácilmente olvida la sociedad, que "va rodando por ahí" y que pudo verse en el Centro Buñuel de Calanda.

Partiendo de un hecho real, Todos los viernes del mundo se adentra también en otros temas como la soledad, el paso del tiempo y el sentido de la vida a través de un personaje principal que comparte sus reflexiones, impresiones y últimas vivencias, poniendo en duda la justicia de las circunstancias y riéndose de sí mismo. Ficción y realidad entrelazándose imaginando lo que ya nunca podrá ser (hay pasajes ciertamente divertidos) o lo que nunca fue aunque lo pareciera: "Está basada en dos personajes que son reales, Rodolfo y Elena. Eran matrimonio y el videoclub era de los dos. Él falleció y ella sigue viviendo en otra localidad a 50 kilómetros de aquí. De alguna manera es un homenaje a ellos dos".

Mucho cine

Pero Todos los viernes del mundo no es solo una novela sobre la memoria y su devastación, sino que trata también sobre cine, pues, no en vano, en muchos pasajes hay guiños directos e indirectos a diferentes escenas icónicas que forman parte del imaginario colectivo. Centauros del desierto, Cinema paradiso, Luis Buñuel, Woody Allen... muchas son las referencias cinéfilas que, por otro lado, no podrían faltar teniendo en cuenta que el videoclub es a su manera otro personaje esencial en la trama.

"Para mí, el cine es una auténtica escuela de todo. Una forma de tener referencias y encontrar camino a otras certezas. En ese aspecto, para mí el cine lo es todo, igual que los libros, la música y la cultura en general", remarca Gargallo, quien tras una breve parada para la reflexión, aún apostilla: "Pero el cine, el hecho de las historias de lo que somos, lo que queremos ser o no hemos podido ser, lo es todo".

Como viejo cliente de los videoclubs de antaño, rememora aquellos viernes a través de su propio hijo: "Tengo un crío de 12 años, y hace un par de días estábamos hablando de que era tal la oferta de la plataforma en streaming, y hemos visto tantas películas juntos de todo tipo... que me decía que se acordaba de cuando íbamos a buscar las películas. Nos las ponían en una bolsa blanca de plástico con el número de cada socio, 989 en mi caso, y te pegabas ahí un rato compartiendo con otra gente, buscando otras cosas, arriesgándote por ello y pagando por ese riesgo".

Actualmente, ya todos sabemos que es "fantástico" tener tantas películas, tantas series, tantas canciones y tantos libros esperándonos a un segundo de distancia. Más de los que necesitamos y deseamos. "Pero, para mi gusto, antes era mejor", admite Gargallo. "Y no es nostalgia, porque no volvería atrás, me resultaría muy difícil ahora ir cada viernes a por las películas", confiesa antes de, en cualquier caso, rematar: "Pero yo viví aquello y a mí me nutría de otra forma".

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Los videoclubs como espacios de encuentro y reunión, de hacer comunidad, en definitiva, algo tan diferente al aislamiento al que nos empujan las pantallas que cada vez cuesta más recordarlo, en la enésima trampa de la memoria. Lugares necesarios en la llamada España vaciada de la despoblación, pero igualmente también en las grandes ciudades donde abundan en demasía los extraños. La resistencia de los viejos negocios a los que erróneamente nos referimos como de toda la vida, sin ser del todo conscientes de que serán atropellados por el paso del tiempo.

Espacios importantes incluso en la imaginación, pues, como aclara el autor, aunque parta de una realidad en Alcañiz, la historia "no está ubicada en Teruel, sino en una ciudad que no existe". "Apelando a la España vaciada parece que estemos desde aquí esperando a que nos caigan migajas. Hay zonas por todas partes que se van a ir secando porque las vamos a ir dejando secar. No me gusta la idea de la España vaciada porque mientras sea un reclamo puede tener un poco de gracia pero, igual que con los videoclubs, tendemos a sustituir todo aquello de lo que nos cansamos, y por eso no me gusta apelar a algo que pueda ser una moda durante un tiempo. La España vaciada, rural o como la llames siempre ha estado ahí. Yo estoy a una hora de Zaragoza, a dos de Madrid y Barcelona. Me vacían porque nadie apoyó este territorio desde hace ochenta años y se tuvo que marchar la gente a otros sitios que sí que apoyaron. Es así de sencillo", argumenta.

Y como el auténtico protagonista de esta historia es Rodolfo, que sea él quien remate a través de lo que nos cuenta en Todos los viernes del mundo: "Tengo un videoclub. Desde hace mucho. Desde hace tanto que ya no pienso en ello. Es el último videoclub de la ciudad, puede que del mundo. Hoy en día a nadie la importa lo más mínimo el videoclub, como debe ser; se nos brindó la oportunidad de aprender y aprendimos a desechar, como con tantas otras cosas. Por eso la gente se olvida de que los videoclubs ya existían mucho antes de esta violenta felicidad que nos rodea en este siglo XXI. Que fueron los primeros lugares que mostraron sin reparos lo que íbamos a conseguir como sociedad. Que la educaron como ninguna otra cosa (cuán sobrevalorados están los museos). Sí, ya había videoclubs antes de todo, así es. Antes de que llegara estas violenta felicidad de hoy en día, juro por el divino Neptuno y la reputada de su hija rubia, que los videoclubs importaban".

"Sí. Lo he decidido. Sí. Escribiré. Voy a escribir hasta que ya no sepa hacerlo. Hasta que no recuerde por qué quería hacerlo. Hasta que el brazo solo cuelgue igual que la baba. Escribiré. Y ni el comienzo ni el final tendrán sentido; el comienzo porque en mi cabeza nunca habrá pasado, y el final porque ya no importará. Sí. Elijo, elegir. Sí. Elijo tener la última palabra".

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