Luisgé Martín ha hecho en su último libro un viaje al norte o al sur de su conciencia, un viaje que supone al mismo tiempo un ejercicio literario. El amor del revés (Anagrama, 2016) no es sólo una historia de las negociaciones del autor con su propia homosexualidad. Es también una meditación en la que se encarnan el narcisismo, el egoísmo, la megalomanía, el exceso y la pedantería. Ese es su valor, el éxito de su riesgo.
El hilo biográfico de El amor del revés cuenta la historia de un hombre que sufre desde 1977 el descubrimiento de su homosexualidad, con sentimientos de cucaracha ante una condición miserable, y que acaba felizmente casado en el 2006 con otro hombre, sintiéndose al fin orgulloso de su deseo. Cuenta también un proceso de vinculación ética y de calado político cuando las alcobas y la eyaculación se convierten en barricadas: “Había estado durante años tratando de salvar mi propia vida y de repente me di cuenta de que no es posible nunca salvar una vida a solas”.
Pero sobre ese hilo biográfico saltan muchas cosas y las situaciones se llenan de matices o de laberintos trazados en una intimidad. Como se nos recuerda en estas memorias, “la sexualidad representa la piedra angular del edificio de la personalidad y (…) esa piedra debe sostener los arcos y las bóvedas, los muros recios y las paredes finas, las columnas y las techumbres”. La elaboración de un carácter se parece mucho a un tratado de arquitectura. De esto trata El amor del revés.
El autor confiesa a lo largo de la narración su horizonte literario. Recuerda la admiración que siente por Michel Leiris, autor que convirtió “la mayor parte de su obra en una obstinación biográfica” y que optó por una sinceridad absoluta, asumiendo el riesgo de que el lector encontrase el lado vergonzoso e infame del autor. La verdadera literatura comprometida es en esta tradición la que compromete al autor.
El examen de conciencia sobre el pasado homosexual es un punto de partida. El hombre casado con otro hombre recuerda de forma descarnada sus miedos, sus vergüenzas, sus reacciones hostiles. Nos enteramos de que Luisgé fue un joven que rechazó metódicamente a los que frecuentaban los bares gays y a los que sobrellevaban una biografía promiscua o desequilibrada. Nos enteramos también de que a este homosexual no le conmovía la causa de los homosexuales. Son vergüenzas que se enseñan y son también el primer reto literario de El amor del revés.
Estamos acostumbrados a vivir la represión de los homosexuales en la posguerra dura del franquismo, pero sorprende que al final de los años setenta y en la década de los ochenta, tiempo identificado con la libertad sexual y las impertinencias generacionales ante cualquier represión, un muchacho viva el hecho de ser homosexual con tanto sufrimiento, hasta el punto de sentirse una cucaracha. Estas confesiones corrían el peligro de regodearse en la teatralidad de un dolor no justificado del todo.
La verdad en literatura es cuestión de lenguaje. El oficio de escritor del Luisgé Martín consigue no sólo imponer una realidad narrativa, sino darnos la oportunidad de recapacitar después de la sorpresa. Bajo las modas y los emblemas de las generaciones, hay experiencias concretas, vidas particulares. Cada cual vive la historia como puede y tiene derecho a tomarse en serio sus sentimientos. Además, por mucho que se haya avanzado, quedan mil aristas que hacen daño en las realidades de la desigualdad.
El ejercicio de conciencia, como he dicho antes, no se limita a una descripción del pasado homosexual. Adquiere dimensión y riesgo literario en el sentido formulado por Leiris cuando indaga en las secuelas. La arquitectura de un carácter se apoya en una piedra angular, pero se eleva o se hunde en las ramificaciones del edificio. Luisgé Martín recuerda una máxima de La Rochefoucauld: “Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás que al final nos disfrazamos para nosotros mismos”. Escribir un libro de este tipo supone comprender y contar la historia del disfraz, pero también intentar quitarlo, enfrentarse al no sé ya quién soy y al quiero saber quién soy.
Los matices de El amor del revés son importantes en la indagación personal porque el autor ha descubierto ya que el invierno no existe, pero sabe también que ese descubrimiento no lo arregla todo. Existen secuelas: “El corazón se queda tierno, sin hacer, se pudre en algunas partes, se descuaja, y ya no es capaz de cumplir con su función”. Bueno, sí que cumple con su función, pero ya sin ser del todo dueño de sí mismo cuando se trata de conquistar la serenidad, la confianza y la alegría.
A partir de esta realidad el libro se arriesga a mostrar al lector el narcisismo, los escudos de la pedantería, la imposibilidad para el cortejo, las contradicciones, el egoísmo, la soberbia, la megalomanía, asuntos más comprometidos y más incómodos incluso que la confesión de haberse mostrado poco comprensivo en los años ochenta con los derechos de la propia homosexualidad. El amor del revés, y ese es el mérito del buen escritor que es Luisgé Martín, se enriquece sobre todo con las secuelas que una historia ya antigua ha dejado para siempre no sólo en la vida, sino también en la literatura del protagonista.
“La propensión al exceso y a la prestidigitación que hay en todos mis libros tiene que ver, sin duda, con mi propio carácter”, afirma la voz narrativa en un momento de El amor del revés. El yo es el asunto que todos los escritores tienen más cerca de su mesa de trabajo. Es el verdadero asunto de las ficciones. Convertir ese yo en verdad literaria, en la verdad de las palabras, es el logro de los buenos escritores.
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[Lee aquí la entrevista a Luisgé Martín]aquí
*Luis García Montero es escritor y profesor de Literatura. Su último libro, Luis García MonteroUn lector llamado Federico García Lorca (Taurus).
Luisgé Martín ha hecho en su último libro un viaje al norte o al sur de su conciencia, un viaje que supone al mismo tiempo un ejercicio literario. El amor del revés (Anagrama, 2016) no es sólo una historia de las negociaciones del autor con su propia homosexualidad. Es también una meditación en la que se encarnan el narcisismo, el egoísmo, la megalomanía, el exceso y la pedantería. Ese es su valor, el éxito de su riesgo.