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El rincón de los lectores

Ataúlfo Argenta, una lección de vida

El director de orquesta Ataúlfo Argenta.

Rosa Torres Pardo

Un niño nacido en 1913 en Castro Urdiales, hijo de un empleado ferroviario y una costurera, supera las barreras de una guerra civil en España, una guerra mundial en Alemania y vivirá  los tiempos difíciles de la dictadura. Cada etapa de la trepidante vida de Ataúlfo Argenta esta llena de obstáculos, que lejos de vencerlo le fortalecen cada vez más, hasta conquistar la gloria. El día de su muerte le buscaban para dirigir la filarmónica de Viena.Ataúlfo Argenta

A menudo escuché a Ana Arambarri hablar de Juana Pallares, viuda del director de orquesta Ataúlfo Argenta, con un sentimiento de cariño, de admiración y de tristeza. La amistad entre su madre y Juanita surgió a través de la música y de los conciertos de la Orquesta Nacional a los que asistían cada viernes desde que el Teatro Real reabriera sus puertas como sala sinfónica allá por 1966.

La familia Argenta confió a Ana Arambarri las 150 cartas escritas por el director a su mujer para que iniciara un trabajo biográfico que era necesario, dada la importancia de la carrera de Argenta. No solo por lo que significó para la música y los artistas españoles, también para rendirle el culto que de algún modo quedó oscurecido por aquella muerte estúpida, en palabras de Fernando Argenta, hijo del gran director.

Estas cartas, escritas a lo largo de su vida para Juana Pallares, marcan el ritmo de Música interrumpida (Galaxia Gutenberg) y le dan un aire de diario. Un diario documentado que recorre capítulos importantes de nuestra historia, a partir del aterrizaje de Argenta con 17 años en el Madrid de Azaña, de Margarita Xirgu y Lorca o del Grupo de los 8, por citar alguno de los movimientos de vanguardia del momento.

El atractivo de esta biografía, fuera del indiscutible interés musical que suscita, es aún mayor porque se sucede con hechos históricos que nos atañen directamente. Impresiona imaginar a Argenta dirigiendo la Orquesta y Coros Proletarios de Madrid para quince mil personas en la plaza de toros, alternando la Inacabada de Schubert o la Revoltosa de Chapí con La Internacional y La canción de Thaelmann con letra de Rafael Alberti; hecho que poco tiempo después le supondría la cárcel al ser delatado por un músico mediocre y despechado.

Impresiona también pensar en las 444 bombas que destruyeron Kassel el 22 de octubre de 1943, ciudad alemana donde Argenta fue a perfeccionar sus estudios y donde en aquel momento vivía y trabajaba. Aquella dramática experiencia empujó al artista a marcharse de Kassel junto con su mujer e hijas. El olvido de unas partituras le hizo regresar a la que había sido su casa, pero la encontró reducida a escombros y cenizas. Hasta entonces había 326 teatros líricos en Alemania, en muchos de ellos Argenta había conocido el éxito.

Su vuelta a la España de la postguerra es un capítulo tremendo en el que el Argenta, una vez más, tuvo que sobreponerse a todo tipo de miserias, intrigas y zancadillas. Pero su talento, que reunía cualidades como constancia, inteligencia, pasión y sobriedad, sumados a un elegante e imponente físico y carisma, le condujeron en la última y más importante etapa de su vida a situarse en primera fila junto a Karajan, Bernstein o Celibidache y entre los herederos para suceder a Toscanini, Furtwängler y Ansermet llegando a dirigir las mejores orquestas de Europa, como la de Berlín.

En 1954, escribió en una revista cultural junto a firmas como las de Enrique Franco, Federico Sopeña y Joaquín Rodrigo. En su artículo, Argenta comentaba que España vivía de espaldas al mundo en el terreno de la composición, en contraste con la creatividad de los compositores anteriores a la guerra. Terminaba con un lema: renovarse o morir. Las iras del stablishment musical no se hicieron esperar, deseando fulminar al director cuanto antes. No lo consiguieron.

Argenta, que después de haber conocido el éxito en Alemania, había tenido que empezar a trabajar a su vuelta a España desde abajo, en la plaza de piano, celesta y timbres de la Orquesta Nacional, no había tardado mucho en hacerse con la batuta. Uno de sus muchos méritos, fue el de llevar a esta orquesta al más alto nivel y llevarla fuera de España. Ana Arambarri describe emotivamente aquel primer concierto en París, donde músicos y director consiguieron un éxito que quedaría reflejado en los periódicos de entonces como uno de los momentos más gloriosos de la orquesta que se recuerden. Su triunfo fue el compromiso, la capacidad de trabajo y empatía con los músicos de la orquesta.

Fundó el festival de Granada y el de Santander, donde se escuchó por primera vez la integral de las Sinfonías de Beethoven y Brahms. Era el mejor interpretando la música de Falla, Albéniz y Granados, dio a conocer a Debussy y Ravel, a Bartok y Stravinsky y las sinfonías de Mahler. Difundió la música española e invitó a innumerables intérpretes españoles a sus conciertos por Europa como Casals, Segovia, Yepes, Iturbi, Victoria de los Ángeles, Teresa Berganza o Alicia de Larrocha. También dio a conocer la Zarzuela fuera de España. Gracias a Argenta, nuestra música y músicos se abrieron al mundo.

El día de su muerte, le llamaban para dirigir a la filarmónica de Viena.

La muerte por inhalación de gases dentro de su coche, en el garaje de su casa de Los Molinos, en compañía de la pianista Sylvie Mercier, resulta una absurda ironía del destino. Una muerte dolorosa e injusta, no solo por lo que debió suponer para su familia sino por la gran pérdida que supuso para la música en España. Ana Arambarri denuncia en su libro que después del fastuoso funeral celebrado por el Gobierno, la familia Argenta sufrió el más grande olvido económico, quedando en completo desamparo. La maravillosa mujer que fue Juana Pallares, pilar fundamental de la carrera de Argenta, tuvo que sacar adelante a los cinco hijos del matrimonio ella sola. Las ayudas particulares, como la de la orquesta de la Suisse Romande y la del que había sido su mecenas, el marqués de Bolarque, fueron indispensables para esta familia.

Esta lectura suscita emociones. En una especie de camino a la inversa, y a través de unas cartas nos acercamos del mito al hombre, identificándonos con el ser humano, con sus miedos, sus problemas, mezclados con un deseo casi obsesivo de aprender y perfeccionar. Su ánimo se muestra siempre inasequible al desaliento, con una fuerza que seguramente surge de una convicción profunda de su propia capacidad.

Por otra parte, los nombres que aparecen a lo largo de las sustanciosas páginas de esta magnífica y bien documentada biografía de Arambarri, elevados por el tiempo a categoría de mitos, se tornan también como seres humanos, a veces por sus debilidades, o simplemente porque algunos de los que les llegamos a tratar y conocer tuvimos ocasión de conocerles y tratarles. Antonio Fernández-Cid, Ricardo Vivó, Javier Alfonso,  miembros del Grupo de los 8 tan relacionados con la Residencia de Estudiantes, donde conocimos a Rosita García Ascot y a Jesús Bal y Gay a la vuelta de sus exilios y cuando interpretamos su música, la de Pittaluga, Bacarisse, Bautista, Ernesto y Rodolfo Halffter, la de Mantecón o la de Remacha, un exiliado interior de por vida en una ferretería de un pueblo de Tudela.

Esta biografía nos asoma además al mundo de nuestros padres, abuelos, y a los tristes y duros tiempos que vivieron y que nosotros también hemos recibido en herencia. Afortunadamente, cuando surge una persona como Ataúlfo Argenta, la luz se enciende y convierte la pobreza material y espiritual en oro puro. Toda una lección de vida.

*Rosa Torres-Pardo es música.Rosa Torres-Pardo

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