Dos libros, publicados respectivamente en septiembre y octubre de este año, ponen el acento en los sentimientos más oscuros, en las acciones más crueles que pueden llevarse a cabo dentro del ámbito familiar. Un lugar cuya idealización y sacralización la literatura hace tiempo que se empeña en desvelar, mostrando que el mito del amor parental y fraternal no es sino una interesada mistificación religiosa y que los afectos más virulentos tienen lugar, precisamente, entre los seres más próximos.
Se trata de dos textos que tienen en común su carácter testimonial, que no sabríamos si calificar de novelas o de crónicas de unas situaciones límite, testimonios donde se destaca la ambivalencia, la hostilidad, la barbarie de lo familiar y sus misteriosas ramificaciones.
El primero de ellos es Diario de un incesto (publicado exquisitamente por Malpaso), cuya autora mantiene el anonimato, y donde se nos cuenta la violación y las posteriores relaciones de abuso primero, consentidas después, entre una niña, desde los 3 hasta los 21 años, a manos de su padre. Diario de un incesto no es un libro conveniente sino todo lo contrario, es un libro políticamente incorrecto que no insiste en la atrocidad del incesto, sino que se maneja con sutileza en la descripción de los sentimientos que experimenta una mujer cuya sexualidad ha recibido la impronta de una relación incestuosa que marcó su carne y su deseo sexual para siempre.
A los 21 años, la autora cuenta la última relación que mantiene con su progenitor del siguiente modo:
Quería y no quería que entrara en mi habitación y me follase. Cosa que hizo la tercera noche.Mi cuerpo era puro sexo. Mi padre también se había convertido en un objeto sexual para mí. Lo cosificaba como me cosificaba a mí misma para él. Jamás en mis doce años de casada experimenté un orgasmo semejante.
Cuando se atreve a contar el abuso al que es sometida (pues a pesar de su consentimiento posterior la asimetría convierte en abusiva cada relación) a una amiga adulta, esta le aconseja que calle. Por su parte, su padre le proporciona una versión de lo ocurrido donde afirma que fue ella quien le incitó a que "comprobara lo suave que era". Las justificaciones del padre lo humanizan y la complicidad de la niña complejizan el entramado del abuso. El lenguaje con que se describe la experiencia es explícito y realista. Los encuentros y las emociones que experimenta la niña son descritos minuciosamente, incidiendo en la tensión sexual que generaban, sin omitir el placer que le producían, como si se tratase de una novela con intenciones pornográficas, donde el lector se siente comprometido también en su propio cuerpo, en sus emociones propias.
La sensación de abandono de la pequeña cuando el padre no acudía a su cama por la noche, es extrema: "¿Por qué me desatendía? ¿Acaso ya no me quería como antes? ¿Ya no era lo bastante buena?"; lo que es común en este tipo de abusos. Pero aquí está contada al detalle, abundando en la contradicción de que la niña ama al padre que la cuida, que es el mismo que la viola. Dos padres en uno. Una disociación innegociable que marcará su futuro.
A través del hilo conductor del incesto, la autora describe también el mundo familiar, la relación con una madre que le expresaba alternativamente su odio y su amor, o con un hermano que prefiere negar lo ocurrido a hacerle frente. La conocida transmisión generacional del incesto es de nuevo una evidencia en esta historia: el abuelo paterno había abusado de sus dos hijos, marcando también el destino de estos. Las marcas que este despertar precoz deja en la sexualidad perturbada de la futura mujer serán múltiples, pues necesitará de estímulos semejantes en sus futuros amantes para despertar en el futuro su deseo.
Quizás lo que más llama la atención, aún siendo inquietantemente habitual en este tipo de circunstancias, sea el silencio cómplice de los adultos. La abuela materna niega la confesión de la joven nieta, la madre guarda silencio cuando la hija le insiste en lo que pasó. Desde antes de los cuatro años, ni la sangre, ni los dolores abdominales que sufría la niña, nada, llamó la atención y puso en alerta a los adultos que la rodeaban. Los horribles secretos familiares.
Diario de un incesto es una historia perturbadora que no nos ahorra nada, escrita con precisión y destreza.
Nuestro segundo libro, Madre mía, publicado por Caballo de Troya, es la segunda novela de Florencia del Campo, una joven escritora argentina. En esta ocasión la autora narra también en primera persona, aunque esta vez con nombre propio, la muerte de cáncer de su madre en Buenos Aires y sus sentimientos de culpa por mantener su proyecto de viajar y establecerse en Europa cuando debuta la enfermedad. El dilema tiene tintes trágicos, pues cualquiera de las soluciones que adopte la protagonista llevan consigo malestar.
La necesidad tuya de familia y de ayuda. De que todo girara en torno a tu enfermedad. El centro de un remolino. Empecé a sentir que me asfixiaba. Que me estaba echando tierra en la boca, tierra en todo el cuerpo, enterrándome viva. Un remolino de viento que levanta la tierra del suelo. Un desastre, un peligro.Yo quería respirar. Yo quería vivir.
Confeccionado a partir de fragmentos biográficos que no siguen un orden temporal sino asociativo, la hija dialoga con la madre en un ejercicio de sinceridad que abarca no solo su vínculo y la profunda ambivalencia que las une –una ambivalencia en la que predomina la hostilidad–, sino también la relación con sus hermanas, con los hombres con quienes mantiene esporádicas relaciones sexuales, y con su proyecto de ser escritora. El pacto es autobiográfico, esto que os cuento es verdad, y la propuesta de veracidad se incrementa con la inclusión en el libro del listado manuscrito de películas que la madre le recomienda o de sus historias clínicas, incluidas como anexo final.
Desde el punto de vista literario, me interesa el diálogo que la narradora establece con una voz-otra, escrita en bastardilla; la supuesta voz de la madre, o de la representación interna de la madre que tiene la protagonista. Una Bernarda Alba siempre enojada, a pesar de tener dos hijas preciosas, en palabras de la tía, el origen de cuya personalidad apenas podemos atisbar en el relato que, sin embargo, se demora en los viajes y los encuentros casuales de la hija, quien pide al lector una adhesión total a sus sentimientos y a sus emociones. Se trata, se nos dice, de una mamá-loba que maltrata, que alza a su corderito por los pelos y que, al final de sus días, exige unos cuidados que ella misma no supo dar a su propia madre.
Te ponía especialmente agresiva vivir con tu madre.¿Lobo está? ¡Arrrggg!No la cuidaste por amor, lo hiciste por dinero.[…]Cuidar a la madre.Demandaste lo que no enseñaste.Aprendí sola y no te gustó.
La madre es una mujer que todos califican de “difícil”, capaz de ejercer una violencia familiar y vivir en una precariedad económica enigmáticas; celosa, que abusa del alcohol y las pastillas, observadas ambas desde el momento crítico de la enfermedad y de la muerte. ¿Y el padre? El padre es una ausencia con quien no se establece ningún diálogo (apenas alguna mención a llamadas telefónicas).
Esta violencia explícita e implícita, esta animadversión que la voz materna nos trasmite, no impide a la hija mostrar su enorme deseo de haber podido amarla. Así, cuando tras la muerte la hermana rescata a la madre en su Facebook con algunos rasgos positivos, en el que hubiera sido su cumpleaños, la autora escribe:
Coincido totalmente. En Facebook le puse un corazón pero no alcanza. Me habría gustado escribirlo a mí.
A lo que la voz interna le increpa:
Y entonces…, ¿qué carajo estás escribiendo?
Esperar la muerte de la madre, interrogarse sin cesar sobre si es el momento de dejar la propia vida para acompañarla, o si la espera se prolongará y se puede demorar un poco más el encuentro. La zozobra, la tensión de una hija joven entre el deber de cuidado que parece ser imperativo social, o una presión de la madre internalizada, y el deseo de elaborar un proyecto de futuro que la aleja de la familia y de su país, cuando ambos coinciden dramáticamente en el tiempo.
En definitiva, Florencia del Campo pone en evidencia la radical ambivalencia de las relaciones materno-filiales, y se interroga también sobre la oportunidad de utilizar materiales autobiográficos para escribir su novela.
¿Tengo derecho a escribir esta historia?
La pregunta sobre la materia sobre la que están hechos los lazos familiares recorre este libro:
Mi sensación encubierta e intermitente: que la familia era la última célula cancerígena de un gran tumor que ha había hecho metástasis. El gran tumor: tal vez la vida. Y la historia. La historia se cuenta con esta especie de historia clínica de una enfermedad mortal llamada familia. Morirse de familia.
Quizás el valor más notable de este testimonio sea su ejemplar demostración de la complejidad de los vínculos familiares, y la valentía con la que Florencia del Campo se ha enfrentado a ellos para mostrarnos sin paliativos la hostilidad del vínculo materno-filial, sin explicaciones, como un hecho misterioso del que no nos podemos sustraer, aunque la escritura sirva para ordenarlos, para exorcizarlos, para desprendernos de ellos.
Dos libros, pues, en clave autobiográfica que, sin embargo, en sus elecciones, sus omisiones, su lenguaje directo y preciso, el equilibrio entre lo que muestran y lo que callan, alcanzan una calidad literaria destacable. Dos testimonios autobiográficos intensos, tan incómodos como necesarios.
*Lola López Mondéjar es escritora. Su último libro, Lola López MondéjarCada noche, cada noche (Siruela, 2016).
Dos libros, publicados respectivamente en septiembre y octubre de este año, ponen el acento en los sentimientos más oscuros, en las acciones más crueles que pueden llevarse a cabo dentro del ámbito familiar. Un lugar cuya idealización y sacralización la literatura hace tiempo que se empeña en desvelar, mostrando que el mito del amor parental y fraternal no es sino una interesada mistificación religiosa y que los afectos más virulentos tienen lugar, precisamente, entre los seres más próximos.