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¿Por qué bebemos hasta ponernos como Las Grecas? "Nadie te mira mal si bebes orujo por la mañana"

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Valga esta cita de Peter O'Toole para resumir la relación entre el alcohol y el ser humano: "Era joven, imbécil y borracho y me convertí en una parodia de mí mismo. Pero, joder, cómo me lo pasaba aquellos días en los que salía a echar un trago y me despertaba preguntándome: '¿cómo coño he llegado yo a Marsella?' A partir de este último interrogante, sin duda de calado e importante, al menos para el desorientado interfecto, surgen otras cuestiones colectivas y que nos ponen frente al espejo como sociedad con propensión al bebercio por los más variopintos motivos. Por eso, más que preguntarse uno individualmente por qué se pasó de la raya la noche anterior, quizás ha llegado el momento de que todos nos lo cuestionemos: ¿Por qué bebemos? 

"Bebemos porque queremos escaparnos, juntarnos, abrazarnos sin pudor, vivir en el instante, perder un poco de lucidez para no ver las cosas como tienen que ser... Hay infinidad de razones, y seguramente se podría hacer con otras sustancias o de otras formas, pero hemos socializado el alcohol de esta manera y además le hemos quitado un poco de hierro, que muchas veces está bien pero otras es un peligro", plantea a infoLibre Bob Pop, que acaba de publicar un ensayo titulado muy elocuentemente Como Las Grecas (Editorial Debate, 2024), y que tras haber desarrollado su propia argumentación al respecto, puntualiza: "La pregunta que tenemos que hacernos no es si tenemos un problema con el alcohol, sino qué problemas tenemos que creemos que podremos aliviar con el alcohol".

Porque más allá de la faceta evidentemente lúdica y festiva, la ingesta desmesurada de líquido elemento de alta gradación puede (y suele) conllevar no pocos significados diferentes e inherentes en cada trago y en cada culo de botella vacío. "Bebemos porque está en nuestra cultura, es casi un rito cuando llegas a cierta edad", apunta Jorge Matías, autor de un libro escrito en primerísima persona y titulado Vinagre (Yonki Books, 2024), añadiendo que "mucha gente bebe también porque la vida tiene sus inconvenientes". "En mi caso, cuando tu trabajo es precario, eres de clase obrera y la incertidumbre está encima tuya como una apisonadora, la manera más rápida para olvidarlo todo es drogarte. Y la más rápida y barata de drogarte legalmente es el alcohol", añade a infoLibre.

Además, se da la peligrosa circunstancia de que "el alcohol siempre te da la razón aunque no la tengas y nunca te pone pegas a nada", porque "mientras estás bebiendo él es tu mejor amigo". Matías se refiere específicamente a beber en soledad, pues él ha escrito su libro para compartir su experiencia como alcohólico que dejó de beber hace ya más de quince años. Y desde su posición de distancia, reconociéndose a sí mismo como adicto, elimina el componente social de la ecuación porque, "cuando estás muy acostumbrado a beber llegas a un nivel que te da igual estar acompañado o no". "La socialización es la puerta de entrada, con lo cual no sé hasta qué punto eso es positivo. Y mucha gente bebe sola y cuando le preguntan miente sobre ello", apostilla. 

Coincide Bob Pop en la extendida importancia del "ritual tribal de pertenencia al grupo" mayoritariamente regado con alcohol en nuestra sociedad (y casi pudiera decirse que en todas, con pocas salvedades), pero al mismo tiempo pone el foco en un gesto tan irremediablemente cotidiano para los que no quieren emborracharse como rechazar tomarse una caña en grupo. Tan instaurado está el alcohol que quien prefiera pedir un refresco tiene que responder preguntas variopintas de todo tipo, incluyendo el popular '¿estás embarazada?' para las chicas: "Esa es una explicación que no tenemos por qué dar. Puede que no te guste, que no te apetezca, y que incluso haya ocasiones en las que no quieres beber según quién tengas al lado porque no quieres bajar la guardia hacia esa persona. Igual que defiendo esta cosa comunitaria en el grupo de borrachera, también defiendo que haya gente con la que no queramos perder las defensas porque no nos fiamos", argumenta el periodista, aprovechando este punto para abrir otro melón: "muchas veces pensamos que nuestro auténtico ser nace cuando bebemos". 

A su juicio, "sería muy interesante no tener que vivir de esa manera y poder hablar, relacionarnos y socializar de un modo más afectuoso, sincero y colaborativo sin tener que tomarnos una copa". Porque si hay algo que no parece tener demasiado sentido es optar por la autodestrucción interna para destruir la tan manida barrera externa de la timidez: "Y no solo romper la timidez, sino muchas veces pensar que vas a tener un pensamiento elevado para tomar decisiones, cuando lo peor que puedes hacer bebiendo alcohol es pensar que te va a servir para decidir algo, porque es todo lo contrario. Creer que te va a desbloquear lo intelectual es un error".

La escritora Sofía Balbuena acaba de publicar Borracha menor (Caballo de Troya, 2024), libro en el que abre un espacio desde la primera persona para revisar los hábitos y las estructuras que nos empujan hacia determinados consumos. "El modelo del alcohólico reventado jugándose su casa dentro de una botella es más bien la excepción a la regla, es el imaginario que ha servido para decir que eso es el alcoholismo y lo demás no lo es", señala a infoLibre. "De lo único que estoy segura es de que no es exactamente así -continúa-. Creo que el consumo de alcohol en buena medida te estructura un hábito en alguna manera funcional que te permite habitar tu vida con cierta tranquilidad. Es como una válvula de escape que libera la presión que uno siente todos los días para olvidarse un poco de las cosas. Me parece que hay algo de la estructura social que se sostiene gracias a determinados consumos, que pueden ser alcohol u otros, y que muchas veces más que romper la funcionalidad la posibilitan".

Coincide con esto Matías cuando asegura que "la mayoría de los alcohólicos son funcionales". "Yo he trabajado en la construcción y sé lo que se bebe ahí. Nadie quiere ponerle el cascabel al gato, pero es que hay gente que huye y el alcohol es una huida, porque todo te parece mejor cuando bebes. Pero claro, luego si hay una adicción también te afecta a tu trabajo. Tenemos que asumir que hay muchos alcohólicos funcionales, lo que pasa es que cuando te mueves en cierto nivel prefieres no mirar lo que hay en trabajos más chungos. Y es una cuestión de clase, porque el tipo que está trabajando en una oficia de traje y corbata igual también bebe pero preferimos mirar hacia otro lado".

Por eso, asegura, "nadie te mira mal si bebes orujo por la mañana", más bien al contrario, se ve "casi como una hazaña", a pesar de que "probablemente alguien que bebe orujo por la mañana tiene un drama detrás". "Es imposible huir del alcohol", lamenta, ya que "puedes dejar de beber, pero el alcohol siempre va a seguir ahí" hasta patrocinando eventos deportivos o culturales: "Por eso, cuando dices que eres alcohólico generas inquietud a tu alrededor, porque la gente no lo suele admitir y es incómodo para los demás. Sobre todo porque creen que les estás juzgando, cuando en realidad son ellos los que te juzgan a ti, y de ahí la frase de no hay nada peor que un alcohólico reconvertido. Cuando ya no bebía, había quien me decía que no se fían de alguien que no bebe. Y, si no bebes, se te insiste de una manera que mucha gente termina cediendo, algo que se multiplica exponencialmente en las fiestas de los pueblos".

"Beber también es una excusa para poder follar mal sin culpa, sirve como excusa, como manera de evitar asumir una responsabilidad", lanza Bob Pop, antes de remarca que al alcohol muchas veces va también "asociado al consumo de prostitución, porque en el fondo se considera que las mujeres y el alcohol pertenecen a la misma categoría de cosas que se consumen en momentos de diversión y en comunión de machotes". Por eso justamente hay también un sesgo de género, pues las mujeres "tienen que simular esa cosa heteropatriarcal de competir con el macho a la hora de resistir", al mismo tiempo que aparece también el factor "peligrosísimo del consentimiento", pues hay "muchos hombres que consideran que una mujer que bebe está haciendo un inicio o una previsión de consentimiento". "Pero tienes derecho a beber y decir no, porque no tiene nada que ver una cosa con otra, pero se juega mucho con eso", avisa.

Sigue siendo una cosa bastante tabú en el sentido de que a una mujer se la mira y se la juzga de una manera distinta cuando se emborracha. Históricamente a la mujer se la castigaba más por beber

Para Balbuena, "sigue siendo una cosa bastante tabú en el sentido de que a una mujer se la mira y se la juzga de una manera distinta cuando se emborracha". "Históricamente a la mujer se la castigaba más por beber", subraya, la escritora, quien con su Borracha menor ha rastreado las referencias en español de autoras que hayan hablado sobre su consumo problemático de alcohol. Y mientras en el imaginario colectivo están los grandes escritores norteamericanos alcohólicos como Hemingway, Fitzgerald, Bukowski, Tennessee Williams o Raymond Carver, son muy pocas las mujeres que han escrito sobre ello en nuestra lengua. Pero, entre otras, cita a María Moreno, Natalia Carrero o Paulina Flores.

"Hablar sobre esto sigue siendo mucho más difícil para las mujeres, no es casual que existan tantos libros de ellos sobre el asunto y significantemente muchos menos de ellas", asegura. Y argumenta: "Los escritores que fueron alcohólicos, como Hemingway, tuvieron mujeres que los cuidaron toda la vida, pero una mujer que es alcohólica y no cumple con el rol de cuidar una familia tiene doble castigo. Por eso una mujer que toma mucho alcohol o que habla sobre eso rompe, aparte de un estigma social asociado al consumo, un mandato anterior de no responsabilizarse del cuidado o el mantenimiento de una familia. Por eso hay menos narrativa de este tipo de mujeres. A los hombres se les festeja, y Hemingway probablemente pudo escribir y ser un genio por tener mujeres que lo cuidaron".

Valga esta cita de Peter O'Toole para resumir la relación entre el alcohol y el ser humano: "Era joven, imbécil y borracho y me convertí en una parodia de mí mismo. Pero, joder, cómo me lo pasaba aquellos días en los que salía a echar un trago y me despertaba preguntándome: '¿cómo coño he llegado yo a Marsella?' A partir de este último interrogante, sin duda de calado e importante, al menos para el desorientado interfecto, surgen otras cuestiones colectivas y que nos ponen frente al espejo como sociedad con propensión al bebercio por los más variopintos motivos. Por eso, más que preguntarse uno individualmente por qué se pasó de la raya la noche anterior, quizás ha llegado el momento de que todos nos lo cuestionemos: ¿Por qué bebemos? 

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