Las virtudes cotidianas. El orden moral en un mundo divididoMichael IgnatieffTraducción de Francisco Beltrán AdellTaurusMadrid2018Las virtudes cotidianas. El orden moral en un mundo dividido
El último libro de Michael Ignatieff confirma la posición de su autor como uno de los intelectuales públicos más importantes de nuestro tiempo. Canadiense de origen (Toronto, 1947) e historiador de formación, ha sido profesor y director del Centro de Derechos Humanos de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, parlamentario y líder del partido liberal de su país, columnista del New York Times y del New York Review of Books, y actual rector de la Universidad Centroeuropea de Budapest, Hungría. Su obra publicada incluye ensayos de análisis político sobre el nacionalismo, los nuevos conflictos armados contemporáneos, las guerras de la antigua Yugoeslavia, las políticas de derechos humanos y el terrorismo, una biografía del gran teórico liberal ruso-británico Isaiah Berlin y un testimonio sobre su experiencia como activista político. Todos sus textos se destacan por una lucidez interpretativa y una independencia crítica ejemplares, que hacen de él un analista político imprescindible. Así se pone de manifiesto una vez más en Las virtudes cotidianas, su primer libro de carácter empírico, como que está basado en un amplio conjunto de viajes, entrevistas y observaciones sobre el terreno en seis países (Estados Unidos, Brasil, Sudáfrica, Bosnia Herzegovina, Japón y Myanmar) de cuatro continentes, en busca de la moralidad real que practica la gente de la calle, más allá de las ideologías y las religiones de sus sociedades.
El punto de partida de la investigación de Ignatieff es el reconocimiento del múltiple proceso de globalización que afecta a nuestro mundo y que se extiende no sólo a las economías, los estilos de vida, las tecnologías y las actitudes sino también al razonamiento ético. Una de las manifestaciones principales de esta globalización ética es el discurso de los derechos humanos. Mas tal discurso está caracterizado por su elitismo pues funciona como la lengua universal de una influyente pero estrecha clase media de intelectuales, profesores, estudiantes, activistas, periodistas y burócratas. Frente a él, las virtudes ordinarias o cotidianas constituyen la ética práctica de los ciudadanos de a pie por cuanto no generalizan; no olvidan ni ignoran las diferencias; no prestan demasiada atención a lo humano que subyace nuestra diversidad; no se interesan mucho por la consistencia moral; operan para vivir y dejar vivir en el trato con los demás, pero se refugian en la lealtad hacia los propios cuando se ven amenazados; son contrarias a la ideología y a la política; favorecen a la familia y los amigos en lugar de los extraños y los extranjeros; alimentan la esperanza en la vida sin ninguna metafísica acerca del futuro y se sorprenden de su propia resistencia frente a la adversidad; y creen, por fin, que la ética no es una abstracción sino una manera de actuar y de vivir, y que el despliegue de las virtudes, lo mejor que se pueda, es el fin de toda vida humana.
En este marco teórico, Ignatieff se ocupa de la experiencia ética cotidiana en el distrito de Jackson Heights en Queens, en el área metropolitana de Nueva York, y en los barrios de inmigrantes latinos de Los Ángeles, donde encuentra que tanto las relaciones entre ciudadanos y policías cuanto el surgimiento de la diversidad étnica están reguladas por virtudes ordinarias como la confianza, la honestidad, la cortesía, el autocontrol y el respeto, que operan como las reglas básicas de convivencia de la comunidad, más allá de la ley y del discurso de los derechos humanos. “Los sistemas éticos son a la vez operativos y normativos, ya que mantienen el equilibrio entre los intercambios diarios, y subrayan lo que altera dicho equilibrio y debe ser rectificado”.
Los siguientes estudios de caso de Las virtudes cotidianas tienen que ver con la lucha contra la corrupción oficial en las favelas de Río de Janeiro, el proceso de reconciliación nacional en Bosnia Herzegovina tras la guerra civil de disolución de la antigua Yugoeslavia, el papel de los monasterios budistas en la resistencia popular contra la dictadura militar en Myanmar, la solidaridad ciudadana ante la catástrofe natural causante del desastre nuclear de la central de Fukushima en el Japón, y la gestión del legado de Nelson Mandela y la abolición del régimen del apartheid en Sudáfrica. Entre las interesantes lecciones que Ignatieff extrae de su investigación quizás la más relevante hoy para países como España y Colombia es la que el caso de Bosnia Herzegovina enseña sobre el llamado postconflicto: “La reconciliación no es una técnica ni un procedimiento; no es algo que los extranjeros enseñan y los nacionales aprenden. Es un proceso de lenta sedimentación, a medida que la vejez y la muerte reclaman a los combatientes de ambos bandos y los antaño feroces enemigos aceptan lentamente vivir como adversarios… No, la reconciliación que importa será muy lenta, como un proceso de deshielo, un corazón y una mente a la vez, a lo largo de generaciones, a medida que el dolor de la memoria da paso a la historia. Cada muerto tendrá que recibir un entierro decente. No hay atajos, ni remedios fáciles. Pasará mucho tiempo antes de que los textos escolares de historia enseñen la misma historia a los niños. Todo lo que cuenta tendrá lugar lentamente, en los corazones de los individuos”.
La conclusión de Ignatieff resulta estimulante en su cauteloso optimismo: “Lo que los seres humanos comparten por doquier no es un lenguaje del bien o una ética global, sino más bien una aspiración común, en su propia lengua, al orden moral, a un marco de expectativas que les permita pensar que su vida, no importa cuán brutal o difícil, tiene algún significado… Somos seres morales porque no tenemos opción: nuestra supervivencia y nuestro éxito como seres sociales dependen de la virtud. No se trata de una opción sino de una necesidad. No se nos exige ser héroes. Queremos ser buenos como padres y madres, hijos e hijas, vecinos y amigos. A través de estas experiencias, queremos ser capaces de sostener nuestra propia mirada en el espejo”.
*Hernando Valencia-Villa es doctor en Derecho por la Universidad de Yale y traductor al español de Hernando Valencia-VillaEl derecho de gentes de John Rawls y La idea de la justicia de Amartya Sen.
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