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El contubernio que unió a la oposición antifranquista

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El diccionario de la RAE define contubernio como “cohabitación ilícita o alianza o liga vituperable” y desde aquel año de 1962 todos los demócratas utilizaron esa palabra como sinónimo de cualquier conspiración contra el franquismo. Hasta tal punto se hizo popular la palabra contubernio que ha pervivido hasta hoy en el lenguaje de los humoristas como un motivo de broma o de chanza a propósito de cualquier actividad contra el orden establecido.

Fue la prensa franquista la que calificó de ese modo aquel Congreso del Movimiento Europeo al que acudieron un centenar largo de dirigentes de la oposición a la dictadura, tanto procedentes del exilio como del interior de España. Desde monárquicos liberales hasta socialistas participaron en aquella reunión en Múnich que pretendía vincular a España con la Europa democrática y que asustó a Franco porque entre los opositores se encontraban algunos “vendepatrias y traidores” que habían renegado de la dictadura y se habían pasado a las filas de la oposición. Destierros, cárceles y pérdidas de empleo fueron las respuestas del franquismo.

El historiador catalán Jordi Amat, un experto en la oposición al franquismo, acaba de publicar La primavera de Múnich. Esperanza y fracaso de una transición democrática (Tusquets) que ganó el prestigioso Premio Comillas de historia, biografías y autobiografías. Fruto de una investigación que se ha prolongado a lo largo de una década, Amat considera que “a través del contubernio de Múnich puede comprenderse el intento de refundación de una tercera España durante la dictadura”. “La cita en la capital bávara”, explica el autor, “significa un ejemplo perdido de dignidad patriótica y un primer paso en la articulación de una oposición unida, salvo los comunistas del PCE, la fuerza más numerosa y organizada de la oposición, que sólo enviaron observadores al congreso de Múnich”.

Ahora bien, aquel episodio quedó reducido, con el paso del tiempo, a un desafío aislado a la dictadura. Amat comenta las razones que impidieron que aquella iniciativa europeísta y democrática prosperara en un movimiento social amplio. “En primer lugar”, señala, “la dictadura controlaba totalmente los medios de comunicación y la inmensa mayoría de ciudadanos recibió una información manipulada de la cita de Múnich. De hecho, Franco agitó a las masas en contra de aquel congreso que otorgó el respaldo de la Europa democrática a los opositores. En segundo lugar, el régimen aplicó la represión pura y dura a los participantes en el contubernio y, por último, los reunidos en el llamado contubernio no lograron suficiente respaldo internacional ni en Washington ni en las capitales europeas como para plantear una alternativa democrática y unitaria al franquismo”.

El autor, Jordi Amat./ ISABEL SOLER

En definitiva, los esquemas de la Guerra Fría se impusieron una vez más en aquellos años sesenta y a las potencias occidentales les interesó más sostener al general Franco en el poder, como un baluarte anticomunista, antes que aventurarse en la incógnita de una ruptura con el régimen dictatorial. Así las cosas, ese panorama geopolítico de pulso entre el mundo capitalista y el bloque soviético convirtió en un objetivo imposible que los comunistas tomaran parte en el congreso de Múnich. “Sin duda alguna”, aclara Amat, “la presencia del PCE en aquella plataforma hubiera aumentado las posibilidades de la oposición. Junto al veto a los comunistas, la extrema debilidad del PSOE, con Rodolfo Llopis a la cabeza, restaron más tarde protagonismo al impulso de Múnich. El resto de fuerzas liberales o democristianas, que representaban dirigentes como Salvador de Madariaga, Joaquín Satrústegui, Fernando Álvarez de Miranda o José María Gil Robles, cabían en un taxi. En cualquier caso, me ha interesado contar las vidas de los derrotados de esa tradición democrática en la que figuran también líderes como Dionisio Ridruejo, que procedía del falangismo, o Julián Gorkin, que venía del comunismo”.

Aquella memoria de una oposición moderada y con corbata, que no ha resultado atractiva para la épica del antifranquismo, se fue borrando. No obstante, algunos de los artífices del contubernio de Múnich ocuparon altos cargos tras la restauración democrática como fue el caso del democristiano Fernando Álvarez de Miranda, presidente del Congreso de los Diputados (1977-1979) y Defensor del Pueblo (1994-1999) o el socialista José Federico de Carvajal, presidente del Senado en los años ochenta. En unas jornadas que recordaron en 2012 el 50º aniversario de aquella cita, Álvarez de Miranda, que sufrió un año de destierro en Fuerteventura y uno de los protagonistas que siguen vivos, resumió así la reacción de la dictadura. “Franco temía”, manifestó, “que se reconciliaran los dos bandos de la Guerra Civil porque al régimen le interesaba recordar constantemente el conflicto, que no se borrara el enfrentamiento. Por eso el contubernio de Múnich resultó tan peligroso para el franquismo. No íbamos a derrocar a la dictadura, pero sentamos las bases de la democracia y el europeísmo”.

Colaborador habitual del diario La Vanguardia y especialista en la historia intelectual española de la segunda mitad del siglo XX con libros como El llarg procés, Jordi Amat no coincide con las versiones que conceden al contubernio de Múnich la categoría del antecedente de los pactos de la Transición e incluso de la Constitución de 1978. “Esa visión blanqueada y dulcificada del contubernio”, concluye el autor con rotundidad, "como una raíz de la Transición, que han proyectado algunos dirigentes de la derecha, como el ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, no responde a la realidad. En definitiva, no se trataba de superar las heridas de la guerra y facilitar el reencuentro de España con Europa. La clave auténtica aspiraba a vincular España con la Europa democrática para acabar con el franquismo y precisamente porque el franquismo lo entendió así represalió a los españoles del interior cuando volvieron a su país”.

Desde la convicción de que los sucesos históricos pueden explicarse muy bien a través de biografías concretas, Jordi Amat ha dibujado en La primavera de Múnich una galería de personajes de la oposición a la dictadura que contribuye a comprender la lucha de todos aquellos que intentaron derribar la dictadura. “Y que fueron derrotados porque no lo consiguieron”, apostilla Amat.

El diccionario de la RAE define contubernio como “cohabitación ilícita o alianza o liga vituperable” y desde aquel año de 1962 todos los demócratas utilizaron esa palabra como sinónimo de cualquier conspiración contra el franquismo. Hasta tal punto se hizo popular la palabra contubernio que ha pervivido hasta hoy en el lenguaje de los humoristas como un motivo de broma o de chanza a propósito de cualquier actividad contra el orden establecido.

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