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Los diablos azules

Crítica y reivindicación del periodismo

Portadas de 'El oficio más hermoso del mundo', de José martí Gómez, y 'Hagamos memoria', de Nativel Preciado.

El periodismo español ha sufrido un tsunami. En un paisaje de escombros se divisan las ruinas de grandes grupos editoriales mientras se levantan aquí y allá nuevos medios digitales con recursos limitados. Ni ha terminado de morir un sistema que enfermó hace ya muchos años ni se sabe aún cuánto logrará crecer el recién nacido. Abundan los análisis de gurús que reparten culpas o vaticinan nuevas revoluciones. Mientras tanto, miles de periodistas en lo mejor de sus trayectorias vagan como zombies porque las empresas respondieron a la crisis desechando precisamente la materia prima de su negocio: la información, y los profesionales que la manejaban se han visto despedidos, prejubilados o forzados a colaborar en cinco cabeceras para reunir un salario mileurista. Hay decenas de estudios y testimonios muy valiosos para entender esa tormenta perfecta que nos ha traído hasta aquí. Pero hemos elegido dos libros de memorias, tan diferentes como complementarios, entre los publicados en los últimos meses, para entender la complejidad del panorama mediático, eso que los sabios llaman cambio de paradigma, y para poner en valor lo que de verdad importa: ¿qué podemos hacer para expiar nuestras propias culpas y recuperar la credibilidad? ¿Qué debemos hacer para convencer a los ciudadanos de que un buen periodismo es más necesario que nunca como arma de defensa democrática contra los abusos del poder? De la mano de veteranos y excelentes periodistas encontramos algunos caminos, preguntas y respuestas.

José Martí Gómez (1937, Morella, Castellón) ha escrito lo que él mismo dibuja como “una desordenada crónica personal” y la ha titulado con la célebre definición que Albert Camus hizo del periodismo: El oficio más hermoso del mundo (Clave Intelectual). La elección no es simplemente estética o vocacional. Se trata de una reivindicación ética del ejercicio del periodismo como oficio, con todo lo que eso conlleva de autoexigencia, de pasión por el detalle, de curiosidad enfermiza por conocer lo que pasa y por entender por qué pasa. Y contarlo cumpliendo el papel que Camus otorgaba a los periodistas como “historiadores de nuestros días”. Cada página de estas singulares memorias contiene píldoras más eficaces contra las enfermedades actuales del periodismo que cualquier tratado académico.

No es casual que Martí Gómez, a quien Enric González califica como “el mejor reportero español”, elija para el arranque de estas memorias una conversación que mantuvo con Roy Lewis, autor de Por qué me comí a mi padre. Hablan de la evolución, del progreso, de la resistencia a la modernidad o de la pérdida de valores. Y Martí da voz a Lewis para advertir: “chimpancés, gorilas y periodistas, especies en riesgo de extinción”.

Como tampoco es casual que el libro concluya con otra conversación, a cuatro voces, del autor con tres reconocidos periodistas que de distintos modos forman parte de la memoria profesional y vital de Martí Gómez y que además representan tres grandes autovías de la información: Josep Ramoneda (prensa), Javier del Pino (radio) y Jordi Évole (televisión). En esa charla dan un repaso crítico, autocrítico, irónico y sobre todo realista al comatoso estado de salud del periodismo en España.

Y entre el principio y el final desarrolla Martí Gómez una crónica personal tan “desordenada” como puede ser la vida de un periodista entre la dictadura franquista de los años sesenta y la desorientación democrática de 2016. Contiene el “desorden” lógico en quien ha abordado con la misma pasión el periodismo de sucesos o de tribunales que la crónica política o la entrevista en profundidad, todos ellos terrenos en los que Martí Gómez ha desempeñado el oficio durante cinco décadas. Van asomando al relato nombres protagonistas de la evolución política, de la censura de prensa en Barcelona o en Madrid, de la corrupción de la dictadura y de quienes circulaban cómodamente por esas cañerías que conectaron el franquismo y la transición, o lo que el autor irónicamente bautiza como “transfranquismo”.

Ese aparente e intencionado desorden en la narración desaparece si se observa la coherencia del relato en lo que más importa: la descripción y los testimonios directos de personajes clave de la época, pero no sólo de la política o el periodismo, incluso voces anónimas que dicen más del tiempo vivido que voluminosas autobiografías frecuentemente hagiográficas. Como ocurre cuando Martí Gómez cuenta los riesgos que corría el escritor Juan Marsé en la Barcelona de finales del franquismo. “Por su barrio paseaba un anciano que, siempre que le veía, le decía: 'Vigile, Marsé, que le pueden pegar una hostia'. '¿Quién?' [preguntaba Marsé].' No lo sé , pero en este país siempre hay gente dispuesta a pegar una hostia' [concluía el anciano]. Repite Marsé, como un mantra: '¡Este país de todos los demonios!”.

En aquel país de todos los demonios, Manuel Vázquez Montalbán firmaba artículos con veinte seudónimos diferentes para intentar sortear la persecución implacable de la censura. “Manolo fue un hombre forjado en los juzgados del franquismo y en la censura del estertor del transfranquismo…”, escribe Martí Gómez recordando los días, meses y años en los que Vázquez Montalbán entraba y salía de los juzgados o pasaba un tiempo en la cárcel. Otro ejemplo de ese sentido camusiano del periodismo que recorre el libro. Vázquez Montalbán no podía concebir un periodismo que no fuera comprometido con los más débiles y enfrentado al poder.

Historias del poder recorren la crónica. Pero no exclusivamente centradas en los gobernantes, de Manuel Fraga a Felipe González, José María Aznar o Jordi Pujol, sino protagonizadas a menudo por personajes tenidos por secundarios pero que en realidad marcan y condicionan la historia, como Carmen Díez de Rivera o Teresa Pámies. El periodismo de trazo grueso suele quedarse en los números uno, en la cartelería de la política; el de precisión y observación hurga en los alrededores, en los entornos del poder, donde suelen cocerse los asuntos de enjundia u ocultarse las claves que explican la realidad.

Quien quiera entender en qué consiste, o debería consistir, la labor del periodista, tiene en el ensayo de Martí Gómez una estupenda hoja de ruta. Tras su paso por distintas corresponsalías, el reportero vuelve al reporterismo de lo más cercano, y los capítulos dedicados a analizar, con ejemplos concretos y muy útiles confesiones, la teoría y la práctica del periodismo de investigación, son imprescindibles. Para distinguir la filtración dirigida a desviar el foco de la búsqueda documentada de una verdad. O para saber confiar más en la palabra de una fuente absolutamente fiable que en esa doctrina de contrastar en cinco o en siete voces lo que no sirve sino para reiterar una media verdad.

La charla con la que concluye el libro de Martí Gómez tiene la cualidad de huir del sermoneo y la solemnidad tanto como de la resignación. La amigable confrontación de reflexiones y experiencias entre Del Pino, Ramoneda y Évole, con Martí Gómez como conductor o testigo discreto, parte de la confesión de que están hablando unos “privilegiados” en una profesión absolutamente diezmada y acorralada. Se trata de voces de distintas generaciones, curtidas en radio, televisión y prensa, con los matices que eso significa, pero coincidentes a la hora de señalar que los grandes grupos de comunicación no están interesados en el buen periodismo y en su dimensión social. Que quedan o surgen “rendijas” de libertad en esos grandes medios. Que vivimos “un periodo de guerrillas”, en palabras de Ramoneda corroboradas por Évole. Y que en la realidad digital abunda, como en televisión, la pura banalidad o entretenimiento, pero también aparecen nuevos medios sin ligaduras al poder económico, político o financiero que se esfuerzan por utilizar las nuevas herramientas precisamente para ejercer un mejor periodismo.

Cita Martí Gómez, en un pasaje del libro, algo que le dijo en su día la escritora Ana María Matute: “La experiencia es algo que te llega cuando ya no te sirve para nada”. Lo indudable es que la experiencia propia puede servir a otros. La de Martí Gómez reivindica “el oficio más hermoso del mundo” al tiempo que advierte sobre el riesgo de extinción de la especie de los periodistas si “en lugar de patear la calle rastreando historias se sientan al ordenador como si fuese un juguete”. Como los chimpancés. Como los gorilas. Eso es exactamente lo que al poder interesa que hagamos.

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Nativel Preciado (1948, Madrid) ha escrito, como Martí Gómez, una crónica personal, repleta de vivencias directas que incluyen también el periodo de finales del franquismo y la Transición de la dictadura a la democracia y llegan hasta el día de hoy. La ha titulado Hagamos memoria (Fundación José Manuel Lara), y coloca el foco principal en la compleja relación entre políticos y periodistas. Utiliza Preciado un recurso original para acercar la narración al presente y trasladar una constante sensación de déjà vu: charla con “un joven politólogo (la profesión de moda), listo y culto… que está colaborando en una investigación sociológica sobre las causas de la decepción política de los españoles”.

La conversación entre la veterana periodista y el joven politólogo bloquea la más mínima tentación de caer en “batallitas del abuelo” o en la recreación de mitos establecidos desde la melancolía, pero a la vez aporta la clarividencia de que no se descubre cada día el Mediterráneo. Cada página añade elementos que llevan a la conclusión de que nada de lo que estamos viviendo es completamente nuevo. Cada línea de este Hagamos memoria es una cura de humildad, para políticos y periodistas, así como una reivindicación del protagonismo de los ciudadanos como principales impulsores de todo cambio profundo.

Nativel Preciado parte de una convicción que no es frecuente en la literatura periodística (ni política) memorialista: “Muchos tienden a confundir la historia con su propia biografía… Dicha confusión entre la historia y cómo la vivimos, nos lleva a mitificar el pasado; porque de jóvenes éramos arrogantes y nos creíamos muy listos. Lo mismo que les sucede a los políticos de ahora”. Así que Preciado intenta en todo momento tener en cuenta el presente y analizar el pasado desde la autocrítica y la humildad, huyendo de la mitología de la Transición, pero también de la demonización facilona de la misma. Sólo se puede ser mínimamente “objetivo” si se empieza por asumir la subjetividad que impregna cualquier visión del presente o del pasado. Por eso denuncia Nativel Preciado la abundacia de “memorias alteradas”, y pone el ejemplo del intento de golpe del 23-F y el empeño de unos cuantos diputados en contar que permanecieron en pie como Suárez o Carrillo, pese a que las imágenes grabadas y los testigos presenciales los dejan en evidencia. El relato de Preciado gana aún más credibilidad en el momento en que relata cómo se inventó que estaba embarazada para poder escapar de las metralletas que la apuntaban en una sala del Congreso tomado por el coronel Tejero.

Preciado ejerció el periodismo parlamentario justo cuando el Congreso acababa de recuperar la potestad de legislar democráticamente la gobernación del país, por cierto sin mayorías absolutas, todo pendiente de cada pacto o transacción puntual. Recuerda la autora el altísimo nivel de transparencia informativa en materia política, basada no en la convicción sino “en las inquinas de unos contra otros”, especialmente entre los diversos grupos que conformaban la UCD de Adolfo Suárez. Por el libro van desfilando datos, imágenes, entrevistas recuperadas con los principales protagonistas de la evolución política, y reconoce Preciado que entre los periodistas “había más compadreo con los socialistas (“lo mismo que ahora sucede entre los informadores más jóvenes y los dirigentes de Podemos”), por una cuestión de afinidad generacional, ideológica y hasta estética.

Quizás ese sea el mayor valor del testimonio de Nativel Preciado: su permanente intento de confrontar la realidad actual del periodismo y de la política con la que se vivió hace cuarenta años. “No tiene sentido el afán exterminador de los nuevos frente a los viejos”, le explica a su interlocutor politólogo, y le recuerda que “los tiempos de penuria son nefastos para la solidaridad”. Lo cual es válido para la política (para la vida misma, desgraciadamente) y para el periodismo. Y Nativel sabe de lo que escribe, porque durante sus primeros años sufrió la precariedad absoluta de este oficio y el obstáculo añadido de ser mujer, acosada en el trabajo hasta extremos denunciables judicialmente. “Dudo que a mi generación le dejaran mejor herencia que a la vuestra”, le espeta al interlocutor politólogo, que reacciona ofreciendo a Preciado a una interpretación indignada del presente: “Encontraste el trabajo que más te gustaba cuando todavía estudiabas en la Universidad. Tus penurias laborales se reducen a que te acosaban y te pagaban poco. Hasta en eso, lejos de avanzar, hemos retrocedido. Ya quisiéramos muchos haber tenido la mitad de tu suerte”.

Las páginas de Hagamos memoria van reflejando éxitos y derrotas, logros y miserias del oficio del periodismo y de la política no entendida como servicio público. No tiene precio el relato de la relación entre protagonistas de la Transición y periodistas que ejercían su oficio bajo contaminaciones diversas, la confirmación autorizada de la “bula mediática” de la que durante tres décadas gozó la monarquía de Juan Carlos I y el fin del silencio pactado sobre los dislates cometidos por el estandarte del juancarlismo. Preguntada Preciado por el futuro de la monarquía con Felipe VI, y por el carácter anacrónico del régimen, recuerda aquella frase de Cambó: “Las monarquías no caen por los republicanos sino por su propia obra”.

Hasta llegar al capítulo XVI, en el que Preciado hace un repaso de las definiciones clásicas del periodismo y las pasa por el filtro de la realidad y el escepticismo. Huye de los mitos para asumir, con Jean François Revel, que “la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira” y para añadir que “la democracia no puede vivir sin una cierta dosis de verdad”.

No es nada fácil encontrar periodistas que prefieran confesar debilidades antes que perorar desde los púlpitos: “Admito que perdí la objetividad con algunos políticos…”, escribe Nativel, y cita entre ellos a Ernest Lluch, Txiqui Benegas o Santiago Carrillo. Concluye Preciado con un doble mensaje: por una parte, el diagnóstico de la grave situación del oficio (“la mitad de mis colegas se sienten explotados y la otra mitad fracasados”) y por otra una reivindicación de la urgente necesidad de fortalecerlo, “porque la prensa libre es la mejor inversión contra la tiranía”.

Y conviene no olvidar que la tiranía en estas primeras décadas del siglo XXI se identifica sobre todo con los poderes económicos y empresariales, con esa globalización financiera capaz de convencer al ciudadano de que su único rol es el de consumidor/elector, en un formato de democracia cada día más limitada y débil, entre otras razones por la galopante fragilidad del periodismo independiente.

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P.D. Además de los dos libros de memorias reseñados, en los últimos meses se han publicado interesantes análisis más académicos sobre la situación del periodismo y su futuro. Josep Carles Rius (Valls, 1956), profesor de Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona y presidente de la Fundación Periodismo Plural, ha escrito un trabajo titulado Periodismo en reconstrucción (Universitat de Barcelona Edicions), que aborda con detalle los factores que han contribuido a la gran crisis de los medios en España y al mismo tiempo se muestra optimista sobre las posibilidades que ofrecen las nuevas apuestas nacidas en el ámbito digital. Pascual Serrano (Valencia, 1964), fundador de Rebelión.org y autor de trabajos críticos con los grandes medios tradicionales como Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo (2009) o Traficantes de información. La historia oculta de los grupos de comunicación españoles (2012), acaba de publicar un nuevo ensayo titulado Medios democráticos. Una revolución pendiente en la comunicación (Ediciones Akal). El libro analiza la realidad del ecosistema mediático en Latinoamérica, desmonta tópicos y denuncia el papel de agentes políticos que han ejercido grandes medios en esos países. Las nuevas legislaciones que limitan, por ejemplo, las posibilidades de que los bancos sean propietarios de cabeceras periodísticas o audiovisuales, o las medidas que fortalecen el papel de los medios públicos de información son absolutamente interesantes para ubicar en su justo punto el estado de salud del periodismo en Europa. Y para denunciar las consecuencias antidemocráticas que suponen la concentración de la propiedad de los medios y la formación de oligopolios.

*Jesús Maraña es periodista y director editorial de infoLibre.

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