Defensa de las ‘Rimas’

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Marco Antonio Campos

Las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer es un pequeño libro que acompaña en el alma toda la vida. Varios de sus breves poemas forman parte del imaginario colectivo y generaciones van y generaciones vienen y siguen repitiéndolos. Para quienes los leímos desde edad muy temprana, forman parte de nuestra biografía amorosa, y luego, cuando los hemos vuelto a leer, encontramos una y otra vez matices que nos eran ajenos, imprevistas percepciones, la exactitud al dibujar imágenes que parecen indecisas, ese algo dicho como de sesgo. Como si anticipara una gran vertiente de la poesía del siglo XX, Bécquer se valió también en algunas ocasiones del habla coloquial y del áspero prosaísmo.

Como buen romántico, Bécquer creyó en la inspiración, aspiró al genio y sintió que algo divino tenía dentro de él. Las Rimas están limadas y cuidadas línea por línea y su versificación da la impresión de estar siempre detalladamente trabajada. Las Rimas son ante todo la historia de una triste aventura amorosa, y tal vez haya en ellas más de una mujer. El amor y el desamor, una vida apegadamente triste y la obsesión de la muerte, son quizá los motivos esenciales de los poemas, en los cuales hay siempre detrás una idea, la cual se desarrolla calculadamente de principio a fin, según la forma y el metro que se utilice.

A lo largo de las Rimas hay un ambiente sombrío y gris como de fines de otoño y principio de invierno madrileños: nieblas melancólicas, luces pálidas, fuegos fatuos que engañan en las noches, penumbras como de leve sueño. En diversos momentos de su obra hallamos —sentimos— ternuras, tristezas, sueños angustiados, fugaces goces, ironías ácidas. Oímos o vemos repetidos suspiros, besos, miradas, lágrimas.

Hijo de pintor, Bécquer, fue un notable dibujante y sus poemas a menudo nos parecen trazos hechos también con un lápiz incisivo y exacto. Muchos no dejan de guardar un misterio, en el que Bécquer tanto creyó, y que es un elemento indispensable en la poesía.

En prosa escribió también leyendas, narraciones, artículos y cartas literarias, donde hallamos también sus preocupaciones esenciales, pero aquello por lo que persiste y persistirá son sus Rimas, y quizá, en especial, por algunas que perviven en el recuerdo de las generaciones, como esas que empiezan con los siguientes versos: "No digáis que agotado su tesoro" (IV), "Del salón en el ángulo oscuro" (VII), "Sabe, si alguna vez tus labios rojos" (XX), "¿Qué es poesía?" (XXI), "Los suspiros son aire y van al aire" (XXXVIII), "Cuando me lo contaron sentí el frío" (LI), "Volverán las oscuras golondrinas" (LIII) y "Esta armazón de huesos y pellejo" (LVII).

Bécquer nació en Sevilla en 1836, y su vida, poblada de sombras y desdicha, tuvo su fin a causa de la tuberculosis en la ciudad de Madrid en 1870. No hay tal vez un poeta romántico más íntimo en la lengua española que él. Al sentirlo en sus poemas siempre cerca, siempre tan actual, nos parece increíble que hayan pasado cerca de ciento cincuenta años desde su fallecimiento.

*Marco Antonio Campos es poeta y crítico literario.Marco Antonio Campos

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