‘El día que el triunfo alcancemos’, de José Andrés Torres Mora

El día que el triunfo alcancemosJosé Andrés Torres MoraTurpialMadrid2015

Este es un libro raro, por infrecuente. Habla de política con un tono sosegado y con profundidad. A diferencia de otros muchos libros escritos por políticos, que suelen estar llenos de vaguedades, buenas intenciones y lugares comunes, este es fruto de una reflexión original. Su autor, José Andrés Torres Mora, es diputado del PSOE y profesor de sociología (o al revés, el orden de los factores no altera el resultado). A partir de artículos de opinión que ha ido publicando a lo largo de los años en diversos medios, ha dado forma a este libro, que recomiendo con entusiasmo, pues se lee con gran facilidad y hace pensar.

Advierto al lector que no es un libro neutral. Torres Mora defiende con orgullo la labor del PSOE frente a las críticas procedentes de la derecha y de la izquierda más pura. Sin embargo, no es en absoluto un libro sectario: quienes, no compartiendo sus coordenadas ideológicas, se animen a leerlo, no podrán desentenderse de sus argumentos apelando al origen partidista del autor.

Rompiendo tópicos, el libro sale al paso del descrédito de la política que se ha extendido por toda la sociedad durante los años de la crisis. A juicio de Torres Mora, España, además de una crisis económica, sufre lo que él llama una “crisis de diagnóstico”. El problema principal que tenemos es el de un modelo productivo que no genera suficiente empleo y que no permite financiar adecuadamente nuestro Estado de bienestar. Pues bien, el diagnóstico dominante consiste en suponer que la causa de este problema está en la clase política y en las instituciones de nuestra democracia representativa. Según dicho diagnóstico, nuestras dificultades se acabarán cuando desaparezca la corrupción y se “abra” el sistema. Aquí el autor detecta una cierta convergencia entre la derecha neoliberal y la izquierda no socialdemócrata, ya que ambas han centrado sus ataques en las élites políticas. Dichas élites se comportan “extractivamente” (crítica neoliberal), o no atienden las demandas ciudadanas (“no nos representan”, crítica izquierdista), por lo que cualquier solución pasa por despojar a los políticos de sus privilegios y por limitar su capacidad de acción (ya sea mediante el gobierno de los tecnócratas, ya sea mediante “la gente” o “el pueblo”).

Torres Mora cuestiona que estos problemas puedan estar en la base de nuestros malos resultados económicos. Además, continúa el autor, si algo ha revelado la crisis es la debilidad e impotencia del poder político frente a otros poderes. Torres Mora relata algunas anécdotas muy aleccionadoras sobre su experiencia como diputado, señalando la soledad del legislador ante los abogados, expertos y técnicos de los grupos de presión. Con todo, más que ahondar en las tácticas del poder económico, se centra en la enorme influencia que tienen en la política la Justicia y los medios de comunicación. Dicha influencia resulta especialmente perniciosa por tratarse de poderes sin legitimidad democrática y que, por tanto, no rinden cuentas ante la ciudadanía. Me ha parecido especialmente aguda la crítica a las exigencias de total transparencia en el funcionamiento de la democracia representativa, pues dichas exigencias acaban siendo una coartada para hacer inviable el ejercicio de la representación: la política se transforma en una especie de Gran Hermano en el que los políticos no pueden dejar de actuar sabiendo que están permanentemente observados. Asimismo, creo que Torres Mora desmonta con gran contundencia muchos de los lugares comunes sobre los privilegios y usos de los políticos (los coches oficiales, las “pellas” en los plenos del parlamento, etc.), que se emplean de manera demagógica para debilitar aún más al entramado representativo y hacerlo más dócil ante los poderes económicos.

Aun estando de acuerdo con el planteamiento general del autor, que funciona como eficacísimo antídoto contra muchas de las necedades que se dicen sobre nuestro sistema representativo, creo que en algunos momentos su argumentación está excesivamente a la defensiva. Con intención de propiciar el debate, mencionaré tres cuestiones.

La primera es sobre la corrupción. Torres Mora se revuelve contra la acusación de que todos los políticos son corruptos, pero, según lo veo, va demasiado lejos en la negación: afirma que no hay datos comparados sobre corrupción (sin aclarar por qué no cree, por ejemplo, en los rankings de países que elabora Transparencia Internacional, o en las mediciones del Banco Mundial) y cuestiona la tesis de que en España hay corrupción; en todo caso, dice, hay corruptos que son descubiertos por la prensa o la policía y llevados ante la Justicia. Según escribe, “demostrar que el sistema está corrupto exige algo más que mostrar a un grupo de personas se han corrompido; exige demostrar que es el sistema político el que produce la corrupción” (pág. 64). Creo, empero, que esto es justamente lo que hemos ido descubriendo en estos años: la doble contabilidad de algunos partidos, las comisiones del 3%, el tráfico de influencias y la prevaricación en la recalificación de terrenos durante la época del boom, los amaños en los contratas públicas y las redes clientelares en algunos lugares, no constituye corrupción administrativa (los ciudadanos no tienen que recurrir al soborno o al enchufe para recibir los servicios del Estado), pero sí es corrupción política que va bastante más allá de una relación de casos aislados. Creo que los escándalos de los últimos tiempos descubren una corrupción no universal, pero sí estructural. Esa no es la causa de nuestro abultado paro, desde luego, pero es un asunto que, por sí mismo, parece de cierta gravedad, por decirlo suavemente.

En segundo lugar, tengo la impresión de que Torres Mora es demasiado escéptico cuando pone en duda la existencia de una “clase política”. Afirma que es un concepto que carece de “rigor sociológico” (pág. 25) y que su uso supone conceder terreno a los autores fascistas o protofascistas que lo inventaron. Viene a decir que los políticos tienen procedencias sociales, trayectorias profesionales e ideas políticas muy distintas, por lo que resulta imposible considerar que configuran una clase propia. Pero no es disparatado suponer que por su posición de poder las élites puedan desarrollar unos intereses corporativos y una visión compartida del proceso político que en ocasiones diluya el vínculo representativo (según describió en su momento Wright Mills, que era sociólogo y no precisamente de la escuela fascista). No digo que siempre haya de ser así, pero Torres Mora descarta (sin argumentarlo suficientemente) que pueda ocurrir. Las élites, como cualquier otra instancia social y política, pueden fallar en su cometido social.

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Finalmente, me gustaría hacer referencia al último capítulo del libro, quizá el más polémico, en el que el autor trata de refutar la acusación típicamente izquierdista de que el PSOE, cuando ha estado en el poder, no ha llevado a cabo políticas suficientemente progresistas. Aquí sale a la superficie la profunda desconfianza y los reproches mutuos que ha habido siempre entre socialdemócratas y comunistas: estos últimos ven a los primeros como unos social-traidores, mientras que los socialdemócratas se jactan de haber realizado reformas y políticas que han supuesto una mejora objetiva de la clase trabajadora frente al discurso purista e ineficaz del izquierdista. Las objeciones de Torres Mora suenan un poco ad hominem, pues se dirigen fundamentalmente al izquierdista, sin entrar a debatir si los resultados de los gobiernos del PSOE podían haber ido más lejos en algunos momentos especialmente críticos. El lector que no se identifique con el izquierdista furibundo al que se fustiga en el libro puede sentirse insatisfecho en la medida en que no se resuelve la cuestión sustantiva; tan solo se desactiva la crítica con tintes radicales.

Las tesis fuertes que defiende Torres Mora invitan al debate. En mi opinión, suponen un correctivo muy importante a las interpretaciones de mayor éxito mediático sobre lo que falla en nuestra democracia. Hacen falta más trabajos como este para construir una esfera pública exigente en la que sea posible un intercambio civilizado de argumentos sobre la política. No dejen de leer el libro, no se arrepentirán. Es un lujo tener representantes políticos de la categoría intelectual de José Andrés Torres Mora.

*Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III. Su último libro es 'La desfachatez intelectual' (Catarata, 2016).Ignacio Sánchez-Cuenca'La desfachatez intelectual'

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