Esta pieza pertenece a un monográfico sobre el exilio, coordinado por el profesor Antolín Sánchez Cuervo. Consulta todos los temas en el número 75 de Los diablos azules. Antolín Sánchez Cuervo el número 75
Eduardo Nicol nació el 18 de diciembre de 1907 en la ciudad de Barcelona y falleció en la ciudad de México el 6 de mayo de 1990. Desembarcó del buque francés Sinaia en el puerto de Veracruz, México, el 13 de junio de 1939 (“sin un amigo, sin un centavo en el bolsillo y sin saber qué me iba a pasar”). Se integró desde 1940 como profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde fundó, con Eduardo García Maynes, el Centro de Investigaciones Filosóficas en 1941. En 1946 creó y fue director del Seminario de Metafísica, además de miembro del Institut Internacional de Philosophie (París);y miembro fundador de la Asociation Guillaume Budé (París); Fellow de la Guggenheim Foundation (New York). Fue Profesor Emérito y distinguido en 1986 con el Premio Universidad Nacional de la UNAM (México) y en 1988 le fue concedida la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio (España). A la fecha su obra consta de una veintena de libros y un amplio archivo actualmente en revisión, depositado en la Biblioteca Tomás Navarro Tomás del Centro de Ciencias Humanas y Sociales-CSIC de Madrid, en el cual existen textos inéditos.
Un metafísico
“…Solo soy un filósofo, un metafísico”1. Con estas palabras Nicol tomaba postura en junio de 1965 frente a cierta interpretación sociológica, polémica y astringente de su pensamiento, que se había publicado dos años antes en la revista estadounidense Philosophy and Phenomenological Research. En su respuesta, titulada Algunas indicaciones en torno a la metafísica de la expresión, aclaraba qué es eso de ser un filósofo, un metafísico. Aquí la historia y la voz del filósofo de origen catalán:
Proponemos esta puerta de ingreso a la exploración de la figura del metafísico, tal y como la asume Nicol, en tanto que filósofo.
El carácter no contagioso de la metafísica puede atenderse en el hecho de que la obra de Nicol no fue, en sus 50 años de producción, producto de una influencia epidemiológico-académica, sino de una labor ardua cuya intención lo ocupó en restituir a la metafísica su derecho y justificación como ciencia, aunque para ello tuviese que mostrar su falta de vigencia teórica, pues a Nicol no le bastaba aquello de “vivir a expensas, como en otros tiempos, de la propia tradición y permanecer recluso en ella”3. Así, Nicol interroga por el presente de la metafísica y sugiere que este ha de ser planteado como una pregunta desde la sospecha, no solo sobre su funcionamiento, límites y alcances como saber, sino también sobre su dependencia de criterios extrínsecos a su validez. Por ejemplo, los de carácter tecnológico, fruto de los últimos dos siglos de procesos teóricos y de métodos de investigación aplicada
Dar razón del presente de la metafísica implica entonces, en gran medida, responder por su vigencia, cuestionada desde los criterios y factores que se le exigen a otras ciencias. Porque, más allá de todo balance, ¿acaso alguien se cuestiona por el presente de la astrobiología, la microbiología o la física cuántica? La existencia de estas y otras ciencias mantiene unos cimientos de aceptación incuestionada, aunque sean pocos los entendidos en el tema, oscuros sus objetos de estudio y, consecuentemente, seamos legión los profanos.
La embarazosa escena acontecida en la universidad norteamericana y narrada por Nicol, un metafísico, nos dota de una imagen de cómo andaría el estatuto de la ciencia primera entre los departamentos de filosofía en los que, ya para la década de 1960, el panorama de la incertidumbre y descrédito de la metafísica era asunto público. Entonces como ahora campeaba el recelo y renuencia sobre la “metafísica”, término usado a capricho para hablar de creencias y especulaciones que podrían ser consideradas legítimamente exóticas, pero acientíficas por ocuparse de objetos que no pueden ser verificados o señalados en objetos específicos bajo procesos de análisis y experimentación, más allá del orden de la experiencia. ¿Qué estatuto debería darle el filósofo a estos pareceres? No otro, piensa Nicol, sino el de la crítica externa a la propia metafísica que abochornan al filósofo, pero que no bastan para poner en crisis a la ciencia mayor. Dicha puesta en crisis solo la puede hacer la ciencia crítica por antonomasia: la filosofía, cuando cuestiona su propia forma de proceder, esto es, cuando plantea una crítica de la razón.
Un filósofo creador
Sereno, Nicol sostiene: “solo soy un filósofo, un metafísico”. Resulta intrigante una obra escrita en castellano que no fue renuente ni huidiza, en su fundamentación, a servirse del término de linaje griego, hasta el extremo de titular su obra central Metafísica de la expresión. No se trata de una ingenuidad ni obstinación nicolianas. Innumerables páginas publicadas, pero también folios de archivo en los que se encuentran notas de investigación, preparativos del Seminario de metafísica, orientaciones, retracciones y revisiones críticas que pasan revista a los grandes maestros de la historia de la filosofía, nos ubican en el trabajo que Nicol realizó para asegurarse de que su escritura o bien afirmaría a la metafísica después de un arduo proceso crítico o definitivamente rompería con ella como “cosa del pasado”5. El espíritu de revolución teórica y de innovación filosófica sostiene permanentemente la tarea de Nicol, que en este caso consiste en la única manera posible de desarrollar una crítica de la metafísica: “asumiendo su pasado entero, en la tarea de una revisión que permita aligerar la marcha y prescindir de lo que ya no pueda servirnos para el futuro”6. Palabras que resuenan como un ejercicio de apropiación fenomenológica del ambicioso proyecto que es y fue “la destrucción de la historia de la ontología” de Ser y tiempo con Martin Heidegger7.
Así, la construcción de una metafísica de la expresión parte de la misma puesta en cuestión de su quehacer:
Aquí Nicol distingue entre la vocación filosófica y la profesión académica. Puesto que la profunda crisis de la metafísica con la que se confronta requiere, no solo lo que él llama “artificios del puro tecnicismo” y rigor de la profesión académica, sino también de una vocación de problemas en la que el filósofo ha de ser capaz de poner su tradición en crisis, internamente, suspendiendo provisionalmente la validez de los instrumentos teóricos de que se sirve, todo ello para emprender una actividad creadora; para ser un filósofo creador, un revolucionario:
Para Nicol, la revolución es la confirmación de facto de que la libertad es un acto posible, un dato de aquello que el revolucionario afirma: la no sujeción a un modo de ser o hacer impuesto. Se advierte que una obra filosófica revolucionaria no podría surgir de un sistema que había agotado sus recursos, o de la desesperación por un futuro más benévolo. Hacia 1980, cuarenta y un años después del desembarco en Veracruz, Nicol aclara:
Metafísica de la expresión: nada nuevo por descubrir
Hasta aquí podemos observar que Eduardo Nicol, uno de los filósofos de lengua española más representativos del siglo XX, se interroga por el presente de la metafísica; afronta el descrédito de la misma causado por factores externos que no pueden ponerla en crisis, pues para realizar esa operación se requiere un profundo ejercicio de reflexión sobre la historia de la filosofía, en particular sobre la metafísica, para el que no es suficiente con ser un artificioso ni tener oficio intelectual. De ahí que “…solo soy un filósofo, un metafísico” es la indicación directa de que se asume una vocación innovadora, revolucionaria, misma que funciona desde el principio como la asunción de los primeros asombros filosóficos entre los helenos; como el desarrollo de los problemas y respuestas a la pregunta por el ser a lo largo de la historia de la filosofía, y la específica puesta en crisis de la metafísica bajo la suspensión de los presupuestos acreditados como válidos por la historia. Desde ahí Nicol muestra las fallas de la “vieja ciencia del ser”; pero, al mismo tiempo, crea los conceptos, teorías y métodos que permitirán a la metafísica ser considerada la ciencia del ser y el conocer11. Entonces, “los fundamentos de las ciencias deben ser comunes a todas ellas, y corresponde a la ciencia que se define a sí misma como ciencia de los principios y esta es la metafísica”12. Veintitrés años (1942-1965) bajo postulados fenomenológicos, hermenéuticos, dialécticos e historicistas llevan a Nicol a trabajar en la metafísica de la expresión, un sistema de categorías ontológicas como las de relación, evidencia, acción, movimiento, temporalidad, contingencia, entre otras. Desde estos conceptos, inspirados en los datos fenoménicos de la realidad, Nicol intenta neutralizar y dejar atrás a la “metafísica tradicional de la razón”: aquella que para pensar el ser definió principios de identidad, ocultó o alejó la dignidad ontológica de nuestra realidad, privilegió los métodos como caminos de conocimiento de unos cuantos y despreció el conocimiento pre-científico, suspendió al tiempo para pensar no solo la estabilidad sino la eternidad abstracta13. Veamos en pocas palabras lo que esto supone.
Nicol propone que el principio y objeto primario de la metafísica de la expresión no sea una forma de operar de la razón, sino una evidencia tal y tan común que no deba buscarse al estar universalmente presente, además de prestar certidumbre y certeza a los seres humanos de la realidad. Es así un principio con el cual se cuenta cuando se inicia el proceso de investigación y de construcción teórica. Sentencia Nicol que: “La investigación se inicia para saber cómo son las cosas no para decidir si existen o no. Partimos con la certeza de que aquello que investigamos es. El Ser no puede ser probado teóricamente, no hay alternativa; en este sentido no es un supuesto, así que: o permanecemos en la duda acerca de él antes y después de la teoría o bien hay una certidumbre que precede a todo proyecto y método posible”14. Por ello la evidencia del Ser no es una experiencia singularizada ni aislada ante un sujeto pasivo, sino una presencia activa y activada, una presentación entre sujetos: “una operación simbólica, dialógica”, es decir, expresiva, un acto de expresión de un ser que existe presentándose-presentando al ser: el ser de la expresión15.
Todos los seres humanos somos entonces sujetos de conocimiento cuando nos comunicamos mediante una referencia común que es la misma para todos. Esta es una “revolución alegre”, porque “Hay ser”; “el ser está a la vista” y su forma de haber y de estar es una evidencia de la que se habla y que se expresa entre nosotros: hablamos del ser. Pero esta metafísica de la expresión “no encuentra nada nuevo”, afirma su autor. En sentido estricto solo nos permite esclarecer lo que ya poseíamos, y que fue alejado u ocultado bajo estructuras sistemáticas, teoréticas, que supusimos como válidas e incuestionables bajo el desarrollo de la historia de la metafísica y de argumentos de autoridad.
Ha de cambiar la manera de filosofar
Nicol, un metafísico, no propone entonces la reactivación de los postulados de la vieja ciencia del ser. Antes bien, impulsa el esclarecimiento teórico del principio que no es una creación sino una posesión permanente1717: Hay ser. Piensa él que si se advierte este principio “no se debe temer entonces la tarea revolucionaria” de la metafísica: prescindir de ideas, autores, teorías de las más grandes aceptadas e incuestionables. Muchos problemas asomarán como artificiales, tal como sucede con el problema de la intercomunicación18; muchas dudas acerca del ser resultarán ociosas, tales como su eternidad inmutable, sus atributos y vías negativas de conocimiento.
Este periodo de la construcción del sistema de la metafísica de la expresión mantiene una robustez tan creadora como propositiva desde 1942 hasta 1965, cuando se publica en el Fondo de Cultura Económica Los principios de la ciencia. Después hay siete años en los cuales Nicol no publica un libro más. Si acaso artículos en revistas filosóficas, como aquel que hemos citado al inicio, y ensayos en columnas de periódico. Poco menos.
En la década de 1960 y tal y como se desprende de varios materiales de su archivo, Nicol piensa la estructura de lo que será su Crítica de la razón simbólica, la cual supone la recuperación, ordenación retrospectiva de los logros del sistema de la metafísica de la expresión, y el comienzo consecuente de la tarea revolucionaria: una propuesta novedosa en el pensar. Pero Nicol toma distancia, no sólo de su obra sino también del mundo en el cual busca desarrollar la anhelada revolución teórica. ¿Qué es aquello que retrasa durante siete años la publicación de su siguiente libro y diecisiete en total la de su Crítica de la razón simbólica, subtitulada La revolución en la filosofía? Algún esbozo de respuesta se puede advertir en las primeras páginas de El Porvenir de la filosofía (1972), en lo que Nicol titula El prefacio del temor. El autor da cuenta ahí de la necesidad de volver a aquellas experiencias primitivas de la filosofía, aquellas que los presocráticos activaron con la audacia de su pensamiento. Sin embargo:
Finalmente, sentencia:
El nuevo régimen de razón de fuerza mayor
Hay un cambio interno en la obra de Nicol, que es lo que ahora buscamos enfatizar y que tiene que ver no sólo con el largo periodo de formulación temática y de vías de aproximación, pues siete años implicaron no solo un cambio de estilo. La robustez de argumentos tan sólidos como asertivos que son propios de la Idea del hombre (1946), Metafísica de la expresión (1957), o los Principios de la ciencia (1965) dio lugar a los tránsitos de exposición, análisis, ajustes y propuesta de una obra que, entre 1972 y 1982, expresa temor ante el fin, incertidumbre no de ni por la filosofía sino por aquello que crece exponencialmente y que lleva a Nicol a alterar el programa mismo de la filosofía de la expresión. Los núcleos temáticos de El porvenir de la filosofía ni de su posterior La reforma de la filosofía (1980) ya no serán los principios de la ciencia, el tiempo, la apodiciticidad o la expresión
El porvenir de la filosofía destaca porque en ella Nicol atiende a situaciones, que a decir de nuestro autor, serían marginales, externas y hasta anecdóticas en otros momentos históricos de la filosofía; pero que ahora son sintomáticos de un periodo en el que toman protagonismo conceptos primarios que amenazan no exclusivamente a la metafísica, a la filosofía o la ciencia, sino al orden integral de la cultura, como construcción histórica diversa, accesible y universal por cuanto posibilidad humana. El Porvenir no polemiza sólo contra Parmenidés, Hegel, Kant, Heidegger, o el personalismo de Ortega y Gasset. Más allá de la crítica de la metafísica tradicional, emerge la preocupación ante evidencias ineludibles de algo más: conceptos como los de violencia, vida, libertad, enajenación, naturaleza amenazada, tecnología, velocidad, protesta juvenil… Todas ellos permiten explicar lo que Nicol formula como “la razón de fuerza mayor”, un régimen de razón que se caracteriza por:
1° la sustitución del tradicional régimen de las ideas (“el régimen de la verdad”);
2° una racionalidad artificial, que no puede ser la originaria razón natural, pero tampoco la razón desinteresada de las vocaciones libres, como la filosofía, la mística, la poesía, etc
3° una racionalidad que centra sus funciones en una aspiración conjunta, a saber, la pervivencia de la especie, y no ya el mantenimiento de las comunidades en las ideas vitales;
4° una razón que no da razones, que no es crítica de sus alcances, sus fundamentos, sus aspiraciones, ni de finalidades o posibilidades, sino que su fin es único y forzoso. Una razón cuyas funciones y acciones son conducidas al único fin de la subsistencia de la especie.
Frente a todo ello, la finalidad filosófica del
Por fuerza ha de cambiar ahora la manera de filosofar. Escribiendo, ya no somos dueños de nuestro propio estilo: las realidades imponen otra manera que es interrogativa y reiterativa; que no presenta las ideas terminadas, sino que llama a presentar su gestación. En la gestación misma y no en el resultado ha de resonar la llamada saludable.
si bien podemos evocar la experiencia originaria [de los presocraticos], no podemos en cambio reproducirla, ni guardando distancia histórica. Ahora hemos de filosofar como si cada día pudiera ser el último. Ha ocurrido algo nuevo, sin precedentes, que nos pone en una situación vital tan decisiva como la de los presocráticos. La presunción del fin, hace que el fin y el principio se reúnan en nuestra mente, como si pudiéramos y tuviésemos que presenciar simultáneamente los dos crepúsculos. [...]. Eso que está ocurriendo es algo tan difuso y ambiguo. Lo que vendrá después no podemos vaticinarlo. Pero la fuerza de lo síntomas actuales de peligro ha bastado para que tomase ya forma de concepto el vago temor de un fin de la filosofía.19
Solo el filósofo creador, el pensador en tanto que poietés, puede lograr una comprensión de la crisis del sentido que sufre la filosofía, y sólo puede lograr que participemos de su comprensión comunicando una experiencia que es personal y filosófica a la vez. Sus declaraciones conmueven, sin perjuicio de la pureza del pensamiento, porque no revelan una intimidad emocional: revelan más bien la intimidad de una filosofía cuya esperanza es insegura.10
Las revoluciones filosóficas no son nunca locales. Quiero decir, no se producen nunca en un sector separado, sin afectar al resto. Por ejemplo, la ética, pero no la ontología; la ontología pero no la epistemología. Lo que está en crisis en una situación revolucionaria, es el sistema entero de la filosofía, su organismo integral. Por tanto, la solución de tal crisis, ha de ser, no una teoría original (esto se da por supuesto), sino una nueva fundamentación. Esta teoría dice la gente del oficio que es revolucionaria. Pero esto se dice sin precisar en qué consiste la revolución. No es un cambio de una filosofía por otra; no es una mera crítica de los antecedentes. La revolución es una operación global y unitaria, que señala un cambio de orientación en la forma de pensar. La revolución es ante todo un estado de conciencia filosófica: una conciencia de la situación9.
¿Qué sentido tiene hacer metafísica en nuestros días? ¿Cómo pueden los filósofos sustraerse de tal modo a las exigencias imperiosas de la realidad, y sobre todo de esta realidad vita, tan agitada y agobiante en la actualidad? ¿Cómo pueden sino es por carencia total de sensibilidad humana, seguir ocupándose de cuestiones que a nadie importan, explicar teorías viejas, o incluso inventar nuevas teorías que nada resuelven, porque son puros artificios intelectuales? ¿Cómo pueden vivir, siquiera intelectualmente, sin nutrirse de realidades vivas, sino de una tradición ya muerta, que se aprende mecánicamente en medios académicos sofocados por inhibiciones vitales, y para fines puramente didácticos también?8.
Hay mucho que decir acerca del significado de la metafísica y lo he hecho en otro lugar. […] La profanación de la metafísica ha alcanzado en nuestros días incluso los círculos académicos, particularmente en este continente. Hace unos años, cuando visitaba a unos colegas en una de las universidades más grandes y antiguas de los Estados Unidos, el jefe del departamento de Filosofía me presentó a otro profesor con estas palabras: “El Doctor Nicol es un metafísico. ¡Él es un metafísico!” Sentí la necesidad (…) de aliviar al sobrecogido recién llegado. “Por favor, no se alarme señor”, le dije, “no es contagioso”. Lo cual es absolutamente verdadero.2
Porvenir de la filosofía es un proceso paulatino en su tránsito y esclarecimiento teóricos, tal y como enuncia el autor:
Este es el motivo de la detención de Nicol. Hacia 1966-1967 nuestro metafísico advirtió y dejó constancia en su archivo sobre la necesidad de que su Crítica de la razón simbólica. La revolución en la filosofía no procedería si antes no atendía a una racionalidad que crecía en magnitudes desproporcionadas y a velocidades preocupantes manifiestas en alteraciones sociales, políticas, culturales y tecnológicas, que en sí mismas concentraban un ejercicio que poco tenía de aleatorio, errático o ajeno a los actos humanos. Había una cierta racionalidad en su ejecución. No eran actos demenciales, faltos de razón, sino que se sumaban a un sistema de predisposiciones y dispositivos de regulación que hacían peligrar aquello que Nicol había denominado desde su tradición fenomenológica “la mundanidad”; es decir, la capacidad del hombre de hacer mundo, de crear universos referenciales con los otros y con el ser; las intenciones vitales y las capacidades humanas de dar razón. Lo hacían peligrar en la medida en que factores y procesos ineludibles que alteraban la cualidad de la razón histórica, libre y vocacional, crecían cuantitativamente ante las forzosidades21.
Conclusión
El periodo umbral del 65 al 72 atestigua, en tanto que tiempo de detención, la paulatina integración de componentes que se suman a la complejidad de una obra que se asumía metafísicamente revolucionaria por esclarecer los principios. El porvenir de la filosofía muestra a un metafísico cuyo tema de los principios del ser y el conocer da lugar al estudio de los fundamentos de la razón de fuerza mayor, pues se debe considerar si es posible la filosofía, y si una metafísica de la expresión tiene cabida en un mundo de lo ineludible y lo forzoso.
Tal como puede advertirse en su archivo, Nicol visualiza sus libros: El povernir de la filosofía, La reforma de la filosofía y la crítica de la razón simbólica como la extensión de un mismo problema, pues constituyen el desarrollo de una racionalidad combatiente, tan revolucionaria como reformadora, que requiere eso que Nicol enuncia como “una obra de Madurez escrita con ímpetu juvenil” ante un presente inquietante. Ese presente es el siglo XX que vio la instauración de los regímenes totalitarios, de los campos de concentración y exterminio, los genocidios, las detonaciones de las bombas atómicas, vinculados todos ellos con el ejercicio de la violencia excesiva que declaran la dificultad de pensar en nuevas formas de relaciones y asociaciones sociopolíticas donde la violencia no fuera intermediaria. De ahí que a finales del siglo XX las afirmaciones de una crisis, muerte o retracción definitivas de la filosofía, ante la desmesura suscrita, concentraron su devastación sobre la filosofía como orden de construcción conceptual, ejercicio de sabiduría y sendero espiritual diversificado de vinculación con los otros y lo otro. Así, en el Porvenir, Eduardo Nicol afirmará que frente la “precipitación frenética” y el “vacío interior” de la época contemporánea: “Es una novedad histórica, un fenómeno que no se había producido nunca antes de nuestro siglo: es la barbarie ilustrada”22.
Lo que hemos sugerido en este abordaje es no sólo una compleja riqueza de contenidos, sino también un proceso de creación filosófica que en ningún caso fue lineal, sumergida en la indiferencia de su tiempo. La obra de Nicol, a la luz de lo públicado y de su archivo, tiene el potencial de exponer fases de creación filosófica en las que las proyecciones, pretensiones y expectativas se confrontan con las propias condiciones, responsabilidades y la vocación de pensar el tiempo actual. Los veinte libros del corpus nicoliano, aquello que dicen, presuponen para los jóvenes investigadores de hoy un fondo más denso y fértil en su producción. Los procesos creadores y la escritura nicolianos en su propio archivo conforman una patrimonio conceptual invaluable de uno de los pensadores más sólidos, sistemáticos y cuya obra el autor depuró con enfoque autocrítico frontal.
Esperamos que esta presentación permita considerar la obra de Nicol en los tres momentos siguientes: 1) La creación de categorías filosóficas y la construcción del sistema de la expresión en su crítica a la metafísica de la razón, 2) el umbral de meditación de la década de 1965-1972 y 3) la elaboración de la crítica de la razón simbólica en el tríptico El porvenir, la reforma y La crítica como un tránsito en donde el filósofo crea, no sin errores y sin tropiezos, en un camino de distanciamientos y retornos, de miradas que son el movimiento del pensar cuando se las ve con la realidad de la que busca dar razón.
*Arturo Aguirre Moreno es profesor de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México. Arturo Aguirre Moreno
1. Nicol, E., “Algunas indicaciones en torno a la metafísica de la expresión”, en Nicol, E., Ideas de vario linaj, México, UNAM, 1990, p.39.
2. Ibid., p.40
3. Nicol, E., Metafísica de la expresión (1a. ed.). México, FCE, 1957.
4. Véase Nicol, E., Los principios de la ciencia, México, FCE, 1965.
5. Nicol, E., Metafísica de la expresión, México, FCE, 1974
6. Nicol, E., Metafísica de la expresión (1a. ed.). México, FCE, 1957.
7. Heidegger, M., Ser y tiempo (3a. ed.). Madrid, Trotta, 2012.
8. Nicol, E., Metafísica de la expresión (1a. ed.). México, FCE, 1957.
9. Nicol, E. (2007). “La revolución en filosofía”, en Nicol, E., Las ideas y los días, México, México, Afínita, 2007, p.462.
10. Nicol, E., La reforma de la filosofía, México, FCE, 1980.
11. Véase Nicol, E., Los principios de la ciencia, México, FCE, 1965.
12. Nicol, E., “El retorno a la metafísica”, en Nicol, E., Ideas de vario linaje, México, UNAM, 1990
13. Nicol, E., Metafísica de la expresión, México, FCE, 1974
14. Nicol, E. “Discurso sobre el método”, en Nicol, E., Ideas de vario linaje, México, UNAM, 1990, p.273.
15. Nicol, E. (1990). Verdad y expresión, en Nicol, E., Ideas de vario linaje, México, UNAM, 1990.
16. Nicol, E., Metafísica de la expresión (1a. ed.). México, FCE, 1957.
17. Nicol, E., “Algunas indicaciones en torno a la metafísica de la expresión”, en Nicol, E., Ideas de vario linaje, México, UNAM, 1990.
18. Nicol, E., “El falso problema de la intercomunicación”, en Nicol, E., Ideas de vario linaje, México, UNAM, 1990
19. Nicol, E., “Prefacio del temor”, en Nicol, E., El porvenir de la filosofía, México, FCE, 1972, p.9
20. Ibid., p.11.
21. Nicol, E., “Teoría de la mundanidad”, en Nicol, E., La reforma de la filosofía, México, FCE, 1980.
22.Nicol, E., “Origen y decadencia del humanismo”, en Nicol, E., Las ideas y los días. Ensayos e inéditos, México, México, Afínita, 20017, p.442.
Aunque la situación es nueva, el dispositivo de una investigación sobre el porvenir de la filosofía está acreditado [...]. Será una investigación de hechos, de causas y de relaciones, que llevará hasta los fundamentos; pues solo en contraste con estos habrá de resaltar lo que los conmueve. La razón habrá de manifestar de nuevo cuáles fueron las intenciones vitales que movieron al hombre a filosofar; qué ha representado en su existencia y en la historia la capacidad de dar razón; y, en fin, cuál es el género de esa razón que adquiere fuerza mayor en nuestro tiempo, y que actúa eficazmente sin el compromiso de dar razón, ni de sí misma, ni de sus objetivos [...]. La crítica de la razón tiene que ser ahora la crítica de las dos razones. Lo aventurado en este pensamiento crítico consiste en un temor y una duda que no se desvanecen con el método: no sabemos a ciencia cierta si una de la dos razones eliminará a la otra22.
Esta pieza pertenece a un monográfico sobre el exilio, coordinado por el profesor Antolín Sánchez Cuervo. Consulta todos los temas en el número 75 de Los diablos azules. Antolín Sánchez Cuervo el número 75