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“Cuando empecé a escribir me costó crear personajes similares a mí”

En 2016 la literatura fantástica y de ciencia ficción ya había investigado toda la galaxia, invitado a extraterrestres a casa, dividido a la Humanidad entre magos y tristes muggles y creado un anillo para gobernarlos a todos y atarlos a las tinieblas. Pero no había entregado ningún premio Hugo, el más prestigioso del género, a un autor o autora afroamericana en las más de seis décadas de historia del galardón. Después de haber conseguido la convivencia entre mundos irreales, futuros plagados de heroicos hombres blancos y, en algunas ocasiones, cierto aire conservador, en 2016 los fans de la fantasía otorgaban a Nora K. Jemisin el Hugo a la mejor novela, convirtiéndose en la primera escritora negra que triunfaba en la categoría más codiciada.

Jemisin (Iowa, 1972) presenta ahora en España la novela con la que consiguió el premio, La quinta estación (editada por Nova y traducida por David Tejera), el primer volumen de la trilogía La tierra fragmentada. El segundo tomo, The obelisk gate, ya ha sido publicado en inglés; y el último, The Stone sky, verá la luz en agosto. Ambos, llegarán también a España de la mano de la editorial Nova, después de que Minotauro publicase en 2011 y 2012 los dos primeros libros de su Trilogía de la sucesión. En esta nueva saga, Jemisin narra la historia de la Quietud, un lugar que periódicamente sufre catástrofes medioambientales que arrasan con la civilización. “La base de la novela es la gente afrontando un gran cambio, se trata de una saga épica. Y lo más inevitable, amenazante y el gran problema al que las personas probablemente tengan que enfrentarse es el planeta completo volviéndose contra ellas”, cuenta esta escritora a su paso por Madrid durante la promoción de La quinta estación.

Los habitantes de la Quietud están divididos en varias razas y castas en las que los peor parados son los orogenes, seres de piel oscura que tienen la capacidad de sentir, anticipar y frenar los desastres naturales. En principio, esta habilidad resultaría esencial en un mundo que tiende a la autodestrucción, pero no todos los orogenes saben controlar su poder, lo que implica un riesgo para sus vecinos. Por ello, tienen que demostrar que son dignos de la confianza que el resto recibe por omisión. Jemisin desarrolla la trama a través de tres mujeres orogenes: Damaya, una niña cuyos padres venden para que sea entrenada en un lugar conocido como el Fulcro; Sienita, una joven que está recibiendo ya instrucción; y Essun, una mujer en busca de su marido, que ha asesinado a su hijo al descubrir que poseía el don de la orogenia y ha huido con su otra hija.

Con esta propuesta, la escritora ahonda en cómo funciona el poder y los mecanismos del racismo en las relaciones sociales, a través de un género a menudo tachado de escapista. De hecho, cuando llevaba ya escrita la mitad de primera novela, Jemisin se planteó si no estaba trivializando un asunto tan grave de la vida real al abordarlo desde un universo metafórico. “La fantasía toma a los personajes y los coloca en diferentes sociedades y situaciones para extraer realmente cómo son los seres humanos”, explica, ya con toda la trilogía terminada y esa duda solventada.

Una comunidad de lectores más diversa

Cuando su editor le dijo que había sido la primera autora negra en conseguir el Hugo a la mejor novela –antes que ella, habían sido premiados en otras categorías escritores afroamericanos como Octavia Butler y Samuel R. Delany— Jemisin se sorprendió, evidentemente, para mal. “Nos decimos a nosotros mismos que somos más progresistas, los más futuristas, con una visión avanzada, pero no es verdad”, comentó entonces esta escritora que también ejerce como columnista en The New York Times Book Review. “Hay una gran parte de lectores que son mujeres y negras”, explica, “si ves las estadísticas sobre quiénes consumen ciencia ficción o las audiencias de las series, películas y videojuegos, te das cuenta que hay un 47% de mujeres, un 47% de gente de color... La mayoría de lectores de ciencia ficción que conozco son mujeres, negras y de mediana edad como yo”. Así las cosas, el consejo que lanza Jemisin está claro: “Los autores deberían ser más representativos del público que les está leyendo, simplemente porque esos lectores quieren verse reflejados en las historias que cuentan e incluso los escritores blancos pueden representar a mujeres y gente de color, sólo tienen que aprender a hacerlo bien. Son escritores y se suponen que eso es lo que tienen que hacer”.

¿Incide esa variedad de los lectores en las historias escritas por los fans? ¿Es el fandom más progresista que las narrativas originales? “En ocasiones sí lo son y en otras, no. Los seguidores de la ciencia ficción no son diferentes de cualquiera en el mundo. Absorbemos las mismas actitudes de la sociedad en la que vivimos. Incluso yo, como mujer negra, cuando empecé a escribir me costó crear personajes similares a mí porque nunca los había visto en la literatura, había crecido leyendo libros sobre nada más que hombres o chicos blancos. Así que, como eso era todo lo que había leído, era también lo que sabía escribir y me resultaba raro probar y poner como una heroína o lo que fuera a alguien como yo. Era extraño incluso verme a mí misma en una ficción. Me llevó mucho tiempo y práctica poder mejorar y cambiar esta situación”, confiesa la autora.

La ultraderecha contraataca

Así las cosas, en el universo de la fantasía y la ciencia ficción sucedió algo parecido a la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de EE UU: cuando pensábamos que íbamos hacia adelante, de repente apareció una realidad que no queríamos ver. En este género literario, los miembros de la nueva ola reaccionaria se bautizaron a sí mismos como los sad puppies y los rabid puppies (los cachorros tristes y los cachorros furiosos, en español), según la radicalidad de sus posturas. Estos grupos empezaron a operar en 2013 para terminar, entre otras cosas, con el multiculturalismo y los intentos de nominaciones paritarias en los premios Hugo. Les favoreció el sistema de votación de estos galardones, ya que para apoyar a los finalistas basta con hacerse miembro de la Worldcon (Convención Mundial de Ciencia Ficción) por 40 dólares, unos 35 euros, y nominar a quien quieras en las 17 categorías del certamen. “Los Hugo confían en un sistema de honor y en la buena fe de sus votantes. Si tú eres deshonesto y no actúas así, entonces el sistema resulta fácil de corromper”, opina Jemisin.

En 2015 consiguieron un gran impacto gracias a la ayuda de los ultraderechistas de la alt-right y llegaron a la final una mayoría de autores de su elección, a pesar de la poca calidad de los textos que en ocasiones se entregaron hasta mal escritos. “Si hubieran apoyado a buenos trabajos en la votación, la gente estaría dispuesta a considerarlos; pero su único objetivo era colocar a autores blancos y varones. En todo caso, el público de los Hugo reconoció su mediocridad y votó contra ellos”, explica la escritora. El envite se saldó con cinco categorías desiertas, un hecho sin precedentes desde la creación de los premios en 1955, y el reconocimiento a la mejor novela recayó en el escritor chino Liu Cixin. En la siguiente edición, cuando Jemisin ganó el Hugo, los cachorros volvieron a intentarlo, pero sólo consiguieron copar la mitad de los autores propuestos como finalistas. “Los sad puppies y rabid puppies todavía existen, pero ahora con objetivos más grandes. La alt-right estuvo un tiempo practicando, apoderándose de la comunidad de videojuegos, de los cómics y de los libros…. y continuaron el año pasado con las elecciones presidenciales de EE UU. Así que están menos interesados en la ciencia ficción porque… ahora mismo están en el poder”.

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En este agridulce contexto, la pregunta sería si, al menos, la gran notoriedad de la saga de Juego de tronos Juego de tronos(creada por George R.R. Martin y llevada a la televisión por HBO) ha ampliado el público de la literatura fantástica y de ciencia ficción. “Diría que gracias al éxito de Juego de tronos hay más gente, como guionistas y productores de cine y televisión, interesada y acercándose a mí en busca del próximo Juego de tronos”, confiesa Jemisin escéptica. “De todas formas, esta saga no abre mucho el público para escritores como yo, porque todavía se trata de una ficción situada en una época medieval, centrada en un grupo de gente blanca y en cosas sobre las que yo realmente no escribo”. “No deberíamos quedarnos estancados en la mitología del norte de Europa, ¿qué pasa con la del sur de Europa, la africana, la asiática o la de los nativos americanos? ¿Por qué no empezamos a mirar hacia los mitos de otros grupos de personas? ¿Por qué no creamos algo totalmente nuevo?”, se pregunta. “Eso es lo que yo quería hacer con la trilogía de La tierra fragmentada. No hay elfos ni nada parecido, sino que me inventé una nueva gente mágica porque quería crear algo que no hubiese existido jamás y eso es de lo que es capaz la fantasía.”

*Saila Marcos es periodista de Saila MarcosinfoLibre y tintaLibre.

 

En 2016 la literatura fantástica y de ciencia ficción ya había investigado toda la galaxia, invitado a extraterrestres a casa, dividido a la Humanidad entre magos y tristes muggles y creado un anillo para gobernarlos a todos y atarlos a las tinieblas. Pero no había entregado ningún premio Hugo, el más prestigioso del género, a un autor o autora afroamericana en las más de seis décadas de historia del galardón. Después de haber conseguido la convivencia entre mundos irreales, futuros plagados de heroicos hombres blancos y, en algunas ocasiones, cierto aire conservador, en 2016 los fans de la fantasía otorgaban a Nora K. Jemisin el Hugo a la mejor novela, convirtiéndose en la primera escritora negra que triunfaba en la categoría más codiciada.

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