Entre el entusiasmo y el miedo: sobre utopías tecnocráticas

Albino Prada

Cuerpos inadecuados: El desafío transhumanista a la filosofía

Antonio Diéguez

Herder

Barcelona (2021)

Ante la avalancha de best-sellers relacionados con utopías tecnófilas derivadas de avances en biología genética o en inteligencia artificial, Antonio Diéguez aporta en Cuerpos inadecuados un adecuado punto de vista bien documentado. Entre los entusiasmados y los atemorizados. Una posición que él denomina moderadamente crítica. Ni permisividad, ni prohibición total.

Eso sí, ante tal avalancha creo que queda claro de su lectura que el reto es gobernar (con "gestión pública democrática adecuada", dice Diéguez) lo digital y lo genético. Porque las utopías transhumanistas, que prometen el oro y el moro para dentro de muy pocos años, de lo que no quieren hablar es justamente de lo que ya están haciendo. Quizás porque son tecnologías no deterministas, sino conducidas por intereses y negocios.

No es casual que un transhumanista de primera división mediática como Ray Kurzweil sea ingeniero de Google. Y que, quizás por eso, el consumismo y los mercados orienten la gerociencia o las biogerontologías. Porque es el negocio de la salud de los mayores del primer mundo, y no la vida eterna prometida desde Silicon Valley, de lo que se trata. Y así, mientras trivializamos los graves problemas de salud pública mundial que nos aquejan, al final, si acaso, tendremos una casta mundial genéticamente mejorada basada en su previa ventaja económica.

Claro que con la otra mano esas mismas grandes compañías tecnológicas engordan oligopolios sin competencia real, dispuestos a gestionar asuntos de interés público (como la inteligencia artificial o el big data) sin participación pública. Siendo así que el problema con la inteligencia artificial sobrehumana (IAS) no es que sea más inteligente que la humana, sino que sería con toda seguridad más poderosa (más ganadora, como en el ajedrez).

Por eso las presuntas mejoras humanas derivadas de las nuevas tecnologías (genéticas, digitales u otras) ya sean físicas, mentales, emocionales o morales, habría que embridarlas con una previa discusión sobre los objetivos admisibles y los que no lo son. También sobre los medios a evitar en cuanto nos conduzcan a incertidumbres letales. Porque hablamos de transformaciones en el ser humano que podrían implicar su desaparición (página 84) y de manipulaciones que es dudoso puedan ser controladas en algún momento con suficiente seguridad (página 91). Cosas, claro está, ajenas a la lógica de los negociantes. Más si son monopolistas.

Por eso tiene que haber prohibiciones y moratorias. Porque una cosa son las manipulaciones curativo-terapéuticas y otra muy distinta las de presuntas mejoras. Y sucede que en no pocos casos las fronteras son borrosas. Quizás más urgente que mejorar cuerpos individuales sea mejorar el cuerpo social.

Algo tranquiliza el saber que la Unesco (1997, art. 11) en su Declaración Universal sobre el Genoma Humano no permita la clonación con fines de reproducción. En defensa de una evolución humana azarosa (de futuro abierto), frente a otra potencial guiada por una edición genética de la línea germinal o por una clonación reproductiva que nos lleve a caminos de incertidumbre letales. Vías por las que nuestra mente y nuestra interacción social se verían trastocadas. Ya que, por ejemplo, ¿dónde anclaríamos entonces las consecuencias civilizatorias del principio del “velo de la ignorancia” de Rawls?

Considero que nuestro cuerpo no es un soporte inadecuado por más problemas que nos dé. Al contrario, es crucial para configurar nuestra identidad personal y social. Por eso, esa identidad, nuestra mente, no es algo semejante a un software que pueda ser trasladado a otro hardware. Da en el clavo el ensayo que comento cuando asume que no tendremos “máquinas que tengan autoconsciencia, entre otras razones porque no sabemos que es la consciencia, y menos aún como crearla” (página 41).

Necesitamos mucha más inteligencia social para superar las incertidumbres derivadas de los intereses industriales en la manipulación transgénica de animales y plantas, hoy por medio de la biología sintética (CRISPR/cars9), que conduce al presunto mejoramiento de híbridos y quimeras. Una inteligencia social que reclamaría la aplicación del principio de precaución que Diéguez enigmáticamente no nombra en su ensayo (Comisión Europea, 2000).

Lo que nos queda entre las manos de toda la impresionante literatura que Diéguez revisa con rigor en su ensayo es un revivido mundo feliz en el que escapar de los retos (sociales, ambientales, éticos) del mundo actual. Sin embargo creo que no necesitamos IAS cuanto antes, necesitamos ya mismo más educación de la población del planeta (especialmente de la menos rica), mejores medios de protección para las incertidumbres de salud pública (virus, bacterias, etc.) a escala mundial, mejor trato de los animales no humanos, superar la amenaza del colapso climático, etc.

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Una feliz utopía ésta que se convierte en distopía al menos por dos razones. Porque es muy improbable tener seguridad total en los procesos que nos han de llevar al presunto superhombre (genético e inteligente). Y, en segundo lugar, porque sin una gestión pública democrática adecuada de todas estas poderosas herramientas a lo que sí llegaremos es a una casta plutocrática de “solitarios autosuficientes desentendidos del destino de cualquier congénere” (página 72). Como dramáticamente hemos comprobado en 2020-2021 con el covid-19 y sus más de cinco millones de muertos. Cierto, en palabras finales de nuestro autor: “lo cerca que hemos estado de un ciudadano medieval”.

 

Albino Prada es ensayista e investigador.

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