El despilfarro de las nacionesAlbino Prada BlancoPrólogo de Antón CostasClave IntelectualMadridEl despilfarro de las naciones
El primer acierto de este ensayo de Albino Prada está en su título, que evoca el clásico de los clásicos en Economía: el texto fundador de Adam Smith, La riqueza de las naciones. Porque el libro de Prada tiene una fuerte apoyatura en un arco de lecturas muy amplio, en el que no faltan los grandes nombres de economistas –de Malthus a Keynes- pero tampoco un buen elenco de científicos y filósofos morales. Justificado está, por tanto, que su contracubierta se señale que el autor camina “sobre hombros de gigantes del conocimiento social y natural”.
Lo primero que destaca en El despilfarro de las naciones es su carácter intensamente heterodoxo. Y es que, para empezar, el autor pone el énfasis en el extremo más opuesto a lo que ha sido la preocupación central de los economistas de la corriente principal: la escasez. Después de todo, en los manuales a los que se enfrentan los alumnos de los primeros años de la disciplina no suele faltar la definición dada por Lionel Robbins en 1932: “La Economía es la ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios limitados que tienen usos alternativos”. La pregunta fundamental que se hace Albino Prada –como antes hicieran John M. Keynes o John K. Galbraith— es si el verdadero gran problema de la economía y la sociedad contemporáneas no es más bien el contrario: el de evitar un despilfarro, que –en palabras del autor- en muchas ocasiones adquiere “un carácter catastrófico”. Estaríamos ante “un mundo atrapado en un disparatado despilfarro catastrófico, aunque siga convencido de que gestiona la escasez”.
Es evidente que estamos ante una obra que deja de lado la tan frecuente ansiedad por conseguir mayores cantidades de producción, para centrar su enfoque en torno a la calidad de vida. Porque si solo se trata de maximizar la producción, no habrá motivos sino para felicitarnos, pues a lo largo del siglo XX la producción mundial se multiplicó casi por veinte, en tanto que la población lo hizo solo por cuatro. En ese sentido contamos con el esfuerzo reciente de algunos economistas –el más conocido de ellos, Joseph Stiglitz— para redefinir el propio concepto de Producto Interior Bruto y sus formas de medición, de un modo que considere esos determinantes más de tipo cualitativo. En todo caso, el enfoque de Prada no olvida la distribución: que se produzca un despilfarro de recursos muy generalizado no quiere decir que con ello no coexistan situaciones dramáticas de escasez que afectan a gran parte de la población mundial, cuyas necesidades básicas distan de estar cubiertas. O sea, que si hay que destacar un problema fundamental del presente, un candidato destacado sería la pésima gestión de la abundancia.
El núcleo de la obra se encuentra en los capítulos 2 y 3, dedicados respectivamente a los problemas de crecimiento de la población y a la huella ecológica. En ambos se van examinando las diferentes formas que toma el despilfarro catastrófico, muy distintas desde luego en los países ricos y en los menos desarrollados. En estos últimos, entre sus manifestaciones más destacadas estarían la expansión demográfica, la emigración en oleadas o la esquilmación de recursos. En los primeros, por el contrario, predominan el endeudamiento familiar masivo, la destrucción de excedentes alimentarios, la obesidad, el deterioro ambiental o la omnipresencia de la publicidad. Al mencionar este último factor, surge inmediatamente el recuerdo de aquellos viejos conceptos que autores como Galbraith hicieron circular hace unas décadas: sociedad de consumo, sociedad opulenta. Conceptos y vías de análisis que en buena medida han quedado en el olvido, y con los que el libro que ahora reseñamos sin duda establece una fértil relación.
Como lo hace con la idea de “límites del crecimiento”, de los que proporciona evidencia a través de un buen ramillete de datos. En todo caso, relacionado con esos límites aparece la urgencia de “desacoplar riqueza y bienestar”, pues se nos dice –invocando al añorado García Calvo- que es perfectamente posible gozar de un bienestar relativamente mayor con un consumo más bajo. Es decir, “no es razonable inferir que un producto creciente per cápita origine un bienestar per cápita también creciente. Esto es algo que no se conseguirá trabajando y produciendo más, sino trabajando y produciendo de otra manera”.
Después de esa densa línea de análisis, el capítulo 4, el más breve, en el que se incluye una crítica a la sociedad de mercado, sabe a poco. Porque la crítica es demasiado general y opone de un modo a veces demasiado drástico las características de la sociedad en la que todo lo impone el orden del mercado a las de una “sociedad decente”. Ciertamente es meritorio que el autor trate de romper con ese asomo de maniqueísmo apoyándose en este caso en algunas aportaciones del mismísimo Friedich Hayek. Pero, repito, no se encuentra desde luego ahí lo mejor de este libro que resulta tan interesante por tantas razones.
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En definitiva, lean el nuevo libro del profesor Albino Prada, su enfoque tiene mucho de radical, pero también de riguroso. Y tiene además de virtud de que se lee con gusto y fluidez, casi de un tirón. No son escasos méritos tratando de tan arduos y complejos asuntos. _____
Xosé Carlos Arias es ensayista. Sus últimos libros son La torre de la arrogancia (Ariel, 2012) y La nueva piel del capitalismo (Galaxia Gutenberg, 2016).
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