Escritorios de escritores

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Fernando Aramburu / Marta Sanz

En Proyecto Escritorio. La escritura y sus espacios (nacido como blog y luego publicado en Cuadernos del vigía en 2016), el editor Jesús Ortega reúne imágenes y reflexiones de 77 autores en español sobre sus espacios de trabajo. Recogemos los textos de Fernando Aramburu y Marta Sanz para acercarnos a la intimidad de su trabajo. Jesús OrtegaFernando AramburuMarta Sanz

  Fernando Aramburu

Durante un tiempo lo estuve llamando atril, hasta que me convencí de que cometía una inexactitud. Es un pupitre, vocablo que de costumbre asociamos a las mesas de los escolares. Rara vez compro muebles. La tarea, quizá el placer, de comprarlos compete a la costilla. Así y todo, el pupitre lo compré yo, para mí, y por eso y porque, cuando lo necesito, no me niega la ayuda me siento orgulloso de tenerlo por amigo. Se atribuye a Nietzsche la afirmación según la cual quien escribe sentado piensa con el culo. A mi juicio, no deberíamos menospreciar ninguna parte del cuerpo. Un culo perspicaz puede ser francamente útil, quizá más útil que un cerebro. El caso es que el pupitre está pensado para que uno trabaje de pie. Obliga también a escribir a mano. Al menos yo no he hecho todavía la prueba de colocar el ordenador sobre el tablero inclinado. Puede que al cabo de dos o tres horas se me fatiguen las piernas. A cambio, no me duele la espalda ni paso sueño, achaques de los que no siempre estoy libre cuando trabajo sentado. El pupitre lo reservo para las tareas de orfebrería literaria. Me refiero a las correcciones a mano sobre la versión impresa del libro en el que esté ocupado. También a la toma de apuntes, a los resúmenes, a los bosquejos y esquemas; en fin, a esas cosillas que piden un tipo de atención distinto del que pide el ordenador, que es más oficinesco y de venga y dale. El pupitre invita a ser cuidadoso y poeta

 

Escritorio de Marta Sanz dentro de Proyecto escritorio.

 

Marta Sanz

1. Al ver mi escritorio desde lejos ―no formo parte de la imagen―, me doy cuenta de que ciertas decisiones no son premeditadas. Probablemente mis ojos, mi maldito fino oído de tuberculosa y mi olfato, traspasan la pantalla del ordenador ―eso que supuestamente estoy escribiendo― y lo ensucian todo. Me concentran dispersándome. Es una maravilla.

2. No me interesa lo puro. Prefiero una literatura con manchas y churretes. No impido que el ruido de fuera se cuele en la página. Abro. Ventilo. Ensancho la rendija. Pego la oreja. Las voces me repercuten dentro como los graves de los altavoces. Procuro que ese ruido, que se superpone al rumor de mi circulación sanguínea, no quede amortiguado por tapones de goma. Tampoco yo soy el silencio. Es muy importante la historia del vecino. Ojalá la luz filtrada por la cortina me manche el relato. Me lo arruine.

3. Después, a la hora de dormir, meto la cabeza bajo el edredón. Lo cierro todo. Pero eso sucede en otro cuarto.

4. Se cuelan en los textos otros libros. Aprendí literatura mirando los cantos de las novelas en las estanterías. Se cuela también el recuerdo de algunas estrellas de cine: Catherine Deneuve en Belle de Jour, Maureen O'Hara, Marie Magdalene Dietrich, Marlene. Postales de un amigo cariñoso que me alimenta los vicios culturales. Un cuadrito de Caspar David Friedrich. El accidente de la Gare de Montparnasse: el 22 de octubre de 1895 la locomotora rompe uno de los vanos del edificio y se estrella contra el pavimento. Los retratos de dos abuelas bellas, mis propias fotos infantiles, las imágenes de mi amor y mis amores. La predestinación a escribir cuentos de familia. Los antojos. La disposición de los dientes. La mancha genética.

5. Sentada frente a la pantalla del ordenador, mis ojos van de lo uterino a lo externo: el filo de dos tabiques tapizados de fotografías muy personales contrasta con el foco de luz que llega de fuera. El tictac de un reloj, invisible desde esta perspectiva de mi escritorio, pauta el ruido de los coches y las conversaciones de quienes pasan caminando calle abajo y calle arriba. Escribo cara a la pared y más allá de los cristales. Es la única manera de escribir. Me parece.

6. La mancha, la interrupción, la interferencia, el contexto, son el texto. Lo configuran. La mosquita que recorre, imprevistamente, la pared. No soy yo sino todo lo demás. No fui yo quien eligió los detalles del entorno. El entorno produce su telaraña. La telaraña me cubre la cabeza, y se me enreda en el pelo y en los dedos cuando pulso el teclado de mi ordenador.

7. Un móvil colgante tintinea en la esquina contra el que escribo. Remite tal vez a la dimensión musical de la palabra escrita. Tilín. En contraposición, la mesa es sólida. De oscura madera castellana.

Unamuno joven, viajero

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*Fernando Aramburu es escritor. Su último libro, Fernando AramburuPatria (Tusquets, 2016). *Marta Sanz es escritora. Su último libro,

Marta SanzClavícula (Anagrama, 2017). 

En Proyecto Escritorio. La escritura y sus espacios (nacido como blog y luego publicado en Cuadernos del vigía en 2016), el editor Jesús Ortega reúne imágenes y reflexiones de 77 autores en español sobre sus espacios de trabajo. Recogemos los textos de Fernando Aramburu y Marta Sanz para acercarnos a la intimidad de su trabajo. Jesús OrtegaFernando AramburuMarta Sanz

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