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'Todos estaban vivos', de Javier Bozalongo

Carmen Canet

Todos estaban vivosJavier BozalongoEsdrújula EdicionesGranada2016Todos estaban vivos

Ya desde la sugerente ilustración de cubierta nos sorprende este libro de relatos, del que el propio autor dice: “Esas cerillas consumidas representan a la perfección lo que aquí se cuenta, que no es otra cosa que el sentimiento de pérdida que produce cualquier ausencia, ya sea narrada como una comedia o como una tragedia, ya sea de manera irónica o involuntariamente triste”. Javier Bozalongo (Tarragona, 1961) ha publicado los poemarios Líquida nostalgia (2001), Hasta llegar aquí (2005) y La casa a oscuras (2009), además de las antologías Nunca el silencio (Costa Rica, 2012), Has vuelto a ver luciérnagas (México, 2015) y Las raíces aéreas (Ecuador, 2016). Dirige la colección de poesía Valparaíso Ediciones. Todos estaban vivos es su primer libro de relatos. Comienza con un interesante prólogo, titulado “Una mirada nueva”, por el poeta Santiago Espinosa, que confiesa: “Gratamente desconcertado, he terminado estos relatos con una incómoda verdad: es su literatura un laberinto en el que caen los personajes sin remedio, caen los lectores también, y con ellos la tranquilidad de sus certezas”.

Nos hallamos ante un libro que contiene 26 relatos muy diversos: microrrelatos,  relatos breves, otros más extensos e incluso uno en forma de poema. Está dividido en dos partes significativas, tituladas: “…Uno”, la primera, más personal, “…Y los demás”, la segunda, más social. Así desde esta aparente dicotomía, nos retrata no solo un “yo”, sino un sujeto plural que camina junto a “los demás”, en esta ida que es la vida. Es muy ocurrente y singular que varios de los relatos del volumen, que tenían la posibilidad de haber concluido con un final feliz, acaben con la ironía de la muerte, y que en el último, titulado: “En la mitad del mundo”,  que funciona como coda, pese al acecho evidente de una tragedia, concluya el texto con otra ironía: la de la vida, ya que después de un tremendo terremoto “todos estaban vivos”, frase final que engarza con el título del libro.

El autor en este compendio de cuentos, cuyo denominador común es la existencia —la familia, la amistad, el amor, el trabajo…— nos descubre una forma amable de ver el mundo donde habita la esperanza junto con los instantes,  las sorpresas, los hallazgos. Todo ello entramado en una arquitectura cuidada de palabras, itinerarios que se asoman y dejan entrever muchos años a su espalda de poeta. Las páginas van entrelazando la fantasía y la realidad, lo maravilloso y lo terrenal. Es un libro de identidades que dibuja y enmarca con la suya propia. No faltan orillas, esquinas, recodos, desfiladeros, hoyos, reversos pero con todos establecen, a través del diálogo, pactos e historias de búsqueda donde hay oportunidades y emociones. Algunos de sus relatos son ejercicios de reflexión que, a veces, nos liberan de los engaños que a menudo nos formamos. Sabe darnos con su ritmo, su escritura elegante y su humanismo pequeñas lecciones de vida que él diluye o intensifica cuando la anécdota lo requiere.

El paso del tiempo es un tema clave que da identidad al libro, lo refleja su relato “El tiempo de un reloj”. Esta temporalidad del ser humano se simboliza en forma de viaje; así, entre otros, en “Rojo oscuro” —“Tenía muy presente su primer viaje en tren”—, en “El premio” —“Después de consultar los horarios de tren…”, “mis compañeros de viaje, de trabajo gente esperando el tren”, metáfora de ese “transitar”—, relatos donde utiliza un léxico variado referido al tiempo y a su transcurrir, en un selecto juego semántico. Son vidas que pasan, historias que suceden, hechos que ocurren en cualquier escenario que Javier Bozalongo transporta a la literatura. Es un cronista de hallazgos múltiples que funcionan como estaciones en un viaje con varios trayectos, en donde se suben y bajan personas que convierte en personajes y de los que el tiempo es el eje conductor. Y, como dice su autor en los agradecimientos: “Todo es ficción pero nada es mentira”. Cada relato es un viaje por la vida y de fondo la muerte como paradoja de la existencia. Sus personajes, que a veces retrata y otras caricaturiza, son urbanos, de ciudad.

El humor y la ironía recorren todos los capítulos, en donde algunos de los protagonistas son vulnerables; por eso trata de que en lo cotidiano brille algunas veces lo extraordinario, porque son las pequeñas cosas, los acontecimientos diarios, lo que vivimos sencillamente, lo que nos iguala y humaniza. El autor nos hace cómplices y nos avisa de que debemos estar atentos, vigilantes. Y es que, a veces, nos ocurren o se nos presentan cosas terribles, de las que no podemos sentirnos culpables pero de las que sin embargo, en cierto modo, somos responsables. Así, bajo esa máscara irónica aparece, en algunos cuentos, un tinte existencialista, reflexivo, en donde se rastrea la soledad, el desamor, las horas bajas, el poder, mientras que en otros la sonrisa y la carcajada están servidas.

Javier Bozalongo con sus palabras nos hace a cada lector un guiño en estas piezas, tal como los músicos hacen siempre en la ciudad donde dan su concierto, o los pintores en sus cuadros. Su mirada nos abre los ojos a otra realidad, porque, como escribe Santiago Espinosa: “En cada relato sentimos que un artesano cuidadoso, pesando cada una de sus palabras, construye sus cuentos como cargas de dinamita con la pólvora justa”.

Tanto la ilustración de cubierta, de Eva Vázquez, como la cuidadosa edición de Esdrújula son impecables. Con un lenguaje personal, minucioso, sutil, nos rememora el humor fino de Ángel González, la ironía de Mario Benedetti y al Neruda de las Odas elementales.

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Es una suma de voces donde caben numerosos temas y personajes que dibuja con los juegos del humor, donde lo humano tiene un pulso diferente en cada historia. Sus relatos conversan con los lectores, provocando su lectura, misterio, diversión y entretenimiento, dejándonos siempre encendida la risa aunque la muerte, a veces, se asome. Como dice Piedad Bonnett en la contracubierta: “Javier Bozalongo nos acerca, siempre entre el humor negro y la ironía, a la idea de la muerte como paradoja, como ese golpe inesperado y definitivo que es capaz de revelarnos lo que de otro modo tal vez jamás habríamos comprendido”.

*Carmen Canet es escritora y profesora de Literatura. Su último libro, Carmen CanetMalabarismos (Valparaíso, 2016).

 

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